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septiembre 12, 2023

había un perro bajo la cama_la entropía y el caos


Con prosa atmosférica y evocadora, Había un perro bajo la cama, de Eduardo Cerdán, bordea los límites del realismo y lo siniestro.



En principio, el melancólico no es el sujeto fijado al objeto perdido, incapaz de realizar el trabajo del duelo; el melancólico es más bien el sujeto que posee el objeto pero que ha perdido su deseo por él, porque la causa que hacía que lo deseara se ha retirado o ha perdido su eficacia. Lejos de intensificar esta situación de deseo frustrado, la melancolía ocurre cuando finalmente accedemos al objeto deseado, pero quedamos decepcionados por él.


Slavoj Žižek, Cómo leer a Lacan

 

Los diez relatos contenidos en Había un perro bajo la cama (Nitro/Press, 2022), de Eduardo Cerdán, sostienen un tono realista que bordea el límite de lo siniestro. Como sabemos tras ciertas lecturas freudianas, el unheimlich denota una sensación de inquietud en ambientes que deberían resultar familiares. El cuento, que exige concisión y economía narrativa, permite un extrañamiento con variaciones infinitas, ya característico en la narrativa latinoamericana. Una forma de acercarse a la realidad y medir sus fracturas. De ver antiguas grietas y glosar la oscuridad sin trucos de realismo mágico. Según de qué autor se trate, el resultado puede ser más o menos fantástico. En el caso de Cerdán, los clavos de lo real aún sostienen las tablas del relato, pero se vislumbra un más allá deslavado, una suerte de What If…? que dota a sus situaciones de una lectura enriquecedora en términos de imaginación especulativa. Una conversación entre el fantasma de Raymond Carver y el de Clara Rockmore. 


Un concierto para theremin.


El autor ha publicado su tercer libro de cuentos en un volumen editado cuidadosamente por Mauricio Bares y Lilia Barajas. Los personajes que transitan por sus páginas son seres confundidos, volubles, inadaptados, capaces de enternecer o fascinarnos por sus vacíos existenciales. Se perciben atmósferas donde el frágil tejido de la realidad será rasgado en cualquier momento, y lo que deja en el lector es una amalgama de melancolía, tedio, desasosiego, extrañeza. Como lo que uno siente al entrar en casa, prender las luces, recorrer las habitaciones y descubrir que están completamente vacías. Surgen dudas que no se resuelven por la vía descriptiva, finales abiertos en medio de pequeñas catástrofes, elipsis milimétricamente calculadas, y un amor incondicional por los perros en ausencia de vínculos significativos con nuestra especie. Si bien el libro propone como concepto primordial la figura canina, y las historias se desenvuelven con autonomía, fluidez y buen ritmo, el tratamiento cinemático de las secuencias produce la sensación de fresco integrado en un largometraje independiente.  


Una película de Amat Escalante o Tatiana Huezo, quizá. 


Había un perro bajo la cama muestra una sensibilidad legítima hacia sectores desfavorecidos. Las preocupaciones de carácter sociológico de Cerdán son evidentes. Sabe captar los contrastes del status quo y las paradojas de una clase media aspiracional que se muerde la cola. Como espejo del presente y metáfora del instante, su prosa cumple una doble función reflexiva y estética. Nos abre los ojos y desestabiliza el simulacro mediático. Estimula nuestra percepción para reconocer la entropía y el caos. A lo anterior se añade una vidriosa capa de tristeza de la que los dedos quedan impregnados inevitablemente. Uno puede olvidar las palabras de ciertos párrafos, el fragmento aislado, la cita, pero nunca la sensación de abandono y pérdida que subyace en el imaginario del autor. Esta cualidad hace del libro un objeto valioso, casi un amuleto, para los días de lluvia caprichosa, trayectos en metro, esperas en una terminal de autobuses y, por extensión, cualquier experiencia humana que admita cierta dosis de incertidumbre y música con audífonos.


Algunos lectores recordarán la última frase de El proceso de Kafka. Sobre aquellos lejanos acordes—«¡Como un perro!»se construye una música nueva, distinta y distante. El aullido resuena.



Había un perro bajo la cama · Eduardo Cerdán

Nitro/Press  Instituto Veracruzano de la Cultura, 2022

 

julio 07, 2023

megaloceros_el ciervo primigenio


Gerardo Lima teje seis historias de nihilismo cósmico a partir del ciervo como animal ominoso. Reseñamos Megaloceros.

 

Mantener la libertad de perderse, poder salir de la «red» que nos ha capturado a todos, esperar en el silencio sutil de la naturaleza a que algo se revele—y vivir el momento en que nuestro camino depende de esa revelación—es la experiencia original de la espiritualidad y del sentimiento de lo sagrado que el hombre arcaico ha percibido de forma espontánea, que eremitas de todo tiempo han encontrado en los lugares desiertos y que siempre podemos poner a prueba en nosotros mismos con una inmersión total entre la tierra y el cielo. 


Franco Michieli, La vocación de perderse



El horror y el éxtasis religioso guardan extrañas similitudes. Ambos privilegian una sensibilidad particular hacia el mundo y la naturaleza. Un distanciamiento de las cosas materiales, una renuncia. No son pocos los pensadores que advierten sobre los riesgos del consumo acelerado, esa vertiente falaz del turbocapitalismo. Sustraerse de la vorágine implica ir a paso lento, aprender a mirar. Quienes disfrutan del paisaje solitario y la quietud introspectiva, también valoran lo que suele llamarse el movimiento slow. Aprecio de la lentitud, filosofía del ocio, el infinito potencial de los bostezos. Las letras requieren una inmersión equivalente. Ciertas obras se degustan como vinos del intelecto. Exigen maduración, paciencia, entusiasmo. Me sorprendí hace unos meses al oír que un chico en una librería pidió que le recomendaran el libro de Lovecraft más vistoso para tomarse algunas selfies, subirlas a Instagram y viralizarlas. Cthulhu debería estar emputado. Mircea Eliade negaría con la cabeza, imagino sus sermones: «Tira ya tu móvil. En época de religiones uranas, te sentaría bien observar una catástrofe masiva bajo el cielo estrellado. Los dioses primigenios encontrarían la manera de arrojar su furia contra todo ser vivo, incluyéndote. Reconsidera.»


Así las cosas, el préambulo sirve para contextualizar Megaloceros, Libros del ciervo (Paraíso Perdido, 2021), de Gerardo Lima, doble volumen de relatos cuyas portadas a cargo del artista ruso Vergvoktre roban el aliento. A simple vista, parece un álbum de metal gótico y uno abre sus primeras páginas con la sensación de irrumpir en un santuario de epifanías oscuras. La prosa edifica una catedral de proporciones monstruosas. Los seis cuentos se articulan en torno a Amarillo, y llevan por título una especie de cérvido en particular: Ciervo Rojo (Cervus Elaphus), Blackwood (Alces Alces), Wapití (Cervus canadiensis), Sibuxiang (Elaphurus Davidianus), Caribú de los páramos desérticos (Rangifer tarandus desertus) y La Antigua (Megaloceros giganteus). Cabe imaginar la amplitud y escala del proyecto con sólo leer los índices. El territorio amarillense, dividido en tres regiones, destila crueldad en sus raíces. Se trata de una región ficticia con ecos de Chambers y la supervisión arquitectónica de Lovecraft. Los habitantes alimentan viejas costumbres y creencias, rumores viajan de boca en boca, el mal se filtra en sus linajes. Una particularidad de la geografía es que fusiona lugares reales con imaginarios en un México deslavado y ocre. Casi puede olfatearse.


Y es ahí donde Lima da rienda suelta a una serie de eventos sobrenaturales protagonizados por ciervos y humanos en continua simbiosis trágica. Un hombre narra el cataclismo: «Amarillo es el carbón que mantendrá viva la hoguera cuando venga la noche helada.» La forma en que la geografía se introyecta en los vasos sanguíneos de las narraciones hace recordar a Faulkner y Rulfo. Hay un modo de narrar que va de lo polvoriento a lo húmedo y profundamente insano. Bosque, niebla, montaña, lago. Amarillo irradia perversión, fundada en espíritus antiguos, míticos, anteriores a la especie humana. El autor documenta sus historias con detalles fascinantes sobre la flora y fauna, ejerce un tipo de hipnosis hacia el lector; sabe cómo arrastrarlo al cataclismo. No hace falta revelar ningún desenlace, pero son contundentes y atroces. De ahí que demore lo necesario en erigir las estructuras argumentales para luego detonarlas. La revelación de lo grotesco surge de forma brutal. Como debe ser. El descendiente de una vieja familia escocesa descubre su filiación con los alces: «Me vi a mí mismo en ellos. Mi rostro. El claro fenotipo de los Blackwood.» Un pintor aislado en medio del bosque, asiduo lector de Cioran, pasará un mal momento durante la noche de Halloween.


El diablo está en los detalles, y Lima se deleita en ellos. Alimenta a sus criaturas con especial delectación morosa. Quizás parezca excesivo, pero nunca desentona. El segundo tomo incluye a un par de documentalistas en espera de una especie que definitivamente no es inofensiva. Ambientado en una zona montañosa, el cuento dará un giro turbio hacia el final. A menudo, los lectores curtidos apreciarán el aroma de la hemoglobina, sus reverberaciones místicas. En reivindicación de la naturaleza como fuente de experiencias tribales, Megaloceros activa nuestro sistema límbico igual que Heilung, la banda de folk metal, o Hellblade, el videojuego de Ninja Theory. En más de una ocasión, terminaba de leer algún cuento pensando en la semejanza de sus fractales con el Lateralus de Tool. Las atmósferas vibran, sus imágenes beben del gore y el weird norteamericano e inglés, pertenecen al espíritu del gótico latinoamericano que Mariana Enriquez enarbola. Mención aparte merecen las dos últimas ficciones, una con aires de noir en el desierto a lo True Detective y la otra decididamente lovecraftiana. Lima teje seis episodios salvajes que fascinarán a los entusiastas del nihilismo cósmico. Suficiente materia siniestra para explorar una región más allá de los eones.



Megaloceros, Libros del ciervo · Gerardo Lima

Paraíso Perdido, Colección Árbol adentro, 2021

 

junio 01, 2023

prueba de resistencia_nadar a contracorriente


Prueba de resistencia, de Bladimir Ramírez, reúne 10 relatos cuyo eje temático es la exploración del deseo entre chicos.


En Prueba de resistencia, volumen compacto y homogéneo, Bladimir Ramírez despliega un arsenal técnico poderoso. El libro, publicado bajo el sello Paraíso Perdido, reúne diez historias cuyo eje temático es la exploración del deseo entre chicos durante la infancia y la adolescencia, esa línea gris de confusión y malestar. En la mayoría de los casos, el humor y la crítica social van de la mano, con diálogos ágiles y finales abiertos. Predomina la economía del lenguaje, el uso de elipsis y la resolución quirúrgica de los arcos argumentales. En cuanto al estilo, Ramírez reconoce la influencia de autores como Lemebel y Arenas, de quienes incluye un par de epígrafes: franca declaración de intenciones. No obstante, su artefacto narrativo funciona con voz propia, sencillez y claridad, atributos encapsulados en tramas turbulentas, divertidas o tristes. Los personajes resultan entrañables en su fragilidad, y un lector sensible conecta rápidamente con sus avatares. El tono evita melodramas y tragedias. La prosa fluye, fresca como un baño de piscina entre amigos. A veces uno echa de menos que la inmersión sea demasiado breve, pero esto hay que verlo como un mérito. De ritmo adictivo, Prueba de resistencia se lee rápido. 


Si bien el panorama de la narrativa en México vive un momento de efervescencia, el cuento no siempre logra posicionarse de la misma forma que la novela. El mercado editorial favorece tramas de largo aliento, que obedecen más a criterios comerciales y tendencias de marketing. En este sentido, Prueba de resistencia confirma la calidad por encima de la cantidad. Como autor de relatos breves, Ramírez sabe urdir de forma sólida. Sus estructuras denotan oficio artesanal y precisión. Por otro lado, está el carisma. Sus personajes fracasados, al borde del colapso y la carcajada, despiertan una empatía profunda, mezcla de vértigo y trascendencia. Eso ya es bastante. Piezas como Ropa sucia, 4-2-3-1, Parques, La memoria de Fausto y El comprador de silencios se leen a modo de miniaturas coming of age que provocan emociones salvajes como puñetazos en el rostro. El autor sabe poner el dedo en la llaga, integrando factores de tensión social—machismo, clasismo, discriminación, homofobia, acoso escolar y fanatismo religioso—en las atmósferas de sus cuentos. Si miramos en coordenadas más amplias a escritores como McEwan y Salinger, podemos imaginar que Prueba de resistencia es apenas la punta del iceberg. Sólo la punta. 

 


Prueba de resistencia · Bladimir Ramírez

Paraíso Perdido, Colección Árbol adentro, 2022


noviembre 14, 2020

elizondo_la historia según pao cheng


Incluido en el volumen de cuentos Narda o el verano [1964]La historia según Pao Cheng de Salvador Elizondo es un relato cosmógonico circular con un desenlace imprevisto.

 

En un día de verano, hace más de tres mil quinientos años, el filósofo Pao Cheng se sentó a la orilla de un arroyo a adivinar su destino en el caparazón de una tortuga. El calor y el murmullo del agua pronto hicieron, sin embargo, vagar sus pensamientos y olvidándose poco a poco de las manchas del carey, Pao Cheng comenzó a inferir la historia del mundo a partir de ese momento. “Como las ondas de este arroyuelo, así corre el tiempo. Este pequeño cauce crece conforme fluye, pronto se convierte en un caudal hasta que desemboca en el mar, cruza el océano, asciende en forma de vapor hacia las nubes, vuelve a caer sobre la montaña con la lluvia y baja, finalmente, otra vez convertido en el mismo arroyo…” Este era, más o menos, el curso de su pensamiento y así, después de haber intuido la redondez de la tierra, su movimiento en torno al sol, la traslación de los demás astros y la propia rotación de la galaxia y del mundo, “¡Bah! –exclamó– este modo de pensar me aleja de la Tierra de Han y de sus hombres que son el centro inamovible y el eje en torno al que giran todas la humanidades que en él habitan…” Y pensando nuevamente en el hombre, Pao Cheng pensó en la Historia. Desentrañó, como si estuvieran escritos en el caparazón de la tortuga, los grandes acontecimientos futuros, las guerras, las migraciones, las pestes y las epopeyas de todos los pueblos a lo largo de varios milenios. Ante los ojos de su imaginación caían las grandes naciones y nacían las pequeñas que después se hacían grandes y poderosas antes de ser abatidas a su vez. Surgieron también todas las razas y las ciudades habitadas por ellas que se alzaban un instante majestuosas y luego caían por tierra para confundirse con la ruina y la escoria de innumerables generaciones. Una de estas ciudades entre todas las que existían en ese futuro imaginado por Pao Cheng llamó poderosamente su atención y su divagación se hizo más precisa en cuanto a los detalles que la componían, como si en ella estuviera encerrado un enigma relacionado con su persona. Aguzó su mirada interior y trató de penetrar en los resquicios de esa topografía increada. La fuerza de su imaginación era tal que se sentía caminar por sus calles, levantando la vista azorado ante la grandeza de las construcciones y la belleza de los monumentos. Largo rato paseó Pao Cheng por aquella ciudad mezclándose a los hombres ataviados con extrañas vestiduras y que hablaban una lengua lentísima, incomprensible, hasta que pronto se detuvo ante una casa en cuya fachada parecían estar inscritos los signos indescifrables de un misterio que lo atraía irresistiblemente. A través de una de las ventanas pudo vislumbrar a un hombre que estaba escribiendo. En ese mismo momento Pao Cheng sintió que allí se dirimía una cuestión que lo atañía íntimamente. Cerró los ojos y acariciándose la frente perlada de sudor con las puntas de sus dedos alargados trató de penetrar, con el pensamiento, en el interior de la habitación en la que el hombre estaba escribiendo. Se elevó volando del pavimento y su imaginación traspuso el reborde de la ventana que estaba abierta y por la que se colaba una ráfaga fresca que hacía temblar las cuartillas, cubiertas de incomprensibles caracteres, que yacían sobre la mesa. Pao Cheng se acercó cautelosamente al hombre y miró por encima de sus hombros, conteniendo la respiración para que éste no notara su presencia. El hombre no lo hubiera notado pues parecía absorto en su tarea de cubrir aquellas hojas de papel con esos signos cuyo contenido todavía escapaba al entendimiento de Pao Cheng. De vez en cuando el hombre se detenía, miraba pensativo por la ventana, aspiraba un pequeño cilindro blanco y arrojaba una bocanada de humo azulado por la boca y por las narices; luego volvía a escribir. Pao Cheng miró las cuartillas terminadas que yacían en desorden sobre un extremo de la mesa y conforme pudo ir descifrando el significado de las palabras que estaban escritas en ellas, su rostro se fue nublando y un escalofrío de terror cruzó, como la reptación de una serpiente venenosa, el fondo de su cuerpo. ”Este hombre está escribiendo un cuento”, se dijo. Pao Cheng volvió a leer las palabras escritas sobre las cuartillas. “El cuento se llama La Historia según Pao Cheng y trata de un filósofo de la antigüedad que un día se sentó a la orilla de un arroyo y se puso a pensar en… ¡Luego yo soy un recuerdo de ese hombre y si ese hombre me olvida moriré…!”


El hombre, no bien había escrito sobre el papel las palabras “…si ese hombre me olvida moriré”, se detuvo, volvió a aspirar el cigarrillo y mientras dejaba escapar el humo por la boca, su mirada se ensombreció como si ante él cruzara una nube cargada de lluvia. Comprendió, en ese momento, que se había condenado a sí mismo, para toda la eternidad, a seguir escribiendo la historia de Pao Cheng, pues si su personaje era olvidado y moría, él, que no era más que un pensamiento de Pao Cheng, también desaparecería.

 

 


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julio 27, 2020

tiempos pandémicos_la ficción como síntoma


Tiempos pandémicos, de Roger Torres Agüero,

rastrea el impacto del COVID-19 en Perú.

 

 

El mundo post COVID-19 es ya muy distinto a lo que conocíamos hace unos meses. Sus estragos ejecutan una danza mórbida y se bifurcan en situaciones-límite extraídas de Black Mirror. Las consecuencias económicas a mediano plazo son brutales. El Fondo Monetario Internacional pronostica nulo crecimiento económico en la región latinoamericana. A escala macro, los indicadores no son optimistas. Como humanidad, nos encontramos inmersos en una tragedia masiva ->  La carretera, Cormac McCarthy. Pero también se ha manifestado una crisis humanitaria, de valores éticos, todavía más grave. Así, la vieja oposición académica entre humanidades y ciencias económicas por fin se diluye con un enemigo en común: el virus.

 

¿Salvar a las personas o a las finanzas? Cada país ha enfrentado ese dilema con las particularidades de su sistema de gobierno, la infraestructura médica que lo sostiene y el escenario económico glocal. No obstante los esfuerzos de logística que preservan la seguridad ciudadana, una ristra de normativas, reglas de índole sanitaria y restricciones colectivas han asolado al individuo. La proxemia opcional se transformó en sana distancia forzosa, y ni siquiera los introvertidos se sienten a gusto en una reclusión impuesta por agentes externos. Nunca antes los números habían representado un terror profundo al asociarse con cifras de contagios y fallecimientos, y términos como aplanar la curva producen escalofríos ante el ritmo acelerado de muertes anónimas o cercanas.

 

En este nudo de fuerzas radica el fulgor creativo de los tiempos pandémicos. Nunca antes hubo tanto interés en reflexionar sobre las contradicciones de un virus, y hasta qué punto ha detonado nuestras fobias y prejuicios -> The Last of Us I & II, Naughty Dog. Más allá del cuadro clínico de síntomas rotundos, el ser humano puede transmitir sus trastornos espirituales con la misma ferocidad. Roger Torres Agüero explora ese amplio espectro de actitudes, reacciones anómalas, frustraciones y caídas en espiral a través de un relato de tintes realistas. «Se vienen tiempos muy difíciles. Lo peor está recién por empezar», nos advierte uno de sus personajes. Y así, la ficción invade borgianamente la realidad con ímpetu desmesurado -> Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.

 

Tiempos pandémicos funge como una cartografía de horrores invisibles convertidos en infiernos personales. Bajo circunstancias extremas solo necesitamos un estímulo ambiental, chispa diminuta, para incendiar el mundo. ¿Somos nuestros peores enemigos? Depende, sin duda, de nuestro grado de simulacro y de cuánta verdad seamos capaces de soportar. Hoy basta únicamente con leer las noticias internacionales para que nuestra licuadora cerebral mezcle recelo, incertidumbre y furia más rápido de un aleteo de colibrí o la trayectoria de una partícula subatómica. «Esto es cosa de vida y muerte», escribe Torres Agüero. Y como el gato de Schrödinger, nos encontramos a la espera de que la situación mejore o al menos haya un cambio significativo. Sin embargo, ¿quién nos asegura que así sea?




Disponible en Amazon


 

Tiempos pandémicos

Roger Torres Agüero

Amazon, 2020

 

Imágenes: Unsplash



julio 07, 2020

formol_notas para un corazón arrancado




En Formol, Carla Faesler urde

una trama de herencia y sacrificio.

    

I’m gonna break into your heart

I’m gonna crawl under your skin.

 

Iggy Pop

   

Asomarse a México como ejercicio tragicómico. Lo que se finge sonrisa puede ser un llanto atroz y desmesurado. Basta con mirar la historia reciente del país para no querer mirarla. Se acumulan cadáveres por guerras contra el narcotráfico, a las que se suman víctimas civiles del gobierno en turno, cascada púrpura. Si valiera la pena gritar, si en ello encontráramos consuelo, seríamos una boca doliente -> el Guernica.

 

Formol, de Carla Faesler, es un dispositivo literario que disecciona las reflexiones de Larca y, como contrapunto, el itinerario histórico de una víscera sumergida en formaldehído, su herencia familiar. Hasta aquí, se adapta a las convenciones mínimas de un relato. No obstante, el argumento se ramifica en apuntes, anécdotas gastronómicas, diálogos hilarantes, epígrafes líricos. Hay subtramas, minitramas e hipertramas: los vasos sanguíneos.

El libro tiene un origen peculiar, como Faesler puntualiza: «Formol era un libro de poemas. Llevaba mucho tiempo trabajándolo pero no estaba satisfecha con el resultado. En esas andaba cuando un buen día, recibí un correo de Mariana Castillo Deball, artista mexicana que vive en Berlín, invitándome a participar en su proyecto Never odd or even. La idea es que lxs participantes envíen una portada de un libro imposible, un libro que nunca podrá ver la luz, un libro de tema descabellado, inimaginable. Entonces me dije: claro, nunca voy a poder resolver Formol, es imposible. Entonces mandé la portada imaginaria, las pestañas, la cuarta de forros imaginaria e incluso, fragmentos de crítica imaginaria. A ella le gustó muchísimo, me dijo que era una idea extraordinaria. Ahí fue que pensé: tengo que escribir este libro y curiosamente, el haber imaginado el libro impreso, el libro como un objeto terminado, me sacó de la parálisis que me producía el asunto.»

De modo que sí, Formol es una novela y a la vez un libro-objeto, un artefacto duchampiano, parte de una metáfora vintage y dispone sus aristas o esquirlas a modo de instalación conceptual. Con yuxtaposiciones arriesgadas, ficción historiográfica y mucho humor negro, sus fantasías fúnebres le rinden homenaje al otro mundo. Encontrárselo es como llegar a Twin Peaks por cuenta propia, sin vanas recomendaciones, desde la pulsión interna. 

Existe un trasfondo, una línea más o menos dibujada, boceto previo, y por encima vemos una pintura negra -> Goya. Es el adagio, cíclico y atroz, de nuestra sangre. Faesler ahonda en el paisaje emocional de la víscera que somos. Dialoga con Salvador Elizondo y su Camera lucida, trae al presente los sacrificios prehispánicos de Tenochtitlan y la extrañeza de lo familiar -> unheimlich. El mexicano respira muerte; Formol conserva ese legado.



 

Formol, 2014. Carla Faesler. Tusquets, Colección Andanzas.