12.12.11

maggie taylor_surrealismo adobe


La nostalgia es onírica.   


Maggie Taylor y sus mundos oníricos habitados por objetos de uso cotidiano extienden la vigencia del surrealismo en la ilustración digital. Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, según Lacan, Taylor se ha rodeado de arquetipos infalibles para darle sustancia a su discurso—desde la Alicia de Lewis Carroll hasta los peces de Magritte, recorriendo los ambientes bucólicos de Remedios Varo, la pulcritud artesanal de Max Ernst y la subterránea consistencia de lo absurdo en los ambientes rurales de la Norteamérica decimonónica. Fascinante genealogía fundada con apariciones de conejos, huesos de pájaros a lo Jan Svankmajer, señoras solemnes que deambulan con cisnes en los jardines y hombres enterrados a mitad del campo nebuloso. Las dislocaciones de sentido cultivan metáforas graciosas, dotadas de misterio y anacronismo lúdico, de tal suerte que éstas bien podrían ser las amables pesadillas de Amélie Poulain. Nada oscuro hallaremos al otro lado del espejo, y si acaso la contemplación de los paisajes agita el mecanismo de la nostalgia, bastará sintonizar una vieja estación radiofónica en la que suene un organillo para mantener las pequeñas lágrimas en suspenso. 

El surrealismo deja en suspenso las definiciones, pero la libertad que predicaba difícilmente era gratuita. Nuestro inconsciente funciona con reglas y bastará una revisión a sus precursores para saber que el delirio y la técnica ejecutaban un emotivo vals en las pinturas más célebres del movimiento. Giorgio de Chirico tenía dotes de urbanista y sus plazas desiertas con leones y esculturas híbridas dejaron lecciones valiosas a los videntes del futuro. Lacan en su explicación del nudo borromeo dice que el sujeto está constituido sólidamente por los registros de lo real, lo imaginario y lo simbólico. En el tercer círculo se ubica el lenguaje, a través del cual se genera el pensamiento y la identificación del yo con la cultura. Lo real no puede conocerse. Lo real se transita pero jamás lo aprehendemos, es «lo que no cesa de no escribirse». Nuestro pensamiento se construye mediante representaciones de lo real a través de lo simbólico y las imágenes/conceptos como una cámara fotográfica. Lo simbólico abre puertas, entra en contacto con el deseo y su inmediatez. De tal modo que cuando miramos un pez, podemos recordar a nuestra madre y remitirnos a la famosa frase de William Faulkner en Mientras agonizo. El surrealismo es una disección espiritual. 

La obra de Maggie Taylor acelera la eficacia poética de las neuronas. Sus paisajes funcionan como vendas en una operación a corazón abierto y párpados cerrados. Magia y misterio practican un sabbath con texturas vintage donde lo femenino se manifiesta en la paleta de colores, las escenografías, los personajes y los incomprensibles entornos. En el sitio web de la ilustradora su trabajo se divide en 5 series (LadiesGentlemenBoys & GirlsThis & That y Almost Alice) y 4 libros de impecable diseño editorial. Sin embargo, se echa de menos la perspectiva más arriesgada del surrealismo. La de Buñuel y Dalí imaginando sacerdotes arrastrados por pianos; la de Bataille haciendo apología de los huevos y los ojos en sus novelas eróticas; la de Lautréamont en las orillas del crimen y la locura; la de Artaud y su exaltación de la crueldad. El suyo es un surrealismo enlatadito como la Sopa Campbell, muy digerible en términos comerciales y creativos. Ideal para freaks que no lo parecen. Comentario al margen: su marido, el fotógrafo norteamericano Jerry N. Uelsmann, también hace incursiones en el inconsciente sin recurrir a la paleta de colores. El reino del blanco y negro le sienta bien.  



Welcome, freaks.

 

Publicado originalmente en El MACAY en la cultura
Diario de Yucatán [12.12.2011]