Ligerito, ligerito
La odisea del plomero dura lo suficiente, aunque no demasiado.
Sobra decir que se trata de un título de excelente factura: gráficamente luce maravilloso
en mundo abierto, y cada región te causará impresiones distintas. Tal vez
algún déjà vu.
La música te envuelve y los paisajes cobran vida, literalmente, cuando te
apropias o capturas
a ciertos enemigos exclusivos del hábitat (momentos épicos: el dinosaurio).
Sin embargo, la estética es la de un videoclip millennial. Segmentos breves,
mucha ambientación cool,
sorpresas que parecen gags a viejas
iteraciones, y un espíritu de reciclaje bien elaborado. Pastiche, no obstante.
Un título fácil
Exacto, me pregunto lo mismo: ¿por qué? La curva de
dificultad plantea el desafío del control y precisión en saltos, movimientos y
estrategias. Sin embargo, en términos generales, los retos son extrañamente
sencillos. Algunas partidas más, algunas menos, y tendrás dominio de un Mario
ágil, versátil y mutable según los accidentes geográficos que requieran tu
habilidad y los personajes que adoptes. La dinámica consiste en acumular
energilunas, y hallarlas no llevará demasiado tiempo. Sentí que la odisea
oscilaba entre guiños a Yoshi’s Woolly World
y el viejo Super Mario Bros. cuando atraviesas segmentos en 2D.
Plataformas exquisitas
Si algo habría que destacar de Mario es que
Nintendo lo ha llevado tan lejos como ha querido. El diseño de plataformas en Super Mario Odyssey
luce muy elaborado, elegante y funcional. Atravesarás pinturas para dar saltos
espacio-temporales, te involucrarás en carreras de osos polares a la Mario Kart,
celebrarás un concierto en New Donk City mientras homenajeas al Donkey Kong
ochentero, caminarás sobre la luna. Los recursos varían y son tan flexibles
como tu inseparable Cappy. Cada escenario integra secciones
que ocultan tesoros, zonas inhóspitas y tubos verdes. Cru-cru-cru.