31.12.24

íntegra_intuición de la nada

 

Un día, andando arriba de un tranvía, como de golpe, 

en la oreja se me asomaron tres líneas.


 

En 1945, en Valparaíso de Chile, una noche, mientras yo revisaba papeles y papeles de profesor, se detuvo la luz de golpe. Yo vivía en una casa hermosa frente a un barranco, con el océano ahí mismo, y desde el barranco olfateaba las olas más que las olía. Ese paraje era un tesoro. Sobre las 11:30 de la noche, cuando estaba en medio de la operación de corregir papeles, sobreviene esto y yo, cansado como estaba, lo sentí como un alivio y salí a la terracita y miré desde esa terraza tratando de oír algo allá abajo en el océano. No se oía el agua. No se oía el océano romper contra los acantilados como todas las noches. Miré rápido al cielo en una reacción gestual a ver si había algo por allá arriba. No había nada, ni una estrellita, no había absolutamente una luz. Desde luego, veía la ciudad, pero no había nada por ningún lado, ni olfateaba nada. Quedé en la opacidad y la oquedad absolutas. Todo eso muy veloz. Ahora, con ese episodio se me da de golpe una intuición: la intuición de la nada. Esa nada que persigue al maestro Mallarmé literariamente, a mí se me ofrece nítida allí. Entonces, vuelve la luz eléctrica, todo es cosa de minutitos. Regreso yo también a la habitación donde estaba trabajando y luego mi mano escribe sola. La verdad que fui impulsado a escribir eso; cuando llegué a la octava línea, donde dice: ‘tú nunca cesarías de estar en todas partes’, me equivoqué. Cuando una línea no se ajusta con la anterior, cuando hay un bache fatal, la imaginación lo registra. Traté con todos los modos de que continuara ese texto y me di cuenta de que no podía. Un día, andando arriba de un tranvía, como de golpe, en la oreja se me asomaron tres líneas. Tuve que escribirlas en el boletito del tranvía; no tenía ningún papel en qué escribir, y allí aparecen esas tres líneas un poco más razonantes: ‘porque te sobra el tiempo y el ser, única voz, / porque estás y no estás, y casi eres mi Dios, / y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro’. 

 

Al silencio

Oh, voz, única voz: todo el hueco del mar,

todo el hueco del mar no bastaría,

todo el hueco del cielo,

toda la cavidad de la hermosura

no bastaría para contenerte,

y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera,

oh majestad, tú nunca,

tú nunca cesarías de estar en todas partes,

porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,

porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,

y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.


Íntegra, Gonzalo Rojas


la vocación de perderse_lo sublime



Se vaya donde se vaya, se está encerrado, y de ahí nace 

la necesidad insustituible de los horizontes.



Según la sensibilidad romántica, inmensidad y potencia son las dimensiones que suscitan el sentimiento más significativo que provoca en nosotros la naturaleza, definido como «lo sublime». La descripción más célebre pertenece al filósofo Immanuel Kant, que en su obra Crítica del juicio (1790) distingue entre lo sublime matemático —reconocible en la inmensidad de paisajes como desiertos, océanos y cielos— y lo sublime dinámico —debido a la contemplación de fenómenos naturales espectaculares y terroríficos como tempestades, erupciones volcánicas y cascadas inmensas—. También en la contemplación de lo sublime, en cierto sentido, «nos perdemos», pero solo emotivamente, en nuestro propio interior, porque no hay en realidad una implicación física. Kant lo explica así:

 

Elevados peñascos suspendidos en el aire y como amenazando, nubes tempestuosas reuniéndose en la atmósfera en medio de los relámpagos y el trueno, volcanes desencadenando todo su poder de destrucción, huracanes sembrando tras ellos la devastación, el inmenso océano agitado por la tormenta, la catarata de un gran río, etcétera, son cosas que reducen a una insignificante pequeñez nuestro poder de resistencia, comparado con el de tales potencias. Mas su aspecto tiene tanto más atractivo cuanto más temible es, puesto que nos hallamos seguros, y convocamos de forma voluntaria a estas cosas sublimes, porque elevan las fuerzas del alma por encima de su medianía ordinaria, y porque nos hacen descubrir en nosotros mismos un poder de resistencia tal que nos da el valor de medir nuestras fuerzas con la omnipotencia aparente de la naturaleza.

 

Según esta visión, «la capacidad de descubrir» pertenece por tanto a la grandeza del espíritu humano, que, reconociendo la propia pequeñez frente a la naturaleza, descubre al mismo tiempo dentro de sí un anhelo hacia algo aún más grande, infinito, que lo hace elevarse.


En otras palabras, según esta concepción, la naturaleza es la grandiosa obra de Dios, pero el espíritu humano fue creado para un destino más elevado. En reconocerlo y confrontarlo con la naturaleza reside el sentimiento de lo sublime.

 

La vocación de perderse, Franco Michieli


 

cómo leer a lacan_falsa actividad

 

El neurótico obsesivo despliega una actividad

frenética para evitar que algo pase.



Esto nos conduce a la noción de falsa actividad: las personas no sólo actúan para cambiar algo, sino también para evitar que algo ocurra y así nada cambie. En esto reside la típica estrategia del neurótico obsesivo, que despliega una actividad frenética para evitar que algo pase. Por ejemplo, en una situación grupal en la que hay cierta tensión que amenaza con explotar, el obsesivo habla sin parar para evitar el momento de un incómodo silencio que forzaría a los participantes a afrontar abiertamente la tensión subyacente. En el tratamiento psicoanalítico, el neurótico obsesivo habla constantemente, inundando al analista con anécdotas, sueños, reflexiones: su incesante actividad se sostiene por el miedo subyacente de que, si deja de hablar por un momento, el analista le haga la pregunta que realmente importa, en otras palabras, habla para mantener al analista callado.



Cómo leer a Lacan, Slavoj Žižek