Christian Núñez (CN): Javier Acosta, ¿eres un poeta del silencio?
Javier Acosta (JA): Depende de qué se entienda por silencio. Considero que
la poesía es, como dice Charles Simic, «huérfana del silencio». El silencio que
me interesa es poético, tiene para mí un valor anamnético, es el recuerdo de
que hay algo fuera del lenguaje, inabarcable por la palabra. Eso que no se
puede decir pero que se puede apuntar desde la palabra.
CN: Libro del abandono, especie de diario místico descreído, trasluce la
imposibilidad de conocer a Dios y, no obstante, tus poemas intentan
aprehenderlo. ¿Por qué?
JA: En el Libro del abandono se intenta un proceso por el cual la
idea de Dios es superada, abolida, por lo divino, y su signo es revelado ya
como la belleza, y no como la verdad. «Señorío sin Señor», se dice por ahí. La
belleza es esta celebración de la vida, liberada de una justificación
extramundana (Dios y/o Verdad). Lo que pasa en el libro es que se trata de un
camino, de un trayecto, en el que se va desnudando la cuestión de lo divino,
evolucionando desde la noción de Dios hacia la de lo sagrado. Esta sacralidad
se va revelando poco a poco y se consuma en el último poema, que lo
cierra.
CN: ¿No resulta Dios una hipótesis inútil en el siglo XXI?
JA: El libro no defiende la hipótesis de Dios, sino que la desmonta,
pero en un movimiento hacia lo sagrado intramundano. Creo que a la poesía
corresponde esta labor, no ajena a ciertas directrices nietzcheanas—para
nombrar un referente permanente del libro—: no hay Dios, y sin embargo la vida
es sagrada. Esta afirmación ya no le corresponde a la teología ni a la
filosofía, sino al arte. El nihilismo dice: No hay Dios, por lo tanto, nada
tiene valor. La visión trágico-poética dice: No hay Dios, la vida es sagrada.
CN: «La poesía es el medio más natural de traducir la intuición pura de
un instante», señala Michel Houellebecq. ¿Qué opinas?
JA: Si entendemos que el instante es el punto en que se encuentran
lo eterno y lo pasajero, el instante es también el cometido de la poesía (he
ahí el haikú, como condensación de lo poético). El instante es precisamente el
encuentro con la vida, este encuentro se canta, no se argumenta.
CN: Largo viaje al presente, uno de tus libros mejor logrados, reúne
varios atributos: minimalista, irónico, sutil, reflexivo, fragmentario, con
imágenes brillantes. ¿Cómo surgió?
JA: Andaba buscando unos poemas que no fueran supuestos, ficciones;
poemas que se cumplieran en la mera lectura, en la mera escritura, y que sin
embargo tejieran un proceso, en cierto modo que fueran un presente, como creo
que has visto en tu lectura. Buscaba que los poemas fueran por tanto
«instantes». El libro surgió con un poema breve que ejemplifica la apuesta: «si
supiera donde te encuentras / te llevaría estas palabras». Puede ser un poema
autorreferencial, pero también es para mí un poema de amor, este carácter dual
me interesaba para el libro. Detrás está la misma postura del instante en el
que tocamos el presente, ese lugar del tiempo en el que casi nunca estamos.
CN: «¿Por qué / para quién / para qué escribir?» es una pregunta que me
hice repetidas veces leyendo ese material. El libro juega con las interrogantes
metaliterarias conservando humor y sencillez. ¿Fue complicado equilibrar fondo
y forma?
JA: A esta pregunta: Sí, y la complicación consistía en
realizarlo precisamente con sencillez; el libro impuso una disciplina que
consistía en un ejercicio de contención y elipsis. A la primera pregunta: se
escribe para acatar la poesía, es decir, la vida. Se escribe para alguien a
quien se le quiere comunicar esa experiencia inasible del vivir. En vez de
escribir se puede simplemente cantar, en vez de cantar se puede simplemente
tararear, en vez de tararear se puede simplemente bailar, en vez de bailar se
puede simplemente escuchar, y sin embargo dan ganas de seguir el ritmo, también
de silbar, de canturrear, y de tomar la pluma, o el teclado.
CN: ¿Algún filósofo te ha dejado un leve sentimiento de fracaso
epistemológico, en el sentido de que no es posible conocer nada en absoluto?
JA: Schopenhauer es el primero que lo hace; pero él también
nos cura de ese fracaso. Corresponde al arte decir eso que no puede conocer la
filosofía. Superar ese sentimiento de desplome epistemológico, sin negar dicho
desplome, es la tarea que se impuso Nietzsche, y que logró plenamente Pessoa en
el ámbito poético: «vida los dioses dan / no dan verdades / ni saben qué es
verdad».
CN: Si Sócrates llegara por tu alma, ¿qué parte del cuerpo le
señalarías?
JA: Le señalaría no una parte de mi cuerpo, sino mi rumbo. Le señalaría el
paisaje. «Tú eres esto», dicen los Vedas, el cuerpo es una parte del alma; pero
el alma no está ubicada en el cuerpo. El alma está hecha de carne, pero también
de aire y nubes, y bandadas de pájaros y montes. El alma simboliza para mí esa
fuerza de la vida que nos lleva más allá del reposo en nosotros mismos. El alma
nos mueve a soñar con ser más de lo que somos. Es el motor de todas las
transmutaciones: la vida de la vida. Frente a esa fuerza, el yo se levanta y se
rebela, por temor al flujo, por anhelo de poseer.
CN: ¿Qué perspectiva tienes de la muerte?
JA: La muerte es el estado en el que se disipa la urgencia de
ser alguien. Mi respuesta tiene que ver con la pregunta siguiente. En la muerte
sólo muere el yo, pero lo más profundo, lo que nos hace vivir, no muere. Es la
vida misma, la fuerza de la vida es indestructible. Ello no implica que con la
muerte desaparece el yo y sigue viva la vida; aunque esto hiere nuestro
narcisismo, nos abre al reconocimiento de una eternidad intramundana, insisto,
sin ansiedad de un Dios ni de un alma individual, que sobreviva a la muerte.
Leyendo a Schopenhauer, a Nietzsche y a Borges se pueden afirmar este tipo de
enunciados: es como si una hoja pensara que cuando se cae de la rama se secará
el árbol. La vida es el árbol, los individuos son hojas.
CN: ¿Cuáles son las principales líneas argumentativas de tu ensayo sobre Schopenhauer,
Nietzsche, Borges y el eterno retorno?
JA: La hipótesis es que la noción del eterno retorno dirige la obra de los
tres. Schopenhauer la propone para el pensamiento moderno desde Kant y el
budismo: el núcleo de todas las cosas es una fuerza deseante que llama Voluntad
(Wille). Es importante comprender que la Voluntad no es de alguien, no
hay un sujeto tras de ella (no hay ningún dios), es el ímpetu de vivir, eso que
habita en nosotros y del cual somos conscientes, pero que no depende de nuestra
voluntad. Ese impulso es el mismo de la naturaleza que genera incesantemente
seres vivos, de una manera incesante, si se quiere, eterna. Schopenhauer dice
que el arte es la actividad humana por la que se revela esa fuerza: la
eternidad de lo pasajero.
La metáfora del árbol que señalé en la pregunta anterior es de
Schopenhauer, para él, al contrario del Eclesiastés, todo se repite, pero no de
manera gastada, sino en su re-novación: no hay nada viejo bajo el sol—la
visión del grado eterno de cada cosa es la belleza. Nietzsche retoma el
argumento y lo transforma: la voluntad de vivir se convierte en voluntad de
poder: todo quiere enseñorearse sobre las otras cosas y aún sobre sí mismo,
sobrepasarse—como en el caso del superhombre, como en el caso del arte—, la
voluntad de poder se despliega eternamente, lo que ya sucedió se ha de repetir
por siempre.
Ese círculo vicioso del eterno retorno, sin sentido, sin razón, sin
finalidad, puede hacer que uno abomine la existencia o bien que la afirme
radicalmente, la forma de la afirmación es el arte. Borges no piensa lo
contrario, poetiza y ensaya el tema en repetidas ocasiones, su poética recrea
la idea de la inmortalidad pasajera, o de la eternidad mortal y revela un punto
decisivo, común a Schopenhauer y Nietzsche: la noción del eterno retorno es
concebible sólo desde el arte, no porque se trate de una ficción, sino porque
el arte es la visión misma de la eternidad. La eternidad del eterno retorno es
esa referida en el poema Arte Poética de Borges:
«Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Ítaca
verde y humilde. El arte es esa Ítaca
de verde eternidad, no de prodigios.»
Y bueno, fuera de la filosofía, en la poesía, me apetece seguir este
principio—aún a sabiendas de que para mis fuerzas es un poquito inalcanzable.
Amo esa poesía de verde eternidad de Borges, pero también de Nietzsche y de
Schopenhauer, poesía sin prodigios, sin virtuosismo, pobre en su retórica, rica
en alcances.
CN: ¿Crees en las musas?
JA: No como entidades sobrenaturales. Las musas son objetos o
sucesos de este mundo que te abren a la poesía. Las personas pueden ser musas.
Para mí también lo han sido. La musa es para mí la poesía misma, el anhelo de
belleza.
CN: ¿Y en el alcohol?
JA: Tengo pruebas de su existencia. Li Po amaba el vino y tomaba cuarenta
vasos seguidos, dice en algún poema que «la perfección sólo la encontramos
ebrios, / y desaparece al despertar». Lo he sentido con el vino, pero también
con el agua, también con el aire y con el eros. Hay muchas fuentes de la embriaguez,
como dice Baudelaire, hay que embriagarse de todo, hay que embriagarse de
poesía.
CN: ¿Qué se premia en los concursos: talento, trayectoria, discurso
poético, meras relaciones públicas?
JA: Contestaré lo que ha pasado conmigo. Carezco de relaciones públicas, mi
trayectoria ha sido ampliamente desconocida. En mi caso quiero pensar que el
libro siguió su camino y que tuvo la doble fortuna de toparse con lectores
afines, que en este caso además son poetas de un enorme prestigio.
CN: ¿El poeta tiene que ser un marginado, un homeless o tiene
derecho a insertarse en el mainstream de las artes o, bien, puede ir de
un extremo a otro?
JA: Ninguna de estas figuras me parece fatalmente necesaria, me
puedo imaginar el paso del marginal al protagonista, pero es más difícil el
caso contrario. Creo que se puede distinguir muy bien la tarea poética de la
vida social del poeta; la segunda es accesoria, la primera es fuente de
satisfacciones vitales que no tienen que ver con los placeres meramente
egológicos.
CN: ¿De verdad está en crisis el consumo de literatura en México? De ser
así, habría un abismo entre el lector y los escritores, ¿no te parece?
JA: Me parece tan importante que la gente lea como que escriba. Encuentro
una sana preocupación por la lectura, la que debe ser compensada con la
escritura. Es urgente leer y es urgente escribir, desde luego que no pienso en
escritores profesionales, de la misma manera que no pensamos en lectores
profesionales. Se nos ha dicho que la escritura se aprende a partir de la
lectura; también al revés, se es mejor lector en tanto se intenta la creación.
En este aspecto estoy bajo el influjo de Joseph Beuys, que planteó un proyecto
para el arte de nuestro tiempo, ese imperativo estético-existencial: «cada
hombre un artista».
CN: Háblanos de la revista que codiriges, Retia.
JA: Es una revista con una vocación de bajo perfil, sin
publicidad. Su nombre alude a una diosa veneciana de la Escritura, está
dirigida a un público joven, principalmente de mi ciudad (Zacatecas) y trata de
incorporar la poesía, la narrativa, el ensayo y las artes plásticas. Ahora la
estamos subiendo a la red, en la página de scribd.
CN: ¿Qué temas hacen falta por abordar en la literatura?
JA: Creo que ya todo está dicho y que las cosas que se pueden
decir son unas cuantas, como postula Borges. En México creo que tenemos un
déficit de creación dirigida a los niños, la mayoría de los libros que
encontramos en el mercado y en las bibliotecas conformadas por la Secretaría de
Educación Pública, son de autores extranjeros.
CN: En Regla de tres el alcohol es una condición sine
qua non. ¿Qué hay de anecdótico allí?
JA: Regla de tres es un libro sobre el agua; surgió a partir del
descubrimiento de agua en el sur de la luna, hecho que me cimbró. El vino es
una de las variantes del agua, amo el vino—el tinto—, como amo el tequila—sólo, en bandera—; también aparece el café y el agua negra, ah, y la cerveza.
Todos ellos son brebajes embriagadores y alucinantes, traté de incorporarlos en
el libro. No soy un gran bebedor, y sin embargo los poemas que hay ahí sobre el
vino tienen base biográfica. La creación también me produce un efecto físico de
borrachera.
CN: «Aquellos que hablan de Dios, necesitan a Dios / aquellos que
predican paz, no tienen paz / aquellos que predican amor, no tienen amor
/ cuidado con los predicadores / cuidado con los que saben / cuidado
con aquellos que están siempre leyendo libros», dice Bukowski en El
genio de la multitud. Respóndele algo.
JA: Soy fan de Bukowski. Como ya te dije, el libro ese del abandono
intenta ir más allá de la necesidad de Dios, sobrepasarlo poéticamente.
Siguiendo la recomendación de Bukowski, en Largo viaje al presente hay
un pequeño poema que dice: «Y así, cada día me adentro / en el desconocimiento
de todas las cosas». Quizá esto produzca cierto desencanto, pero dedico varias
horas del día a no leer, una a pasear al perro, otras tres a redactar oficios,
luego veo el noticiero de la noche, en seguida fútbol picante, el doctor House,
The big bang theory, y he visto más episodios de los Simpsons y
de Seinfeld que el promedio de la gente a la que le importa un rábano la
poesía. Y sin embargo me encantan los libros.
CN: ¿Es Javier Acosta un poeta del silencio?
JA: Ando como un perro detrás de la belleza. Así que soy un
poco como Talina Fernández con Televisa. Si la belleza me pide que me pare en
dos patas, me paro en dos patas, si la belleza quiere que cante, lo intento, si
la belleza me dice que me calle, repelo, si ella insiste, yo insisto otra vez;
pero he atendido el llamado de silencio cuando he podido, me he callado, a
veces por obediencia, a veces por debilidad. Pero repito, donde está la belleza
que se quite lo demás.