15.3.23

viejos comiendo sopa_acosta revisitado

 
 

Viejos comiendo sopa, de Javier Acosta, 

deconstruye el minimalismo con un tono

reflexivo y lúdico a partes iguales.  

 

Desde la última vez que leí Viejos comiendo sopa, pensaba en la manera idónea de resolver su contenido para realizar una ilustración. Tras haber entrevistado a Javier Acosta, pude notar giros novedosos. El primero y más visible: es un título abiertamente pictórico y narrativo. Cada texto delimita un área donde la filosofía, el oficio poético y la tradición oriental comparten afinidades y aversiones. Los recursos varían, lo mismo puede haber un haikú que un diálogo, un ensayo en verso libre, una parábola, un monólogo. Todo atravesado por el humor y la ironía, la presencia de cierta oralidad lúdica y la sensación de que el autor se divirtió en el proceso de escritura.


Si bien la casa del lenguaje que Acosta ha construido es perfectamente reconocible a simple vista, la intuición de que por dentro hubo cambios atraviesa el espíritu del libro. Quizá los muebles cambiaron de lugar, enmarcó algunas reproducciones de Goya o volvió a ver El hombre elefante de Lynch un domingo muerto. De ahí el sentimiento de extrañeza. En este caso, es el modo de mirar las cosas lo que les atribuye una radiante vida interior. El hallazgo de lo mínimo significativo sirve de anclaje para la reflexión filosófica y también marca ritmo y tono en la melodía. Cierto minimalismo que se pasea por los jardines griegos sin dejar los audífonos.


En el fondo, de eso se trata. Si partimos de que la poesía es el modo contemplativo del lenguaje, regresamos a uno de sus elementos sine qua non: la gratuidad. Lo estético surge sin la intermediación de factores económicos ni fines utilitarios. Lo otro es marketing. Pero vivimos una época donde la velocidad y la respuesta inmediata son cada vez más hegemónicas. La poesía es así una provocación, una toma de postura, un caballo de Troya. Viejos comiendo sopa funge como viaje de retorno. Ulises cierra el círculo y abre nuevas interrogantes allí donde todo parecía haberse resuelto. Deconstruye monólogos con humor y barba entrecana. Sonríe mientras cucharea su destino.


He aquí una Summa que—sin el dogma de Santo Tomás—indaga en el proceso de escritura y revierte leitmotivs. Donde la polisemia y los hallazgos luminosos juegan toques eléctricos. Viejos comiendo sopa tiene mucho de legado y aire fresco, de chica con cabellos blancos, como el tema de Camille. En el imaginario de Acosta, la unidad de los opuestos motiva el desarreglo poético que tantas veces ignoramos por indiferencia o aplanamiento emocional. Sin perder estilo, el autor abre una bifurcación y convierte la promesa del asombro en una suerte de spin-off. La casa revisitada y el pasadizo secreto. Voces detrás de las paredes—figuras goyescas—dialogan entre sí. Escuchadlas.   

 

Este libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2020, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. El jurado estuvo conformado por Elisa Díaz Castelo, Claudia Berrueto y Luis Jorge Boone. 



Viejos comiendo sopa

Javier Acosta

Universidad Autónoma de Sinaloa, 2021


20.1.23

the last of us_mapa de las tinieblas



The Last Of Us, serie basada en el título

de Naughty Dog, libera su primer episodio. 

Aquí nuestras impresiones.  

 

Tras el lanzamiento del primer episodio, The Last Of Us (2023) se ha convertido en una de las series más prometedoras dentro del catálogo de HBO. Se basa fielmente en la narrativa del videojuego lanzado en 2013 por Naughty Dog para PS3, aunque logra cohesionar mejor las tramas y sutilezas de cada personaje. En síntesis, una versión ampliada del fresco dramático desarrollado en las cinemáticas del relato original, con créditos en el guión de Craig Mazin (Chernobyl, 2019) y Neil Druckmann, creador del título.


La sinopsis va de un contrabandista—interpretado a la perfección por Pedro Pascal— y una adolescente de 14 años al parecer inmune al contagio de un virus por hongos Cordyceps—Bella Ramsey, a quien vimos como la vengativa Lyanna Mormont en Game of Thrones—que deben atravesar el territorio en ruinas de Estados Unidos. Las Luciérnagas, facción rebelde que intenta contrarrestar esta pandemia, se relaciona con el destino de los protagonistas, y las capas de motivaciones intrínsecas se hacen cada vez más visibles y salvajes. Eso, y los zombis.


El tono de la narrativa va de existencialista a trágico, atravesado por momentos de survival horror crudísimos. Hay mucho de La carretera en sus referencias, la novela del estadounidense Cormac McCarthy, que ya de entrada es una carta de recomendación sincera. También destaca la cuidadosa selección de directores; en total, la primera temporada consta de 9 episodios, filmados por Mazin y el propio Druckmann, Peter Hoar, Jeremy Webb, Jasmila Žbanić, Liza Johnson y Ali Abbasi. Por lo demás, el formato cinematográfico luce impresionante, y se le hace justicia a la esencia de The Last Of Us que los gamers conocieron en PlayStation. 


En las actuaciones secundarias, Anna Torv como Jess y Gabriel Luna como Tommy hacen contrapeso en el arco dramático. Los escenarios y efectos especiales sobresalen por su realismo radical (ha sido filmada en Alberta, Canadá). Si bien el videojuego tiene una base de seguidores inmensa, la serie sabe cómo formarse una identidad propia irresistible sin renunciar a su código genético. Durante el primer episodio, la banda sonora de Gustavo Santaolla se fusiona con Depeche Mode, y en general se toman decisiones arriesgadas que fortalecen la puesta en escena.


Si te sientes perdido en la oscuridad, esta es la serie que debes ver a medianoche, sin mapa.






17.8.22

lost at sea_monólogos en el maletero




A partir del viaje como metáfora central, Lost At Sea, 

de Bryan Lee O’Malley, relata la melancólica transición 

que emprende Raleigh de la adolescencia a la joven adultez.




Todo comenzó con un chico—Stillman—, a quien ella amó más de lo que debía. Luego fueron sus padres, separados cuando el amor no fue suficiente. Ahora Raleigh, vacía, está atrapada en un viaje por carretera con tres desconocidos tratando de regresar a casa, si es que hay una casa a la que regresar. Viajes, vacíos, Lost At Sea.

Perderse es una de esas experiencias que todos vivimos de una forma u otra. Pudo ser en un viaje de carretera durante las vacaciones. Quizá nuestra primera noche en una nueva ciudad. Incluso los pasillos de un supermercado pueden convertirse en un auténtico laberinto cuando la estatura no nos da para ver más allá de la segunda estantería del anaquel. Perderse es inherente a viajar, ya que implica alejarnos del camino establecido y deambular intentando rectificar sobre las huellas que dejamos. Todavía más interesante, viajar no siempre implica trasladarse de un punto físico a otro. Hay viajes que nos dejan estáticos en un sitio y nos llevan a los confines de nuestra propia mente. Quizá este tipo sea el más aterrador de todos.

Raleigh está atrapada entre dos viajes. Por un lado, el roadtrip de regreso a Canadá junto a sus compañeros de universidad. Por el otro, en el asiento trasero del auto, muy adentro de sí misma, evoca recuerdos impostores, traumas y emociones sin salida. Dos travesías simultáneas que avanzan hacia el mismo destino aunque en un principio no lo parezca. Nuestra protagonista es una chica especial, rodeada de un aura melancólica discreta para no aparentar debilidad. Ella es Raleigh, la voz y ojos que nos cuentan la historia del cómic y a través de quien experimentamos soledad, tristeza y esperanza. En el mismo auto viajan Ian, Dave y Stephanie, tres chicos de la universidad que solo se cruzaron por accidente y ahora parecen abrumados por horas y kilómetros, más de los que la carretera puede señalar.

La compañía es un elemento central de esta historia. Uno de los traumas con los que Raleigh carga es precisamente la soledad y el abandono. Hablamos de un personaje que ha visto cómo el amor se desvanece: sus padres, sus amigos, Stillman. El amor, en todas sus formas, ha desaparecido de la vida de Raleigh, quien todavía busca explicaciones donde no las hay y recuerdos impostores que la alejan más de su objetivo. Sin embargo, es en esta soledad donde los tres desconocidos que la acompañan irán entablando, poco a poco, lazos con la melancólica chica, especialmente Stephanie, quien coprotagoniza varias de las escenas con mayor carga sentimental.

Con este arco emocional tan explícito, para muchos será una sorpresa que la mente detrás del cómic sea Bryan Lee O’Malley, guionista e ilustrador canadiense que es mejor conocido por crear los seis volúmenes de Scott Pilgrim, su obra más importante. Lost At Sea antecede a los siete ex novios malvados y aunque no comparte nada con el universo de Scott, es evidente que la historia de Raleigh dio los primeros pasos para que el infame bajista de Sex Bob-Omb pudiera correr. Pero aquí no hay videojuegos, música pegajosa o ex novios con superpoderes; esta es una obra más intimista que coquetea con el dolor, los sentimientos y los recuerdos que todavía nos atormentan. No obstante, si rastreamos semejanzas, ambos cómics comparten en su ADN el mismo conflicto: la transición de la adolescencia a la adultez joven, etapa que representa cambios de personalidad, obligaciones, deseos y para la que muy pocos nos sentimos preparados cuando llega. 

Estos conflictos laten a través de la protagonista. Llegar a los veinte años es problemático. En solo dos décadas hemos pasado por numerosas situaciones, y la conciencia del tiempo nos permite ver que dicho lapso fue casi una eternidad. La infancia se siente como la historia de alguien ajeno. La adolescencia reposa a lo lejos a pesar de que la frontera sea de apenas una pizca de años. ¿Se supone que ya debo saber qué quiero hacer? Cierto, hemos tomado decisiones importantes y enfrentado sus consecuencias, somos jóvenes y aun así nos sentimos como si no hubiera tiempo suficiente para corregir. Tener veinte años provoca miedo y este cómic es la prueba. 

Hay algo en Raleigh que nos identifica: una amistad perdida, una relación que no llegó a nada, distancias que no volverán y recuerdos que buscamos disfrazar por mentiras que nos harán sentir mejor. Peleamos contra el tiempo a pesar de que reconocemos el vértigo que nos arrasa. Lost At Sea se atreve a zambullirse en estos miedos que palpitan mientras escribo su reseña, porque es la única forma en la que puedo dejar evidencia de lo reales que son. 

Crecer, forjar lazos, superar miedos y encontrarse con nuevos desafíos es parte de crecer. Es un viaje en carretera que muta a cada kilómetro. Un amigo nos acompaña en el asiento del copiloto, con las culpas y los deseos peleando en el asiento trasero, mientras que los recuerdos buscan la forma de escapar del maletero. No encuentro más palabras para explicar Lost at Sea salvo el monólogo que cierra el cómic: 

Estoy recostada y lidiando con ello mirando a las estrellas y tengo once, tengo dieciséis, tengo dieciocho, soy una recién nacida, soy todos en todas partes, contigo, sin ti, libre en el limbo, perdida en el mar.

¿Qué significa? Eso es algo que tendrás que descubrir en tu propio viaje. 



Lost At Sea

Bryan Lee O’Malley

Oni Press, 2005 (2ª edición)