Una waifu sobrevuela
el Estado de México
y aterriza en Ecatepec.
En La brujita que cruzó mi barrio marginal (Trajín, 2023), Omar Ramírez yuxtapone dos universos paralelos y distantes: el real del Estado de México, con su idiosincrasia urbana, y el de Maho Shiro, una serie animada japonesa. De este crossover surge una trama divertida, a veces inverosímil, cuyos giros no siempre resultan consecuentes. Más bien el concepto creativo—una bruja llamada Larissa llega al mundo de Brayan, un adolescente que vive en Ecatepec—dota a la novela de cierta aproximación al coming of age, pero sus numerosos cliffhangers la desploman hacia el limbo de Wattpad. Es de extrañar que Ramírez, quien previamente liberó en modo gratuito el infame volumen de La rata con Thinner, no se haya atrevido a más en su primera incursión formal dentro de la narrativa.
Como artefacto literario, la obra muestra características que, sin ser propiamente defectos, sí representan un inconveniente para una valoración estética a lo Harold Bloom, para quien una pieza literaria debe incluir tres atributos: poder cognitivo, belleza y sabiduría. Vamos por partes. Las acciones de los personajes surgen de forma automatizada, sin construcción de un perfil psicológico por el cual se perciban motivaciones nítidas. Los diálogos, llenos de modismos y albures innecesarios, podrían fácilmente pertenecer a cualquier Sensacional de traileros. Si bien el autor intenta diseñar un escenario donde colisionen ambos universos, el aura de pastiche prevalece, y esto deriva en una frágil sucesión de capítulos accidentados, grises como unidades habitacionales.
La primera novela de Ramírez esboza una serie de elementos que podrían afinarse en trabajos posteriores, como el entusiasmo por la cultura pop asiática, la recuperación del lenguaje callejero y los guiños al realismo sucio. Lo otro es ornamental y transitorio: su trama casi anecdótica, saturada de fan service, revela una escasez lingüística de niveles pornográficos. Una lectura con perspectiva de género reduciría la existencia de Larissa a mero fetiche sexual. Si al menos la obra en cuestión abordase con osadía los episodios eróticos, podríamos elevarla a la categoría de comedia dramática, pero se conforma y sobrevuela el cliché adolescente del hentai censurado. Y falla por partida doble: no cumple como obra literaria ni como pieza clandestina. Los tristes pixeles siguen ahí.
La brujita que cruzó mi barrio marginal es no sólo una novela políticamente correcta, sino previsible. Maniquea en su planteamiento de arquetipos, bastante lineal en su ristra de episodios, y confusa: Larissa no se empodera para liberarse de la mirada cosificadora, más bien acumula un capital erótico desmesurado a través de su viaje por Ecatepec. Pero sigue siendo estúpidamente sexualizada, vista como fantasía erótica masculina. Quizás el mayor mérito de esta novela sea que existe un nicho fértil en el que hallará por fin su camino, y será reivindicada por una horda de incels temerosos ante la vida adulta. Si Ramírez intentó higienizar la misoginia latente en la figura de la bruja, erró los tiros. Larissa termina siendo la proyección mental de un chico fascinado por sus tetas. Un holograma onanista.
Una brujita que cruzó mi barrio marginal
Omar Ramírez · Trajín, 2023