29.5.12

La nana del pornógrafo



 La nana del pornógrafo
 

Of freaks and men, película rusa de Alexei Balabanov, se estrenó en 1998 y estoy seguro que jamás alcanzó distribución a nivel nacional en México. Yo la  vi gracias a un amigo que la grabó en formato VHS del canal 22, en la época en la que Radiohead era básicamente mi grupo de cabecera, leía mucho a Sartre, Camus y Cioran y vivía con mi padre en una casa cerca del cuartel militar en la zona sur de Mérida. Digo esto porque el contexto, en mi caso, potenciaba una apreciación decadente de la vida y Of freaks and men era una película ad hoc al paisaje, con el añadido de estar musicalizada con temas de Prokofiev y Tchaikovsky.

Hace algunos meses, Henry la consiguió en DVD y la subtituló al español y, aprovechando la oportunidad, se le pedí junto con otras. Cría cuervos, de Carlos Saura, que cuenta la historia de Ana, una niña obsesionada con la muerte. Decasia, filme de Bill Morrison editado con trozos de cintas en distintos grados de descomposición. Begotten, de E. Elias Merhige, versión grotesca del origen del Universo, mezcla de splatter y cine a blanco y negro. Visitor Q, de Takeshi Miike, una de las historias más sucias y divertidas que he visto últimamente, con una escena de necrofilia inolvidable. Y El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante, de Peter Greenaway, con otra escena de necrofilia inolvidable (¿pero cuál no lo es?). Y ésta recuerdo haberla visto en dos ocasiones en temporada de lluvias, primero en un departamentito claustrofóbico al poniente del estado y después en una casa enorme, quizá demasiado enorme para mí, desde que vivo solo, cerca del centro.

Recientemente, gracias a unos amigos del primer amigo, Jorge Carlos y Laura, conseguí otras películas sobre mi tema comodín, la infancia: El espirítu de la colmena, de Víctor Erice; Inocencia, de Lucile Hadzihalilovic; Veneno para las hadas, de Carlos Enrique Taboada, y La niña santa, de Lucrecia Martel. A las que habría que añadir Las tortugas pueden volar, de Bahman Ghobadi; Los 400 golpes, de François Truffaut; Cronos, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro; y la de Alexei Balabanov, traducida al castellano como De monstruos y hombres. Y las que vayan viniendo, las que he olvidado, las que todavía no he visto y las que nunca veré.

Con un estilo narrativo en la sintonía de Dostoievsky, Balabanov pone en escena tres historias que se yuxtaponen y fusionan para ocasionar una tragedia de tintes existencialistas en la Rusia de principios del siglo XX: la de Johann, un estoico promotor de la fotografía y el cine porno masoquista; la de Lisa, quinceañera pequeñoburguesa que vive con su padre (el ingeniero Radlov) y la criada (Grunia); y la de los gemelos Tolya y Kolya, que comparten el mismo cuerpo, hijos adoptivos del Doctor Stasov. Debido a un riguroso efecto mariposa, cada personaje comete acciones que afectan al otro, pero básicamente el conflicto se genera a raíz de la muerte del ingeniero Radlov, evento que Johann aprovecha para ocupar su casa y convertirla en un pequeño centro de vicio, con el consentimiento de Grunia, su hermana, que se ha quedado como albacea de Lisa hasta que la joven contraiga matrimonio. A la casa llegan los gemelos Tolya y Kolya, secuestrados por Viktor Ivanovich, quien reparte las fotografías del estudio de Johann. La extraña familia de freaks se complementa con Putilov, joven fotógrafo que trabaja bajo las órdenes de Johann y está enamorado de Lisa y le dice: «¡Lisa, te salvaré!»; Ekaterina Kirillovna, la esposa ciega del Dr. Stasov que enseñó a los niños a cantar y se enamora (ciegamente) de Viktor Ivanovich, y la nana del pornógrafo, encargada de azotar en el trasero a la quinceañera y a la invidente.

Los niños, además, tocan el acordeón, y cantan cosas como: Mientras recuerdo aquellas noches / Aquellos campos y aquellos bosques / Una lágrima sale de mis ojos / Que han estado secos por tanto tiempo. Son hermosas las secuencias en las que vemos a los personajes viajar en barco de vapor o en tren, con la música al fondo de los compositores rusos. El final, ramificado en tres, ilustra cómo la violencia termina por gustarle a las mujeres, el alcohol a los niños y la autodestrucción a los hombres solitarios. Of freaks and men está filmada en tono sepia y aunque posee elementos que la acreditan como una obra cinematográfica rotunda, creo que el color le otorga su mayor mérito. Eso, y la decadencia.

Recomendable es poco.  

–Christian Núñez 
 



26.5.12

el final del antiguo reino


El provocador Houellebecq indaga en las raíces de la crisis contemporánea.

Durante una entrevista realizada un par de años antes de la publicación de Las partículas elementales, aparecida en 1998 en su idioma original, Michel Houellebecq explicaba que la directriz de su obra —compuesta de poesía, ensayo y novela— partía de «ante todo, según creo, la intuición de que el universo se basa en la separación, el sufrimiento y el mal; la decisión de describir este estado de cosas y, quizás, de superarlos. Los medios —literarios o no— son secundarios. El acto inicial es el rechazo radical del mundo tal como es; también la adhesión a las nociones de bien y mal. La voluntad de profundizar en estas nociones, de delimitar su dominio, incluso en mi interior. Después viene la literatura.»

Con un estilo llano, durísimo, intransigente, Las partículas elementales indaga sobre las raíces de la crisis contemporánea, de una forma patética y terriblemente cruda. El libro sugiere con certeza que el hombre ha dado todo de sí para su propio agotamiento y extinción. Michel Djerzinski y Bruno Clèment, dos hermanastros, han crecido con sus abuelas desde niños. Janine, la madre, los abandonó para irse a vivir a una comunidad hippie, al lado de Francesco di Meola, dueño de una villa para jóvenes vacacionistas. Ambos hermanastros alcanzan la adolescencia sin amor; sus experiencias antes de la edad adulta, marcadas por la frustración y el abandono, se registran en la primera parte, El reino perdido, a la cual antecede un extraordinario poema.

Houellebecq describe sin piedad. Al referirse a Michel, que con el paso de los años se convertiría en un físico notable, Walcott, uno de sus colegas, anota: «Había en él algo espantosamente triste, creo que era el ser más triste que he conocido en mi vida, y aun así la palabra tristeza me parece demasiado suave; más bien debería decir que había en él algo destruido, completamente arrasado.» En el caso de Bruno, quien terminaría volviéndose un maniaco sexual acomplejado y pusilánime, se dicen cosas como ésta: «Desde la primera vez que estuvo en casa de su madre, Bruno supo que los hippies no le aceptarían; él no sería nunca un animal hermoso. Por la noche, soñaba con vulvas abiertas. Por esa misma época empezó a leer a Kafka. La primera vez sintió frío, una insidiosa helada; horas después de terminar El Proceso todavía se sentía aturdido, sin vigor. Supo de inmediato que ese universo lento, marcado por la culpa, donde los seres se cruzaban en un vacío sideral sin que nunca pareciera posible la menor relación entre ellos, correspondía exactamente a su universo mental. El mundo era lento y frío. Sin embargo existía una cosa cálida que las mujeres tenían entre las piernas; pero él no tenía acceso a ella.»

Descripciones siniestras abundan. Houellebecq no escatima recursos para incomodar; a los hombres los compara con chimpancés y gallinas, los encuentros sexuales alcanzan el lenguaje explícito de las películas porno. Aunque en este caso, hablaríamos de porno depresivo, si el género existiera. De la segunda parte, titulada Momentos extraños, un capítulo que merece mención honorífica es el número 15, La hipótesis Macmillan. Ahí se cuenta cómo David di Meola sacrifica a su padre muerto en un ritual caníbal, marcando así la degeneración del movimiento hippie (hasta llegar a las snuff movies y los asesinos seriales de la estirpe de Charles Manson). Por si no bastara, el buen Houellebecq se ensaña particularmente con el destino de las mujeres; Annick y Christiane (amantes de Bruno), Annabelle (compañera de Michel) y Janine acaban sus días bastante mal. Los suicidios de las dos primeras, el coma de Annabelle y la sórdida agonía de Janine dejan recuerdos profundos.

Narrada sin concesiones, fuera de los límites de lo permisible y políticamente correcto, Las partículas elementales pone en evidencia los síntomas del malestar occidental: materialismo, inmoralidad, mercantilización del deseo, apatía, pérdida de fe, falta de verdaderos horizontes para seguir adelante. Houellebecq induce a preguntarnos: ¿la humanidad llegó al punto de no retorno?, y responde que sí, señalando el curso de la caída.

Infinito emocional, la tercera parte, relata la muerte de Annabelle y los avances científicos logrados por Michel Djerzinski, gracias a los cuales la humanidad alcanzaría una tercera mutación metafísica. Dicho fenómeno, que Houellebecq menciona en varios segmentos de la novela, ocurre cuando la humanidad cambia su visión del mundo. La primera mutación metafísica se dio con el cristianismo, que vino a remover la estructura ideológica del Imperio romano. La segunda ocurre con la aparición de la ciencia moderna. La tercera tendría lugar con el surgimiento de una sola humanidad racional, asexuada, con el mismo código genético, que viviría eternamente, superando «la individualidad, la separación y el devenir.»

El reino de los hombres terminó, sugiere Houellebecq. La última parte del libro analiza la tesis. Por supuesto, se trata de una propuesta seria, aunque no por ello incuestionable. Djerzinski deja varios libros cuyas investigaciones permiten que el 20 de marzo de 2029, a veinte años de su fallecimiento, surja el «primer representante de una nueva especie inteligente creada por el hombre a su imagen y semejanza.» Detalle curioso, la novela está narrada por uno de los individuos del nuevo reino.

Más allá de las críticas infundadas, Las partículas elementales se ha mantenido vigente tras varias ediciones. Houellebecq sigue teniendo un discurso sugestivo y provocador: he aquí la mejor de sus obras. Houellebecq sigue conmoviendo. He aquí su mayor virtud.

El arte debería ser atractivo inmediatamente.  

Las partículas elementales (1998)Michel Houellebecq. Traducción de Encarna Castejón. Anagrama, Barcelona. 


escrito al reverso de una postal


Crecer duele.

1. «El trayecto de regreso: Martina agarrada a Mirko en el scooter, con la desagradable sensación de haber perdido algo, de haber olvidado algo, de no poder remediarlo. Los campos alrededor, y algo olvidado o perdido.»

2. De los niños nada se sabe nos deja en el estómago una prolongada sensación de vacío. Dulce y tenue. Triste, como el destino de sus protagonistas. Como su infancia. Este sentimiento: haber dejado atrás algo valioso, haberse ido para crecer. La novela trata del puente de la niñez a la adolescencia que muy pronto se rompe. Y de cómo uno dirige la vista en dirección a ese tránsito roto, a esa especie de nada hecha de recuerdos. Pero únicamente experimentamos un tipo de nostalgia sucia y triste. Quizá una especie de asesinato, de nuestro cuerpo, de otros cuerpos, entre niños. Seres que no están seguros de ser buenos o malos. «De los niños nada se sabe», suele decirse. Simona Vinci lo dice con un epígrafe de Marguerite Duras, y nos relata la historia de cinco amigos —Matteo, Luca, Mirko, Greta y Martina— y las primeras caricias entre ellos. La primera cópula. Revistas porno, música de Soundgarden y Alanis Morissette. En una barraca lejos de los adultos. Sólo ellos, jugando. Sin saber nada, sin pretender nada. Es mejor no darse cuenta de lo mal que acabarán las cosas. Vinci construye ese puente a la catástrofe y los cinco niños montan sus bicicletas y scooters y se van directo al agujero. Cantando, Martina canta. En honor a los instantes felices. Formando un círculo. Ella y los demás. Un círculo cuyo centro vuelve a recordarnos el vacío de la niñez. Vinci lo explora con sus personajes, con el cuerpo de sus personajes. Con la saliva, el pubis, la añoranza. Un epitafio bellísimo por lo que dejamos atrás.

3. «Por la mejilla de Matteo, muy cerquita de la nariz, se deslizaba una lágrima. Pequeña y transparente, dejó una estela idéntica a la que deja la baba de los caracoles en la mugre de polvo y tierra que le cubría la cara.»

4. Acaso debido a la ternura característica de las mujeres, Vinci narra con sutileza las actividades clandestinas de los niños. Como una madre permisiva y amorosa, con algunas elipsis, omitiendo los detalles obscenos. Lo cual no significa que estos niños no hagan cosas malas. Las llevan a cabo. Se abandonan a sus juegos, juegan sucio. Vinci nunca esconde, nunca miente. Las intenciones de Mirko van de mal en peor, en perjuicio de los menores. Lo admirable es que una trama tan depurada produzca semejante impacto erótico y estético. Como probar un dulce, una paleta con chile, y después gritar.

5. Los pequeños detalles de la novela fascinan. Son minucias, insignificancias. Se produce algo semejante al encontrar una fotografía muy vieja, de nosotros. Lo frágil y elocuente de eso. Un mundo que ya no está, que nunca regresa. Nuestro mundo de ayer y el de ahora. Pequeños detalles. El bolsito rosa con vestidos de Barbie, los calzones meados de Mara, el cepillo de dientes rosa hello kitty, un beso entre Martina y Matteo. Una violación colectiva.

6. De los niños nada se sabe no incita a la meditación ética. No es una fábula ni un cuento infantil. La prosa, enriquecida de gestos menores, y la violencia de los acontecimientos impiden rebajar su contenido a las tragedias moralizantes. La historia contiene elementos trágicos. Pero van en otro sentido. Una tragedia más profunda y enorme. Crecer. Una verdad absoluta: dejamos de ser niños y la vida empeora. Ese único mensaje.

7. «Martina empezó a cantar. Su voz se alzó delicada y firme, limpia, sin asperezas. Quién sabe qué canción cantaba, quizá ninguna, quizá un fragmento inicial de un dibujo animado farfullado, mezclado con otra cosa. Sea lo que fuere, era una canción de una sola nota, sin palabras. Algo tranquilo, que contenía el mínimo dolor posible, el mínimo posible de todo. Una música. Y basta.»

8. Leí De los niños nada se sabe por segunda vez para preparar su reseña. Me había enterado del libro gracias a una revista, hace algún tiempo, un par de años. Nunca logré conseguirlo. Nunca hasta hace poco. Una amiga de mi hermanito viajó a Argentina. Escribí una lista de títulos y se la di a él, quien se la entregó. No me trajo los que esperaba. Hizo lo que pudo. Ella no sabe que escribo reseñas y dudo que lo llegue a saber jamás. Por eso, en una mueca incomprensible de anonimato, voy a dedicársela.


De los niños nada se sabe
Simona Vinci
Anagrama, 1999


24.5.12

10 razones para amar a cioran


A este rumano lo amas o lo odias.

La primera duda que surge ante la obra de Cioran (Rasinari, 1911, París, 1995) es la de si resulta honesto reducirla sólo a ideas, porque el rumano escribía con sangre y no separaba esos dos planos, vísceras y abstracción. Desde luego que filosofaba, si por filosofar se entiende un tipo de análisis profundo acerca de cualquier cosa. Y desde luego que ofrece ideas en sus libros. Pero las tripas suelen mancharlos. Dice:

«Me gusta el pensamiento que conserva un sabor de carne y sangre, y a la abstracción vacía prefiero con mucho una reflexión que proceda de un arrebato sensual o de un desmoronamiento nervioso.» (En las cimas de la desesperación)

Tomaré sus palabras como punto de partida. Pretendo alejarme del discurso académico lo más que pueda. La serenidad hipócrita de los intelectuales me repugna. Bueno. Pasemos a lo siguiente.

1. ¿Qué es el hombre para Cioran? ¿Hace falta hablar del hombre? Cioran rehusó tener hijos. Varias veces, a lo largo de su obra, encontramos referencias al aborto, a la idiotez de la paternidad, a la misantropía. Pero bastará un ejemplo:

«La única cosa que me precio de haber comprendido muy pronto, antes de cumplir los veinte años, es que no había que engendrar. A eso se debe mi horror del matrimonio, de la familia y de todas las convenciones sociales. Es un crimen transmitir las taras propias a una progenitura y obligarla, así, a pasar por las mismas duras pruebas que nosotros, por un calvario tal vez peor que el nuestro. Dar vida a alguien que heredaría mis desgracias y mis males es algo que nunca he podido consentir. Todos los padres son irresponsables o asesinos. Sólo los animales deberían dedicarse a procrear. La piedad impide ser “genitor”: la palabra más atroz que conozco.» (Cuadernos 1957-1972)

Cioran amaba por igual a las putas y a los vagabundos, porque en ellos la cadena humana se rompía. “No puedo amar —escribe— sino a quienes dan muestras de cierta impotencia para vivir.” (Cuadernos 1957-1972) Por otro lado, reconoce que la razón vale muy poco, y que el ideal de cada hombre debería consistir en dejar de ser hombre, abandonando su intelecto. La afirmación no parece tan descabellada, si observamos que los surrealistas ya la habían formulado antes. ¿Se trata de una burla? ¿Cioran se ríe? ¿Deberíamos tomarlo en serio? Ustedes sabrán.

«El ser humano debería dejar de ser—o de intentar serlo—un animal racional. Más le valdría transformarse en un ser insensato que lo arriesgase todo en cada instante—un ser capaz de exaltaciones y de fantasías peligrosas, que podría morir tanto a causa de todo lo que ofrece la vida como de todo lo que no ofrece. El ideal de cada hombre debería ser dejar de ser hombre. Y eso sólo puede lograrse mediante el triunfo de la arbitrariedad absoluta.» (En las cimas de la desesperación)

Por último, la faceta que mejor reflejaba el desprecio de Cioran por el género humano: la soledad. Este filósofo llevó el retiro hasta el límite, hasta la cárcel metafísica. No tuvo jamás la cobardía de afiliarse a ningún grupo. Escribió solo, hasta la muerte. Sólo solo. Sólo para él.

«Estar solo, despiadadamente solo, ése es el imperativo al que hay que someterse cueste lo que cueste. El universo es un espacio vacío y las criaturas no existen más que para atestiguar y consolidar nuestro aislamiento. Yo nunca he encontrado a nadie, no he hecho más que tropezar con sombras simiescas.» (De lágrimas y de santos)

2. Sus reflexiones guardan con la muerte un extraño vínculo. La prosa del rumano descoyunta el saber. Al final quedan los trozos de argumentos por aquí, por allá, como en una mesa de disección. Filosofía y necrofilia se equivalen. Filosofía o amor a la carroña se miran en el espejo. Todo pensar significa tumba.

3. Sartre murió con la carne podrida, ciego. Camus en un accidente automovilístico, al pie de un árbol. Nietzsche murió loco. Cioran murió de Alzheimer, loco. La mujer de Cioran murió ahogada, dos años después.

4. Relata el misántropo en una entrevista:

«Quisiera contar algo un tanto idiota: uno va a un cementerio—es un hecho banal—y se entera por una lápida que un amigo, con quien había estado riendo unos días antes, ha desaparecido sin dejar rastro, ¿cómo se puede, después de eso, construir un sistema? ¡Para mí es inconcebible! (…) Es banal, todo el mundo ha experimentado esa sensación… pero cuando traducimos eso en filosofía, ¿cuál es la conclusión? La conclusión es ésta: incluso el nihilismo es un dogma. Todo es ridículo, sin sustancia, pura ficción. Es por eso que no soy nihilista, porque la nada es aún un programa.» (Siempre busqué desenmascarar la existencia, entrevista)

No obstante, lo llaman pesimista, nihilista y posmoderno. La verdad es que todas las clasificaciones huelen a libros de texto. Quien se abandona a lo que dicta un profesor es un pobre diablo. ¿Cioran inaugura una categoría? Quizá. Aunque deberíamos guardar nuestras reservas. ¿Cioranismo? No, se escucha estúpido. ¿Entonces? No se requiere clasificar a nadie para comprender sus ideas. Volveríamos a caer en las trampas del academicismo. Por favor, basta.




5. ¿Voy a defender la cabeza de un extraño? ¿Debo distinguir entre la verdad y la mentira? ¡Quién lo dice! ¿Otros como yo, tan jodidos como yo, tan ignorantes como yo? Que cada quien se las arregle como pueda, señores. El mundo tiembla y no hago más que correr, antes que las murallas me aplasten. Corro, y entre mis manos llevo la cabeza de Cioran. No la defiendo: huyo. Sin embargo, vienen detrás unas moscas y unos perros. La filosofía se empieza a pudrir…

6. Evidentemente, la humanidad se está viniendo abajo. Lean los periódicos. Junto a la noticia de una mujer devorada por un oso están los números de la Lotería Nacional. Te venden un auto y un suicidio al mismo tiempo. Una niña violada y un boleto de avión. Que no me hablen de Jesús ni del Papa. Siempre los veré entre los precios de las verduras y los mariscos.

Con la Historia sucede algo idéntico. Fenómenos absurdos se encadenan unos a otros, para nada, para nada, una y otra vez. Si el Creador existiera, ya le habría puesto fin a semejante desperdicio.

Quedarse quieto es lo mejor que podría hacer el hombre, ni siquiera morir, ya son muchos los cadáveres al día, ya es mucho el trabajo de traer y llevar. Quieto. La piedra no se mueve y no lastima. El río se mueve y ahoga. Los esfuerzos producen catástrofes. El hombre nunca debió erguirse.

«Vale más ser animal que hombre, insecto que animal, planta que insecto, y así sucesivamente. ¿La salvación? Es todo lo que disminuye el reino de la conciencia y compromete su supremacía.» (Del inconveniente de haber nacido)

7. Suprimir la conciencia es, quizá, el verdadero paso adelante. Y la música serviría como vehículo. Apunta Cioran:

No tener sino una meta: ser más inútil que la música. En ella no encuentra uno ni el es ni el no es. ¿Dónde te encuentras como tumultuosa víctima de su hechizo? ¿No es acaso ella un ninguna parte sonoro? (Breviario de los vencidos)

En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer también había recomendado el arte para eliminar el deseo. Y después de todo, no sería tan malo quedarse inmóvil, no pensar, no intervenir, no hacer nada provechoso, salvo escuchar música.

¿Se trata de una fuga? Claro que sí. Pero de todas, es la mejor fuga posible. ¿Se trata de un capricho? Ni más ni menos. Pero éste es el rey de los caprichos. ¿A dónde vamos a parar entonces? Lo ignoro. Pero la acción humana, tras una veintena de siglos, no ha llevado tampoco a un buen lugar.

Si gustan, les presto algunos discos.
 
8. Cioran y otros pensadores han tenido el mal gusto de exponer nuestras miserias y de sugerir que el hombre es cualquier cosa excepto un individuo lógico y dotado de racionalidad. Abandonemos la filosofía de los farsantes y aprendamos lo que verdaderamente somos. Aristóteles y Kant no enseñan lo que Sade y Diógenes. No hay San Agustín que supere ningún texto de Nietzsche. Vayamos al grano, dejémonos de tonterías. Si aún les sobra orgullo de homo sapiens, busquen los libros de Kafka, Beckett, Süskind, Camus. Lean El túnel de Sabato, El desbarrancadero de Vallejo, La náusea de Sartre. Ahí está el carácter absurdo de la existencia, que ustedes ignoran, o fingen ignorar.

A partir de ese momento, con el absurdo bajo sus lenguas, explotarán de risa.
 
9. El problema de Dios probablemente acaba en 1900, el año de la muerte de Nietzsche. Sartre realiza después una interpretación fenomenológica del Ser Supremo y sostiene que el ideal de todo hombre consiste en volverse Dios, pero nunca lo logra. Marxismo  y anarquismo ofrecen a la causa una serie de argumentos lógicos para demostrar que Él no existe. Camus afirma que morir es la mejor prueba de la injusticia del Todopoderoso. Bataille se imagina un cielo donde el Creador simplemente ya no está. En términos filosóficos, parecería que Dios y Nietzsche mueren juntos, en 1900, y lo demás fue puro papeleo.

Con lo anterior uno entiende porqué Cioran escribe De lágrimas y de santos. Era su ajuste de cuentas, una forma de librarse del Padre, de mandarlo a casita…

«Quien nunca ha despreciado el principio supremo está predestinado a la esclavitud. Sólo somos realmente nosotros mismos en la medida en que humillamos al Creador.»

De esta manera, Dios termina haciéndose banal, poco a poco deriva en el cliché:

«Debemos pensar en Dios noche y día para desgastarlo, para “trivializarlo”. Sólo lo lograremos provocándole sin cesar, hasta que nos hartemos de Él y llegue a sernos indiferente.»

Fiel a su discurso, Cioran siguió molestándose por el tema en múltiples ocasiones y a la menor provocación. Algunos quizá juzguen inadmisible su actitud y su descaro. Para ellos van estas palabras:

«Quienes dicen que todas las aberraciones contemporáneas y todos los excesos que ha conocido nuestro siglo son debido a nuestro alejamiento de Dios olvidan demasiado deprisa que la Edad Media fue aún más cruel que nuestra época y que la fe, lejos de atenuar nuestra ferocidad, la exacerba más. Pues toda fe es pasión y pasión significa deseo tanto de sufrir como de hacer sufrir.» (Cuadernos 1957-1972)

10. Con una buena dosis de cerebro, sangre y vísceras, la obra de Cioran constituye un giro inesperado en el pensamiento filosófico. Dice Esther Seligson que se trata del más heterodoxo de los pensadores actuales: Un heterodoxo de la heterodoxia, un hereje dentro de la herejía.

Sus libros causan un extraño placer semejante al que la tragedia griega producía en el auditorio. Sabes que una catarsis de lágrimas irrumpirá en cualquier momento: la vida jamás tuvo sentido, el mundo tampoco, y Dios funge como el acabóse de la broma. Cioran te lo vuelve a repetir. Lloras de gusto con él. Te vas del circo muy satisfecho.


  
La palabra que más me viene a la cabeza, tanto si estoy fuera como si estoy en casa, es engaño. Por sí sola resume toda mi filosofía: E. M. Cioran.



Imagénes: Rogelio Cuéllar + Vasco Szinetar