A partir del viaje como metáfora central, Lost At Sea,
de Bryan Lee O’Malley, relata la melancólica transición
que emprende Raleigh de la adolescencia a la joven adultez.
Todo comenzó con un chico—Stillman—, a quien ella amó más de lo que debía. Luego fueron sus padres, separados cuando el amor no fue suficiente. Ahora Raleigh, vacía, está atrapada en un viaje por carretera con tres desconocidos tratando de regresar a casa, si es que hay una casa a la que regresar. Viajes, vacíos, Lost At Sea.
Perderse es una de esas experiencias que todos vivimos de una forma u otra. Pudo ser en un viaje de carretera durante las vacaciones. Quizá nuestra primera noche en una nueva ciudad. Incluso los pasillos de un supermercado pueden convertirse en un auténtico laberinto cuando la estatura no nos da para ver más allá de la segunda estantería del anaquel. Perderse es inherente a viajar, ya que implica alejarnos del camino establecido y deambular intentando rectificar sobre las huellas que dejamos. Todavía más interesante, viajar no siempre implica trasladarse de un punto físico a otro. Hay viajes que nos dejan estáticos en un sitio y nos llevan a los confines de nuestra propia mente. Quizá este tipo sea el más aterrador de todos.
Raleigh está atrapada entre dos viajes. Por un lado, el roadtrip de regreso a Canadá junto a sus compañeros de universidad. Por el otro, en el asiento trasero del auto, muy adentro de sí misma, evoca recuerdos impostores, traumas y emociones sin salida. Dos travesías simultáneas que avanzan hacia el mismo destino aunque en un principio no lo parezca. Nuestra protagonista es una chica especial, rodeada de un aura melancólica discreta para no aparentar debilidad. Ella es Raleigh, la voz y ojos que nos cuentan la historia del cómic y a través de quien experimentamos soledad, tristeza y esperanza. En el mismo auto viajan Ian, Dave y Stephanie, tres chicos de la universidad que solo se cruzaron por accidente y ahora parecen abrumados por horas y kilómetros, más de los que la carretera puede señalar.
La compañía es un elemento central de esta historia. Uno de los traumas con los que Raleigh carga es precisamente la soledad y el abandono. Hablamos de un personaje que ha visto cómo el amor se desvanece: sus padres, sus amigos, Stillman. El amor, en todas sus formas, ha desaparecido de la vida de Raleigh, quien todavía busca explicaciones donde no las hay y recuerdos impostores que la alejan más de su objetivo. Sin embargo, es en esta soledad donde los tres desconocidos que la acompañan irán entablando, poco a poco, lazos con la melancólica chica, especialmente Stephanie, quien coprotagoniza varias de las escenas con mayor carga sentimental.
Con este arco emocional tan explícito, para muchos será una sorpresa que la mente detrás del cómic sea Bryan Lee O’Malley, guionista e ilustrador canadiense que es mejor conocido por crear los seis volúmenes de Scott Pilgrim, su obra más importante. Lost At Sea antecede a los siete ex novios malvados y aunque no comparte nada con el universo de Scott, es evidente que la historia de Raleigh dio los primeros pasos para que el infame bajista de Sex Bob-Omb pudiera correr. Pero aquí no hay videojuegos, música pegajosa o ex novios con superpoderes; esta es una obra más intimista que coquetea con el dolor, los sentimientos y los recuerdos que todavía nos atormentan. No obstante, si rastreamos semejanzas, ambos cómics comparten en su ADN el mismo conflicto: la transición de la adolescencia a la adultez joven, etapa que representa cambios de personalidad, obligaciones, deseos y para la que muy pocos nos sentimos preparados cuando llega.
Estos conflictos laten a través de la protagonista. Llegar a los veinte años es problemático. En solo dos décadas hemos pasado por numerosas situaciones, y la conciencia del tiempo nos permite ver que dicho lapso fue casi una eternidad. La infancia se siente como la historia de alguien ajeno. La adolescencia reposa a lo lejos a pesar de que la frontera sea de apenas una pizca de años. ¿Se supone que ya debo saber qué quiero hacer? Cierto, hemos tomado decisiones importantes y enfrentado sus consecuencias, somos jóvenes y aun así nos sentimos como si no hubiera tiempo suficiente para corregir. Tener veinte años provoca miedo y este cómic es la prueba.
Hay algo en Raleigh que nos identifica: una amistad perdida, una relación que no llegó a nada, distancias que no volverán y recuerdos que buscamos disfrazar por mentiras que nos harán sentir mejor. Peleamos contra el tiempo a pesar de que reconocemos el vértigo que nos arrasa. Lost At Sea se atreve a zambullirse en estos miedos que palpitan mientras escribo su reseña, porque es la única forma en la que puedo dejar evidencia de lo reales que son.
Crecer, forjar lazos, superar miedos y encontrarse con nuevos desafíos es parte de crecer. Es un viaje en carretera que muta a cada kilómetro. Un amigo nos acompaña en el asiento del copiloto, con las culpas y los deseos peleando en el asiento trasero, mientras que los recuerdos buscan la forma de escapar del maletero. No encuentro más palabras para explicar Lost at Sea salvo el monólogo que cierra el cómic:
Estoy recostada y lidiando con ello mirando a las estrellas y tengo once, tengo dieciséis, tengo dieciocho, soy una recién nacida, soy todos en todas partes, contigo, sin ti, libre en el limbo, perdida en el mar.
¿Qué significa? Eso es algo que tendrás que descubrir en tu propio viaje.
Lost At Sea
Bryan Lee O’Malley
Oni Press, 2005 (2ª edición)