Cuarta iteración de la mítica serie creada por Nic Pizzolatto, True Detective: Night Country se ambienta en un poblado de Alaska donde un crimen de resonancias sobrenaturales nos volará la cabeza.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama,
pero despertamos y el mundo es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.
Fernando Pessoa como Álvaro de Campos, Tabaquería
True Detective: Night Country toma lugar en Ennis, Alaska, durante los últimos días de 2023, en una comunidad iñupiaq recluida en sus tradiciones, cuyo ecosistema se ha visto alterado por los efectos contaminantes de una mina al servicio de intereses financieros. Las primeras secuencias nos llevan a la estación científica Tsalal (del hebreo volverse oscuro), en la que un trágico incidente donde han desaparecido seis científicos activa una investigación policial a cargo de Liz Danvers (Jodie Foster), quien junto con Evangeline Navarro (Kali Reis) y Peter Prior (Finn Bennett) intentará esclarecer el misterio.
La trama, cerrada sobre sí misma, alcanza sus mejores secuencias en los últimos dos episodios, ahora reducidos de ocho a seis, y maneja una elegante amalgama de suspenso, thriller policiaco y relato sobrenatural. Sirve también de respuesta en espejo a la primera temporada, con ecos al Rey Amarillo de Chambers y el horror cósmico de Lovecraft. Se observa un tratamiento muy elaborado de la imagen, el nivel de producción impresiona, las actuaciones brillan en medio del invierno glacial y los inesperados giros argumentales nos agarran del cuello. En este sentido, para sorpresa de discípulos y detractores, True Detective por fin eleva el vuelo tras dos temporadas sólo medianamente aceptables. Es evidente que Night Country se metamorfosea, entra por los ojos y explora fibras sensibles sobre asuntos como la muerte y el duelo, la crisis medioambiental, las relaciones interpersonales y la gran interrogante metafísica de lo que nos espera del otro lado. Sobre lo último, con generosidad poética nos ofrece un inframundo de fantasmas entrañables, cercanos al mundo de los vivos, que deambulan entre sueños y duermen junto a nosotros. En cuanto a referencias, homenajes y guiños, The Thing (John Carpenter, 1982), The Silence of the Lambs (Jonathan Demme, 1991) y Blue Velvet (David Lynch, 1986) componen una tríada persistente, además de las espirales atávicas que conectan con Carcosa, Rust Cohle y la familia Tuttle.
Como showrunner, Issa López dirige, coescribe y produce una entrega con personajes femeninos que no se arredran frente al despeñadero, liberadas de tabúes, insumisas y antipatriarcales. Su trazo psicológico, ceñido a un perfil reconocible al principio, gradualmente adquiere matices de sensibilidad genuina y emociones turbulentas. Que el intro incluya la sugestiva Bury a Friend permite calibrar las características de nuestro viaje: místico, sórdido y fúnebre, como un oso polar tuerto en medio de la carretera teñida de nieve. Night Country es pura atmósfera. Disponible en HBOMax.