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septiembre 12, 2023

había un perro bajo la cama_la entropía y el caos


Con prosa atmosférica y evocadora, Había un perro bajo la cama, de Eduardo Cerdán, bordea los límites del realismo y lo siniestro.



En principio, el melancólico no es el sujeto fijado al objeto perdido, incapaz de realizar el trabajo del duelo; el melancólico es más bien el sujeto que posee el objeto pero que ha perdido su deseo por él, porque la causa que hacía que lo deseara se ha retirado o ha perdido su eficacia. Lejos de intensificar esta situación de deseo frustrado, la melancolía ocurre cuando finalmente accedemos al objeto deseado, pero quedamos decepcionados por él.


Slavoj Žižek, Cómo leer a Lacan

 

Los diez relatos contenidos en Había un perro bajo la cama (Nitro/Press, 2022), de Eduardo Cerdán, sostienen un tono realista que bordea el límite de lo siniestro. Como sabemos tras ciertas lecturas freudianas, el unheimlich denota una sensación de inquietud en ambientes que deberían resultar familiares. El cuento, que exige concisión y economía narrativa, permite un extrañamiento con variaciones infinitas, ya característico en la narrativa latinoamericana. Una forma de acercarse a la realidad y medir sus fracturas. De ver antiguas grietas y glosar la oscuridad sin trucos de realismo mágico. Según de qué autor se trate, el resultado puede ser más o menos fantástico. En el caso de Cerdán, los clavos de lo real aún sostienen las tablas del relato, pero se vislumbra un más allá deslavado, una suerte de What If…? que dota a sus situaciones de una lectura enriquecedora en términos de imaginación especulativa. Una conversación entre el fantasma de Raymond Carver y el de Clara Rockmore. 


Un concierto para theremin.


El autor ha publicado su tercer libro de cuentos en un volumen editado cuidadosamente por Mauricio Bares y Lilia Barajas. Los personajes que transitan por sus páginas son seres confundidos, volubles, inadaptados, capaces de enternecer o fascinarnos por sus vacíos existenciales. Se perciben atmósferas donde el frágil tejido de la realidad será rasgado en cualquier momento, y lo que deja en el lector es una amalgama de melancolía, tedio, desasosiego, extrañeza. Como lo que uno siente al entrar en casa, prender las luces, recorrer las habitaciones y descubrir que están completamente vacías. Surgen dudas que no se resuelven por la vía descriptiva, finales abiertos en medio de pequeñas catástrofes, elipsis milimétricamente calculadas, y un amor incondicional por los perros en ausencia de vínculos significativos con nuestra especie. Si bien el libro propone como concepto primordial la figura canina, y las historias se desenvuelven con autonomía, fluidez y buen ritmo, el tratamiento cinemático de las secuencias produce la sensación de fresco integrado en un largometraje independiente.  


Una película de Amat Escalante o Tatiana Huezo, quizá. 


Había un perro bajo la cama muestra una sensibilidad legítima hacia sectores desfavorecidos. Las preocupaciones de carácter sociológico de Cerdán son evidentes. Sabe captar los contrastes del status quo y las paradojas de una clase media aspiracional que se muerde la cola. Como espejo del presente y metáfora del instante, su prosa cumple una doble función reflexiva y estética. Nos abre los ojos y desestabiliza el simulacro mediático. Estimula nuestra percepción para reconocer la entropía y el caos. A lo anterior se añade una vidriosa capa de tristeza de la que los dedos quedan impregnados inevitablemente. Uno puede olvidar las palabras de ciertos párrafos, el fragmento aislado, la cita, pero nunca la sensación de abandono y pérdida que subyace en el imaginario del autor. Esta cualidad hace del libro un objeto valioso, casi un amuleto, para los días de lluvia caprichosa, trayectos en metro, esperas en una terminal de autobuses y, por extensión, cualquier experiencia humana que admita cierta dosis de incertidumbre y música con audífonos.


Algunos lectores recordarán la última frase de El proceso de Kafka. Sobre aquellos lejanos acordes—«¡Como un perro!»se construye una música nueva, distinta y distante. El aullido resuena.



Había un perro bajo la cama · Eduardo Cerdán

Nitro/Press  Instituto Veracruzano de la Cultura, 2022

 

julio 07, 2023

megaloceros_el ciervo primigenio


Gerardo Lima teje seis historias de nihilismo cósmico a partir del ciervo como animal ominoso. Reseñamos Megaloceros.

 

Mantener la libertad de perderse, poder salir de la «red» que nos ha capturado a todos, esperar en el silencio sutil de la naturaleza a que algo se revele—y vivir el momento en que nuestro camino depende de esa revelación—es la experiencia original de la espiritualidad y del sentimiento de lo sagrado que el hombre arcaico ha percibido de forma espontánea, que eremitas de todo tiempo han encontrado en los lugares desiertos y que siempre podemos poner a prueba en nosotros mismos con una inmersión total entre la tierra y el cielo. 


Franco Michieli, La vocación de perderse



El horror y el éxtasis religioso guardan extrañas similitudes. Ambos privilegian una sensibilidad particular hacia el mundo y la naturaleza. Un distanciamiento de las cosas materiales, una renuncia. No son pocos los pensadores que advierten sobre los riesgos del consumo acelerado, esa vertiente falaz del turbocapitalismo. Sustraerse de la vorágine implica ir a paso lento, aprender a mirar. Quienes disfrutan del paisaje solitario y la quietud introspectiva, también valoran lo que suele llamarse el movimiento slow. Aprecio de la lentitud, filosofía del ocio, el infinito potencial de los bostezos. Las letras requieren una inmersión equivalente. Ciertas obras se degustan como vinos del intelecto. Exigen maduración, paciencia, entusiasmo. Me sorprendí hace unos meses al oír que un chico en una librería pidió que le recomendaran el libro de Lovecraft más vistoso para tomarse algunas selfies, subirlas a Instagram y viralizarlas. Cthulhu debería estar emputado. Mircea Eliade negaría con la cabeza, imagino sus sermones: «Tira ya tu móvil. En época de religiones uranas, te sentaría bien observar una catástrofe masiva bajo el cielo estrellado. Los dioses primigenios encontrarían la manera de arrojar su furia contra todo ser vivo, incluyéndote. Reconsidera.»


Así las cosas, el préambulo sirve para contextualizar Megaloceros, Libros del ciervo (Paraíso Perdido, 2021), de Gerardo Lima, doble volumen de relatos cuyas portadas a cargo del artista ruso Vergvoktre roban el aliento. A simple vista, parece un álbum de metal gótico y uno abre sus primeras páginas con la sensación de irrumpir en un santuario de epifanías oscuras. La prosa edifica una catedral de proporciones monstruosas. Los seis cuentos se articulan en torno a Amarillo, y llevan por título una especie de cérvido en particular: Ciervo Rojo (Cervus Elaphus), Blackwood (Alces Alces), Wapití (Cervus canadiensis), Sibuxiang (Elaphurus Davidianus), Caribú de los páramos desérticos (Rangifer tarandus desertus) y La Antigua (Megaloceros giganteus). Cabe imaginar la amplitud y escala del proyecto con sólo leer los índices. El territorio amarillense, dividido en tres regiones, destila crueldad en sus raíces. Se trata de una región ficticia con ecos de Chambers y la supervisión arquitectónica de Lovecraft. Los habitantes alimentan viejas costumbres y creencias, rumores viajan de boca en boca, el mal se filtra en sus linajes. Una particularidad de la geografía es que fusiona lugares reales con imaginarios en un México deslavado y ocre. Casi puede olfatearse.


Y es ahí donde Lima da rienda suelta a una serie de eventos sobrenaturales protagonizados por ciervos y humanos en continua simbiosis trágica. Un hombre narra el cataclismo: «Amarillo es el carbón que mantendrá viva la hoguera cuando venga la noche helada.» La forma en que la geografía se introyecta en los vasos sanguíneos de las narraciones hace recordar a Faulkner y Rulfo. Hay un modo de narrar que va de lo polvoriento a lo húmedo y profundamente insano. Bosque, niebla, montaña, lago. Amarillo irradia perversión, fundada en espíritus antiguos, míticos, anteriores a la especie humana. El autor documenta sus historias con detalles fascinantes sobre la flora y fauna, ejerce un tipo de hipnosis hacia el lector; sabe cómo arrastrarlo al cataclismo. No hace falta revelar ningún desenlace, pero son contundentes y atroces. De ahí que demore lo necesario en erigir las estructuras argumentales para luego detonarlas. La revelación de lo grotesco surge de forma brutal. Como debe ser. El descendiente de una vieja familia escocesa descubre su filiación con los alces: «Me vi a mí mismo en ellos. Mi rostro. El claro fenotipo de los Blackwood.» Un pintor aislado en medio del bosque, asiduo lector de Cioran, pasará un mal momento durante la noche de Halloween.


El diablo está en los detalles, y Lima se deleita en ellos. Alimenta a sus criaturas con especial delectación morosa. Quizás parezca excesivo, pero nunca desentona. El segundo tomo incluye a un par de documentalistas en espera de una especie que definitivamente no es inofensiva. Ambientado en una zona montañosa, el cuento dará un giro turbio hacia el final. A menudo, los lectores curtidos apreciarán el aroma de la hemoglobina, sus reverberaciones místicas. En reivindicación de la naturaleza como fuente de experiencias tribales, Megaloceros activa nuestro sistema límbico igual que Heilung, la banda de folk metal, o Hellblade, el videojuego de Ninja Theory. En más de una ocasión, terminaba de leer algún cuento pensando en la semejanza de sus fractales con el Lateralus de Tool. Las atmósferas vibran, sus imágenes beben del gore y el weird norteamericano e inglés, pertenecen al espíritu del gótico latinoamericano que Mariana Enriquez enarbola. Mención aparte merecen las dos últimas ficciones, una con aires de noir en el desierto a lo True Detective y la otra decididamente lovecraftiana. Lima teje seis episodios salvajes que fascinarán a los entusiastas del nihilismo cósmico. Suficiente materia siniestra para explorar una región más allá de los eones.



Megaloceros, Libros del ciervo · Gerardo Lima

Paraíso Perdido, Colección Árbol adentro, 2021

 

junio 01, 2023

prueba de resistencia_nadar a contracorriente


Prueba de resistencia, de Bladimir Ramírez, reúne 10 relatos cuyo eje temático es la exploración del deseo entre chicos.


En Prueba de resistencia, volumen compacto y homogéneo, Bladimir Ramírez despliega un arsenal técnico poderoso. El libro, publicado bajo el sello Paraíso Perdido, reúne diez historias cuyo eje temático es la exploración del deseo entre chicos durante la infancia y la adolescencia, esa línea gris de confusión y malestar. En la mayoría de los casos, el humor y la crítica social van de la mano, con diálogos ágiles y finales abiertos. Predomina la economía del lenguaje, el uso de elipsis y la resolución quirúrgica de los arcos argumentales. En cuanto al estilo, Ramírez reconoce la influencia de autores como Lemebel y Arenas, de quienes incluye un par de epígrafes: franca declaración de intenciones. No obstante, su artefacto narrativo funciona con voz propia, sencillez y claridad, atributos encapsulados en tramas turbulentas, divertidas o tristes. Los personajes resultan entrañables en su fragilidad, y un lector sensible conecta rápidamente con sus avatares. El tono evita melodramas y tragedias. La prosa fluye, fresca como un baño de piscina entre amigos. A veces uno echa de menos que la inmersión sea demasiado breve, pero esto hay que verlo como un mérito. De ritmo adictivo, Prueba de resistencia se lee rápido. 


Si bien el panorama de la narrativa en México vive un momento de efervescencia, el cuento no siempre logra posicionarse de la misma forma que la novela. El mercado editorial favorece tramas de largo aliento, que obedecen más a criterios comerciales y tendencias de marketing. En este sentido, Prueba de resistencia confirma la calidad por encima de la cantidad. Como autor de relatos breves, Ramírez sabe urdir de forma sólida. Sus estructuras denotan oficio artesanal y precisión. Por otro lado, está el carisma. Sus personajes fracasados, al borde del colapso y la carcajada, despiertan una empatía profunda, mezcla de vértigo y trascendencia. Eso ya es bastante. Piezas como Ropa sucia, 4-2-3-1, Parques, La memoria de Fausto y El comprador de silencios se leen a modo de miniaturas coming of age que provocan emociones salvajes como puñetazos en el rostro. El autor sabe poner el dedo en la llaga, integrando factores de tensión social—machismo, clasismo, discriminación, homofobia, acoso escolar y fanatismo religioso—en las atmósferas de sus cuentos. Si miramos en coordenadas más amplias a escritores como McEwan y Salinger, podemos imaginar que Prueba de resistencia es apenas la punta del iceberg. Sólo la punta. 

 


Prueba de resistencia · Bladimir Ramírez

Paraíso Perdido, Colección Árbol adentro, 2022


marzo 15, 2023

viejos comiendo sopa_acosta revisitado

 
 

Viejos comiendo sopa, de Javier Acosta, 

deconstruye el minimalismo con un tono

reflexivo y lúdico a partes iguales.  

 

Desde la última vez que leí Viejos comiendo sopa, pensaba en la manera idónea de resolver su contenido para realizar una ilustración. Tras haber entrevistado a Javier Acosta, pude notar giros novedosos. El primero y más visible: es un título abiertamente pictórico y narrativo. Cada texto delimita un área donde la filosofía, el oficio poético y la tradición oriental comparten afinidades y aversiones. Los recursos varían, lo mismo puede haber un haikú que un diálogo, un ensayo en verso libre, una parábola, un monólogo filoso. Todo atravesado por el humor y la ironía, la presencia de cierta oralidad lúdica y la sensación de que el autor se divirtió en el proceso de escritura.


Si bien la casa del lenguaje que Acosta ha construido es perfectamente reconocible a simple vista, la intuición de que por dentro hubo cambios atraviesa el espíritu del libro. Quizá los muebles cambiaron de lugar, enmarcó algunas reproducciones de Goya o volvió a ver El hombre elefante de Lynch un domingo muerto. De ahí el sentimiento de extrañeza. En este caso, es el modo de mirar las cosas lo que les atribuye una radiante vida interior. El hallazgo de lo mínimo significativo sirve de anclaje para la reflexión filosófica y también marca ritmo y tono en la melodía. Cierto minimalismo que se pasea por los jardines griegos sin dejar los audífonos.


En el fondo, de eso se trata. Si partimos de que la poesía es el modo contemplativo del lenguaje, regresamos a uno de sus elementos sine qua non: la gratuidad. Lo estético surge sin la intermediación de factores económicos ni fines utilitarios. Lo otro es marketing. Pero vivimos una época donde la velocidad y la respuesta inmediata son cada vez más hegemónicas. La poesía es así una provocación, una toma de postura, un caballo de Troya. Viejos comiendo sopa funge como viaje de retorno. Ulises cierra el círculo y abre nuevas interrogantes allí donde todo parecía haberse resuelto. Deconstruye monólogos con humor y barba entrecana. Sonríe mientras cucharea su destino.


He aquí una Summa que—sin el dogma de Santo Tomás—indaga en el proceso de escritura y revierte leitmotivs. Donde la polisemia y los hallazgos luminosos juegan toques eléctricos. Viejos comiendo sopa tiene mucho de legado y aire fresco, de chica con cabellos blancos, como el tema de Camille. En el imaginario de Acosta, la unidad de los opuestos motiva el desarreglo poético que tantas veces ignoramos por indiferencia o aplanamiento emocional. Sin perder estilo, el autor abre una bifurcación y convierte la promesa del asombro en una suerte de spin-off. La casa revisitada y el pasadizo secreto. Voces detrás de las paredes—figuras goyescas—dialogan entre sí. Escuchadlas.   

 

Este libro obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2020, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa. El jurado estuvo conformado por Elisa Díaz Castelo, Claudia Berrueto y Luis Jorge Boone. 



Viejos comiendo sopa

Javier Acosta

Universidad Autónoma de Sinaloa, 2021


agosto 18, 2021

nuestra parte de noche_línea de sangre


En su exploración del terror con elementos de crítica política y social, Mariana Enriquez crea un artefacto literario en sintonía con autores como Ernesto Sabato y Stephen King.


Nuestra parte de noche (2019), de Mariana Enriquez, relata la historia de una poderosa familia involucrada en sangrientos rituales, en el corazón de la selva argentina, y de cómo intenta perpetuar ese legado a través de un médium y su hijo. Es una novela de 667 páginas, dividida en 6 partes, que termina girando sobre su propio eje gracias a un ingenioso sistema de tiempo, espacio y acción. Los intereses temáticos que Enriquez dominaba en los dos libros de relatos publicados en Anagrama, espeluznantes como un par de mellizos malvados—Los peligros de fumar en la cama + Las cosas que perdimos en el fuego—, se amplían ahora en una polifónica estructura de voces alucinadas, donde muertos y desaparecidos por la dictadura argentina siguen flotando en pesadillas y trances. 


En Mariana Enriquez lo político es consustancial para fijar sus fobias y filias. No hay terror sin enfrentamiento con realidades turbias, muchas de las cuales ya se han documentado periodísticamente. En sus numerosas entrevistas, la escritora suele aportar datos complementarios, mencionar referencias. Como el caso de Omaira Sánchez, la niña colombiana cuya muerte a causa de un deslave volcánico fue televisada en 1985. El mecanismo mediante el cual se integran sucesos policíacos a tramas contiene tanto crítica social como pertinencia narrativa. La técnica, que también se observa en la producción de Stephen King, consiste en alternar varias capas de realidad a la ficción de manera dosificada. Hay suficiente elegancia en su modo de hacer sufrir a través de golpes emocionales.


Nuestra parte de noche incluye secuencias donde el terror seco, la violencia súbita y la angustia son tangibles. Aludir al terrorismo de estado durante la dictadura y ambientar el primer bloque de sucesos en un contexto turbio, de sonrisas ambiguas y falsas amabilidades, genera más miedo que un fantasma. También veremos fantasmas: todos los desaparecidos están frente a nosotros. Tras la muerte de Rosario, su esposa, Juan y el pequeño Gaspar viajan en auto hasta la casa donde Mercedes los recibirá en Puerto Reyes. Sabemos que el asunto terminará mal. La suegra es perversa; ella y la Orden están obsesionados con la inmortalidad—transferir su conciencia a otro cuerpo—y nosotros debemos caminar entre tinieblas, por senderos que recuerdan a las ilustraciones de Alfred Kubin.


La Oscuridad es un dios que solo Juan puede invocar, pese a sus problemas cardíacos. Esto lo convierte en un ser frágil, desconfiado. Enriquez consigue crear un personaje complejo, aislado socialmente, cuyo hijo heredará los mismos patrones. Ese legado inevitable convierte a Gaspar en un prisionero de una cárcel sin muros. Porque tiene a la Orden a sus espaldas, y aunque jamás los haya visto, es capaz de intuir el mal. La paranoia por una amenaza invisible lo está enloqueciendo: Gaspar huye de algo que está en su interior. Los dos bloques narrativos de sus aventuras con Vicky, Adela y Pablo, primero durante la infancia y luego en la adolescencia, son entrañables y tristísimos, nostalgia hardcore como en Déjame entrar de John Ajvide Lindqvist. 


Pero aquí no hay vampiros, sino una casa que hace desaparecer a las personas. Quizá, también, los ecos de Shirley Jackson. Y mucha, muchísima sangre.  


Los homenajes remiten tanto al Informe sobre ciegos de Sabato como a It de King, pasando por Cumbres borrascosas de Brontë, dioses primigenios marca Lovecraft, imaginarios ocultistas del gótico inglés y canciones de Bowie, quien hace un par de cameos. Lo malo: en detrimento del ritmo, se acumulan demasiados nexos argumentales que eslabonan pasado y presente. Lo bueno: dado que se trata de un artefacto literario cerrado sobre sí mismo, como el reloj en Cronos de Guillermo del Toro, este monstruo sagrado se ha ganado un sitio de honor en la narrativa contemporánea. Sabato: “Existe una belleza trágica, que puede ser tenebrosa. La belleza tenebrosa de ciertos sueños, por ejemplo. Lo que pasa es que la palabra belleza es muy proclive a ser frivolizada. Porque lo lindo nunca puede ser trágico o tenebroso. La belleza, sí.” 


Desde ya les anticipo que el cierre es devastador.  


Nuestra parte de noche. Mariana Enriquez. Anagrama, 2019.

 

mayo 25, 2021

macroeconomía_nuevas reglas del juego


 Dos fuerzas antagónicas rigen la economía mundial: Estados Unidos y su capitalismo privado, China y su capitalismo de estado. ¿Cuál es la relevancia de México en esta ecuación?   

 

Jugarse la vida 


“Life is a game, boy. Life is a game that one plays according to the rules.”

“Yes, sir. I know it is. I know it.”


Game, my ass. Some game. If you get on the side where all the hot-shots are, then it’s a game, all right—I’ll admit that. But if you get on the other side, where there aren’t any hot-shots, then what’s a game about it? Nothing. No game.


J. D. Salinger, The catcher in the rye



Estar en la jugada es una de esas frases que uno utiliza para describir cuándo alguien, además de encontrarse en el lugar correcto con las personas correctas, aprovecha las circunstancias para obtener beneficios propios. Así México, debido a su relación comercial con Estados Unidos y Canadá, renovada en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), puede salir beneficiado de su alianza estratégica. Sobre todo ahora que los tiempos de Donald Trump y sus sanciones arancelarias quedaron atrás. Y, principalmente, a la luz de los retos postCovid19, que son muchos y diversos. Ya hemos visto postales trágicas en los últimos meses, como el caso de India y las cremaciones al aire libre, pero también encontramos cierto alivio al otro lado de la moneda, con los festejos de Madrid por haber superado las restricciones más duras y alcanzar la nueva normalidad. Hacia esa nueva normalidad, que es de todo menos normal, avanza México, con poco más de 19 millones de dosis aplicadas a la población. 

  


Divide y vencerás


A menudo escucho todo tipo de críticas sobre el actual gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO a partir de ahora) y principalmente me preocupan las que señalan su torpeza o desconocimiento en asuntos financieros. Trato de omitir las consignas ideológicas, el fervor casi místico de sus defensores y detractores, unos por odio, otros por amor, ya que no construyen argumentos sino más bien segregan opiniones fervientes o descabelladas, según sea el caso. 


Dambisa Moyo es una economista zambiana que traza un análisis riguroso acerca de las paradojas y similitudes entre Estados Unidos y China, las dos fuerzas en oposición que lideran el mundo. Básicamente, son dos variantes de un modelo similar: en tanto EEUU ha crecido aplicando la fórmula de capitalismo privado más democracia, China lo consiguió con un capitalismo de estado que en los últimos 30 años le ha permitido un impresionante crecimiento económico en detrimento de la democracia.


La pregunta que Moyo se plantea es la misma que los habitantes de los mercados emergentes nos hacemos: ¿es la democracia un requisito esencial para el crecimiento económico? Más bien, China demuestra lo contrario: el crecimiento económico es el factor indispensable para la democracia. Aunque parezca un juego de palabras, esta incógnita alude a una tendencia cada vez más preocupante, que está deteriorando los derechos políticos e individuales en los países de economías emergentes. 


A menudo, y lo constato en mis conversaciones con amigos de otros países, la sensación de que China se está convirtiendo en una especie de potencia mundial admirable resulta incómoda porque todo mundo acepta que pisotear la democracia bien vale la pena con tal de conseguir avances más rápidos en períodos relativamente cortos de tiempo. Esa idea no deja de plantear serios cuestionamientos éticos. Aceleración versus razonamiento, eficacia contra derechos humanos.


En sintonía con Moya, el economista Yasheng Huang menciona el caso de China, asombroso sin duda, como resultado de una infraestructura robusta que el gobierno construye a base del patrimonio estatal. Sin embargo, concluye exactamente lo mismo: la consecuencia de este modelo es que la democracia termina siendo un obstáculo para el crecimiento económico. Sin caer en falsas generalizaciones, el México de AMLO, con sus paradojas y similitudes, ¿no tiene un poco de esto?

 


Brújula y burbuja


Por otro lado, ¿qué decir de Estados Unidos tras los primeros capítulos de El precio de la desigualdad, de Stiglitz? En realidad ya tenía un par de certezas blindadas por el análisis duro, y luego de revisar Margin Call o Inside Job, leerlo confirma el efecto mariposa que provocó la burbuja inmobiliaria de 2008. Sobre este asunto, Stiglitz hilvana una lúcida reflexión de reminiscencias kantianas. Cuando Kant afirma en el imperativo categórico que es posible intuir el bien absoluto y practicarlo—y lo expresa en el aforismo Obra de tal modo que tu acción sea tomada por ley universal—está aludiendo a nuestra brújula moral, al hecho de practicar el bien de forma no condicionada y libre, por voluntad propia. En la misma sintonía, Stiglitz advierte:

«Algo malo le ha sucedido a la brújula moral de muchísima gente que trabaja en el sector financiero y en otros ámbitos. Que las normas de una sociedad cambien de forma que tanta gente llegue a perder el norte moral dice algo significativo acerca de esa sociedad. Si por lo menos los mercados hubieran cumplido de verdad las promesas de mejorar el nivel de vida de la mayoría de ciudadanos, todos los pecados de las grandes corporaciones, las aparentes injusticias sociales, las injurias a nuestro medio ambiente, la explotación de los pobres podrían perdonarse. Pero para los jóvenes indignados y los manifestantes de otros lugares del mundo, el capitalismo no solo no está cumpliendo lo que prometía, sino que está dando lugar a lo que no prometía: desigualdad, contaminación, desempleo y, lo que es más importante, la degradación de los valores hasta el extremo en que todo es aceptable y nadie se hace responsable.»

  


Haciendo match


Y es aquí donde se alinean los astros. El tema de la democracia se hace visible en el análisis de Stiglitz e incluso armoniza con las observaciones previas de Moya y Huang: La desigualdad de Estados Unidos tiene un coste adicional, más allá de esa pérdida del sentido de identidad y más allá de la forma en que está debilitando nuestra economía: está poniendo en peligro nuestra democracia. Es justo en esa intersección donde reconocemos el núcleo de tantas preocupaciones. Más allá de si el modelo neoliberal ha funcionado o no—sobran argumentos y réplicas para editar una enciclopedia con fotos a colores—, muchos economistas temen que a partir de sus estrepitosos fallos los valores de la democracia en Occidente comiencen a desmoronarse. De hecho, ya está ocurriendo. Porque si las reglas del juego no están funcionando, ¿para qué existen? ¿Por qué debemos respetarlas? 


Fue también Kant quien dijo: No somos libres por lo que tenemos, sino por lo que podemos hacer sin tener ningún recurso material. Eso es justamente lo que ocurrió en Estados Unidos con la burbuja inmobiliaria, cuyas consecuencias movilizaron a la gente. Una interpretación del largo retraso en la aparición de las protestas masivas era que, en los inicios de la crisis, la gente confiaba en la democracia, tenía fe en que el sistema político iba a funcionar, que iba a exigir responsabilidades a quienes habían provocado la crisis y a reparar rápidamente el sistema económico—sostiene Stiglitz. Pero varios años después del estallido de la burbuja, quedó claro que nuestro sistema político había fracasado, igual que había fracasado a la hora de evitar la crisis, de frenar el aumento de la desigualdad, de proteger a los más desfavorecidos, de evitar los abusos de las grandes empresas. Solo entonces los manifestantes se echaron a las calles. 

 


Aceleración y simbiosis


Hoy el juego está cambiando, las reglas han sido reescritas. Quienes creían estar en el lugar correcto, con las personas correctas, simplemente podrían haber perdido la brújula, completamente desorientados. Cuando la aceleración turbocapitalista se une al control estatal surgen verdaderos monstruos. Cuando las burbujas financieras explotan, el ciudadano promedio cambia de dirección. Estar en la jugada adquiere nuevos sentidos. Será interesante descubrir la posición de México, con quiénes se jugará la vida, y si estará del lado correcto.

  



mayo 09, 2021

consumo acelerado_apuntes sobre el hámster y la rueda


Desde la burbuja inmobiliaria de 2008 hasta la crisis postcovid, pasando por el derrumbe del Rana Plaza y los homeless en Estados Unidos, el modelo neoliberal y su lógica de consumo están ocasionando estragos a gran escala. Aquí rastreamos las principales variables y formas de resistencia.

 

EPISODIO 1: CUANDO LA BURBUJA EXPLOTÓ 

 

Ser los primeros 

A mediados de 2008, la situación económica mundial enfrentaba un panorama complejo. La burbuja inmobiliaria estadounidense, inflada con hipotecas subprime, provocaría desastres a gran escala. El banco de inversión Lehman Brothers se declaró en bancarrota. Más de cien organizaciones del territorio estadounidense quebraron. El nivel de apalancamiento—la deuda utilizada por una empresa para financiar sus activos—había provocado un desplome histórico, comparable al de 1929. Se divisaba una Gran Recesión. 


Margin Call 2011, película dirigida por J. C. Chandor, presenta una visión panorámica del crack financiero orquestado por ejecutivos de Lehman Brothers. En particular, destaca cierto diálogo   agresivo de John Tuld, el director general—interpretado por Jeremy Irons—cuando los convence de liberar al mercado todos sus activos tóxicos: ¿Qué les dije desde el día que llegaron a mi oficina? Hay tres maneras de ganarse la vida en este negocio: ser el primero, el más inteligente, o engañando. Yo no engaño. Y si bien me gusta pensar que tenemos personas muy inteligentes en este edificio, es mucho más fácil ser los primeros.

 

Números y plegarias 

Dos economistas estadounidenses, Richard Wolff y Joseph Stiglitz, se oponen tajantemente al modelo económico neoliberal. Wolff señala que el verdadero problema está dentro del propio sistema. Por su parte, Stiglitz afirma que existen dos formas de llegar a ser rico: crear riqueza o quitársela a los demás. Es aquí donde entran en juego los cuestionamientos morales. En una entrevista al diario El País 12/03/2012, el escritor portugués Gonçalo Tavares decía lo siguiente:


La moral tiene que ver también con lo material; es trágico decirlo pero es así: cuando estamos satisfechos es fácil ser ético; cuando no, aparece una segunda moral y nadie de nosotros sabemos qué haríamos instalados en esa segunda moral. Ninguna ley es explícitamente violenta de inicio, lo que está ocurriendo es que pequeñas leyes van lijando los derechos humanos; aceptamos un pequeño dolor y lo asumimos, desaparece y ya podemos aceptar un pequeño dolor mayor; hoy aceptamos leyes laborales que hace cinco años habrían sido impensables, con despidos casi sin derechos; los derechos humanos, ante la presión económica, van desapareciendo peldaño a peldaño; en los hospitales públicos se miran los costes de los enfermos, como Hitler hacía en sus discursos contables, donde cuantificaba el coste de un alumno normal y de otro sordomudo; eso es el paradigma de la violencia contable, el preanuncio de algo peligroso… Empezamos a no estar lejos de la contabilidad nazi. Hay un personaje de un cuento de Andersen que dice algo así como: “Me pidieron que rezara pero solo me acordaba de las tablas de multiplicar”. Ese, para mí, es uno de los conflictos esenciales del siglo XXI: la gente que solo consigue pensar en las tablas o que solo puede rezar.


 

EPISODIO 2: VARIABLES Y CLAROSCUROS 

 

Recesión sin vacunas 

Hoy, tras la emergencia sanitaria del Covid-19, el mundo vive otra crisis agudizada por un sistema económico insostenible. Identificar el papel del capitalismo en el escenario postcovid, qué posición juega el comercio internacional dentro de la ecuación, y cuáles son las consecuencias de asumir este modelo son, de entrada, interrogantes que nos llevan al análisis de fenómenos dantescos. La emergencia sanitaria en países como India, donde el desabasto de oxígeno y las altas tasas de mortalidad están provocando desastres a gran escala, solo arrojan números negativos. El efecto es devastador. El Banco Mundial había previsto que la economía se reduciría un 5.2% durante 2020 y ahora nos encontramos ante la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial:


  • La pandemia está causando estragos en los planos económico y humano en los países más pobres.


  • Las perturbaciones a las cadenas de valor mundiales pueden agudizar los efectos de la pandemia sobre el comercio, la producción y los mercados financieros.


  • La recesión impactará directamente la inversión, en detrimento del capital humano debido al desempleo, así como un repliegue del comercio internacional y las relaciones de suministro.

 

Costos y precios 

Además de los números, también están las plegarias. Dentro de la lógica del consumismo acelerado, el documental The True Cost Andrew Morgan, 2015 muestra los estragos de la moda rápida en países como Bangladés. En 2013, el edificio Rana Plaza, que alojaba cuatro fábricas textiles de marcas como Benetton, Mango, Inditex y Primark, colapsó tras varias advertencias. Murieron bajo sus escombros 1134 personas, y 2437 resultaron heridas. Como daño colateral, la producción excesiva obliga a la sobreproducción de algodón con semillas transgénicas de Monsanto, cuyos campos suelen contaminarse con pesticidas que provocan cáncer y enfermedades congénitas.


Así, tenemos un sistema circular perfecto y catastrófico, que destruye la naturaleza mediante la contaminación del suelo. Además, destruye las condiciones laborales básicas para trabajar de forma segura. Por último, extingue derechos humanos y valores éticos. La activista Vandana Shiva explica: Las compañías que hacen las semillas transgénicas y los productos químicos son las mismas que hacen los medicamentos patentados. Así que tienes cáncer, hay más beneficios. Para ellos es ganar, ganar, ganar. Para la naturaleza y la gente, es perder, perder, perder.  Y, de nuevo, los números ya no cuadran. 


Otra contradicción inherente al sistema son las tribus urbanas de homeless en Estados Unidos: perdieron su casa por un divorcio, una enfermedad o porque la pobreza los arrojó a la periferia con las manos vacías. La burbuja inmobiliaria dejó secuelas en los agresivos contratos de alquiler, con sanciones en caso de incumplimiento de pago que incluyen desalojo forzado por cuenta de la policía y la imposibilidad de rentar otro inmueble más adelante. Pierre Simons, dedicado a recolectar latas en las calles de Nueva York, lanza un llamado a la acción frente a la bolsa de valores de Wall Street: Si un día todos nos uniéramos, clase media y pobres, y no fuésemos a trabajar, así de simple, eso haría temblar a todo el país.

 


EPISODIO 3: CONTRA LA LÓGICA DEL CONSUMO

 

Debate 

El escenario luce bastante sombrío, pero no se trata de afirmar que nos hemos equivocado de modelo económico. En el debate sostenido entre Slavoj Žižek y Jordan Peterson, tras la primera ronda de argumentos, Peterson vio con extrañeza que el filósofo esloveno, a pesar de haberse formado en la doctrina marxista, no postulara el comunismo a modo de solución para la compleja trama del mundo. Más bien ambos parecían perplejos, como dos adultos con Alzheimer mirando el horizonte.


Entre las posturas radicales y cinematográficas, tenemos por un lado lo que podríamos llamar la paradoja Godzilla: ante nosotros, un monstruo marino cuyas mutaciones fueron producidas por exposición a la radioactividad, convierte la urbe en un cagadero. Es un kaiju idolatrado por multitudes, un ícono. Podríamos morir calcinados y lo haríamos de buena gana: que sus rayos atómicos nos pulvericen. Así con quienes no dejan de consumir, porque opinan que es un mal necesario. En la esquina opuesta, tenemos a Tyler Durden, el amo de la anarquía, consejero del caos y personaje de Fight Club: Tú no eres tu trabajo, no eres cuánto dinero tienes en el banco. No eres el auto que conduces. No eres el contenido de tu billetera. No eres tus malditos pantalones. Eres la mierda obediente del mundo. Deja de consumir ya.

 

Aceleración y resistencia 

En El mundo como supermercado, Michel Houellebecq reflexiona sobre la dinámica del consumo: 


La publicidad instaura un superyó duro y terrorífico, mucho más implacable que cualquier otro imperativo antes inventado, que se pega a la piel del individuo y le repite sin parar: “Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha, en la vida del mundo. Si te detienes, dejas de existir. Si te quedas atrás, estás muerto.” (…) La publicidad fracasa, las depresiones se multiplican, el desarraigo se acentúa; sin embargo, la publicidad sigue construyendo las infraestructuras de recepción de sus mensajes. Sigue perfeccionando medios de desplazamiento para seres que no tienen ningún sitio adonde ir porque no están cómodos en ninguna parte; sigue desarrollando medios de comunicación para seres que ya no tienen nada que decir; sigue facilitando las posibilidades de interacción entre seres que ya no tienen ganas de entablar relación con nadie.


Su alternativa para combatirlo es, quizá, la más coherente: 


Cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con respecto al mundo: basta con dar un paso a un lado. Y, en última instancia, incluso este paso es inútil. Basta con hacer una pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Basta, literalmente, con quedarse inmóvil unos segundos.


El núcleo de ideas contenidas en este ensayo, publicado originalmente en 1997, ha tenido continuidad en las aportaciones de otros pensadores como Luciano Concheiro. En Contra el tiempo: filosofía práctica del instante (2016), describe con agudeza el funcionamiento de la lógica capitalista, donde la velocidad se desea con fruición:


Ir más rápido significa mayores ganancias. A la inversa, cada minuto desperdiciado conlleva pérdidas monetarias. Mientras que la rapidez, la eficiencia y la agilidad se santifican, la lentitud, la torpeza y la pereza resultan aberrantes. Téngase presente que la etimología de «negocio» es negotium, la negación del ocio y, así, del reposo. (…) El capitalismo como sistema económico y social está basado en un principio simple: «el apetito insaciable de ganar» (Marx). Su singularidad radica, más que en la búsqueda de ganancias, en que esta búsqueda es eterna. Un verdadero capitalista querrá incrementar su riqueza perpetuamente, jamás estará satisfecho y nada le será suficiente. Existieron sociedades en las cuales se obtenían ganancias monetarias por la compraventa de mercancías, pero el dinero conseguido era utilizado para adquirir otras mercancías. En el capitalismo, por el contrario, el dinero obtenido en los intercambios mercantiles es invertido para generar aún más dinero: la circulación del dinero es un fin en sí mismo.


El capitalismo acelera la rotación del capital con el fin de obtener mayor rendimiento. La plusvalía, o excedente logrado tras el desplazamiento de la mercancía, se maximiza. Así, explica Concheiro, la pulsión por aumentar la velocidad subyace en el devenir del capitalismo, que alcanza su siguiente fase, como Godzilla, bajo la denominación de turbocapitalismo: necesita de la velocidad para mantener los ritmos de crecimiento y las persistentes exigencias de ganancia.


Nuestras vidas están atrapadas en el consumo: vivimos consumiendo y consumimos para darles sentido a nuestras vidas. (…) El consumo se ha convertido en un sistema simbólico de comunicación mediante el cual los individuos construyen sus identidades dentro de un orden social que está basado en la desigualdad y la jerarquización. Cada objeto sirve no tanto para satisfacer una necesidad como para expresar una diferenciación entre un individuo y otro. La función de determinada bolsa de mano poco importa, lo central es el icono estampado en su exterior, aquel que implica un alto poder adquisitivo. La posesión del objeto termina siendo algo secundario, lo fundamental es lo que se expresa a través del propio consumo. Por ello, el deseo nunca puede ser saciado: no nos saturamos ni quedamos satisfechos al consumir porque lo que se quiere es comunicar—y la comunicación no tiene fin. (…) Por supuesto, la prioridad ya no es lograr que los individuos consuman, sino que lo hagan a una mayor velocidad.

 

Lo superfluo y lo necesario 

Si la economía es funcional bajo el modelo capitalista, siempre se paga un precio. Deseamos hasta límites inconcebibles, como en Magical Girl (Carlos Vermut, 2014), el drama de una niña enferma de cáncer terminal cuyo padre, profesor de literatura en paro, extorsiona a una mujer con problemas mentales para complacer a su hija, comprándole cierto vestido rosa de un personaje nipón. 


Nadie tiene derecho a lo superfluo cuando alguien carece de lo necesario. A menudo nos cuesta distinguir una cosa de la otra. No obstante, lo superfluo y lo necesario son dos categorías yuxtapuestas en la lógica de consumo. Nos ahogamos en falsas dicotomías cuando somos los principales agentes dinámicos del sistema: el hámster, la jaula y la rueda que gira, todo al mismo tiempo. 


Uno pensaría que se trata de un asunto bizantino, pero no lo es. La velocidad está repercutiendo en los movimientos sociales y las jugarretas políticas. La lógica de la aceleración posibilita la concentración de poder y la toma de decisiones súbitas. ¿No hemos visto acaso que, tras la pandemia, nuestras condiciones de gobernabilidad se sienten como provisionales, y en cualquier momento se aprueba una reforma por debajo de la mesa? 


El valor del tiempo es uno de los mensajes en video más reproducidos de José Mujica, el ex presidente uruguayo, y bien puede servir de colofón: O logras ser feliz con poco, y liviano de equipaje, porque la felicidad está adentro tuyo, o no logras nada. Pero como hemos inventado un consumismo, y la economía tiene que crecer, porque si no crece es una tragedia, inventamos una montaña de consumo superfluo. Y hay que tirar, y vivir comprando y tirando. Y lo que estamos gastando es tiempo de vida. Porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la única cosa que no se puede comprar es la vida. La vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad.