diciembre 29, 2012

gabriel ramírez_ecléctico


Un encuentro velocísimo con Gabriel Ramírez en sus facetas de pintor y escritor.

[Mérida, Yucatán, 04.02.2011]

“El meridano le ha dado la espalda al interior del Estado. Y de igual manera, el yucateco le da la espalda a la capital”, fue uno de los primeros comentarios que Gabriel Ramírez hizo el día que lo entrevisté. Yo le había seguido la pista desde el 28 de noviembre de 2004, cuando leí un ensayito suyo sobre Samuel Beckett con el audaz título Sufro, luego puedo existir. Seis años después, en el mismo mes de noviembre, nos encontrábamos platicando en un café cercano al centro histórico de Mérida y ni siquiera le formulé las cinco preguntas que había preparado. Así que Ramírez habló un poco de todo. De su exposición más reciente inaugurada en octubre del 2010 [Ramírez 09-2010/MACAY], de lo que observa en el ambiente pictórico yucateco, de su afición por la literatura y de cierta nostalgia por una Mérida que ya no existe. Obviando las despedidas, regresé corriendo al museo donde trabajaba, porque me había fugado sin avisar, y Ramírez continuó su itinerario aquella mañana. En diciembre, sin razón aparente, renuncié al museo.

Gabriel Ramírez Aznar (Mérida, México, 1938) es cinéfilo, pintor, ilustrador, escritor y publicista. “Sin embargo—escribe Luis Carlos Emerich—aunque Ramírez ha demostrado tanto sus múltiples admiraciones culturales como sus capacidades analíticas de escritor, ha sido su obra pictórica la que ha revelado los rasgos más profundos de su personalidad.” Desde ese ángulo reconstruyo nuestra conversación. 

Eres un pintor que también escribe. ¿Por qué?
Son intereses múltiples que yo tengo. Nunca me he limitado a un solo  placer. Sin ninguna idea fija sobre lo que podría provocar en los demás. Cuando pinto y escribo no pienso nunca en el espectador, ni en el lector. Trabajo para mí en esencia. Nadie te tiene que venir a decir si está bien o mal, tienes que conocer tus límites, no creerte demasiado. Tomar en serio lo que haces, pero sin creértelo tú.

Si hicieras una radiografía de tus intereses, cómo sería.
De niño me interesaban los deportes. Antes de salir de Mérida tenía mucho interés por el béisbol. Me gustaba todo lo visual, vi mucho cine. Después, juntar filmografías. Al investigar sobre un pintor, enseguida descubres las ramificaciones. Siempre me interesó esta interrelación.

¿Cómo era el ambiente en la Ciudad de México cuando te fuiste de Mérida?
En los años 50’s, 60’s y 70’s, todo se concentraba en CDMX. Si tú lograbas entrar a uno de los círculos, te relacionabas con muchísima gente. Te hablaré de mi caso particular. Yo no fui a la Ciudad de México a hacer carrera de pintor, me fui básicamente a trabajar. Yo no era pintor de tiempo completo.




¿Cuándo empezaste a presentar tu obra en galerías?
En el ’65 expuse en la Galería Juan Martín. En esa época, las hermanas Pecanins siempre iban a las exposiciones y les gustaba mi pintura. Entonces por un incidente desagradable me fui a la Galería Arvil, y por otro incidente desagradable me fui a la Pecanins, en el ’72. Excepto dos veces que expuse en la Gabriela Orozco, todo México exponía con ellas. Las Pecanins no eran demasiado promotoras, a ellas les gustaban las pinturas, los pintores, y se enorgullecían de tener pintores que no vendían, como yo. Nunca he sido un pintor que vende.

¿Y la crítica qué te decía?
Al principio se interesó por mí. Luego caí en el olvido total. Yo nunca viví de la pintura, yo trabajaba en publicidad, tenía chamba y pintaba en las noches. Como Vicente Rojo, que trabajaba toda la semana y sólo pintaba los domingos. Excepto los ricos, como Fernando García Ponce, podían pintar todo lo que quisieran.

¿Y las obras se comercializaban?
Pues a fines de los 60’s los trabajos de Juan Soriano no se vendían. La gente con dinero, el amigo, son los que te compraban los cuadros. Francisco Toledo se la pasaba haciendo dibujitos que dejaba tirados. Toledo nos hablaba a mí y a Arnaldo Coen, y dibujaba; la mujer de Coen guardó los dibujos, que eran bastantes. Pero en esa época todo era más divertido.

¿Cuánto tiempo estuviste en CDMX?
Unos veinte años, del ’56 al ’75.

¿Y luego?
Estaba un poco harto de México, yo no quería estar allá. A mí me llevaron por problemas económicos y al día siguiente, ya tenía chamba. Y en ese entonces el DF era una ciudad muy provinciana, muy tranquila. Yo me iba a las 2 de la mañana del cine caminando. Toda esa ciudad se modificó con el Metro. Cuando el Metro abrió su estación en Insurgentes, desmadró la Zona Rosa. Antes de eso era un lugar cursi, pretencioso, como imitación de las grandes ciudades, pero se perdió.

¿Por qué regresaste a Mérida?
Me gusta Mérida. Yo fui un nostálgico de Mérida, de manera un poco imbécil, porque cada vez que venía la ciudad iba cambiando paulatinamente. Yo veía cómo Mérida estaba destrozándose con lo del agua potable: escarpas rotas, calles y edificios destruidos. Un proceso que duró como 20 años, en el periodo 60’s/80’s. Y eso que es el segundo lugar con el centro histórico más grande del país.

¿Cómo era el ambiente pictórico cuando regresaste?
Todavía en el ’77 no había nada en Mérida. Estaba muy muerto esto. Coincide con la llegada de Alberto Urzaiz, con Ralph Walter, entre otros. Como en el ’81 empieza un poco a disiparse la neblina del paisaje. Durante todo ese tiempo yo expuse en la Ciudad de México, en la galería de las Pecanins.




Coméntanos sobre tus colaboraciones en el suplemento Unicornio, del periódico POR ESTO!
En Unicornio, el proceso exigía mucha documentación. Me refiero a los datos con los que armas un artículo. Yo lo documentaba con una foto y dibujos. Para mí, lo fácil era meter cosas de cine; eso me ayudaba a la circulación de la sangre en el cerebro. Y desde el número uno jamás fallé, pero poco a poco me fueron excluyendo. Para el número de Agustín Lara no salió mi dibujo. Y ya para el de Saint-John Perse, decidí irme.

¿Qué autores te gustan?
Saul Bellow, Philip Roth, Gore Vidal, José Donoso, Jorge Ibargüengoitia. Cabrera Infante. Yo tenía planeado salirme dignamente del suplemento Unicornio el día que les mandara a los del POR ESTO! un artículo sobre él. Me gustan mucho las biografías, los escritores rusos, Turgueniev, Chéjov, Dostoievsky, los franceses, Flaubert, Zola. Leí un libro de Enrique Krauze sobre la Independencia de México [La presencia del pasado] en dos sentadas. El Diario de Berlín, de William Shirer, lo leí rápido. Aun así, hay escritores que están en contra del exceso de información. ¿Para qué sirve tanta información? Ahora hay muchísimo libro.

¿Pintores y músicos?
Pintores académicos, impresionistas, etcétera; soy mucho más ecléctico en pintura. Ahora, de música escucho poco porque exige mucha concentración, y ahora estoy cansado.

¿Qué tal estuvo tu última exhibición, Ramírez 09-2010, en el MACAY?
Me pidieron 30 obras, y coincidió con que una mitad la había hecho en el 2009 para las Pecanins, y la otra en el 2010.

¿Qué nos dices sobre tu proceso creativo?
La obra me deja de interesar cuando ya está hecha, lo mismo que los libros. Yo no adoro. Lo que me interesa es pintar: el proceso, la elaboración del trabajo. Cuando llega el momento de la exposición, a veces ni te acuerdas de lo que pintaste.

¿Y qué opinas de la pintura en Mérida?
Hay demasiados pintores. Son sólo 5 los que se salvarían, y no más. Pero esas cosas son muy relativas. Están las señoras que pintan, las señoras ricas que se dedican a pintar porque tienen mucho tiempo libre. Antes se dedicaban a costurar, a cocinar. Ahora pintan. A mí eso me resulta indiferente, pero es un fenómeno muy notable, que se ha desarrollado con mucha rapidez.





ECLÉCTICO
Edición de textos: Christian Núñez
Imágenes: Cortesía MACAY + Gabriel Ramírez

Sin título (1965). Óleo/tela. 118 x 99 cm.
El blanco de la brisa (1971). Óleo/tela. 80 x 120 cm.
Personajes inquietos (1974). Óleo/tela. 100 x 120 cm.
Los sonidos soportables (1995). Acrílico/tela. 126 x 172 cm.
Domingo de matiné (1985). Óleo/tela. 66 x 112 cm.
Sín título (2000). Acrílico/tela. 157 x 143 cm.
Retrato de Gillian Gish (s/f). Dibujo en tinta china.
Retrato de Lupe Vélez (s/f). Dibujo en tinta china.
Retrato de Tina Modotti (s/f). Dibujo en tinta china.


diciembre 24, 2012

javier acosta_largo viaje al presente



Poesía de lo eterno y lo pasajero.

 
[Mérida, Yucatán, 16.08.2010]

Conocí a Javier Acosta (Estancia de Ánimas, Zacatecas, 1967) este año en el IV Encuentro Nacional de Escritores en la Región de los Ríos de Palizada, Campeche. Cuando lo intercepté hablamos cinco minutos, no más, y me obsequió el último ejemplar que llevaba en su mochila de Largo viaje al presente (Mantis, 2008). Al poco tiempo supe que el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2010 era suyo por el Libro del abandono (Era / INBA / Instituto Cultural de Aguascalientes, 2010) y le pregunté si podía entrevistarlo. Dijo que sí, y me mandó por correo postal su Regla de tres (Universidad Autónoma de Zacatecas, 2007), que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde en el 2006, por lo que mi horizonte bibliográfico se amplió.

He sentido una empatía instantánea por esta obra desprovista de adornos, profunda, lúdica, intensa por momentos, y sin más complicaciones que la propia vida—que no deja de ser compleja pese a su aparente sencillez. El discurso poético de Acosta no es un vehículo de silogismos, sino una experiencia estética fundada en la comprensión de lo inabarcable del mundo. Captura la belleza sin asfixiarla, y lo hace de forma emocionante.

Javier Acosta es Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y profesor de Teoría del Arte y de Hermenéutica en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Coordina el taller de Poesía del Instituto Zacatecano de Cultura y codirige la revista de humanidades y literatura Retia. Además de los libros arriba mencionados, es autor de Allen, tómate una tableta de eucalipto (Praxis / Dos Filos, 1994), Melodía de la i (Ayuntamiento de Zacatecas / IZC, 2001), Cuadernillo del viento (Ediciones de Medianoche / UAZ, 2007) y el ensayo Schopenhauer, Nietzsche, Borges y el eterno retorno (Universidad Complutense, 2008).


Christian Núñez (CN): Javier Acosta, ¿eres un poeta del silencio?
Javier Acosta (JA): Depende de qué se entienda por silencio. Considero que la poesía es, como dice Charles Simic, «huérfana del silencio». El silencio que me interesa es poético, tiene para mí un valor anamnético, es el recuerdo de que hay algo fuera del lenguaje, inabarcable por la palabra. Eso que no se puede decir pero que se puede apuntar desde la palabra.      

CN: Libro del abandono, especie de diario místico descreído, trasluce la imposibilidad de conocer a Dios y, no obstante, tus poemas intentan aprehenderlo. ¿Por qué?
JA: En el Libro del abandono se intenta un proceso por el cual la idea de Dios es superada, abolida, por lo divino, y su signo es revelado ya como la belleza, y no como la verdad. «Señorío sin Señor», se dice por ahí. La belleza es esta celebración de la vida, liberada de una justificación extramundana (Dios y/o Verdad). Lo que pasa en el libro es que se trata de un camino, de un trayecto, en el que se va desnudando la cuestión de lo divino, evolucionando desde la noción de Dios hacia la de lo sagrado. Esta sacralidad se va revelando poco a poco y se consuma en el último poema, que lo cierra. 

CN: ¿No resulta Dios una hipótesis inútil en el siglo XXI?
JA: El libro no defiende la hipótesis de Dios, sino que la desmonta, pero en un movimiento hacia lo sagrado intramundano. Creo que a la poesía corresponde esta labor, no ajena a ciertas directrices nietzcheanas—para nombrar un referente permanente del libro—: no hay Dios, y sin embargo la vida es sagrada. Esta afirmación ya no le corresponde a la teología ni a la filosofía, sino al arte. El nihilismo dice: No hay Dios, por lo tanto, nada tiene valor. La visión trágico-poética dice: No hay Dios, la vida es sagrada.

CN: «La poesía es el medio más natural de traducir la intuición pura de un instante», señala Michel Houellebecq. ¿Qué opinas?
JA: Si entendemos que el instante es el punto en que se encuentran lo eterno y lo pasajero, el instante es también el cometido de la poesía (he ahí el haikú, como condensación de lo poético). El instante es precisamente el encuentro con la vida, este encuentro se canta, no se argumenta.  

CN: Largo viaje al presente, uno de tus libros mejor logrados, reúne varios atributos: minimalista, irónico, sutil, reflexivo, fragmentario, con imágenes brillantes. ¿Cómo surgió?
JA: Andaba buscando unos poemas que no fueran supuestos, ficciones; poemas que se cumplieran en la mera lectura, en la mera escritura, y que sin embargo tejieran un proceso, en cierto modo que fueran un presente, como creo que has visto en tu lectura. Buscaba que los poemas fueran por tanto «instantes». El libro surgió con un poema breve que ejemplifica la apuesta: «si supiera donde te encuentras / te llevaría estas palabras». Puede ser un poema autorreferencial, pero también es para mí un poema de amor, este carácter dual me interesaba para el libro. Detrás está la misma postura del instante en el que tocamos el presente, ese lugar del tiempo en el que casi nunca estamos.  

CN: «¿Por qué / para quién / para qué escribir?» es una pregunta que me hice repetidas veces leyendo ese material. El libro juega con las interrogantes metaliterarias conservando humor y sencillez. ¿Fue complicado equilibrar fondo y forma?
JA: A esta pregunta: Sí, y la complicación consistía en realizarlo precisamente con sencillez; el libro impuso una disciplina que consistía en un ejercicio de contención y elipsis. A la primera pregunta: se escribe para acatar la poesía, es decir, la vida. Se escribe para alguien a quien se le quiere comunicar esa experiencia inasible del vivir. En vez de escribir se puede simplemente cantar, en vez de cantar se puede simplemente tararear, en vez de tararear se puede simplemente bailar, en vez de bailar se puede simplemente escuchar, y sin embargo dan ganas de seguir el ritmo, también de silbar, de canturrear, y de tomar la pluma, o el teclado.

CN: ¿Algún filósofo te ha dejado un leve sentimiento de fracaso epistemológico, en el sentido de que no es posible conocer nada en absoluto?
JA: Schopenhauer es el primero que lo hace; pero él también nos cura de ese fracaso. Corresponde al arte decir eso que no puede conocer la filosofía. Superar ese sentimiento de desplome epistemológico, sin negar dicho desplome, es la tarea que se impuso Nietzsche, y que logró plenamente Pessoa en el ámbito poético: «vida los dioses dan / no dan verdades / ni saben qué es verdad».

CN: Si Sócrates llegara por tu alma, ¿qué parte del cuerpo le señalarías?
JA: Le señalaría no una parte de mi cuerpo, sino mi rumbo. Le señalaría el paisaje. «Tú eres esto», dicen los Vedas, el cuerpo es una parte del alma; pero el alma no está ubicada en el cuerpo. El alma está hecha de carne, pero también de aire y nubes, y bandadas de pájaros y montes. El alma simboliza para mí esa fuerza de la vida que nos lleva más allá del reposo en nosotros mismos. El alma nos mueve a soñar con ser más de lo que somos. Es el motor de todas las transmutaciones: la vida de la vida. Frente a esa fuerza, el yo se levanta y se rebela, por temor al flujo, por anhelo de poseer.

CN: ¿Qué perspectiva tienes de la muerte?
JA: La muerte es el estado en el que se disipa la urgencia de ser alguien. Mi respuesta tiene que ver con la pregunta siguiente. En la muerte sólo muere el yo, pero lo más profundo, lo que nos hace vivir, no muere. Es la vida misma, la fuerza de la vida es indestructible. Ello no implica que con la muerte desaparece el yo y sigue viva la vida; aunque esto hiere nuestro narcisismo, nos abre al reconocimiento de una eternidad intramundana, insisto, sin ansiedad de un Dios ni de un alma individual, que sobreviva a la muerte. Leyendo a Schopenhauer, a Nietzsche y a Borges se pueden afirmar este tipo de enunciados: es como si una hoja pensara que cuando se cae de la rama se secará el árbol. La vida es el árbol, los individuos son hojas.  

CN: ¿Cuáles son las principales líneas argumentativas de tu ensayo sobre Schopenhauer, Nietzsche, Borges y el eterno retorno?
JA: La hipótesis es que la noción del eterno retorno dirige la obra de los tres. Schopenhauer la propone para el pensamiento moderno desde Kant y el budismo: el núcleo de todas las cosas es una fuerza deseante que llama Voluntad (Wille). Es importante comprender que la Voluntad no es de alguien, no hay un sujeto tras de ella (no hay ningún dios), es el ímpetu de vivir, eso que habita en nosotros y del cual somos conscientes, pero que no depende de nuestra voluntad. Ese impulso es el mismo de la naturaleza que genera incesantemente seres vivos, de una manera incesante, si se quiere, eterna. Schopenhauer dice que el arte es la actividad humana por la que se revela esa fuerza: la eternidad de lo pasajero.

La metáfora del árbol que señalé en la pregunta anterior es de Schopenhauer, para él, al contrario del Eclesiastés, todo se repite, pero no de manera gastada, sino en su re-novación: no hay nada viejo bajo el sol—la visión del grado eterno de cada cosa es la belleza. Nietzsche retoma el argumento y lo transforma: la voluntad de vivir se convierte en voluntad de poder: todo quiere enseñorearse sobre las otras cosas y aún sobre sí mismo, sobrepasarse—como en el caso del superhombre, como en el caso del arte—, la voluntad de poder se despliega eternamente, lo que ya sucedió se ha de repetir por siempre.

Ese círculo vicioso del eterno retorno, sin sentido, sin razón, sin finalidad, puede hacer que uno abomine la existencia o bien que la afirme radicalmente, la forma de la afirmación es el arte. Borges no piensa lo contrario, poetiza y ensaya el tema en repetidas ocasiones, su poética recrea la idea de la inmortalidad pasajera, o de la eternidad mortal y revela un punto decisivo, común a Schopenhauer y Nietzsche: la noción del eterno retorno es concebible sólo desde el arte, no porque se trate de una ficción, sino porque el arte es la visión misma de la eternidad. La eternidad del eterno retorno es esa referida en el poema Arte Poética de Borges:

«Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Ítaca
verde y humilde. El arte es esa Ítaca
de verde eternidad, no de prodigios.» 

Y bueno, fuera de la filosofía, en la poesía, me apetece seguir este principio—aún a sabiendas de que para mis fuerzas es un poquito inalcanzable. Amo esa poesía de verde eternidad de Borges, pero también de Nietzsche y de Schopenhauer, poesía sin prodigios, sin virtuosismo, pobre en su retórica, rica en alcances.

CN: ¿Crees en las musas?
JA: No como entidades sobrenaturales. Las musas son objetos o sucesos de este mundo que te abren a la poesía. Las personas pueden ser musas. Para mí también lo han sido. La musa es para mí la poesía misma, el anhelo de belleza.

CN: ¿Y en el alcohol?
JA: Tengo pruebas de su existencia. Li Po amaba el vino y tomaba cuarenta vasos seguidos, dice en algún poema que «la perfección sólo la encontramos ebrios, / y desaparece al despertar». Lo he sentido con el vino, pero también con el agua, también con el aire y con el eros. Hay muchas fuentes de la embriaguez, como dice Baudelaire, hay que embriagarse de todo, hay que embriagarse de poesía.

CN: ¿Qué se premia en los concursos: talento, trayectoria, discurso poético, meras relaciones públicas?
JA: Contestaré lo que ha pasado conmigo. Carezco de relaciones públicas, mi trayectoria ha sido ampliamente desconocida. En mi caso quiero pensar que el libro siguió su camino y que tuvo la doble fortuna de toparse con lectores afines, que en este caso además son poetas de un enorme prestigio.

CN: ¿El poeta tiene que ser un marginado, un homeless o tiene derecho a insertarse en el mainstream de las artes o, bien, puede ir de un extremo a otro?
JA: Ninguna de estas figuras me parece fatalmente necesaria, me puedo imaginar el paso del marginal al protagonista, pero es más difícil el caso contrario. Creo que se puede distinguir muy bien la tarea poética de la vida social del poeta; la segunda es accesoria, la primera es fuente de satisfacciones vitales que no tienen que ver con los placeres meramente egológicos. 

CN: ¿De verdad está en crisis el consumo de literatura en México? De ser así, habría un abismo entre el lector y los escritores, ¿no te parece?
JA: Me parece tan importante que la gente lea como que escriba. Encuentro una sana preocupación por la lectura, la que debe ser compensada con la escritura. Es urgente leer y es urgente escribir, desde luego que no pienso en escritores profesionales, de la misma manera que no pensamos en lectores profesionales. Se nos ha dicho que la escritura se aprende a partir de la lectura; también al revés, se es mejor lector en tanto se intenta la creación. En este aspecto estoy bajo el influjo de Joseph Beuys, que planteó un proyecto para el arte de nuestro tiempo, ese imperativo estético-existencial: «cada hombre un artista». 

CN: Háblanos de la revista que codiriges, Retia.
JA: Es una revista con una vocación de bajo perfil, sin publicidad. Su nombre alude a una diosa veneciana de la Escritura, está dirigida a un público joven, principalmente de mi ciudad (Zacatecas) y trata de incorporar la poesía, la narrativa, el ensayo y las artes plásticas. Ahora la estamos subiendo a la red, en la página de scribd.

CN: ¿Qué temas hacen falta por abordar en la literatura?
JA: Creo que ya todo está dicho y que las cosas que se pueden decir son unas cuantas, como postula Borges. En México creo que tenemos un déficit de creación dirigida a los niños, la mayoría de los libros que encontramos en el mercado y en las bibliotecas conformadas por la Secretaría de Educación Pública, son de autores extranjeros. 

CN: En Regla de tres el alcohol es una condición sine qua non. ¿Qué hay de anecdótico allí?
JA: Regla de tres es un libro sobre el agua; surgió a partir del descubrimiento de agua en el sur de la luna, hecho que me cimbró. El vino es una de las variantes del agua, amo el vino—el tinto—, como amo el tequila—sólo, en bandera—; también aparece el café y el agua negra, ah, y la cerveza. Todos ellos son brebajes embriagadores y alucinantes, traté de incorporarlos en el libro. No soy un gran bebedor, y sin embargo los poemas que hay ahí sobre el vino tienen base biográfica. La creación también me produce un efecto físico de borrachera.

CN: «Aquellos que hablan de Dios, necesitan a Dios / aquellos que predican paz, no tienen paz / aquellos que predican amor, no tienen amor / cuidado con los predicadores / cuidado con los que saben / cuidado con aquellos que están siempre leyendo libros», dice Bukowski en El genio de la multitud.  Respóndele algo.
JA: Soy fan de Bukowski. Como ya te dije, el libro ese del abandono intenta ir más allá de la necesidad de Dios, sobrepasarlo poéticamente. Siguiendo la recomendación de Bukowski, en Largo viaje al presente hay un pequeño poema que dice: «Y así, cada día me adentro / en el desconocimiento de todas las cosas». Quizá esto produzca cierto desencanto, pero dedico varias horas del día a no leer, una a pasear al perro, otras tres a redactar oficios, luego veo el noticiero de la noche, en seguida fútbol picante, el doctor House, The big bang theory, y he visto más episodios de los Simpsons y de Seinfeld que el promedio de la gente a la que le importa un rábano la poesía. Y sin embargo me encantan los libros.

CN: ¿Es Javier Acosta un poeta del silencio?
JA: Ando como un perro detrás de la belleza. Así que soy un poco como Talina Fernández con Televisa. Si la belleza me pide que me pare en dos patas, me paro en dos patas, si la belleza quiere que cante, lo intento, si la belleza me dice que me calle, repelo, si ella insiste, yo insisto otra vez; pero he atendido el llamado de silencio cuando he podido, me he callado, a veces por obediencia, a veces por debilidad. Pero repito, donde está la belleza que se quite lo demás.

 
De Largo viaje al presente

[ Inscripción en la tumba de Alberto Caeiro ]

Un viento pasa
un leve viento
un venerable viento
mecido por los árboles.


[ Ayer me convertí en una docena de chícharos ]

Ni siquiera mi madre
podía distinguir uno de otro

Ni la dulce señora de la soledad
sabe lo que significan

Yo los miraba todos
desde doce lugares diferentes

Ahora duermen
arrullados por mis ronquidos

No todo es triste en este mundo
ni falso
ni innumerable
ni podrido.


[ Quería darte un poema ]

Y lo busqué en la punta de la lengua
y en las manchas del tigre
y en tu leche materna
y en la grupa del polvo
y en tu árbol genealógico
y en mi desprecio y en mi amor
y en mi verga y la verga de los ángeles
y en tu nombre secreto
y en la espalda de mi alma
y en toda la mierda
y en toda la belleza del mundo

Quería darte un poema
y me puse a soplar un torbellino.


[ Palabras que retrasaron medio día la muerte de Van Gogh ]

«En mi trabaio
arriesgo la vida
y en él he perdido
la mitad de la razón»

Con la otra mitad
se disparó esa misma noche.

 
Largo viaje al presente
Javier Acosta
Mantis Editores / Secretaría de Cultura de Jalisco
México, 2008



Foto: Cortesía Javier Acosta