Desde su butaca en la ceremonia de los Premios
Ariel, un escritor nominado como guionista desmantela el
cine mexicano.
Here in my place and time
And here in my own skin I can finally begin
Let the century pass me by, standing under the
night sky
Tomorrow means nothing
Arcade Fire, Deep Blue
1.
Recibí un sobre amarillo con cuatro ejemplares envueltos en el plástico de la
novedad prenavideña. Leí DDDParaexicana
contemporCeremonia, de Daniel Espartaco Sánchez, durante la última semana de 2017. Entre abrazos
intergeneracionales y ritos melancólicos, la novela resultó ser amena,
reflexiva y muy ad hoc al roído
ambiente familiar. La prosa está construida con precisión. Decir mucho con
poco—es un libro de 77 páginas—se vuelve indispensable. Si algo destaca en el
texto es la sensación de cercanía. El ángulo
desde el cual se narra la historia genera otro tipo de familiaridad: Daniel no
esconde bajo la mesa sus preocupaciones. Habla por medio de un personaje cuya
novela ha sido adaptada al cine. Y, a la espera de un premio Ariel en el
Palacio de Bellas Artes, diserta en
flashback sobre los motivos que lo llevaron a ese punto. De paso, configura
un cinema introspectivo.
2.
La trama se construye como ciertos cómics de Marvel que empezaron a publicarse
en la década de 1970. La serie What
If?... postulaba precisamente un futuro alterno al que ya conocíamos. ¿Qué
tal si Wolverine hubiera matado a Hulk? ¿O si alguien más, aparte de Spiderman,
hubiera sido mordido por una araña radiactiva? Nuevas posibilidades para
insólitos argumentos. Daniel también se hace preguntas, y urde una trama desde
el centro hasta los bordes, recorriendo el estado de la literatura mexicana emergente. ¿Y
si hubiera adaptado esa novela al cine? ¿Y si hubiera tenido éxito? ¿Tanto como
para recibir un Ariel? El protagonista crea su propio theatrum mundi, donde vemos desfilar a novias ecologistas, actores
de talla internacional pero dudosa inteligencia, editores de multinacionales
cósmicas, e incluso un oblicuo Hombre de la Caja de Leche, trasunto de una
película de la infancia.
3.
«Una escena se quedó grabada en mi mente desde entonces. No recuerdo siquiera
el título, mucho menos el argumento, ni el nombre del actor: un hombre de
mediana edad, alto, delgado, el rostro surcado de arrugas, vestido con camisa y
pantalones de mezclilla, llega hasta la cocina, abre el refrigerador y le da un
trago a una caja de leche, de manera directa, sin servirla en un vaso. Algo que
por alguna razón me pareció sorprendente: el colmo mismo de la libertad. La
atmósfera sombría, granulada, el mobiliario casi rayano en lo deprimente, la
soledad absoluta. El hombre parecía preocupado, tal vez era un policía en busca
de una pista o un criminal que huye de la policía. Para mí era una especie de
héroe de la clase trabajadora. Como ya dije: no recuerdo el argumento; pero
desde entonces quise ser aquel hombre: viril, estoico, autosuficiente, un poco
jodido.»
4.
Ceremonia indaga en los márgenes el
verdadero sentido de la búsqueda. La oscilación entre el éxito y el fracaso,
los malentendidos que la propia idea de éxito instaura en el ambiente, y las
paradojas de la cultura oficial son tres ejes que sostienen la pieza—no los
únicos, pero sí los más notables. Construir una ficción a partir de
circunstancias (im)posibles le permite al autor recrear diálogos divertidos y
escenas surreales (una conversación entre una niña y el emperador Moctezuma)
que hacia el final se revierten y desembocan en una reflexión desde el
hospital. Detalles sórdidos a continuación: «Haber vivido, amado, leído libros
de Reader’s Digest, estudiado cuatro
años en una universidad, trabajado años en la misma empresa como contador hasta
jubilarse y terminar en el pabellón de emergencias, amarrado a una camilla por
una enfermera zafia y cruel, pensaba, de eso se trataba la vida moderna.»
5.
Al final del día, Ceremonia encuentra
el modo de asirse a las manos del lector y anclarse un poco más al fondo, a la
altura del pecho, sin ninguna dificultad. El tono y la estructura producen un
monólogo austero, entretenido. Un What
If? lleno de resonancias a la cultura hipster,
a las estrategias que usamos para formar parte de un circuito artístico cada
vez más efectista. Donde el éxito consiste en alinearse a los temas de moda y
buscar ansiosamente las grandes editoriales para triunfar en letras mayúsculas.
Nadie lo tiene fácil en un país que no lee, intoxicado de basura visual y redes
sociales. Quienes reaccionan ante ello deciden hacer de la literatura un viaje
personal, una forma de resistencia atravesada por el humor mientras el Hombre
de la Caja de Leche bebe sin prisa, ajeno a cualquier propósito infame. Decir lo tuyo, aislarte un poco, hallar tu
propia voz. Al menos, intentarlo. Y reírte en el camino.