Nadie ha definido
todavía, en un lenguaje comprensible para quien no lo haya experimentado, lo
que es el tedio. Unos llaman tedio a lo que no es más que aburrimiento; otros,
a lo que sólo es malestar; otros aún dicen tedio queriendo decir cansancio.
Pero el tedio, aunque participe del cansancio, del malestar y del aburrimiento,
participa de ellos como el agua participa del hidrógeno y del oxígeno de que
está compuesta. Los incluye sin parecerse a ellos.
[…]
El tedio es, en
efecto, el aburrimiento del mundo, el malestar de estar viviendo, el cansancio
de haber vivido; el tedio es, realmente, la sensación carnal de la múltiple
vaciedad de las cosas. Pero el tedio, más que eso, es el aburrimiento de otros
mundos, tanto si existen como si no; el malestar de tener que vivir, aunque sea
como otro, aunque sea de otro modo, aunque sea en otro mundo; el cansancio, no
sólo del ayer y del hoy, sino también del mañana, de la eternidad, si es que
existe, y de la nada, si es que en ello consiste la eternidad. Y tampoco es
sólo la vaciedad de las cosas y de los seres la que duele en el alma cuando se
halla en estado de tedio: es también la vaciedad de alguna otra cosa que no son
las cosas y los seres, la vaciedad de la propia alma que siente el vacío, que
se siente ella misma vacío, y que en ese vacío se enoja y se repudia.
El tedio es la
sensación física del caos y de que el caos lo es todo. El aburrido, el que
siente malestar, el cansado se sienten presos en una celda estrecha. El que
está a disgusto con la estrechez de la vida se siente encadenado en una celda
amplia. Pero el que sufre de tedio se siente preso en libertad frustrada dentro
de una celda infinita.
Ilustración:
CONEJOBELGA