6.6.19

thomas bernhard_un chico alemán


Recuerdo con toda precisión
esta imagen aterradora.

Había entrado en un nuevo infierno. Pero tenía un compañero de infortunio. Se llamaba Quehenberger, y en mi vida olvidaré ese nombre. El muchacho tenía lo que se llama raquitismo, y era un tullido de brazos y piernas. Estaba totalmente demacrado. Era la figura más lamentable que puede imaginarse, causaba la impresión más lastimosa verlo decir Heil Hitler y marcar el paso por la Selva de Turingia. A él le pasaba todas las noches algo mucho peor que a mí: manchaba la cama con sus excrementos. Recuerdo con toda precisión esta imagen aterradora: en el lavabo de abajo, donde sólo estaban además los sótanos, le ataron a Quehenberger la sábana manchada de excrementos alrededor de la cabeza, mientras a mí, a su lado, me trataban los muslos escocidos junto a los testículos con un polvo blanco. Había encontrado un camarada, una víctima aún mayor. Educadores y enfermeras, como es natural, trataban de convencernos también con buenas palabras, pero la mayor parte del tiempo perdían el control y nos maltrataban. ¡Un chico alemán no llora! Y en la Selva de Turingia yo no hacía casi más que llorar.