Gerardo Lima teje seis historias de nihilismo cósmico a partir del ciervo como animal ominoso. Reseñamos Megaloceros.
Mantener la libertad de perderse, poder salir de la «red» que nos ha capturado a todos, esperar en el silencio sutil de la naturaleza a que algo se revele—y vivir el momento en que nuestro camino depende de esa revelación—es la experiencia original de la espiritualidad y del sentimiento de lo sagrado que el hombre arcaico ha percibido de forma espontánea, que eremitas de todo tiempo han encontrado en los lugares desiertos y que siempre podemos poner a prueba en nosotros mismos con una inmersión total entre la tierra y el cielo.
Franco Michieli, La vocación de perderse
El horror y el éxtasis religioso guardan extrañas similitudes. Ambos privilegian una sensibilidad particular hacia el mundo y la naturaleza. Un distanciamiento de las cosas materiales, una renuncia. No son pocos los pensadores que advierten sobre los riesgos del consumo acelerado, esa vertiente falaz del turbocapitalismo. Sustraerse de la vorágine implica ir a paso lento, aprender a mirar. Quienes disfrutan del paisaje solitario y la quietud introspectiva, también valoran lo que suele llamarse el movimiento slow. Aprecio de la lentitud, filosofía del ocio, el infinito potencial de los bostezos. Las letras requieren una inmersión equivalente. Ciertas obras se degustan como vinos del intelecto. Exigen maduración, paciencia, entusiasmo. Me sorprendí hace unos meses al oír que un chico en una librería pidió que le recomendaran el libro de Lovecraft más vistoso para tomarse algunas selfies, subirlas a Instagram y viralizarlas. Cthulhu debería estar emputado. Mircea Eliade negaría con la cabeza, imagino sus sermones: «Tira ya tu móvil. En época de religiones uranas, te sentaría bien observar una catástrofe masiva bajo el cielo estrellado. Los dioses primigenios encontrarían la manera de arrojar su furia contra todo ser vivo, incluyéndote. Reconsidera.»
Así las cosas, el préambulo sirve para contextualizar Megaloceros, Libros del ciervo (Paraíso Perdido, 2021), de Gerardo Lima, doble volumen de relatos cuyas portadas a cargo del artista ruso Vergvoktre roban el aliento. A simple vista, parece un álbum de metal gótico y uno abre sus primeras páginas con la sensación de irrumpir en un santuario de epifanías oscuras. La prosa edifica una catedral de proporciones monstruosas. Los seis cuentos se articulan en torno a Amarillo, y llevan por título una especie de cérvido en particular: Ciervo Rojo (Cervus Elaphus), Blackwood (Alces Alces), Wapití (Cervus canadiensis), Sibuxiang (Elaphurus Davidianus), Caribú de los páramos desérticos (Rangifer tarandus desertus) y La Antigua (Megaloceros giganteus). Cabe imaginar la amplitud y escala del proyecto con sólo leer los índices. El territorio amarillense, dividido en tres regiones, destila crueldad en sus raíces. Se trata de una región ficticia con ecos de Chambers y la supervisión arquitectónica de Lovecraft. Los habitantes alimentan viejas costumbres y creencias, rumores viajan de boca en boca, el mal se filtra en sus linajes. Una particularidad de la geografía es que fusiona lugares reales con imaginarios en un México deslavado y ocre. Casi puede olfatearse.
Y es ahí donde Lima da rienda suelta a una serie de eventos sobrenaturales protagonizados por ciervos y humanos en continua simbiosis trágica. Un hombre narra el cataclismo: «Amarillo es el carbón que mantendrá viva la hoguera cuando venga la noche helada.» La forma en que la geografía se introyecta en los vasos sanguíneos de las narraciones hace recordar a Faulkner y Rulfo. Hay un modo de narrar que va de lo polvoriento a lo húmedo y profundamente insano. Bosque, niebla, montaña, lago. Amarillo irradia perversión, fundada en espíritus antiguos, míticos, anteriores a la especie humana. El autor documenta sus historias con detalles fascinantes sobre la flora y fauna, ejerce un tipo de hipnosis hacia el lector; sabe cómo arrastrarlo al cataclismo. No hace falta revelar ningún desenlace, pero son contundentes y atroces. De ahí que demore lo necesario en erigir las estructuras argumentales para luego detonarlas. La revelación de lo grotesco surge de forma brutal. Como debe ser. El descendiente de una vieja familia escocesa descubre su filiación con los alces: «Me vi a mí mismo en ellos. Mi rostro. El claro fenotipo de los Blackwood.» Un pintor aislado en medio del bosque, asiduo lector de Cioran, pasará un mal momento durante la noche de Halloween.
El diablo está en los detalles, y Lima se deleita en ellos. Alimenta a sus criaturas con especial delectación morosa. Quizás parezca excesivo, pero nunca desentona. El segundo tomo incluye a un par de documentalistas en espera de una especie que definitivamente no es inofensiva. Ambientado en una zona montañosa, el cuento dará un giro turbio hacia el final. A menudo, los lectores curtidos apreciarán el aroma de la hemoglobina, sus reverberaciones místicas. En reivindicación de la naturaleza como fuente de experiencias tribales, Megaloceros activa nuestro sistema límbico igual que Heilung, la banda de folk metal, o Hellblade, el videojuego de Ninja Theory. En más de una ocasión, terminaba de leer algún cuento pensando en la semejanza de sus fractales con el Lateralus de Tool. Las atmósferas vibran, sus imágenes beben del gore y el weird norteamericano e inglés, pertenecen al espíritu del gótico latinoamericano que Mariana Enriquez enarbola. Mención aparte merecen las dos últimas ficciones, una con aires de noir en el desierto a lo True Detective y la otra decididamente lovecraftiana. Lima teje seis episodios salvajes que fascinarán a los entusiastas del nihilismo cósmico. Suficiente materia siniestra para explorar una región más allá de los eones.
Megaloceros, Libros del ciervo · Gerardo Lima
Paraíso Perdido, Colección Árbol adentro, 2021