Se
empeñan en calificarme así, como si fuera un humorista. No. Yo soy una persona
muy racional, lo que de verdad me interesa es la ópera y la música clásica.
Slavoj Žižek
1. Las primeras páginas de Ciudad Pantano contagian un cinismo disfrutable. Asimilas el déjà vu en cuestión de segundos. Vas a reír incluso ante secuencias
amargas, agridulces o fétidas. El cuerpo de texto varía en sus niveles de seducción.
Posiblemente acabes releyendo diálogos y averiguando los tipos de risa que
emites. Hay una risa cruda detrás de la risa cristalina. Un bufido malévolo
junto al esbozo de sonrisa traviesa. Aprenderás a clasificarlas. En el curso de
las próximas horas, te volverás adicto a los pies de página. Olfatearás el
teatro del mundillo literario. Voces, personalidades, tópicos, vicios. Las camisas
de rayas y los decorados tristes. Ceniceros y cervezas. «Todo aquí es una parodia de un mundo ideal—explica el autor. No creo precisamente que las parodias
parezcan caricaturas. Además, las caricaturas, dentro de la lógica de su
descabellada hechura, suelen tener una trama, un principio, un final. Este
viaje, en cambio, me resulta una sucesión desarticulada de episodios sin
sentido. Alguien, ciertamente, está pendejo. Los autores o los lectores. O, lo
más probable, unos y los otros y tú y yo.» Un esperpento me extiende la
mano y dice: Bienvenido.
2. De los rasgos que observo en el estilo de Joaquín Peón Íñiguez, señalo el más sustancial:
su indiscutible talento para la crítica social. El segundo: un humor mutante,
en perpetua metamorfosis. Y el tercero: su voracidad literaria. Considero que Ciudad Pantano se ha edificado a partir
de estos tres ejes. La estructura del libro es ambiciosa y sólida; un caos perfectamente
previsto. Cada parodia/esperpento revisa ciertas tradiciones literarias que se
han convertido en ídolos, con la sana intención de triturarlas. De golpearlas
como si fueran espantapájaros. De reírse estridentemente mientras los andrajos
caen y nuestros hermanos leprosos se roban el botín. Pero ojo. Los catorces
textos que componen el libro requieren lecturas previas. Sus personajes
grotescos arrastran viejas historias; ellos mismos han sido protagonistas de otros libros. Cuando uno entiende eso, la
farsa se revela breviario contra imposturas. Ya lo dice el autor: El mundo se me esclareció como un carnaval
de farsantes y como farsas comenzaron a volvérseme parodias. Octavio Paz,
Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Roberto Bolaño, Carlos Velázquez. La lista
podría seguir.
3. En el espíritu de Slavoj Žižek, resulta válido decir que todo chiste oculta una filosofía. El Joker
sabe cuándo lanzará misiles a una iglesia y, fundamentalmente, sabe porqué lo hará. No se le escapa de las
manos que existe un propósito. La
trama oculta de Ciudad Pantano encuentra
en la risa su modus operandi. Basta un poco de sentido común para darse cuenta.
La aceleración de los procesos económicos, político-sociales y tecnológicos han
convertido la literatura en una parodia de sí misma. La figura del escritor
dentro del mercado editorial pasó de lo solemne a lo ridículo en un tweet. El
efecto ha sido notorio. En México, el índice de lectura es inversamente
proporcional al de feminicidios, ejecuciones y secuestros. De modo que cuando
JPI afirma que Ciudad Pantano no es tanto
un lugar, sino un trastorno psicótico, en su precisión lingüística subyace
un chiste feroz. Ya ha ocurrido antes. Animadores como John Kricfalusi o
Pendleton Ward han contribuido al Museo
de lo Absurdo a través de la risa. Los expresionistas deformaron
intencionadamente la realidad en sus cuadros. Goya plasmó sus Caprichos y Disparates como
reacción al oscurantismo. La carcajada libera monstruos.
4. El yin-yang no me dejará mentir: los extremos se hacen cosquillas. En La broma mortal, justo cuando Batman le
propina una golpiza épica al Joker, recorre un laberinto de espejos
deformantes. El final no puede ser más ambiguo: el payaso le cuenta un chiste
al murciélago. Ambos acaban riéndose en medio de la lluvia. Un Hahaha en tonos fríos—predominan el
morado y el negro—cierra la escena. Otro ejemplo a la mano: Paraguay, la última canción del último
disco de Iggy Pop, es una perorata contra el
establishment, una letanía hiperbólica para mandar a todos a la verga. Because I’m sick and it’s your fault,
dice el fósil punk en un monólogo desgarrador. Lo mismo aquí. JPI recurre a las
patadas voladoras para tratar los asuntos serios con ligereza. Lanza un
kamehameha desde su alma, siempre que el ki se lo permita. Roba fuego a los
dioses para fumarse un cigarro. Aunque la maquinaria circense siga fabricando bufones,
tragicomedias o entes ridículos, y a menudo la gente lo mire sin comprender de
qué va el chiste. En el mundo real, la sensación de broma y estafa, de sexo mal
practicado, sigue viva. En Ciudad Pantano, hay festejos.