Insight
Me senté un día en un café, después de comprar
material atravesando el Sena, y me senté hasta la esquina. Estuve viendo un
puente. «Es el puente que pintó Pissarro, en primavera, en invierno, ¡ése es!»
Empecé a tomar vino, empezó a nevar, y pude ver ese mismo día los dos cuadros
que pintó Pissarro. La gama de grises, de colores, el paso de día soleado, como
cualquier día tropical, al invierno crudo, cerrado, los grises, azules,
violetas de la latitud, el cielo plomizo y los blancos de la nieve —eso no se
aprende en ninguna academia. Me quedé al día siguiente, no me podía levantar.
Incluso lo utilicé; y una de las señoras del comité de acogida a los becarios,
que pagaban las becas, me decía: «Usted siempre pone lo mismo. Visita al
Louvre, visita a las galerías de Saint-German-Du-Prés.» «Madame, soy pintor,
eso es lo que hago», le dije. «Pero no; trabaje, usted no pinta.» «Muy poco.
Experimento. Vine a aprender, no vine a enseñar.» De esa manera estudiaba. Ése
fue mi aprendizaje: Europa.
Posgrado
Digamos que Europa fue el posgrado. Veía cómo pintaba
van Dyke y de dónde nació el pardo Van Dyke, cuando empezaba dando veladuras
muy livianas, e iba engrosando, engrosando, engrosando. Como Rembrandt mismo,
hasta llegar a las pastas gruesas. Y Van Dyke, a su modelaje. Además eran unos
mentirosos. La Condesa Doria de Van Dyke tiene cerca de trece módulos de
altura, ¿y sabes cuál es el héroe del cuadro? Su vestido. La cara es una cosita
así. Y el vestido está trabajado en abstracto. Te vas dando cuenta que
son inútiles las discusiones: que la pintura abstracta, que la figurativa, que
si es surrealista. Toda la pintura es abstracta.
Allá aprendes también el regodeo y —vamos a decirlo
groseramente— los órganos que debes tener para estarlos poniendo en cada
pincelada. Ves la pasión que pone un Velázquez en sus pastas, ya que observas
el encaje de cerca y son puros grumos. No importa la tendencia ni la escuela.
Lo importante es ponerte a trabajar y dejarse de especulaciones intelectuales y
cosas que no corresponden, para ver si algún día Natura te favorece y puedes
llegar a pintar con esta concentración monacal.
Por eso no creo en los que dicen: «Yo viví 200 años
en París.» «¿Y qué hizo usted? ¿Después de haber vivido 200 años hace esto?
Suicídese en la primera ceiba que encuentre.» Soy un gran errático, soy loco,
impulsivo, visceral, pasional, gran amigo, enamorado de la amistad, enamorado
del amor, pero en pintura no me pueden tomar el pelo.
Pintar
Para mí pintar es un acto íntimo, siempre lo ha
sido. Me siento mal si hay una presencia que pueda ver lo que estoy haciendo.
De primera intención me encierro —antes fumaba un cigarro, me hacía tonto, me
rascaba la nariz—, escojo mis pinceles, a veces me duermo 10-15 minutos porque
no quiero pintar, no quiero enfrentarme al lienzo en blanco (que es el terror equivalente
a la página en blanco de los escritores). Después hay un periodo en que el
cuadro te absorbe y dejas de tener conciencia del teléfono, del ruido del
tráfico, de las voces de los vecinos, y ya estás pintando. Ese estado puede
durar horas hasta la madrugada o unos minutos nada más. No creo en el pintor
que se levanta a las 9 de la mañana, luego almuerza a las 12 del día, y se
sienta a las 4. ¿Para qué? Si esto no es calculable.
Cerrar el círculo
Vine a Yucatán porque siento que es la vuelta. Vine
a cerrar el círculo aquí donde no fui amamantado, ahora que me autoamamanté con
pintura, música, literatura, el paisaje nevado. Vine a exigir la leche que me
fue negada y a producir la parte más importante de mi obra. Si a mis
coterráneos no les importa, paciencia. Allí están mis herederos, y ellos sabrán
qué hacer. A lo mejor sucede que después de muerto el pintor llegan las grandes
loas. Recuerdo que cuando quisieron hacer una retrospectiva en París a Edvard
Munch, en vida, para pedirle perdón de que su obra había sido negada por
enfermiza, inmoral, sucia, patológica, les dijo él: «No quiero nada.»
Finalmente me siento aceptado y querido por mucha
gente: niños, viejos, ancianos, jóvenes. Me siento realizado humanamente, pero
tuve épocas terribles. Y si me quitas la pintura, me derrumbo, a nivel del
subsuelo, porque la encontré después de mucho sufrimiento y esfuerzo. Pude
aferrarme con amor a eso que deseaba amar profundamente, y lo logré.
Epílogo: nota crítica de Eunice Odio
Alfonso Durán Vázquez nació en Yucatán, lugar
habitado por el mar. Así es natural que su pintura tenga la particularidad de
ser marina o, más precisamente, submarina, aun cuando no se lo proponga. Niño
nacido frente al mar; niño que jugó con el mar; que en el mar se metió hasta el
espíritu y vive añorando esa parte extraña, temible y maravillosa de la Tierra.
Este pintor, a diferencia de sus compañeros, por lo
general no compone sus cuadros con figuras realistas. Influido magníficamente
por El Bosco no ha permitido que éste lo arrolle y de las enseñanzas que le ha
impartido el gran favorito de Felipe II de España, saca una sabiduría que lo
conduce por su propia ruta.
Dueño, como la mayoría de los suprarrealistas, de un
oficio que podemos calificar de magistral, se ayuda eficazmente de esa maestría
para rodear a sus seres de luminosidades fantásticas, espectrales, que
contribuyen, grandemente, a exaltar la imaginación del espectador.
Los sujetos y las atmósferas que crea este pintor,
dan la impresión de ser y estar en otros mundos (digamos en otros planetas) y
no en la periferia increíble que rodea a los habitantes de la Tierra. Su
imaginación desbocada es, entre otras cosas, la demostración patente de cuán
poca tiene tanto individuo.
Obras
Completas (1996)