12.10.21

cuando las luces aparezcan_un atentado celeste

 

En sus ficciones, Roberto Abad crea un código

a partir del realismo y los géneros fantásticos.



Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco


Vicente Huidobro, La poesía es un atentado celeste




Constelaciones y nodos


En 1919, Freud publica el ensayo Lo siniestro (Das Unheimliche) para consignar sus observaciones acerca de cierto tipo de sensibilidad estética. Este concepto, que designa la extrañeza familiar, sirve a menudo para referirse al género fantástico desde una aproximación teórica. Hay semejanzas entre el término unheimlich y locus suspectus -> lugar indeseable (latín), xenos -> extraño (griego), uncanny -> raro (inglés). Como sea, la incertidumbre intelectual es condición indispensable para invocar lo siniestro. En palabras sencillas: nos asusta lo que no viene de casa. 


En Lo raro y lo espeluznante (2017), Mark Fisher intenta ir un poco más lejos. Primero traza una dicotomía entre lo unheimlich y este par de conceptos. Después concluye:


Sin duda alguna, hay algo que comparten lo raro, lo espeluznante y lo unheimlich. Son sensaciones, pero también modos: modos cinematográficos y narrativos, modos de percepción, y, al fin y al cabo, se podría llegar a decir que son modos de ser. En todo caso, no llegan a ser géneros. Quizá la diferencia más importante entre, por un lado, lo unheimlich y, por el otro, lo raro y lo espeluznante sea su manera de lidiar con lo extraño. Lo unheimlich freudiano se relaciona con lo extraño dentro de lo familiar, lo extrañamente familiar, lo familiar como extraño; la manera en la que el mundo doméstico no coincide consigo mismo. (…) Lo raro y lo espeluznante actúan a la inversa: nos permiten ver el interior desde la perspectiva exterior. Y, como veremos más adelante, lo raro es aquello que no debería estar allí. Lo raro trae al dominio de lo familiar algo que, por lo general, está más allá de esos dominios y que no se puede reconciliar con lo «doméstico» (incluso como su negación). La forma que quizá encaja mejor con lo raro es el collage, la unión de dos o más cosas que no deberían estar juntas.


Subgéneros como la ficción especulativa, el horror y el fantástico se ubican en tales coordenadas. De hecho, a partir del análisis de Lovecraft, Houellebecq define la estructura del relato fantástico como sigue: «Al principio, no ocurre absolutamente nada. Una felicidad trivial y beatífica inunda a los personajes, felicidad adecuadamente representada por la vida de familia de un agente de seguros en una zona residencial norteamericana. Los niños juegan al béisbol, la esposa toca un poco el piano, etc. Todo va bien. Luego, poco a poco, empiezan a multiplicarse incidentes casi insignificantes, que coinciden de manera peligrosa. El barniz de la trivialidad se agrieta, dejando paso a inquietantes hipótesis. Inexorablemente, las fuerzas del mal hacen su entrada en escena.»


Si trazáramos nodos entre autores latinoamericanos, sería fácil reconocer la obra de Samanta Schweblin, Mariana Enriquez y Luciano Lamberti dentro de la lista. Por lo menos diríamos que, sin renunciar a una tradición, es notable su entusiasmo por los subgéneros. También destaca otro rasgo: todos ellos reflexionan sobre procesos sociopolíticos en sus ficciones, tendencia que ya se podía apreciar en el Informe sobre ciegos de Ernesto Sabato, que pertenece a otra generación. «Hay una cuestión política en todo esto. La dictadura argentina, entre las múltiples perversiones que cometió, entregaba hijos de personas asesinadas a otras familias para que los criaran. Básicamente, les quitaba el derecho a la identidad, a saber quiénes eran», comenta Enriquez a propósito de su novela Nuestra parte de noche. 


A últimas fechas, ya se insinúa un gótico latinoamericano y un refrescante new weird latinoamericano. Si esto es así, hablamos no solo de movimientos nutridos por el influjo de la cultura pop, que disuelve jerarquías académicas, sino también de fajas impresas oportunamente para efectos de marketing. 



Ufología y conspiranoia


Cuando las luces aparezcan (Paraíso Perdido, 2020), de Roberto Abad, estructura seis relatos que bien podría insertarse dentro de los antecedentes arriba descritos. Conformado por dos mitades simétricas, Formas de abducción y Después del contacto, produce cuestionamientos en torno al otro como fuente de situaciones angustiantes y oníricas. A menudo sus personajes padecen pesadillas que remiten lo mismo a fenómenos extraterrestres que a fracturas del tejido social. De forma inversa, los trances oníricos insinúan realidades ajenas al orden lógico. Un Creepshow de alienígenas y alienados que sobrevuelan en tramas insanas. 


Formas de abducción, primer bloque del libro, reúne Historia sobre mi familia, El retrato y Amatlán. Tres episodios en ambientes rurales que se nutren de la ficción extraña y el realismo estadounidense, con giros argumentales precisos, angustia acumulativa y desenlaces abruptos. Después del contacto, la segunda camada de relatos, modifica su estrategia. El tratamiento de lo fantástico mezcla tonos y atmósferas, noir y sci-fi de manera menos cohesionada. Los visitantes, Hijo y El último experimento recuerdan episodios nunca vistos de series distópicas. Por contraste, ambas mitades hacen clic.


Cuando las luces aparezcan indica que Abad ha estudiado las señales de universos lejanos y sabe cómo crear símbolos propios. Pone las cartas sobre la mesa y sale bien librado. Va en busca de soluciones formales cinemáticas. Más de una secuencia en sus relatos crea la ilusión de estar viendo una película. El cuidado de la forma, los diálogos, algunas caricias al melodrama. Como sea, el título inspira optimismo respecto al futuro de la ficción especulativa en las mesas de novedades editoriales. Las historias ejercen un poder magnético devastador. Nos inducen al desconcierto, al epílogo del detective Cole en True Detective: 


«Hubo un momento, cuando estaba en la oscuridad: pude sentir que mis límites se agotaban. Y debajo de esa oscuridad, hay otra más profunda. Desaparecí. Luego desperté.» 


La tensión nunca resuelta entre ufología y conspiranoia, piezas de un puzzle destrozado, mapa que Borges jamás pudo ver, logra momentos de ansiedad tan atractivos como tortuosos. Danza húngara de agujeros negros. «No puedo juzgar la oscuridad, pero sí a los que habitamos en ella», informa uno de los personajes. «Adentro de mí crece un abismo», otro parece responderle. Incapaces de ver, imaginamos la farsa. Pero nunca sabremos si el truco del mago pertenece a un plan mucho más ambicioso. Y si es posible que esto mismo sea parte del complot: hacernos creer que lo descubrimos.   

 

Cuando las luces aparezcan

Roberto Abad

Paraíso Perdido, 2020