12.12.19

alex febles_premonición




Entonces miré dentro de la bola de cristal, tal y como la adivina me lo pidió, y escuché atentamente sus palabras:

—Cuando salgas de esta tienda un hombre se te acercará, te ofrecerá un empleo: ser su ayudante en el circo. Aceptarás de buena gana —lo necesitas—, pero hacer esto solo te llevará a la tumba.

—¿Cómo? —le pregunté, con más curiosidad que miedo.

Ella se detuvo, me pidió que observara de nuevo dentro del cristal. En ese momento no pude ver nada; la esfera había perdido su brillo. Sin embargo, mantuve la mirada en el artefacto. En verdad quería ver ese fatal futuro que la mujer profetizaba. Tras una breve pausa, continuó: 

—Trabajarás con él durante un tiempo. Pero cuando se cumplan siete meses a su servicio, te pedirá que mates a su hijo. —Atónito, me esforcé más en ver dentro del artefacto que tenía frente a mí. En verdad deseaba mirar esa situación.

—Y eso, ¿cómo me llevará a mi muerte? —me atreví a cuestionarle a la adivina, que claramente se había dado cuenta de la excitación por conocer mi futuro. Movió sus manos por encima de la esfera, respiró a profundidad, y prosiguió.

—Morirás porque cargar con el crimen no es fácil. Será en una de esas noches donde intentarás ahogar tu culpa. Después de tomar unas botellas, alucinarás con el asesinato cometido. Verás el rostro del varón en todas las personas —un rostro ensordecedor para tu cerebro— e intentarás huir de la taberna, intentarás huir del pueblo, intentarás huir del país. Ninguna distancia será suficiente. Finalmente, en esa tormenta de confusión, volverás a verlo. Te acercarás, con la intención de matarlo, pero no tendrás fuerza. Serás derrotado por el recuerdo la misma cara, la misma silueta— sin ejecutar el crimen. Otro viajero te dejará en el piso, exánime.

La mujer concluyó su relato. Salí de la tienda; el sol todavía acariciaba mi rostro. La adrenalina abandonó mi cuerpo. Una parte de mí quería creerle a la adivina, pero nada aseguraba que todo eso se hiciera realidad.

Tomé el mismo camino que usé para llegar, atravesando muchas otras tiendas de atracciones que conformaban la feria. A cada paso me volvía más escéptico. Mi cabeza ya estaba en otros asuntos hasta que tropecé con un hombre. Lo ayudé a levantarse y, agradecido, se presentó ante mí: era el dueño del circo. Halagó mi fuerza, pues lo había derribado fácilmente. Me ofreció empleo como su ayudante personal; me dijo que veía algo especial en mí. Sin pensarlo dos veces, acepté.


 
Imágenes: Unsplash I Elija Hiett + Muhd Asyraaf




Alex Febles (Mérida, Yucatán) estudia Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán y es colaborador de ConejoBelga.