27.2.17

planeta steinbeck


Serás escritor el día que los cerdos vuelen.

1. “Sabemos que se nos engaña desde nuestro nacimiento hasta en el precio de los ataúdes. Pero sobrevivimos. Tú has desafiado, no a los compradores de perlas, sino a la estructura entera, al modo de vida entero, y temo por ti”, le dice Juan Tomás a Kino en La perla. Sirva el epígrafe como una anticipación.

2. La prosa de John Steinbeck (Salinas, California, 27 de febrero 1902 – Nueva York, 20 de diciembre 1968) encuentra su mejor tono en los márgenes de la sociedad estadounidense. Es la voz del norteamericano hundido en la Gran Depresión, que perdió sus bienes materiales y ahora reclama justicia. La protesta social como cimiento de una ética cincelada. Sus criaturas representan la caída, el fatum. En este sentido, recuerdan los lamentos de Job. Un aforismo de Cioran viene perfecto: Soy un Job sin amigos, sin Dios y sin lepra. He aquí el pase de entrada al Planeta Steinbeck.

3. En La Perla (1947), las campanas del Mal armonizan las envidias, el odio y la cacería contra Kino, un pescador que encuentra una perla enorme y aciaga poco después de que su hijo enferme por culpa del aguijón de un alacrán. “Oh, hermano mío—le dice a Juan Tomás—, me ha sido inferida una ofensa más profunda que mi vida. Porque, en la playa, mi canoa está rota, mi casa está quemada y, tras el seto, yace un hombre muerto. Todas las salidas están cerradas.” Es curioso el paralelismo de este fragmento con el milenario Libro de Job: “Me ha entregado Dios al mentiroso, y en las manos de los impíos me hizo caer. Próspero estaba, y me desmenuzó; me arrebató por la cerviz y me despedazó, Y me puso por blanco suyo. Me rodearon sus flecheros, partió mis riñones, y no perdonó; mi hiel derramó por tierra.” No es casual entonces que en esta historia, en perspectiva con el relato bíblico, observemos una parábola sobre la condición humana, con una carga pesimista evidente. Todavía resuenan los disparos desde la gruta donde Kino, su esposa Juana y el pequeño Coyotito aguardan el fin de la persecución.

4. Pero la road movie continúa, y los personajes de Steinbeck alcanzan un punto de no retorno, una ruta de aprendizaje que acentúa su condición marginal y la transforma en amarga sabiduría: “La gente dice que los dos parecían apartados de la experiencia humana; que habían pasado a través del dolor, y salido al otro lado; que había casi una protección mágica a su alrededor. Y la gente que se había precipitado para verles, retrocedió en grupo y les dejó pasar y no les habló.”  De tal modo, el aura trágica de Kino y Juana podría aplicarse al resto de sus criaturas. Se vislumbra un western filosófico.

5. De ratones y hombres (1937) relata un episodio rústico situado en una granja en plena crisis económica. Steinbeck siente atracción por los ranchos californianos, el ejido sureño, las canciones fúnebres, la errancia. Lennie, un varón corpulento con retraso mental, se deja guiar por George, su astuto compañero, quien le dice antes de tocar puertas: “Los hombres como nosotros, que trabajan en los ranchos, son los tipos más solitarios del mundo. No tienen familia. No son de ningún lugar. Llegan a un rancho y trabajan hasta que tienen un poco de dinero, y después van a la ciudad y hacen volar el dinero, y no les queda más remedio que ir a molerse los huesos en otro rancho. No tienen nada que esperar en el futuro.” Las intenciones de este par de visionarios se trunca por una mujer, la de Curley, el hijo del patrón, un buscapleitos barato y celoso. Lennie, más fuerte, más ingenuo, le rompe los dedos de la mano y mata a la chica por acariciar su cabello con demasiado ímpetu. George, ante la presión del grupo, persigue a Lennie y lo asesina para protegerse. Antes de recibir el disparo en la cabeza, Lennie tiene una visión: un conejo gigante le habla.

El uso de armas de fuego no está prohibido en las reseñas.

6. “Me gusta acariciar cosas lindas con los dedos, cosas suaves”, decía Lennie, con su voz infantil de niño enorme irremediable. A menudo, Steinbeck filtra cierta dosis de ternura en sus novelas. No todo es Caín y Abel matándose hasta el infinito. En sus historias hay compasión y una mirada que desnuda los contrastes de la desigualdad social. El cuestionamiento abre paso a un storytelling que desafía el status quo, lo desmonta y le inserta dinamitas. En piezas ambiciosas como Las uvas de la ira (1939, Premio Pulitzer) o Al este del Edén (1952), Steinbeck entreteje tramas familiares complejas y cargadas de resonancias bíblicas. En 1962—como respuesta a los lamentos de Job—le otorgarían el Premio Nobel de Literatura.


7. A modo de epílogo: La imagen que el escritor empleaba para referirse a su talento literario era la de un cerdo con alas, un Pigasus con aspiraciones al reino celestial. Ad astra per alas porci, la frase original en latín relata la anécdota de un Steinbeck joven, cuyo maestro le dijo: Serás escritor el día que los cerdos vuelen. ¡Voilà! Más que un insulto, era un vaticinio, una invitación a leerlo. En el Planeta Steinbeck, pasa todos los días.