20.11.12

mario bellatin_el vicio de la escritura

 El avance es ilusorio.

Desde Salón de belleza, Mario Bellatin ha venido desplegando su imaginario a partir de los cuerpos enfermos y las malformaciones físicas. «La belleza es hoy quirúrgica, química, ortopédica. La mayor transgresión al modelo de belleza es quebrar el principio de simetría», explica María Moreno en una cita recuperada por el autor dentro de su novela más reciente, El libro uruguayo de los muertos. Casi en un parpadeo, la Nueva Carne de Cronenberg y los infiernos distópicos de J. G. Ballard se asoman.

«Tener el pretexto del texto es fascinante. El pretexto del no texto más bien. Lo del escribir sin escribir, que me obsesionaba tanto, se hace de alguna manera real frente a esa experiencia», apunta Bellatin en esta obra que dirige a un lector anónimo, donde todo parece confluir al mismo tiempo: la estética del vacío, la lógica de una realidad enfermiza y la ética del horror cotidiano. Su destreza narrativa combina lo hiperbólico y la patafísica, al enfermo de sida con el ciego que da masajes en una estación del metro. Y todo es real.

Las tramas se rigen por la perplejidad ante lo insólito. Una doble de Frida Kahlo que labora en un mercado y encarga su mortaja fúnebre se enlaza con unos misteriosos muñecos distribuidos en varios puntos del malecón de La Habana y a un niño que sueña con unos toreros enanos en el interior de una casa de muñecas, sobre una azotea en la ciudad de México. El estilo es acumulativo, en cascada, y la perfección de lo impar nos lleva de una realidad a otra todavía más deforme, como la cajita azul de Mulholland Drive.

Existe una voz que reflexiona también sobre los misterios de la resurrección de la carne, el sufismo y los medicamentos que deterioran el cuerpo. En El libro uruguayo de los muertos caben las observaciones de tipo sociológico acerca del carácter trágico del mexicano, los aforismos en clave siniestra y el diario personal. Bellatin explora la hibridación de géneros como pez en el agua. Un agua tóxica, de naturaleza clandestina. «Es una de las reglas fundamentales de esta narración–sacrificarlo todo menos el contar», escribe.

La ambición literaria de abarcar el todo por las partes remite a otras de sus novelas, Flores, en la que se explica que a través de una antigua técnica sumeria es posible construir complicadas estructuras narrativas con la adición de objetos. Fiel a sus pautas de estilo, el escritor-fotógrafo ha generado otro biombo japonés con una obra que encuentra en el vacío su principal motor y donde las cosas ocurren de forma paralela. El no tener nada que decir junto a la obligación de decirlo genera «sapiencia vacía», señalará en algún momento.

Además, Bellatin es aficionado a los perros. Hace listas y recupera anécdotas, adopta, nombra y hace planes para sus mascotas. «Cuando era niño unos andinos me vendieron un perro, me encariñé, lo llamé Bambi, y una semana después vinieron a buscarlo. Cuando mi padre les reclamó mataron al perro con una piedra en el cráneo», recuerda. Precisamente, durante un viaje a la selva de Loxicha ciertas personas del lugar solicitan la curación de sus males mediante la adoración de sus dos xoloitzcuintles, y tiene la siguiente epifanía:

«Experimenté en carne propia, en aquel instante—en el de la consulta con el perro—, una verdad obvia: que el avance es ilusorio. Que nos trasladamos dentro de un círculo: en realidades alternas donde todo, un presente, un pasado y un futuro está conectado de manera tangible. Lo que puede cambiar son determinados tonos.» Sea pues El libro uruguayo de los muertos leído como una novela-Aleph, cuyo subtítulo resulta por demás certero: Pequeña muestra del vicio en el que caigo todos los días. Escribir, probablemente.



El libro uruguayo de los muertos (2012), Mario Bellatin. Sexto Piso, México. Primera edición.