noviembre 14, 2013

Momentos UTA



Momentos UTA
Christian Núñez

Sobre la calle Donceles, en el centro de la ciudad de México, se encuentra el UTA Bar. Nuestro Virgilio particular nos lleva de la mano por sus distintos niveles, círculos de patetismo.
 
Conocí a Tom Stardust en Creativo Pérez. Al principio me caía muy mal. Un hipster que negaba serlo —gafapasta, barba y porro— y bromeaba a propósito de nada con chistes imbéciles. Un año después lo espero a la salida del metro Isabel La Católica, a las diez de la noche, sin frío ni calor, pero con la vaga sensación de que podría no llegar. Antes de venir al DF, salíamos al patio de la agencia y fumábamos dos o tres cigarros, y poco a poco nuestras miserias sentimentales se alineaban de forma grotesca. Un día le conté que en la Moleskine negra que le había regalado a mi ex novia encontré una postal dirigida a un ex novio, quien en ese momento se encontraba estudiando su maestría en España. La postal decía: Voy en camino. Fue como haber encontrado un trozo enorme de mierda. Por esas fechas, Tom se había involucrado en el místico mundo de la Diksha —una forma de meditación a través de energía positiva que abre la conciencia— y me invitó a una sesión. La pasamos bien, pusieron música oriental, encendieron incienso y cerramos nuestros ojitos para recibir la energía buena onda de los diksha-givers. La noche que murió mi abuela, llevaron un pastor evangelista a su casa, le habló de los peligros del infierno si no cambiaba de religión —mi abuela agonizaba hundida en su catolicismo— y pues yo, en mi desesperación, le agarré las manos a modo de diksha-giver. Falleció una semana después, y desde entonces me visita en sueños.
Tom vino a la capital después de renunciar a Creativo Pérez, como varios de nosotros. Lo invité al UTA, un antro de tres pisos que sólo había visitado en una ocasión. Aquella vez había muchísima gente y el lugar me pareció una versión chilanga del infierno de Dante. A modo de círculos, las habitaciones recrean un estilo sonoro en concreto; lo mismo podías oír ska que electrónica de los ochentas, con la sorpresa de encontrarte a quince metaleros dando brincos en la habitación de enfrente. Esa noche fui con Cristina y Charly Brown, un escritor que estudiaba la maestría en Literatura en la UAM, a su vez compañero de FiuFiu, una nenaza con quien había salido el año pasado. La verdad es que con FiuFiu las cosas se tornaron extrañas y terminé diciéndole que era misógino. Después del episodio Moleskine, mi autoestima se había vuelto una Magitela apestosa. FiuFiu se enojó bastante, me borró de sus contactos en el Facebook y jamás osó dirigirme la palabra, salvo para decirme: si sigues así, te vas a quedar solo, solo, solo . Desde aquí te mando un saludo, FiuFiu. Pero decía, aquella vez el UTA me dejó muy prendido. Cristina y Charly Brown no eran novios, nada más estaban viendo qué onda, y pues yo había recibido la maldición gitana de FiuFiu, por lo que prácticamente conformábamos un trío curioso. El DJ pinchó tres toneladas de música ochentera y saliendo de allí, nos lanzamos al Dos Naciones, un bar de ficheras que abre las 24 horas.



Veo a Tom Stardust cruzar la calle y me saluda efusivamente: Dude, no podía entrar al departamento, fui a comprar un Head & Shoulders y dejé olvidada la llave, tuve que llamar al cerrajero, el hijo de puta me cobró 300 pesos, no mames, me quedé sólo con 15 varos. Luego me comí un ácido y me acosté a dormir. No mames, dude, tengo que contarte, hace poco estuve saliendo con una bartender, fuimos a cenar y nos quedamos platicando hasta muy tarde, luego nos pusimos a fajar en la calle, me llevó a un parque y pasamos por una iglesia, ¡cogimos en la iglesia, dude!, cumplí una de mis fantasías, y la otra es que después ya no me contestaba las llamadas, hasta que un día le llamé y me dijo que era lesbiana. ¡Cogí en una iglesia con una lesbiana, dude! Le dije que no había pedo, que de todas formas podíamos ser cuates, me subió la autoestima, creo que soy muy guapo. Ahorita estoy saliendo con una morra de veinte años, no estoy enamorado pero se mueve bien, me dijo que somos novios aunque yo jamás le pregunté si quería ser mi novia, al rato te muestro sus fotos. Etcétera. Tom y yo compramos en el UTA dos litros de cerveza y nos sentamos justo a un lado del círculo del infierno del ska. Oímos algo de Café Tacuba, y le pregunto qué le pasó a Búfalo Amarillo, un amigo que falleció recientemente. No sé, dude, me avisaron que estaba entrenando box, le dieron un madrazo en la cabeza, y cuando llegó a su casa tuvo un derrame cerebral.
Búfalo Amarillo es el segundo amigo que muere este año. Musicologist Schizoid Man falleció antes que él. Tenía sida y, tras una serie de complicaciones, sus padres se hicieron cargo de los trámites funerarios. Nadie quiso acompañar al papá al crematorio. Sólo un cuate que había viajado a Mérida en esos días. Me lo contó en un Salón Corona, a su regreso. A Musicologist Schizoid Man le hubiera gustado el UTA. También a Búfalo Amarillo, que era DJ. Tom y yo subimos a una terraza y hacemos cálculos para seguir la fiesta en el departamento donde vivo, a tres cuadras del Colegio Militar. Un chaval rubio con malla negra deportiva, tenis Nike y blusita de encaje color arena se mueve frenéticamente y nos mira de reojo. Es el triunfo de la revolución. Quiero recordar este momento UTA, grabármelo en la frente como un 666 trasnochado y descreído. Sus paredes con gatitos grises, las cruces de madera diabólicas y los epígrafes siniestros como citas del Necronomicón. Su iluminación inspirada en alguna película de Jodorowsky. Los personajes vestidos de negro que danzan lacónicamente después de dos cervezas. La señora gorda que vende Fritos y chicles juntos a los baños. Quiero alimentarme del UTA como la mancha voraz de Stephen King. Lestato, mi dealer de la Frikiplaza, me envía un mensaje; dice que ahora se dedicará a los trucos de magia, el mentalismo y la hipnosis. Ya está practicando. Tom regresa de orinar y bajamos hacia la salida.




Dude, Anfibio quedó en marcarme, fue a un concierto de Crystal Castles, ¿no hay pedo si se queda en tu depa? No hay bronca, le digo. Dude, si ves que hablo dormido, no te vayas a malviajar. Dos horas más tarde, Anfibio nos cuenta sus aventuras en torno al perico, me explica que Albert Hofmann vivió 102 años y el éxtasis te pone cachondo. Vas a querer frotar tus pezones con piedra pómez, razona filosóficamente. A las cuatro de la mañana, salimos en busca de más alcohol. Tom orina contra un árbol en plena avenida. Una patrulla nos sigue. Lestato se asoma entre los arbustos: DF is not for pussies!, me grita. O algo así.

 
 Imágenes: Cortesía Rebeca Martell.

 
Publicado originalmente en La Ciudad de Frente [14.11.2013]


noviembre 10, 2013

camus, el absurdista

     

    Rebeldía, pasión y literatura.

    En el Libro del Desasosiego, Bernardo Soares—el tenedor de libros creado por Pessoa antes de que el existencialismo existiera como tal—apunta: “La única actitud digna de un hombre superior es el persistir tenaz en una actividad que se reconoce como inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula. Las ideas en este fragmento son familiares a la noción de absurdo que años después habría de formular Albert Camus en su ensayo El mito de Sísifo (1942), cuyo planteamiento parte de si la vida merece la pena de ser vivida. Luego de varios rodeos, Camus concluye que las tres consecuencias de lo absurdo son “mi rebelión, mi libertad y mi pasión. A través del mero juego de la conciencia trasformo en regla de vida lo que era invitación a la muerte—y rechazo el suicidio.” De esta forma, el acto de vivir, despojado de trascendencia, nos convierte en héroes trágicos. Subir la roca, dejarla rodar, volver por ella y subirla de nuevo: un uroboros vano.

    Camus compone el ciclo del absurdo partiendo de los razonamientos contenidos en El mito de Sísifo, una plataforma filosófica a la cual se suman la novela El extranjero (1942) y las piezas teatrales El malentendido y Calígula (ambas de 1944). Sin ser demostraciones de tesis, estas tres obras ilustran el corpus intelectual de un primer bloque inmanente y ateo. Más adelante, con la publicación de El hombre rebelde (1951), a la noción de absurdo se añadirá el compromiso social: “La primera y única evidencia que me es dada dentro de la experiencia del absurdo es la rebeldía. (…) la rebeldía nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. (…) Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lugar común que funda en todos los hombres el primer valor. Me rebelo, luego existimos.” Dicha rebeldía es tanto política como metafísica; el hombre se rebela a la muerte generalizada “denunciando en Dios al padre de la muerte y el supremo escándalo. Lo absurdo es el pecado sin Dios.”

    Al ciclo de la rebeldía pertenecen el ensayo arriba citado, una novela —La peste (1947)—y las obras de teatro El estado de sitio (1948) y Los justos (1950), que exploran temas como la solidaridad en medio de la catástrofe, el enfrentamiento contra el poder tiránico y la resistencia revolucionaria. Camus también indaga sobre los límites de la bondad y si es posible llegar a ser “un santo sin Dios”, problemas formulados ampliamente en las ficciones de Dostoyevski. Su existencialismo tiene más elementos literarios que filosóficos, más descripciones vitalistas que análisis fenomenológicos. La vida no es el telón de fondo de sus dramas, sino el actor principal. De hecho, Sísifo es ya un personaje que se esfuerza en vivir, igual que Meursault y Jan un par de hombres angustiados por la existencia, de la misma familia a la que pertenecen el Bartleby de Melville o el tenedor de libros pessoano. Todos ellos, que representan la conciencia del esfuerzo inútil, viven apalabrados. El anclaje de Camus en la literatura, sabemos, fue el punto de quiebre con un Sartre más político y doctrinario.

    Sin embargo, Camus tuvo el acierto de no abusar de la ficción como un mero vehículo de ideas, práctica que Sartre explotó hasta desgastarla por completo. El argelino entregó la antorcha a escritores más radicales en sus universos absurdistas, como Beckett, Ionesco y Cioran, cuyos personajes no sólo se rebelan ante la muerte, sino que recurren a las palabras para vaciar de sentido su propia agonía. La conciencia y el lenguaje se muerden la cola, de cierto modo. La trilogía beckettiana de Molloy, Malone muere y El Innombrable conecta con el ambiente malogrado de El extranjero. De lágrimas y de santos, de Cioran, lleva hasta el límite la espiritualidad atea y el sinsentido. A cien años del nacimiento de Camus los entusiastas pueden rastrear su influjo hasta en piezas como 4.48 Psicosis y Ansia, de Sarah Kane, en las que el suicidio y la soledad se entrelazan. Pero Camus, el absurdista, muere en un accidente automovilístico el 4 de enero de 1960, al estrellarse contra un árbol (en la guantera, el manuscrito de El primer hombre). Y ese final, tan cinematográfico, es insuperable.


    ¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no: Albert Camus. 

     Publicado originalmente en La Tempestad [08.11.2013]