Si eres
fan de Nintendo,
lo vas
a disfrutar muchísimo.
Regresé a
los videojuegos de forma tardía, a partir de Journey, un título que hasta ahora sigue pareciéndome la experiencia más emotiva para explicar el mito del héroe planteado por Joseph Campbell. También aprecio las experiencias maduras, como The Last Of Us y el reboot de
Tomb Raider lanzado en 2013. Aun así llegué tarde al PS3, y poco después
adquirí una Wii U. La consola presenta un catálogo excelente aunque reducido,
sin duda por el abandono de los desarrolladores third party, una lección tremenda para Nintendo. Donkey Kong Country Tropical Freeze, Bayonetta 2, las
remasterizaciones de Zelda Windwaker
y Twilight Princess y Xenoblade Chronicles X son alucinantes,
pero no bastan. Reviví glorias de otra época con la trilogía de Metroid Prime y el Other M, adquirí títulos de SNES bastante adictivos, como el
clásico Axelay. Comprendí que mi elección por la gran N fue necesariamente un
asunto de nostalgia, y que ese nicho es enorme. Las bajas ventas del Wii U no
se corresponden con la calidad de sus lanzamientos.
Entonces
llegó el Switch. O más bien, el anuncio de un nuevo Zelda que sería la
despedida del Wii U y el primer capítulo de una consola híbrida. Y los sitios
especializados empezaron a mostrar las distintas calidades que luciría el juego
en ambas versiones. Después, hablaron del amargo sabor de los cartuchos (cubiertos
con un agente químico, el benzoato de denatonio, ¡para evitar que los niños
menores quieran comérselos!). Y de las fallas en los controles, la ausencia de
apps como Netflix y navegadores web, la baja resolución de los screenshots que puedes hacer mientras
juegas, y varios pormenores. En cuanto a lo técnico, el dispositivo me ha funcionado
de maravilla. Los mandos Joy-Con son pequeños, confortables, y el dock no es
más que una caja sencilla que permite lanzar la señal del procesador a la TV a
1080p/60FPS y audio 5.1, en cuestión de segundos y sin configuraciones dolorosas.
Esa es la resolución máxima, así que habrá un HD fabuloso.

Como habrás escuchado antes, la batería de la tableta
dura unas tres horas, tiempo suficiente de una partida completa. Por lo
menos, en cuanto a títulos como Zelda Breath Of The Wild (BoTW), eso
dura. Pero varía de un software a otro, así que podría extenderse a 6.5 horas.
Es muy relativo. La interfaz gráfica luce minimalista y simple, básica e
intuitiva. Por momentos, pienso que Nintendo apostó por un sistema que
simplifique las operaciones a realizar en los menús, siguiendo el viejo adagio
de menos es más. Ya que se trata de un dispositivo ultra ligero,
estético y funcional, cada detalle de su arquitectura fue calculado
milimétricamente. En el tiempo que llevo jugándolo, no he tenido ninguna de las
complicaciones técnicas que reportan las web dedicadas. Lo que sí,
definitivamente hay un antes y un después del Switch. Ni siquiera se parece a
jugar en un ipad mini. Tiene el sello de la casa de naipes japonesa. Hasta en
los sonidos preestablecidos encontrarás un guiño lúdico de Nintendo.
Intencionadamente, he dejado para el final mis comentarios
sobre el nuevo Zelda. Si lo pudiera describir en tres conceptos, diría que es inmersivo, épico y conmovedor. En
estos días he avanzado con religiosidad los primeros santuarios hasta conseguir
la entrada al calabozo de una bestia sagrada. El contenido del juego es
literalmente monstruoso—se habla de 120 santuarios y 76 misiones secundarias—y
cada rincón esconde un desafío. El diseño de arte combina el cel
shading de Windwaker con animación al estilo Studio
Ghibli. Y eso mata el corazón de cualquiera. La música me ha dejado impactado:
Manaka Kataoka logra estremecer con sus arreglos a las melodías ya identificadas
que forman parte del canon. Se escuchan acordes orquestales y tintineos
electrónicos muy bien integrados dentro de la narrativa. El doblaje al
español latino destaca por su precisión lingüística y buena sonoridad. En
general, estamos ante una de las obras maestras de Nintendo: BoTW ha obtenido
calificaciones perfectas. Si eres fan de la saga, lo disfrutarás
muchísimo.
