Viejos comiendo sopa, de Javier Acosta,
deconstruye el minimalismo con un tono
reflexivo y lúdico a partes iguales.
Desde la última vez que leí Viejos comiendo sopa, pensaba en la manera idónea de resolver su contenido para realizar una ilustración. Tras haber entrevistado a Javier Acosta, pude notar giros novedosos. El primero y más visible: es un título abiertamente pictórico y narrativo. Cada texto delimita un área donde la filosofía, el oficio poético y la tradición oriental comparten afinidades y aversiones. Los recursos varían, lo mismo puede haber un haikú que un diálogo, un ensayo en verso libre, una parábola, un monólogo. Todo atravesado por el humor y la ironía, la presencia de cierta oralidad lúdica y la sensación de que el autor se divirtió en el proceso de escritura.
Si bien la casa del lenguaje que Acosta ha construido es perfectamente reconocible a simple vista, la intuición de que por dentro hubo cambios atraviesa el espíritu del libro. Quizá los muebles cambiaron de lugar, enmarcó algunas reproducciones de Goya o volvió a ver El hombre elefante de Lynch un domingo muerto. De ahí el sentimiento de extrañeza. En este caso, es el modo de mirar las cosas lo que les atribuye una radiante vida interior. El hallazgo de lo mínimo significativo sirve de anclaje para la reflexión filosófica y también marca ritmo y tono en la melodía. Cierto minimalismo que se pasea por los jardines griegos sin dejar los audífonos.
En el fondo, de eso se trata. Si partimos de que la poesía es el modo contemplativo del lenguaje, regresamos a uno de sus elementos sine qua non: la gratuidad. Lo estético surge sin la intermediación de factores económicos ni fines utilitarios. Lo otro es marketing. Pero vivimos una época donde la velocidad y la respuesta inmediata son cada vez más hegemónicas. La poesía es así una provocación, una toma de postura, un caballo de Troya. Viejos comiendo sopa funge como viaje de retorno. Ulises cierra el círculo y abre nuevas interrogantes allí donde todo parecía haberse resuelto. Deconstruye monólogos con humor y barba entrecana. Sonríe mientras cucharea su destino.
He aquí una Summa que—sin el dogma de Santo Tomás—indaga en el proceso de escritura y revierte leitmotivs. Donde la polisemia y los hallazgos luminosos juegan toques eléctricos. Viejos comiendo sopa tiene mucho de legado y aire fresco, de chica con cabellos blancos, como el tema de Camille. En el imaginario de Acosta, la unidad de los opuestos motiva el desarreglo poético que tantas veces ignoramos por indiferencia o aplanamiento emocional. Sin perder estilo, el autor abre una bifurcación y convierte la promesa del asombro en una suerte de spin-off. La casa revisitada y el pasadizo secreto. Voces detrás de las paredes—figuras goyescas—dialogan entre sí. Escuchadlas.
Este libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2020, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. El jurado estuvo conformado por Elisa Díaz Castelo, Claudia Berrueto y Luis Jorge Boone.
Viejos comiendo sopa
Javier Acosta
Universidad Autónoma de Sinaloa, 2021