El precio de la desigualdad, ensayo divulgativo de Joseph Stiglitz,
Premio Nobel de Economía, mantiene una vigencia perturbadora.
Un pequeño rodeo: Antes de adentrarme en temas financieros, simplemente revisaba noticias y le seguía la pista a ciertos canales de YouTube sobre economía global (CNN, The Economist, incluso Vice o los análisis de Martha Flich en el Huff Post). Quiero decir, nada sistemático ni demasiado intrincado. Aunque en sí misma la economía tiene cierto grado de complejidad, nunca me había detenido a profundizar en la relación causa-efecto de nuestro modelo económico. Sin duda, me interesaban varios temas: los recovecos de la burbuja inmobiliaria de 2008, principalmente después de haber visto Margin Call (J. C. Chandor, 2011); el escándalo Strauss-Khan, diseccionado en Welcome to New York (Abel Ferrara, 2014), y también recuerdo que en su momento conseguí En la orilla, una novela de Rafael Chirbes (Anagrama, 2013) sobre el impacto de la burbuja inmobiliaria en España. Lo más impresionante a nivel sensorial fue el hallazgo de un cuerpo en el pantano de Olba, metáfora de la descomposición moral que se precipita sobre los habitantes de aquella región tras la crisis. Dos perros se pelean por un trozo de carne que resulta ser una mano humana, y el trabajador que descubre el cadáver se siente culpable de haberlo encontrado.
En suma, la narrativa en torno a la crisis financiera, particularmente cruda y descarnada, me fascinó.
Varios años después, la lectura de El precio de la desigualdad, de Joseph Stiglitz (Taurus, 2012) irradia un tufo similar. El economista analiza los motivos por los cuales la brújula moral de los estadounidenses ha perdido el norte. La radiografía del modelo económico neoliberal reporta un diagnóstico negativo, que en resumidas cuentas ha taladrado la democracia y provocado múltiples protestas ciudadanas. Stiglitz defiende la regulación gubernamental para garantizar un mejor balance entre la equidad y la justicia. Enfatiza la enorme desigualdad entre los ciudadanos ricos y pobres, y esta polarización le obliga a formularse una pregunta que intenta responder en los capítulos que componen su ensayo: ¿Por qué razón los ricos están haciéndose mucho más ricos, por qué la clase media se está despoblando y por qué está aumentando la cifra de personas pobres? Stiglitz integra varios elementos a modo de respuesta, y es abundante al aportar contexto, datos duros y analogías comprensibles. Estamos ante una obra divulgativa, de modo que el ritmo es ágil, aunque repetitivo y tedioso por momentos, como si corriéramos cien veces alrededor del mismo parque. Sin que suene a spoiler, nos dice que para los estadounidenses de abajo y de en medio, la inseguridad económica se ha convertido en una realidad cotidiana.
Un caso particular contra el cual Stiglitz lanza sus dardos es el de las entidades financieras. La falta de transparencia en los mercados, las imperfecciones o asimetrías de información (cuando alguien sabe algo relevante para una transacción que otra persona desconoce) y las contribuciones del sector financiero a las campañas electorales son solo algunos de los agentes que provocan desigualdad. No es un secreto que el crack de 2008 fue desencadenado por las pésimas gestiones del sistema financiero estadounidense: las hipotecas subprime arruinaron el mercado por años. «Nuestros bancos contaminaron la economía mundial con hipotecas tóxicas, y sus fallos llevaron a la economía mundial al borde de la ruina, lo que ha impuesto enormes costes a los trabajadores y a los ciudadanos de todo el mundo. En principio, algunos de esos fallos de los mercados son fáciles de corregir: se puede obligar a una empresa que está contaminando a que pague por la contaminación que está creando. Pero las distorsiones provocadas por la información imperfecta y asimétrica están presentes por doquier, y no son tan fáciles de corregir.» De allí la función reguladora del gobierno, que establece las reglas básicas del juego y hace cumplir las normas. Sobre todo porque, como el autor explica, la desigualdad económica hace temblar a la democracia.
Es completamente lógico. Cuando sabes que un banquero justifica su sueldo por la enorme contribución que le brinda a la sociedad, aun a expensas de que esa misma sociedad se ve afectada por sus malas gestiones, entiendes que el problema de fondo es de índole ético, y que movimientos como Ocuppy Wall Street poseen una gran dosis de verdad. «Gran parte de la desigualdad que existe hoy en día es una consecuencia de las políticas del gobierno, tanto por lo que hace el gobierno como por lo que no hace. El gobierno tiene la potestad de trasladar el dinero de la parte superior a la inferior y a la intermedia o viceversa (para determinar) lo que es una competencia justa o qué actos son los que se consideran anticompetitivos e ilegales, quién percibe qué en caso de quiebra, cuándo un deudor no es capaz de pagar todo lo que debe, qué prácticas son fraudulentas y están prohibidas.» Lo que se denomina virtud ciudadana, el derecho a ejercer el voto, es una versión hipermoderna del antiguo imperativo categórico de Kant—Obra de tal modo que tu acción sea tomada por ley universal—, y le da un giro inesperado al asunto: Si la convicción de que el sistema político está amañado y es injusto persiste, los individuos simplemente se sentirán liberados de las obligaciones de esa virtud ciudadana. Fácil y sencillo.
Vuelvo a una referencia literaria: The catcher in the rye, de J. D. Salinger. Al inicio del capítulo dos, el adolescente Holden Caulfield platica con uno de sus profesores antes de fugarse de la escuela. Este le dice que la vida es un juego y que uno debe jugar según las reglas. Holden responde que sí, pero en su monólogo interior piensa que esas reglas no siempre funcionan. No funcionan cuando estás del lado equivocado. No funcionan si por ahí los tiros simplemente no llegan. ¿De qué juego hablamos entonces? Algo de esto comprendió Mark David Chapman, quien llevaba una copia del libro cuando asesinó a John Lennon en 1980. Y algo de esto han comprendido también los manifestantes contra el 1% más rico de la población mundial y tantos otros apologistas de Mr. Robot. Como teórico de la crisis actual, Stiglitz describe la etiología, el diagnóstico y la cura de cierto tipo de cáncer. Entre líneas, sus reflexiones detectan una metástasis ominosa: lo fatal crece en capas mucho más profundas, a ritmo acelerado y burbujeante.
El precio de la desigualdad. Joseph E. Stiglitz. Taurus, 2012.