9.5.21

consumo acelerado_apuntes sobre el hámster y la rueda



Desde la burbuja inmobiliaria de 2008 hasta la crisis postcovid, pasando por el derrumbe del Rana Plaza y los homeless en Estados Unidos, el modelo neoliberal y su lógica de consumo están ocasionando estragos a gran escala. Aquí rastreamos las principales variables y formas de resistencia.

 

 

EPISODIO 1: CUANDO LA BURBUJA EXPLOTÓ 

 

Ser los primeros 

A mediados de 2008, la situación económica mundial enfrentaba un panorama complejo. La burbuja inmobiliaria estadounidense, inflada con hipotecas subprime, provocaría desastres a gran escala. El banco de inversión Lehman Brothers se declaró en bancarrota. Más de cien organizaciones del territorio estadounidense quebraron. El nivel de apalancamiento—la deuda utilizada por una empresa para financiar sus activos—había provocado un desplome histórico, comparable al de 1929. Se divisaba una Gran Recesión. 


Margin Call 2011, película dirigida por J. C. Chandor, presenta una visión panorámica del crack financiero orquestado por ejecutivos de Lehman Brothers. En particular, destaca cierto diálogo   agresivo de John Tuld, el director general—interpretado por Jeremy Irons—cuando los convence de liberar al mercado todos sus activos tóxicos: ¿Qué les dije desde el día que llegaron a mi oficina? Hay tres maneras de ganarse la vida en este negocio: ser el primero, el más inteligente, o engañando. Yo no engaño. Y si bien me gusta pensar que tenemos personas muy inteligentes en este edificio, es mucho más fácil ser los primeros.

 

Números y plegarias 

Dos economistas estadounidenses, Richard Wolff y Joseph Stiglitz, se oponen tajantemente al modelo económico neoliberal. Wolff señala que el verdadero problema está dentro del propio sistema. Por su parte, Stiglitz afirma que existen dos formas de llegar a ser rico: crear riqueza o quitársela a los demás. Es aquí donde entran en juego los cuestionamientos morales. En una entrevista al diario El País 12/03/2012, el escritor portugués Gonçalo Tavares decía lo siguiente:


La moral tiene que ver también con lo material; es trágico decirlo pero es así: cuando estamos satisfechos es fácil ser ético; cuando no, aparece una segunda moral y nadie de nosotros sabemos qué haríamos instalados en esa segunda moral. Ninguna ley es explícitamente violenta de inicio, lo que está ocurriendo es que pequeñas leyes van lijando los derechos humanos; aceptamos un pequeño dolor y lo asumimos, desaparece y ya podemos aceptar un pequeño dolor mayor; hoy aceptamos leyes laborales que hace cinco años habrían sido impensables, con despidos casi sin derechos; los derechos humanos, ante la presión económica, van desapareciendo peldaño a peldaño; en los hospitales públicos se miran los costes de los enfermos, como Hitler hacía en sus discursos contables, donde cuantificaba el coste de un alumno normal y de otro sordomudo; eso es el paradigma de la violencia contable, el preanuncio de algo peligroso… Empezamos a no estar lejos de la contabilidad nazi. Hay un personaje de un cuento de Andersen que dice algo así como: “Me pidieron que rezara pero solo me acordaba de las tablas de multiplicar”. Ese, para mí, es uno de los conflictos esenciales del siglo XXI: la gente que solo consigue pensar en las tablas o que solo puede rezar.


 

 

EPISODIO 2: VARIABLES Y CLAROSCUROS 

 

Recesión sin vacunas 

Hoy, tras la emergencia sanitaria del Covid-19, el mundo vive otra crisis agudizada por un sistema económico insostenible. Identificar el papel del capitalismo en el escenario postcovid, qué posición juega el comercio internacional dentro de la ecuación, y cuáles son las consecuencias de asumir este modelo son, de entrada, interrogantes que nos llevan al análisis de fenómenos dantescos. La emergencia sanitaria en países como India, donde el desabasto de oxígeno y las altas tasas de mortalidad están provocando desastres a gran escala, solo arrojan números negativos. El efecto es devastador. El Banco Mundial había previsto que la economía se reduciría un 5.2% durante 2020 y ahora nos encontramos ante la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial:


  • La pandemia está causando estragos en los planos económico y humano en los países más pobres.


  • Las perturbaciones a las cadenas de valor mundiales pueden agudizar los efectos de la pandemia sobre el comercio, la producción y los mercados financieros.


  • La recesión impactará directamente la inversión, en detrimento del capital humano debido al desempleo, así como un repliegue del comercio internacional y las relaciones de suministro.

 

Costos y precios 

Además de los números, también están las plegarias. Dentro de la lógica del consumismo acelerado, el documental The True Cost Andrew Morgan, 2015 muestra los estragos de la moda rápida en países como Bangladés. En 2013, el edificio Rana Plaza, que alojaba cuatro fábricas textiles de marcas como Benetton, Mango, Inditex y Primark, colapsó tras varias advertencias. Murieron bajo sus escombros 1134 personas, y 2437 resultaron heridas. Como daño colateral, la producción excesiva obliga a la sobreproducción de algodón con semillas transgénicas de Monsanto, cuyos campos suelen contaminarse con pesticidas que provocan cáncer y enfermedades congénitas.


Así, tenemos un sistema circular perfecto y catastrófico, que destruye la naturaleza mediante la contaminación del suelo. Además, destruye las condiciones laborales básicas para trabajar de forma segura. Por último, extingue derechos humanos y valores éticos. La activista Vandana Shiva explica: Las compañías que hacen las semillas transgénicas y los productos químicos son las mismas que hacen los medicamentos patentados. Así que tienes cáncer, hay más beneficios. Para ellos es ganar, ganar, ganar. Para la naturaleza y la gente, es perder, perder, perder.  Y, de nuevo, los números ya no cuadran. 


Otra contradicción inherente al sistema son las tribus urbanas de homeless en Estados Unidos: perdieron su casa por un divorcio, una enfermedad o porque la pobreza los arrojó a la periferia con las manos vacías. La burbuja inmobiliaria dejó secuelas en los agresivos contratos de alquiler, con sanciones en caso de incumplimiento de pago que incluyen desalojo forzado por cuenta de la policía y la imposibilidad de rentar otro inmueble más adelante. Pierre Simons, dedicado a recolectar latas en las calles de Nueva York, lanza un llamado a la acción frente a la bolsa de valores de Wall Street: Si un día todos nos uniéramos, clase media y pobres, y no fuésemos a trabajar, así de simple, eso haría temblar a todo el país.

 



EPISODIO 3: CONTRA LA LÓGICA DEL CONSUMO

 

Debate 

El escenario luce bastante sombrío, pero no se trata de afirmar que nos hemos equivocado de modelo económico. En el debate sostenido entre Slavoj Žižek y Jordan Peterson, tras la primera ronda de argumentos, Peterson vio con extrañeza que el filósofo esloveno, a pesar de haberse formado en la doctrina marxista, no postulara el comunismo a modo de solución para la compleja trama del mundo. Más bien ambos parecían perplejos, como dos adultos con Alzheimer mirando el horizonte.


Entre las posturas radicales y cinematográficas, tenemos por un lado lo que podríamos llamar la paradoja Godzilla: ante nosotros, un monstruo marino cuyas mutaciones fueron producidas por exposición a la radioactividad, convierte la urbe en un cagadero. Es un kaiju idolatrado por multitudes, un ícono. Podríamos morir calcinados y lo haríamos de buena gana: que sus rayos atómicos nos pulvericen. Así con quienes no dejan de consumir, porque opinan que es un mal necesario. En la esquina opuesta, tenemos a Tyler Durden, el amo de la anarquía, consejero del caos y personaje de Fight Club: Tú no eres tu trabajo, no eres cuánto dinero tienes en el banco. No eres el auto que conduces. No eres el contenido de tu billetera. No eres tus malditos pantalones. Eres la mierda obediente del mundo. Deja de consumir ya.

 

Aceleración y resistencia 

En El mundo como supermercado, Michel Houellebecq reflexiona sobre la dinámica del consumo: 


La publicidad instaura un superyó duro y terrorífico, mucho más implacable que cualquier otro imperativo antes inventado, que se pega a la piel del individuo y le repite sin parar: “Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha, en la vida del mundo. Si te detienes, dejas de existir. Si te quedas atrás, estás muerto.” (…) La publicidad fracasa, las depresiones se multiplican, el desarraigo se acentúa; sin embargo, la publicidad sigue construyendo las infraestructuras de recepción de sus mensajes. Sigue perfeccionando medios de desplazamiento para seres que no tienen ningún sitio adonde ir porque no están cómodos en ninguna parte; sigue desarrollando medios de comunicación para seres que ya no tienen nada que decir; sigue facilitando las posibilidades de interacción entre seres que ya no tienen ganas de entablar relación con nadie.


Su alternativa para combatirlo es, quizá, la más coherente: 


Cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución fría, situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Es muy fácil de hacer; de hecho, nunca ha sido tan fácil como ahora situarse en una posición estética con respecto al mundo: basta con dar un paso a un lado. Y, en última instancia, incluso este paso es inútil. Basta con hacer una pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar nada, no desear comprar. Basta con dejar de participar, dejar de saber; suspender temporalmente cualquier actividad mental. Basta, literalmente, con quedarse inmóvil unos segundos.


El núcleo de ideas contenidas en este ensayo, publicado originalmente en 1997, ha tenido continuidad en las aportaciones de otros pensadores como Luciano Concheiro. En Contra el tiempo: filosofía práctica del instante (2016), describe con agudeza el funcionamiento de la lógica capitalista, donde la velocidad se desea con fruición:


Ir más rápido significa mayores ganancias. A la inversa, cada minuto desperdiciado conlleva pérdidas monetarias. Mientras que la rapidez, la eficiencia y la agilidad se santifican, la lentitud, la torpeza y la pereza resultan aberrantes. Téngase presente que la etimología de «negocio» es negotium, la negación del ocio y, así, del reposo. (…) El capitalismo como sistema económico y social está basado en un principio simple: «el apetito insaciable de ganar» (Marx). Su singularidad radica, más que en la búsqueda de ganancias, en que esta búsqueda es eterna. Un verdadero capitalista querrá incrementar su riqueza perpetuamente, jamás estará satisfecho y nada le será suficiente. Existieron sociedades en las cuales se obtenían ganancias monetarias por la compraventa de mercancías, pero el dinero conseguido era utilizado para adquirir otras mercancías. En el capitalismo, por el contrario, el dinero obtenido en los intercambios mercantiles es invertido para generar aún más dinero: la circulación del dinero es un fin en sí mismo.


El capitalismo acelera la rotación del capital con el fin de obtener mayor rendimiento. La plusvalía, o excedente logrado tras el desplazamiento de la mercancía, se maximiza. Así, explica Concheiro, la pulsión por aumentar la velocidad subyace en el devenir del capitalismo, que alcanza su siguiente fase, como Godzilla, bajo la denominación de turbocapitalismo: necesita de la velocidad para mantener los ritmos de crecimiento y las persistentes exigencias de ganancia.


Nuestras vidas están atrapadas en el consumo: vivimos consumiendo y consumimos para darles sentido a nuestras vidas. (…) El consumo se ha convertido en un sistema simbólico de comunicación mediante el cual los individuos construyen sus identidades dentro de un orden social que está basado en la desigualdad y la jerarquización. Cada objeto sirve no tanto para satisfacer una necesidad como para expresar una diferenciación entre un individuo y otro. La función de determinada bolsa de mano poco importa, lo central es el icono estampado en su exterior, aquel que implica un alto poder adquisitivo. La posesión del objeto termina siendo algo secundario, lo fundamental es lo que se expresa a través del propio consumo. Por ello, el deseo nunca puede ser saciado: no nos saturamos ni quedamos satisfechos al consumir porque lo que se quiere es comunicar—y la comunicación no tiene fin. (…) Por supuesto, la prioridad ya no es lograr que los individuos consuman, sino que lo hagan a una mayor velocidad.

 

Lo superfluo y lo necesario 

Si la economía es funcional bajo el modelo capitalista, siempre se paga un precio. Deseamos hasta límites inconcebibles, como en Magical Girl (Carlos Vermut, 2014), el drama de una niña enferma de cáncer terminal cuyo padre, profesor de literatura en paro, extorsiona a una mujer con problemas mentales para complacer a su hija, comprándole cierto vestido rosa de un personaje nipón. 


Nadie tiene derecho a lo superfluo cuando alguien carece de lo necesario. A menudo nos cuesta distinguir una cosa de la otra. No obstante, lo superfluo y lo necesario son dos categorías yuxtapuestas en la lógica de consumo. Nos ahogamos en falsas dicotomías cuando somos los principales agentes dinámicos del sistema: el hámster, la jaula y la rueda que gira, todo al mismo tiempo. 


Uno pensaría que se trata de un asunto bizantino, pero no lo es. La velocidad está repercutiendo en los movimientos sociales y las jugarretas políticas. La lógica de la aceleración posibilita la concentración de poder y la toma de decisiones súbitas. ¿No hemos visto acaso que, tras la pandemia, nuestras condiciones de gobernabilidad se sienten como provisionales, y en cualquier momento se aprueba una reforma por debajo de la mesa? 


El valor del tiempo es uno de los videos más populares de José Mujica, el ex presidente uruguayo, y bien puede servir de colofón: O logras ser feliz con poco, y liviano de equipaje, porque la felicidad está adentro tuyo, o no logras nada. Pero como hemos inventado un consumismo, y la economía tiene que crecer, porque si no crece es una tragedia, inventamos una montaña de consumo superfluo. Y hay que tirar, y vivir comprando y tirando. Y lo que estamos gastando es tiempo de vida. Porque cuando yo compro algo, o tú, no lo compras con plata, lo compras con el tiempo de vida que tuviste que gastar para tener esa plata. Pero con esta diferencia: la única cosa que no se puede comprar es la vida. La vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad.