abril 05, 2017

el método abramovic

 

Cuerpo al límite. 

La técnica desarrollada por Marina Abramovic (Belgrado, Yugoslavia, 1946) consiste en una forma de meditación bastante cercana a las prácticas budistas, aunque con fines distintos, claro está. Como sabemos, el budismo pretende la disolución del yo, el desvanecimiento de las ilusiones y la iluminación interior hacia el Nirvana a través de la supresión del deseo. En el caso del Método, lo que se consigue con los ejercicios de atención consciente—que emplean objetos como sillas, bancos, camas y tótems—es una percepción más profunda sobre la propia sensibilidad, que puede llegar a ser conmovedora y exhaustiva. El propósito es preparar el cuerpo no para la muerte, sino para el performance, disciplina que Abramovic abrazó desde 1973.

El silencio es una de las condiciones sine qua non que los facilitadores del Método exigen, ya que los asistentes/artistas deben portar unos audífonos que los aíslen del ruido y la furia exteriores. La introspección impone una disciplina mental francamente difícil de conseguir en un milenio de gadgets y redes sociales. La misma idea que propone el filósofo surcoreano Byun-Chul Han en La sociedad del cansancio: “El multitasking no significa un progreso para la civilización. Se trata más bien de una regresión. El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades. De este modo, no se halla capacitado para una inmersión contemplativa. No puede sumergirse de manera contemplativa en lo que tiene enfrente porque al mismo tiempo ha de ocuparse del trasfondo.”




As One, uno de los proyectos más interesantes que ha nacido gracias al Método, consiste en una colaboración entre NEON + Marina Abramovic Institute. Incluye la participación de una nueva camada de artistas del performance—18 griegos y 5 internacionales—en dos modalidades: a través de un proyecto de 7 semanas, y mediante performances de intervención. En Look at the pain, and the pain passes, Nikolaos (Atenas, Grecia, 1986) permanece suspendido en una cuerda para evidenciar la angustia mental, la falta de libertad y la opresión de la sociedad contemporánea. En White Cave, la bailarina Nancy Stamatopoulou (Tesalónica, Grecia, 1974) se somete a un confinamiento espiritual inspirado en el mito de la caverna de Platón para explorar las fronteras de la realidad perceptible.

Abramovic se define como un soldado del performance. Y no es para menos: su filosofía del cuerpo al límite le ha llevado a todo tipo de expresiones radicales: cortarse, orinar, defecar, masturbarse, recorrer la Muralla China. Ahora, explica, “se trata de descubrir qué hay en nuestras mentes.” Contar arroz, otro ejercicio zen de su arsenal, entrena la resistencia psicológica de quien esté dispuesto a realizar esta actividad por seis horas, con reloj y teléfono apagados. La artista está presente (2013), documental dirigido por Matthew Akers, registra la retrospectiva de Abramovic en el MoMA de Nueva York en 2010, incluido su reencuentro con Ulay. Ella, sin arrugas, observa a su antiguo amante en una mesa de madera, en silencio. Al fondo, música de piano. Las manos se estrechan. El público aplaude.





abril 04, 2017

guía cósmica para oír a sigur rós



Cierra los ojos y vuela.

Los registros musicales de Sigur Rós transitan de la calma intrauterina y celeste al caos y la disonancia emocional. La banda islandesa—cuyo nombre significa Rosa de la victoria—inició su carrera en 1997 con Von, un álbum de vocación ambiental que desafiaba las convenciones genéricas. Percibir esa particular mixtura de loops minimalistas, voces agudas como murmullos y guitarras folk era insólito. El post rock emitía sus primeros rumores. La experimentación continúa en su segunda entrega, el deslumbrante Ágaetys Byrjun (1999). Literalmente, el título significa Un buen comienzo, es más elaborado en su producción y emite fulgores de galaxias lejanas. Piezas como Svefn-g-englar, Starálfur, Ny battery u Olsen Olsen elevan el espíritu a varios kilómetros de altura.

Por aquel tiempo, la expresividad reclamaba un idioma nuevo, y Jónsi, líder/vocalista de la agrupación, decidió crearlo. El hopelandic cumple una función lírica especial: amplía el campo de interpretación del cantante y le brinda mayor independencia creativa. Lo que vendrá después tiene ya las características de un enorme iceberg conceptual. Lanzado en 2002, ( ) explora emociones profundas en un lenguaje que ha roto sus propios límites—parafraseando a Wittgenstein. Sigur Rós nos lleva de un paisaje interior al siguiente con virtuosismo y sentimiento. Si bien destacan temas como Vaka, Samskeyti o la apoteósica Popplagio, el disco funciona como un bloque indivisible del cual resulta difícil recuperarse, pues exige un alto grado de inmersión emocional. No hay que descartar las lágrimas.



A su modo, otras bandas de post rock también se alejan de los cánones para lanzarse al vacío. Los islandeses continúan su ascenso. En 2005, Takk los trae de vuelta con un sonido más optimista y luminoso. Persisten los crescendos y las epifanías en lenguas desconocidas. Ecos a una infancia épica, con montañas y valles surrealistas, ilustran una fábula efervescente. Glósoli, Hoppípolla, Milanó y Gong conmueven por su transparencia melódica. Tres años más tarde, Með suð í eyrum við spilum endalaust (2008) describe a la perfección el desenfado juvenil del clan. Aquí sorprende sobre todo la frescura de canciones como Inní mér syngur vitleysingur o Góðan daginn y la madurez intimista de Festival, Með suð í eyrum y Ára bátur, grabada en una sola sesión en los estudios Abbey Road. Alucinante.  
Los trabajos en colaboración y el material adicional ofrecen buenos momentos. Hlemmur, Heima, Rímur y Angels Of The Universe demuestran la evolución del conjunto. Valtari (2012) supone una transición pacífica rumbo al sonido más agresivo de Kveikur (2013). La banda, ya sin Kjartan Sveinsson en los teclados, emprende un viaje a sus orígenes con Jónsi a la cabeza, seguido de Georg Hólm (bajo) y Orri Páll Dyrason (percusiones). El trío se las arregla para electrificar el ambiente y cargarlo de resonancias volcánicas. Brennisteinn, Hrafntinna, Stormur y Rafstraumur alternan las lenguas de fuego con trompetas abrumadoras y ríos de lava púrpura. “Yo crecí escuchando Iron Maiden, Metallica y cosas así. Y todavía lo hago, sobre todo cuando me emborracho”, concluye Jónsi. Le creemos.




chelsea wolfe_pálido fuego

 
Un sonido denso que navega entre el folk, el gótico y la electrónica.

 

Antes de lanzarse al abismo, Chelsea Wolfe probó con un sonido muchas más heterogéneo, alimentado por los ídolos de su infancia: Aaliyah, Fletwood Mac y Black Sabbath. El resultado de aquel incipiente lirismo es un primer álbum no oficial, Mistake in Parting (2006), que ella misma reconoce como terrible. Tenía veintitantos años.

The Grime and the Glow (2010) genera un sonido low fi que trae a la mente los experimentos de Smog/Bill Callahan. Diríase que las herramientas se están puliendo. Persiste una intención, aunque las soluciones no sean redondas. En este sentido, Apokalypsis (2011) reformula los acordes. Piezas como Mer y Pale on Pale  pueden llegar a volverse las favoritas de un buen gothic tracklist.

Los momentos de relativa quietud vendrán en algún punto de 2012. Con Unknown Rooms: A Collection Of Acoustic Songs, Wolfe confirma sus raíces domésticas, el viejo folk que lleva en la sangre. Uno pensaría que estas habitaciones desconocidas no ocultan ningún fantasma.  La tristeza es un leñador que reúne un montón de hojas otoñales, ancianas y crujientes, ansiosas por sentir el fuego.



Pero los vinos maduran. En Agosto de 2015, la diva sombría entrega un material robusto, híbrido entre gothic folk, noise rock y electrónica. Abyss aborda la parálisis del sueño que padece la cantante, una vocación por el vacío que ya se insinuaba en Pain is Beauty (2013), su anterior temporada en el infierno. Los demonios aletean con un solo propósito: perturbar.

Wolfe lo sabe, y entre sus ceremonias litúrgicas concibió un hermoso mediometraje—Lone (2014), a dúo con el director Mark Pellington—que funge como breviario de pesadillas. Atmósferas trastornadas y susurros nihilistas crean un entorno dolorosamente auténtico. Una máscara nos arroja verdades crueles. Leopoldo María Panero fuma distraído.

En estos rituales simbólicos se reconocen estrategias como las de Trent Reznor durante la época de The Downward Spiral (1994) y The Fragile (1999). Esa furia por explorar manicomios privados, de caer hasta lo más profundo de un pozo sin monedas, de ver qué ocurre si uno sacrifica sus límites emocionales. Quizá no haya otra forma de lograr el éxtasis: alcanzando el limbo por caída libre.

Para seguir alimentando a la bestia, el EP Hypnos/Flame (2016) es un aperitivo perfecto.