6.2.12

palle seiersen frost_invitación al caos



Laberintos de formas deconstruidas.

«Había además una belleza cósmica, extrañamente apaciguadora, en el paisaje hipnótico por el que nos deslizábamos, en el que nos sumíamos de modo fantástico», escribe Houellebecq citando en su famoso ensayo sobre Lovecraft un fragmento de El susurrador de la oscuridad. El mejor epígrafe para nuestro viaje.

Palle Seiersen Frost (Dinamarca, 1935), arquitecto y artista visual de reconocida trayectoria, exhibe en la sala 1 del MACAY Testimonios y despliegues, una serie de piezas bidimensionales producidas sobre papel kinwashi. A simple vista, los patrones geométricos asemejan fractales con diseños en blanco y negro, verde, morado y azul. De forma oblicua, las composiciones gráficas remiten a la música electrónica experimental; bien podrían ser usadas en los conciertos de Aphex Twin (si tuvieran movimiento), o en el art-cover de álbumes como Rossz csillag alatt született del músico canadiense Aaron Funk. Tales referencias en la obra de Frost son heterodoxas, cabe aclarar, pero de ningún modo reducen su campo de acción: más bien lo amplían y abren la posibilidad de un entrecruzamiento alucinante.

Caos, abstracción, ritmo y accidente son las tácticas que el artista danés aprovecha en la configuración de sus vertiginosos cuchillos matemáticos. «No tengo control total», explica. Sin embargo, el método (como en el caso del astrónomo y la Vía Láctea) está siempre organizando su discurso. Hay espíritu clásico en los formatos y la utilización del papel japonés. Y a pesar que nunca se pierde la elegancia, hablamos ya de una elegancia peligrosa, inquietante, violenta. Clínica. La de los espacios galácticos abiertos a la nada y el todo. La de los virus que destruyen órganos vitales. La elegancia del limbo y los esqueletos. En tanto el ojo mira, el corazón se despedaza. Quizá la referencia más justa sea la del Kid A de Radiohead y su inyección de nitrógeno líquido en la sangre. Para Testimonios y despliegues proponemos un recorrido musical.

No deja de sorprender cómo la bidimensionalidad se proyecta hacia adelante y promete un viaje hipnótico donde los ojos son perseguidos y encerrados en laberintos que se deconstruyen. Los pixeles y los 8-bit serían buenos cómplices de travesía. Y los pájaros. Cada «testimonio» de Frost es un pájaro en «despliegue», un origami diseccionado. Trazos fríos, angulares, que se intersectan con ferocidad ejecutando el vértigo de lo cuantitativo. En algunos dibujos, en cambio, las líneas denotan nervio, fuerza y organicidad, campos magnéticos o movimientos circulares en descontrol. De un dibujo titulado Testimonio 38, un niño opina que «parecen personas cruzando la calle». Una calle hecha a lápiz. Una calle mental. Al fondo, una mancha negra debajo de la cual se lee una inscripción en otro idioma magnifica el acontecimiento. Es el Testimonio 5.

Dos japoneses—hombre y mujer—transitan por la sala, toman fotos, siguen de largo y se van por ahí. Ya han visto el Testimonio 46, con figuras tribales: los flashazos primitivos de Altamira. Las preocupaciones de Frost son casi estrictamente formales, como si tuviera una vela derritiéndose ante sus pies, y cada cuadro fuera una letanía: pequeñas variaciones en las plegarias forman un devocionario. En cierta ocasión, a propósito de Dogville y su sólida—pero al mismo tiempo—dúctil estructura cinematográfica, un crítico dijo que la libertad exige límites. En Testimonios y despliegues usamos el mismo argumento. Frost investiga los límites del caos entre los pliegues del papel. El laberinto demanda orden, pensamiento, ideas, hilos conductores. De lo contrario, Teseo no hubiera escapado jamás.

Imágenes: MACAY 

  


Publicado originalmente en El MACAY en la cultura,
Diario de Yucatán [06.02.2012]