Temporada de huracanes, la reciente novela de Fernanda Melchor, reconstruye un crimen
desde la ficción policiaca.
1. Los huracanes llegan
sin avisar. Irrumpen. Arruinan. Horadan. Se habla de huracanes reales y
metafóricos. De contextos que pierden su nivel moral. Es un hecho que Veracruz
fue asolado durante el gobierno de Javier Duarte. Y que en México vivimos una
de las épocas más peligrosas para ejercer el periodismo. Es un hecho que
atravesamos un estado de vulnerabilidad y desprotección entre aguas
contaminadas por el descreimiento político, la violencia y el narco. ¿Sobre qué
escribir, entonces? ¿Cómo escribir después de Ayotzinapa, o el asesinato de
Rubén Espinosa y Nadia Vera? ¿A dónde dirigirnos en
medio de las ráfagas de feminicidios, promesas electorales oportunistas,
sospechas de represión militar y un clima francamente perverso?
2. En uno de sus
divertidos planteamientos binarios, Ernesto Sabato divide la literatura entre cortesana y problemática. La primera sería aquella que busca
entretener, se distancia voluntariamente de ciertos asuntos existenciales y
adopta un acento lúdico. La segunda, más reflexiva, dedica sus recursos a
comprender la condición humana y teje una alegoría más o menos espesa sobre los
conflictos del individuo. Me pregunto si no podría haber un término medio, y si
un autor no podría fusionar ambas posiciones. Pero Sabato no era un intelectual
aristotélico; lo sabemos por su posición antagónica frente a Borges. Enemistad
que él mismo, bajos sus propios criterios, planteaba. ¿Quién es cortesano, y
quién reflexivo? ¿Quién escribe desde torres de marfil, y quién explora el
subsuelo? Etc.
3. Sirva lo anterior para
encuadrar cierta literatura que está produciéndose en Latinoamérica. Y señalar cómo
las preocupaciones de algunos autores vinculan el quehacer literario con la
exploración de situaciones límite sin
perder la brújula del fenómeno estético. Mariana Enríquez, en su
orientación hacia el relato de horror, ha sabido exprimir el ecosistema de la
crítica social sin caer en el folleto moralista o el reduccionismo de la nota
roja. Caso similar al de Samanta Schweblin, que pone el dedo en las múltiples
llagas de lo cotidiano/político sin reclamar culpables. Fernanda Melchor, en Temporada
de huracanes, logra matar dos pájaros de un tiro. Aborda un crimen pasional
reciente, donde los muertos se pudren a plena luz del día, y adopta el código
verbal de personajes periféricos. Habla como ellos. Les da voz. Los habita con
chismes, rumores, insultos. La trama—un brujo asesinado por su amante—es una
sesión espiritista.
4. Personajes que hablan
sucio y rastrean dentro de su cabeza los acontecimientos previos al crimen. Lo
que une a las criaturas de Melchor no es el
amor sino el espanto—invocando a Borges—, porque sus pasiones van directo al
ojo del huracán. El narrador, si bien es omnisciente, no se coloca en un sillón
metafísico a la distancia, observando con desdén lo que ocurre, sino que posee los cuerpos como un demonio. Entra
en las gargantas. Habla por sus bocas. Los domina. Dentro de este storytelling atravesado por imágenes
explícitas de sangre, lodo y sexo, el lenguaje revela una transgresión infinita. Recorremos
los círculos del infierno en capítulos de un solo párrafo, agotadores y
concéntricos. Nos movemos en órbitas elípticas alrededor del desamparo. El tour
recuerda lo que hizo Gaspar Noe con
Irreversible.
5. Como si la literatura
marchara en sentido inverso a la realidad aplastante—a peores circunstancias,
mejores libros—, la prosa de Fernanda Melchor funge como un exorcismo. Novela de pulso
desenfrenado, Temporada de huracanes no
se anda con rodeos. Advertidos están.
Temporada de huracanes
(2017). Fernanda Melchor. Random House.