Scott Derrickson adapta un relato de Joe Hill sobre un secuestrador de niños y un teléfono que recibe llamadas desde el más allá. Reseñamos The Black Phone.
Scott Derrickson dirige The Black Phone (2022) como una suerte de exorcismo, para liberarse de su propia niñez en un barrio violento. Sabe cómo crear empatía y poner el dedo en la llaga al mismo tiempo. «Lo que menos me interesaba era tener un abordaje nostálgico al pasado. Es lo típico de las películas de género con niños protagonistas, lo cual no tiene nada que ver con mi propio concepto de la infancia. La emoción fundamental que sentí de niño fue miedo. El bullying… Vivía en una cuadra con 13 muchachos, yo era el menor y en nuestro vecindario reinaba la violencia. Se peleaban casi a diario. Los chicos sangraban muchísimo. Había violencia en mi casa. La escena del cinturón proviene de mis recuerdos. Y no se trata de una excepción: la mayoría de los niños tenían padres que los educaban así. Era la época.» (ScifiNow, 23.06.22) Es fácil comprender entonces cómo Derrickson ha sabido traducir a su lenguaje cinematográfico el relato de Joe Hill, incluido en la colección 20th Century Ghosts (2005).
Si bien es cierto, según palabras de Stephen King, que nos inventamos horrores ficticios para ayudarnos a soportar los reales, resulta significativo que Derrickson haya decidido filmar esta película, y no la secuela de Doctor Strange para Marvel Studios, por una cuestión de coherencia interna. En primera instancia, estamos ante una historia con el feeling que ya hemos visto en Sinister (2012), con un tono de thriller policiaco barnizado de carisma vintage y alusiones a Stephen King. Tenemos una presencia inquietante, ahora representada por un mago que secuestra niños y deja globos negros como evidencia, cuyo performance corre a cargo de Ethan Hawke. También hay un par de hermanos, Gwen + Finney Blake, interpretados por Madeleine McGraw y Mason Thames. Y un teléfono negro, sin conexión, que recibe llamadas del más allá. El universo narrativo es compacto, las acciones definen un conflicto con la tensión suficiente para seguir la trama, y uno termina fascinado por las conversaciones entre vivos y muertos. No hay desperdicio en la historia, cada detalle ha sido puesto ahí por un motivo; intrigante en las primeras secuencias, luego bastante obvio.
«Todas las víctimas se basaron en niños que conocí cuando tenía esa edad—explica Derrickson.— Estuve en terapia durante tres años, lidiando con mis traumas de la infancia.» La escritura del guión, a dos manos con C. Robert Cargill, refleja no solo las pesadillas del director sino el espíritu de una generación herida. «La película trata sobre el trauma infantil y, en concreto, sobre la resiliencia de los niños.» En esto, The Black Phone tiende vasos comunicantes con Let the right one in (2008), otra adaptación al cine de una obra literaria sobre acoso escolar, brechas generacionales y violencia sistémica.
Mención aparte merecen valores de producción como la banda sonora de Mark Korven, el vestuario y la excelente fotografía. El diseño de la máscara que porta el secuestrador es del veterano Tom Savini, ya con un largo kilometraje en temas de maquillaje y efectos especiales para cine de terror. «La única referencia que le di—relata Derrickson—fue El hombre que ríe, por la máscara sonriente. No tenía ninguna otra referencia, solo esa. Luego él volvió con un boceto bastante prematuro que es, básicamente, la máscara que aparece en pantalla. Tan pronto como la vi, dije: Dios mío, eso es todo.» The Black Phone no apila secuencias de asesinatos, como un slasher de viernes por la noche. Tampoco es una coming of age movie, pues no tiene la paciencia de mostrarnos una línea de tiempo extendida. Uno de sus grandes méritos radica en su ritmo directo como un puñetazo en el rostro, y en los sucesivos ganchos emocionales que sabe cuándo y cómo propinarle al espectador. De ahí, quizá, que sus mayores influencias sean Los 400 golpes (1959) o El espinazo del diablo (2001). Los niños jamás se aburren. Ni siquiera muertos.
Producida por Blumhouse, The Black Phone incluye al menos un par de escenas emblemáticas que van a recorrer nuestros pasillos mentales como un roedor hambriento. Recordarlas es de lo más satisfactorio.