1. “Sabemos que se nos engaña desde
nuestro nacimiento hasta en el precio de los ataúdes. Pero sobrevivimos. Tú has
desafiado, no a los compradores de perlas, sino a la estructura entera, al modo
de vida entero, y temo por ti”, le dice Juan Tomás a Kino en La perla.
Sirva el epígrafe como una anticipación.
2. La prosa de John Steinbeck (Salinas,
California, 27 de febrero 1902 – Nueva York, 20 de diciembre 1968)
encuentra su mejor tono en los márgenes de la sociedad estadounidense. Es la
voz del norteamericano hundido en la Gran Depresión, que perdió sus bienes
materiales y ahora reclama justicia. La protesta social como cimiento de una
ética cincelada. Sus criaturas representan la caída, el fatum. En este
sentido, recuerdan los lamentos de Job. Un aforismo de Cioran viene perfecto: Soy
un Job sin amigos, sin Dios y sin lepra. He aquí el pase de entrada al
Planeta Steinbeck.
3. En La Perla (1947), las
campanas del Mal armonizan las envidias, el odio y la cacería contra Kino, un
pescador que encuentra una perla enorme y aciaga poco después de que su hijo
enferme por culpa del aguijón de un alacrán. “Oh, hermano mío—le dice a Juan
Tomás—, me ha sido inferida una ofensa más profunda que mi vida. Porque, en la
playa, mi canoa está rota, mi casa está quemada y, tras el seto, yace un hombre
muerto. Todas las salidas están cerradas.” Es curioso el paralelismo de este
fragmento con el milenario Libro de Job: “Me ha entregado Dios al
mentiroso, y en las manos de los impíos me hizo caer. Próspero estaba, y me
desmenuzó; me arrebató por la cerviz y me despedazó, Y me puso por blanco suyo.
Me rodearon sus flecheros, partió mis riñones, y no perdonó; mi hiel derramó
por tierra.” No es casual entonces que en esta historia, en perspectiva con el
relato bíblico, observemos una parábola sobre la condición humana, con una
carga pesimista evidente. Todavía resuenan los disparos desde la gruta donde
Kino, su esposa Juana y el pequeño Coyotito aguardan el fin de la persecución.
4. Pero la road movie continúa,
y los personajes de Steinbeck alcanzan un punto de no retorno, una ruta de
aprendizaje que acentúa su condición marginal y la transforma en amarga
sabiduría: “La gente dice que los dos parecían apartados de la experiencia
humana; que habían pasado a través del dolor, y salido al otro lado; que había
casi una protección mágica a su alrededor. Y la gente que se había precipitado
para verles, retrocedió en grupo y les dejó pasar y no les habló.” De tal
modo, el aura trágica de Kino y Juana podría aplicarse al resto de sus criaturas.
Se vislumbra un western filosófico.
5. De ratones y hombres (1937)
relata un episodio rústico situado en una granja en plena crisis económica.
Steinbeck siente atracción por los ranchos californianos, el ejido sureño, las
canciones fúnebres, la errancia. Lennie, un varón corpulento con retraso
mental, se deja guiar por George, su astuto compañero, quien le dice antes de
tocar puertas: “Los hombres como nosotros, que trabajan en los ranchos, son los
tipos más solitarios del mundo. No tienen familia. No son de ningún lugar.
Llegan a un rancho y trabajan hasta que tienen un poco de dinero, y después van
a la ciudad y hacen volar el dinero, y no les queda más remedio que ir a
molerse los huesos en otro rancho. No tienen nada que esperar en el futuro.” Las
intenciones de este par de visionarios se trunca por una mujer, la de Curley,
el hijo del patrón, un buscapleitos barato y celoso. Lennie, más fuerte, más
ingenuo, le rompe los dedos de la mano y mata a la chica por acariciar su
cabello con demasiado ímpetu. George, ante la presión del grupo, persigue a
Lennie y lo asesina para protegerse. Antes de recibir el disparo en la cabeza,
Lennie tiene una visión: un conejo gigante le habla.
El uso de armas de fuego no está
prohibido en las reseñas.
6. “Me gusta acariciar cosas lindas con
los dedos, cosas suaves”, decía Lennie, con su voz infantil de niño enorme
irremediable. A menudo, Steinbeck filtra cierta dosis de ternura en sus
novelas. No todo es Caín y Abel matándose hasta el infinito. En sus historias hay
compasión y una mirada que desnuda los contrastes de la desigualdad social. El
cuestionamiento abre paso a un storytelling que desafía el status quo,
lo desmonta y le inserta dinamitas. En piezas ambiciosas como Las uvas de la
ira (1939, Premio Pulitzer) o Al este del Edén (1952), Steinbeck
entreteje tramas familiares complejas y cargadas de resonancias bíblicas. En
1962—como respuesta a los lamentos de Job—le otorgarían el Premio Nobel de
Literatura.
7. A modo de epílogo: La imagen que el
escritor empleaba para referirse a su talento literario era la de un cerdo con
alas, un Pigasus con aspiraciones al reino celestial. Ad astra per
alas porci, la frase original en latín relata la anécdota de un Steinbeck
joven, cuyo maestro le dijo: Serás escritor el día que los cerdos vuelen.
¡Voilà! Más que un insulto, era un vaticinio, una invitación a leerlo.
En el Planeta Steinbeck, pasa todos los días.