Cómico, triste, terrorífico, solitario, retraído, Henry Darger era
una de esas criaturas fantásticas que la naturaleza produce de vez en cuando.
Nunca se casó, no tenía amigos ni parientes a quienes avisar en caso de
fallecimiento. Por las noches, los vecinos de su cuarto en Chicago escuchaban
voces alternadas, marchas militares, conversaciones frente al espejo. Entre
otras linduras, Darger amarraba con una soga su cartera, discutía en secreto
con el meteorólogo del diario cuando éste se equivocaba y se había obsesionado
por la muerte de una niña, Elsie Paroubek, de quien había leído una nota roja.
Pero al morir en 1973, el viejo ermitaño se reivindicó. Nathan y Kiyoko Lerner,
sus caseros, hallaron en el dormitorio donde vivía cientos de acuarelas
paisajísticas que, según el caso, podían ser bélicas o celestiales,
protagonizadas por 7 niñitas rubias. Las ilustraciones –y una cantidad menor de
collages– habían sido hechas ex profeso para una larga novela de quince
mil páginas, firmada por Darger, cuyo título recuerda epopeyas del Medievo: La
Historia de las Niñas Vivian en lo que se conoce como los Reinos de lo
Irreal, sobre la Guerra-Tormenta Glandeco-Angeliniana causada por la rebelión
de los Niños Esclavos. Los Lerner, ante tal hallazgo, decidieron
inmortalizar a su inquilino. Darger, o su fantasma, exhibió varias obras en
museos y galerías de renombre, su talento marginal fue aclamado
internacionalmente y, en un homenaje póstumo ad hoc, una banda de
punketas se hizo llamar The Vivian Girls.
Los estudiosos opinan que Darger padecía el Síndrome de Asperger,
un tipo de autismo presentado en niños varones cuyas principales notas son la
falta de empatía, la insuficiencia para las relaciones sociales, las
conversaciones solitarias, los movimientos torpes y un profundo arraigo hacia
un interés determinado. Ciertamente, las escenas creadas por sus misteriosas
manos provocan una sensación de incomodidad, de cuestionamiento hacia los
límites de la violencia infantil, y la mezcolanza de cristianismo,
transexualidad y guerra en medio de paneles a todo color, en clave näif, con
proto-lolitas, resulta irónica. No obstante, si el Universo Darger necesitara
reforzamientos teóricos, Leopoldo María Panero sería el autor más idóneo. En el
prefacio a El último hombre, el poeta esquizofrénico explica que además
de «contrastar la belleza y el horror, lo familiar y lo unheimlich (lo
no familiar, o inquietante, en la jerga freudiana) otro de mis métodos para la
consecución de este libro es lo que el formalista ruso Sklowsky llamaba el extrañamiento:
esto es, deslizar componentes anómalos en medio de un panorama familiar. Ceniza
entre unas guindas, dos sapos en un jardín, tres niños adorados por los sapos:
la fealdad rodeada de belleza o viceversa.» En términos visuales, Darger iba de
lo asombroso a lo irracional: envió a las encantadoras niñas Vivian, seres híbridos
del planeta Abbienia, a combatir contra el ejército del general Manley. Inventó
dragones voladores para custodiarlas y, por si acaso, las dotó de diminutos
penes.
El documental In The Realms
Of The Unreal (2004) de Jessica Yu, con las voces de Dakota Fanning
y Larry Pine, completa el retrato psicológico. La
estructura narrativa del filme apunta hacia tres direcciones. La primera
consiste en una autobiografía de Darger, basada en su texto The history of
my life, de 5,084 páginas. La segunda se refiere a cómo lo percibían sus
vecinos. La tercera, más vistosa, introduce animaciones de sus propias
acuarelas y collages, transportando al formato digital las escenas agrestes, su
exuberancia, sus colores alucinados. «Tratamos no de marcar completamente cada
historia sino de contarlas en paralelo, para tener una imagen mayor de quién
era este hombre, cómo vivía y qué significaba este mundo para él» –explica Yu, enfatizando
que Darger «estaba tratando de crear un mundo fuera de su imaginación, vivir
allí y eso es algo que los artistas hacen pero que él llevó a un nivel donde
realmente estaba sustituyendo el mundo real por el imaginario.» Y a tal punto
perdió su lugar en este mundo, que abandonó Chicago para fugarse a otro
planeta; el nuestro le parecía torpe, demasiado inverosímil, ficticio.
Necesitaba uno monstruoso. La personalidad evasiva y triste de Darger hace eco
a historias como Bartleby el escribiente, de Herman Melville y a Wakefield,
de Nataniel Hawthorne, que describen personajes absurdos con altos niveles de
negación vital, antecedentes de Sísifo en la literatura existencialista.
Para cerrar el círculo, la cinta de Yu informa que la habitación
de Darger fue desmantelada en el 2000. Como epílogo, en los créditos se oye Innocent
when you dream (78), de la rasposa garganta de Tom Waits. «¿Pueden creerlo? Al contrario de la mayoría de los niños,
odiaba ver llegar el día en que sería grande. Quería ser joven para siempre.
Ahora soy un viejo rengo, diablos», escribiría un Darger crepuscular, sin
planes de una gira post-mortem.
–Christian Núñez