22.5.19

la cruda literaria

¿Qué libros nos han dejado
una resaca inolvidable?
 
Entre copas
Si crees que la cruda literaria es un mito, juro que no. Me pasó. La cruda literaria es la imposibilidad de leer un nuevo libro cuando aún estás viviendo y pensando como los personajes de la lectura recién finalizada. En nuestras idas y venidas lectoras, entre demasiados autores engullidos a través del tiempo, recordamos de manera enfermiza ciertos momentos y por ello decimos que algunos libros nos marcan la vida. Nos trauman tanto y nos dejan con una impresión tan profunda, que la cruda literaria no se cura de forma tan simple como echarte las sagas de Crepúsculo o Cincuenta sombras de Grey. Algo así me ocurrió años atrás.

Después de Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sabato (la enigmática vida de Alejandra Vidal Olmos, la incendiaria suicida); El péndulo de Foucault de Umberto Eco (sus ciencias ocultas, conjuros cósmicos y sociedades secretas), y Desgracia de J.M. Coetzee (el rechazo social de David Laurie por acostarse con una de sus estudiantes), me sentí tan atraída por las oscuras historias de sus personajes y por los comentarios de otros lectores en Internet, que dejé de leer durante meses. Me daba pereza comenzar con otro tema porque creía que no iba a encontrar nada tan profundo y cautivador.   

No es broma. La cruda literaria te marca la vida. Así que haz una pausa justo ahora y recuerda los libros con los que hayas sufrido de este mal. Que, ya les adelanto, sí tiene cura.


Los síntomas
Falta de atención. Dificultad para iniciar con otro libro. Meditar, recordar, buscar obsesivamente opiniones y reseñas sobre la historia. Escarbar en los recovecos de la vida del autor. ¿Por qué chingados habrá escrito eso? Escudriñar entre las líneas de cada capítulo.   

Es una sensación difícil de sacudirse. Algo en la historia o en sus personajes nos dejó una profunda impresión. Alguna parte esencial del libro nos despertó emociones violentas, incluso reacciones ante el gran final. Ese momento en el que lees la última línea y, con esceptismo, arrojas el ejemplar contra la pared. ¡Que vuelen hojas y la cuarta de forros en pedazos!

No pocos dirán que se trata de una estupidez, pero juro que la cruda literaria me destrozó la vida igual que las crudas con vodka le destrozaron las mañanas a mi abuela alcohólica. La recuerdo con una cervecita para intentar acomodarse al ritmo de los quehaceres de la casa, sin lograr su objetivo. A mi abuela no le quedó más que dejar la cerveza para curársela y seguir su rudo viaje del día a día con vodkas bien cargados. Decía que así cocinaba, trapeaba y lavaba los trastes no mejor, pero sí más feliz.

Esa fue la comparación que hice cuando, después de Sobre héroes y tumbas, me chuté El curioso incidente del perro a medianoche de Mark Haddon. Tampoco logré el objetivo.


La cura
Lo que hice fue buscar un libro que en su tiempo me dejó igual o peor cruda. Treinta años después, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez me pareció mucho más fácil de digerir, con una historia rejuvenecida y el tono menos oscuro del que recordaba haber leído en mis épocas de estudiante comunista.

La cruda literaria tampoco la curé leyendo Diablo guardián de Xavier Velasco con su Violeta de 15 años robando dinero a sus padres y disfrutando una vida de lujos en Nueva York. No se la creí a Xavier. El vómito matinal ya me estaba dejando en los huesos cuando decidí releer El señor de las moscas de William Golding, y aunque me sigue pareciendo terrorífico que una treintena de niños abandonados en una inhóspita isla se convirtieran incluso en asesinos, ese trago me supo a AurumRed Gold, el vino más caro del mundo.

¿Te acordaste ya de los títulos que te destrozaron la vida?



Imágenes I Unsplash
Darran Shen + Paz Arando