24.1.20

fleabag_rompiendo la cuarta pared




Cuando la risa y el llanto
no son opcionales.

Fleabag es una serie creada y escrita por Phoebe Waller-Bridge para BBC Three en alianza con Amazon Studios. La empecé a ver una noche que hacía zapping e intentaba escapar de opciones seguras, un tanto predecibles (¿Neflix?). Mi hermano tiene una cuenta de Amazon Prime, así que aproveché la ocasión. No me arrepiento. Vi las dos temporadas en tres días. Son breves, cada una consta de seis episodios. Digamos que son como doce rounds de dramedia ácida, referencias sexuales explícitas, mucha crítica social y una constante ruptura de la cuarta pared.

Todo muy rápido, a la velocidad de la luz, relampagueante. No puedes reaccionar porque no sabes lo que te espera, ni por dónde vendrá el próximo golpe.

Poco tiempo después encontré Crashing en Netflix. A simple vista, es fácil darse cuenta que Phoebe Waller-Bridge dio un tremendo salto de rana entre aquella serie y su bolsa de pulgas. Puedes notarlo en la producción, el cuidado al detalle—música, guión, actuaciones—y, en general, por el nivel de cohesión de las partes entre sí. Hay una amalgama potente de vértigo, desesperación y carcajadas que sacuden los huesos. Fleabag posee la extraña cualidad de provocarte risa y llanto simultáneamente. Su magia, poderes y carisma ganan por knock out.

En la búsqueda de referentes dramáticos, recuerdo el final de The Killing Joke, con un emotivo pero descarnado diálogo entre Joker y Batman. Risas en el lodo.

Decir que Fleabag aborda el difícil entramado de las relaciones familiares sería simplista. Lo hace, claro, y también explora la sexualidad de una mujer joven [Phoebe Waller-Bridge] que atiende sola un café, tras la pérdida de Boo [Jenny Rainsford], su mejor amiga. Doble luto: ha perdido también a su madre, y el padre [Bill Paterson] ahora vive con una artista visual pretenciosa y arribista [Olivia Colman]. La hermana [Sian Clifford] es control freak, está casada con un patán alcohólico [Brett Gelman] y tiene un hijastro bastante inadaptado [Angus Imrie].

Sin embargo, el subtexto de la serie se relaciona más con el sexo como catalizador de la pérdida y la culpa, la muerte y sus efectos devastadores. Lo irreparable.
  
Con la entrada de un sacerdote [Andrew Scott] que insulta y es perseguido por zorros, la segunda temporada es todavía más hilarante. La música del intro cambia de free jazz desenfrenado a coros celestiales. Ahora Fleabag plantea situaciones místicas entre narices rotas y conflictos carnales, pero jamás pierde el pulso. De allí, creo, la absoluta devoción de la crítica y los premios que ha cosechado: la televisión británica la volvió un fenómeno viral. Pasará mucho tiempo antes de que sus fervientes seguidores la superen. Quizá nunca lo hagan.

Fleabag surge justo en la intersección de la risa y el llanto. Cuando no son opcionales. Como un estornudo y un pedo. Los extremos se unen. Yin-yang.

Fleabag cuestiona moldes, patrones y actitudes ridículas mediante un humor visceral que por momentos parece un bramido disfrazado. Sabe cómo desmontar los mecanismos sociales a través de la franca exhibición de atrocidades, el golpe directo, la bofetada brutal. En su aparente dureza, oculta un fragilidad conmovedora: crecer, hacerse adulto; eso duele. En su cruzada contra la hipocresía ajena, nos advierte de esa otra hipocresía: la de nosotros mismos fingiendo ser excelentes personas. Claro que somos cómplices. De eso nos reímos, por eso lloramos. Corre a verla.