Of freaks and men, película rusa de Alexei Balabanov, se
estrenó en 1998 y estoy seguro que jamás alcanzó distribución a nivel nacional
en México. Yo la vi gracias a un amigo que la grabó en formato VHS del
canal 22, en la época en la que Radiohead era básicamente mi grupo de cabecera,
leía mucho a Sartre, Camus y Cioran y vivía con mi padre en una casa cerca del
cuartel militar en la zona sur de Mérida. Digo esto porque el contexto, en mi
caso, potenciaba una apreciación decadente de la vida y Of freaks and men
era una película ad hoc al paisaje, con el añadido de estar musicalizada
con temas de Prokofiev y Tchaikovsky.
Hace algunos meses, Henry la consiguió en DVD y la subtituló al
español y, aprovechando la oportunidad, se le pedí junto con otras. Cría
cuervos, de Carlos Saura, que cuenta la historia de Ana, una niña
obsesionada con la muerte. Decasia, filme de Bill Morrison editado con
trozos de cintas en distintos grados de descomposición. Begotten, de E.
Elias Merhige, versión grotesca del origen del Universo, mezcla de splatter
y cine a blanco y negro. Visitor Q, de Takeshi Miike, una de las
historias más sucias y divertidas que he visto últimamente, con una escena de
necrofilia inolvidable. Y El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante,
de Peter Greenaway, con otra escena de necrofilia inolvidable (¿pero cuál no lo
es?). Y ésta recuerdo haberla visto en dos ocasiones en temporada de lluvias,
primero en un departamentito claustrofóbico al poniente del estado y después en
una casa enorme, quizá demasiado enorme para mí, desde que vivo solo, cerca del
centro.
Recientemente, gracias a unos amigos del primer amigo, Jorge
Carlos y Laura, conseguí otras películas sobre mi tema comodín, la infancia: El
espirítu de la colmena, de Víctor Erice; Inocencia, de Lucile
Hadzihalilovic; Veneno para las hadas, de Carlos Enrique Taboada, y La
niña santa, de Lucrecia Martel. A las que habría que añadir Las tortugas
pueden volar, de Bahman Ghobadi; Los 400
golpes, de François Truffaut; Cronos, El espinazo
del diablo y El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro; y la de
Alexei Balabanov, traducida al castellano como De monstruos y hombres. Y
las que vayan viniendo, las que he olvidado, las que todavía no he visto y las
que nunca veré.
Con un estilo narrativo en la sintonía de Dostoievsky, Balabanov
pone en escena tres historias que se yuxtaponen y fusionan para ocasionar una tragedia
de tintes existencialistas en la Rusia de principios del siglo XX: la de
Johann, un estoico promotor de la fotografía y el cine porno masoquista; la de
Lisa, quinceañera pequeñoburguesa que vive con su padre (el ingeniero Radlov) y
la criada (Grunia); y la de los gemelos Tolya y Kolya, que comparten el mismo
cuerpo, hijos adoptivos del Doctor Stasov. Debido a un riguroso efecto
mariposa, cada personaje comete acciones que afectan al otro, pero básicamente
el conflicto se genera a raíz de la muerte del ingeniero Radlov, evento que
Johann aprovecha para ocupar su casa y convertirla en un pequeño centro de
vicio, con el consentimiento de Grunia, su hermana, que se ha quedado como
albacea de Lisa hasta que la joven contraiga matrimonio. A la casa llegan los
gemelos Tolya y Kolya, secuestrados por Viktor Ivanovich, quien reparte las
fotografías del estudio de Johann. La extraña familia de freaks se
complementa con Putilov, joven fotógrafo que trabaja bajo las órdenes de Johann
y está enamorado de Lisa y le dice: «¡Lisa, te salvaré!»; Ekaterina Kirillovna,
la esposa ciega del Dr. Stasov que enseñó a los niños a cantar y se enamora (ciegamente)
de Viktor Ivanovich, y la nana del pornógrafo, encargada de azotar en el
trasero a la quinceañera y a la invidente.
Los niños, además, tocan el acordeón, y cantan cosas como: Mientras
recuerdo aquellas noches / Aquellos campos y aquellos bosques / Una lágrima
sale de mis ojos / Que han estado secos por tanto tiempo. Son hermosas las
secuencias en las que vemos a los personajes viajar en barco de vapor o en
tren, con la música al fondo de los compositores rusos. El final, ramificado en
tres, ilustra cómo la violencia termina por gustarle a las mujeres, el alcohol
a los niños y la autodestrucción a los hombres solitarios. Of freaks and men
está filmada en tono sepia y aunque posee elementos que la acreditan como una
obra cinematográfica rotunda, creo que el color le otorga su mayor mérito. Eso,
y la decadencia.
Recomendable es poco.
–Christian
Núñez