Ten cuidado con lo que deseas.
Brutal, potente. Magical Girl (2014), segundo filme del director español Carlos Vermut, tiene mucho punch y no solo eso: te deja un sabor amargo que puede durar varios días, como de pan seco y vino tinto. La historia se divide en 3 partes—Mundo, Demonio y Carne—, y entrelaza los ejes narrativos de Alicia (Lucía Pollán), una niña de 12 años enferma de cáncer y Luis (Luis Bermejo), su padre profesor de letras en paro. La de Bárbara (Bárbara Lennie) y el episodio del lagarto negro. Y la de Damián (José Sacristán), un maestro de matemáticas retirado que recién ha salido de la cárcel. Vermut hace todo lo posible por alimentar una intriga a partir del deseo (¿inocente?) de Alicia antes de morir: un fantástico vestido nipón de la Magical Girl Yukiko. Eso activa la trama de una de las películas más surrealistas/crueles de los últimos años, que nos trae a la mente la amargura nostálgica de Carlos Saura y la disección atmosférica de Michael Haneke. Un puzzle inspirado en la estética pop y el cine noir.Si Diamond Flash alimentaba el misterio sobre un superhéroe oblicuo, alrededor del cual se construyen situaciones dramáticas onda Pulp Fiction, Magical Girl asoma el rostro al abismo del deseo en un tour de force muy áspero. Nos lanza al subconsciente sin linterna. Me alucina cómo el director, quien viene del mundo de la historieta, hace un close up a la crisis española mediante un microverso propio, cerrado herméticamente. Bárbara, una de las femme fatales más subyugantes que se hayan visto, posee un espíritu autodestructivo que arrasa. El relato de su caída es una fábula sobre los límites entre el instinto y la técnica (la esencia trágica del pueblo español). Esto nos lo dice Oliver Zoco, el dueño inválido de una casa de placeres prohibidos, al explicar la dialéctica en las corridas de toros. Carlos Vermut dispone símbolos y arquetipos aquí y allá, como las migajas de pan que Hansel y Gretel dejaban a su paso. Guiños que el espectador reconoce para seguir su camino, cuya profundidad sobrepasa el contexto de la cinta.
Otro de los elementos que refuerzan el ambiente cerrado y angustiante en esta alegoría de la crisis (económica, emocional, psíquica, axiológica) es el excelente apartado sonoro. De hecho, al oír el corte de los créditos [Song of the black lizard, de Pink Martini, en homenaje a Edogawa Rampo], me he dado cuenta que hay mucho de belleza y perversión en Magical Girl: una tristeza vintage doméstica, de domingos en cantinas que transmiten partidos de fútbol. Escucharemos también temas de Bach, Satie y la tensa interpretación de Manolo Caracol en La niña de fuego. El cruce de disciplinas que hicieron boom en la cabeza de este director y lo llevaron a crear un ingenioso artefacto de tortura audiovisual no dejará inmune a nadie. Y lo mejor: sin una sola escena explícita.
Magical Girl
Carlos Vermut
Avalon, 2014