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mayo 13, 2023

pasífae_el amor es el rey de las bestias


En Pasífae, Javier Acosta evoca el mito griego 

de la hechicera enamorada de un toro blanco.



Hierofanía del monstruo 


Pasífae se distancia del imaginario que Javier Acosta había desarrollado en obras previas. Por el tono y la temática, se diría que es un libro clásico. Apela a uno de los mitos griegos más devastadores, al ritual cretense del sacrificio. Sin embargo, como satélite del mismo sistema, posee características comunes a títulos como Largo viaje al presenteViejos comiendo sopa y Manual del extravío, del cual retoma la luna como símbolo. Los vestigios reverberan: una sensibilidad lúcida, la tentación de un orden conceptual, el insight revelador. Por vía intuitiva, se percibe una trascendencia estrangulada por el accidente. La hierofanía del monstruo.


El deseo sexual de Pasífae hacia el toro blanco, debido a un castigo de Poseidón, le empuja a copular con la bestia, escondida en una vaca de madera diseñada por Dédalo. Al contrario de la inmaculada concepción cristiana, la de Pasífae es de origen pagano. Orden en el cielo y orden en la tierra. Allá una paloma, aquí un toro. La esposa del rey Minos poseía dotes de hechicería y le había lanzado un conjuro que transformaba su semilla en serpientes y arácnidos para destruir las entrañas de las amantes. Asterión como hijo híbrido es un contrapeso, un equilibrio en la balanza del destino. Nadie querría perderse en ese laberinto, nadie querría consolar la soledad del minotauro. Sus lazos familiares, su maldición generacional. El veneno materno, la lujuria del rey.


Minotauro, juguete roto del destino, dondequiera que esté, purga un exilio desde su nacimiento. El amor ciego es monstruoso. La madre comparte soledades con el engendro, imagen invertida de su ceguera erótica. Vaya manera de perderse. 



Rasgar el velo


Pasífae reivindica el asombro ante las preguntas sin respuesta. Lo hace rodeada de hachas, cautiva con su primogénito. Hay varios correlatos en la estructura del mito. Sin ir más lejos, la génesis de Frankenstein hace eco al origen contra natura del monstruo clásico. Luego, está el asunto del encierro: Pasífae se introduce en una vaca de madera para copular con el toro blanco. Madre e hijo son obligados a permanecer en un laberinto, término que deriva del griego labrys, hacha de doble filo. Ya vendrá Teseo a deshacer el nudo. 


Esta compleja relación en el universo de las tragedias griegas no es la única, ni la más salvaje. Basta pensar en Medea y su instinto de venganza, en el ahogamiento de sus vástagos. O en Edipo y los valores familiares que perduran en el tiempo, donde la ceguera y el incesto juegan una función clave: rasgar el velo de la realidad. 



Jóvenes para el sacrificio


Por último, una digresión: el epígrafe del poemario alude a Swinburne, poeta inglés asociado a los prerrafaelistas y más tarde al ocultismo. Su Pasífae muestra un retorno al paganismo como fuente de experiencias estéticas. Una de la ideas principales de la hermandad prerrafaelista, liderada por Dante Gabriel Rosetti, era precisamente rechazar el stablishment artístico y la tradición académica de la pintura. Su carácter conspirador se anclaba en la búsqueda de la belleza genuina. A menudo, encontraban a sus modelos en las calles. Las llamaron stunners: mujeres cuya hermosura es abrumadora, insoportable. Como si la belleza, para ser reivindicada, tuviera que ocultarse en la periferia del mundo.


Isla, vaca de madera, vientre materno, laberinto, barrio periférico. Todos son espacios liminales. La Pasífae de Acosta—Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida 2022—es una invitación a reflexionar sobre los límites y percibir la belleza del monstruo encarcelado. Lo que el poema confina en sus muros posee una pátina de esplendor fugaz y vestigio fantasma. Un dolor atravesado por la luz.



Pasífae

Javier Acosta

Libros del Marqués, 2023 



marzo 15, 2023

viejos comiendo sopa_acosta revisitado

 
 

Viejos comiendo sopa, de Javier Acosta, 

deconstruye el minimalismo con un tono

reflexivo y lúdico a partes iguales.  

 

Desde la última vez que leí Viejos comiendo sopa, pensaba en la manera idónea de resolver su contenido para realizar una ilustración. Tras haber entrevistado a Javier Acosta, pude notar giros novedosos. El primero y más visible: es un título abiertamente pictórico y narrativo. Cada texto delimita un área donde la filosofía, el oficio poético y la tradición oriental comparten afinidades y aversiones. Los recursos varían, lo mismo puede haber un haikú que un diálogo, un ensayo en verso libre, una parábola, un monólogo filoso. Todo atravesado por el humor y la ironía, la presencia de cierta oralidad lúdica y la sensación de que el autor se divirtió en el proceso de escritura.


Si bien la casa del lenguaje que Acosta ha construido es perfectamente reconocible a simple vista, la intuición de que por dentro hubo cambios atraviesa el espíritu del libro. Quizá los muebles cambiaron de lugar, enmarcó algunas reproducciones de Goya o volvió a ver El hombre elefante de Lynch un domingo muerto. De ahí el sentimiento de extrañeza. En este caso, es el modo de mirar las cosas lo que les atribuye una radiante vida interior. El hallazgo de lo mínimo significativo sirve de anclaje para la reflexión filosófica y también marca ritmo y tono en la melodía. Cierto minimalismo que se pasea por los jardines griegos sin dejar los audífonos.


En el fondo, de eso se trata. Si partimos de que la poesía es el modo contemplativo del lenguaje, regresamos a uno de sus elementos sine qua non: la gratuidad. Lo estético surge sin la intermediación de factores económicos ni fines utilitarios. Lo otro es marketing. Pero vivimos una época donde la velocidad y la respuesta inmediata son cada vez más hegemónicas. La poesía es así una provocación, una toma de postura, un caballo de Troya. Viejos comiendo sopa funge como viaje de retorno. Ulises cierra el círculo y abre nuevas interrogantes allí donde todo parecía haberse resuelto. Deconstruye monólogos con humor y barba entrecana. Sonríe mientras cucharea su destino.


He aquí una Summa que—sin el dogma de Santo Tomás—indaga en el proceso de escritura y revierte leitmotivs. Donde la polisemia y los hallazgos luminosos juegan toques eléctricos. Viejos comiendo sopa tiene mucho de legado y aire fresco, de chica con cabellos blancos, como el tema de Camille. En el imaginario de Acosta, la unidad de los opuestos motiva el desarreglo poético que tantas veces ignoramos por indiferencia o aplanamiento emocional. Sin perder estilo, el autor abre una bifurcación y convierte la promesa del asombro en una suerte de spin-off. La casa revisitada y el pasadizo secreto. Voces detrás de las paredes—figuras goyescas—dialogan entre sí. Escuchadlas.   

 

Este libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2020, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. El jurado estuvo conformado por Elisa Díaz Castelo, Claudia Berrueto y Luis Jorge Boone. 



Viejos comiendo sopa

Javier Acosta

Universidad Autónoma de Sinaloa, 2021