mayo 03, 2017

1984, hoy

 
Una distopía vigente.
  
Si tienes buena memoria, recordarás un estribillo de Radiohead. Es la primera canción del álbum Hail to the thief, el sexto de su discografía: se llama, precisamente, 2 + 2 = 5. La letra remite a 1984, la novela de George Orwell que ha repuntado sus ventas en lo que ahora se conoce como la era Trump. Esa canción ilustra varias cuestiones. La primera es que desde el arte siempre es posible generar una contraconducta o reacción al poder. Foucault señala que el poder es la capacidad que tiene un determinado grupo para imponer su verdad como válida para todos. «Yo soy la ley, yo soy la razón, yo soy la verdad», nos dice el poder a través de los medios de comunicación. La meta es sujetar al sujeto, como en el video de Massive Attack donde Rosamund Pike se mueve al ritmo de una esfera metálica. Voodoo In My Blood.

Ahora, en cuanto a la contraconducta. El protagonista de 1984, Winston Smith, se rebela contra el partido que dirige el Gran Hermano. Aquí debemos dejar claro que el Gran Hermano representa no solo el poder fáctico, sino la vigilancia mental. La meta del partido no es solo gobernar los cuerpos, sino también las mentes. Smith trabaja para el Ministerio de la Verdad, que es, paradójicamente, el encargado de borrar y reescribir la historia. Los alternative facts de la era Trump se parecen bastante. Y también la post-truth (posverdad), un neologismo acuñado tras la victoria electoral de Trump, que “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal.” Ojo: tanto en la novela como en la vida real, el totalitarismo surge de una ideología esencialmente populista.

Otro dato duro: En los últimos años, la ultraderecha ha resurgido en varios países: Rusia, Turquía, Hungría, Egipto, Holanda, Francia, Alemania, Estados Unidos. Eso indica que la maquinaria del poder ha sabido manipular a las masas y conducirlas a un estado de efervescencia para votar de forma visceral. “Donald Trump es el máximo exponente de la política ‘posverdad’, una confianza en afirmaciones que ‘se sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad”, señala un editorial de The Economist. Y volvemos a uno de los eslóganes más inquietantes de ese manual de perversión política que es 1984, el lema del IngSoc: La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza. Oh, oh. La realidad supera la ficción. Y no solo eso: le rinde un insigne homenaje.

Ya para finalizar, Orwell escribe una carta a Noel Willmett el 18 de mayo de 1944 donde advierte sobre la vigencia del 2 + 2 = 5. «En todas partes el movimiento mundial parece apuntar en la dirección de economías centralizadas que puede ser que “funcionen” en un sentido económico, pero no están organizadas democráticamente y tienden a establecer un sistema de castas. A esto se unen los horrores de los nacionalismos emocionales y una tendencia a no creer en la existencia de la verdad objetiva, porque todos los hechos han de ajustarse a las palabras y profecías de algún “fuhrer” infalible.» Si el Gran Hermano supiera de esto que estoy contándote, inmediatamente ordenaría un lavado de cerebro al 2 x 1. En otras palabras, la psiquiatra Laura Martín López-Andrade señala que a veces resulta mucho mejor sentirse perseguido, sentirse vigilado, estar paranoico, que estar solo: es mejor creerse Dios que saberse nadie.

Y en efecto: el Gran Hermano es el ser más solitario del mundo.   





michel foucault_saber, poder y locura


Las ideas del pensador francés te harán cuestionarte quiénes ejercen control sobre nuestra salud mental.

El pensamiento de Michel Foucault elimina al sujeto del papel protagónico que le había concedido Descartes y lo coloca dentro de la estructura. Al contrario de Sartre, que postula a un sujeto libre y comprometido socialmente con la historia, el sujeto de Foucault se encuentra condicionado por las relaciones de poder: con el estado, las instituciones, el sistema capitalista. Esto, de entrada, coloca al filósofo en una situación de cuestionamiento ante los postulados de la ilustración y su pedantería erudita. Foucault es, fundamentalmente, un analista del poder. Aunque su obra se aparta críticamente de la ideología marxista, retoma el concepto de la razón instrumental, señalado por Adorno y Horkheimer, y demuestra que el poder utiliza a la razón para validarse.

Bajo esta óptica, su ensayo Historia de la locura en la época clásica (1961) rastrea el origen del fenómeno. La nave de los locos (Stultifera Navis) describe precisamente los prolongados viajes que emprendían los enfermos mentales en la primera mitad del siglo XV, arrojados a las embarcaciones con la creencia oscura de que el agua los purificaba. Más tarde, el lugar donde se hacinaban los leprosos fue destinado a quienes padecían enfermedades venéreas y, finalmente, a los dementes. El manicomio reprime y segrega; es un espacio moral de exclusión. Ya instalados en el siglo XVIII, podemos ver a Kant, ícono de la Ilustración, como antítesis del Marqués de Sade, el escritor libertino y ateo que pasó veintiocho años encerrado entre Vincennes, Charenton y la Bastilla.

La reacción al poder genera una contraconducta. “Frente a los enciclopedistas, que se esfuerzan por explicar el mundo a través de la razón y de una exposición de los conocimientos y las técnicas, Sade construye una Enciclopedia del mal basada en la necesidad de una rigurosa pedagogía del goce ilimitado,” señala Élisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos (2007). Foucault nos enseña que las sociedades construyen su identidad arrinconando al otro (outsiders, radicales, raros) en el sótano de su edificio teórico, que cualquier forma de ordenamiento presupone un tipo de exclusión, y que la razón puede ser la excusa perfecta para instaurar sociedades totalitarias. La vigilancia opera de forma similar: donde hay poder, surge resistencia al poder, y alguien debe instaurar disciplina—psiquiatras, sacerdotes, policías, tiranos.

La noción de estructura nos muestra cómo cada época construye su propia verdad bajo criterios científicos particulares, instaurando un paradigma de conocimiento relativo y más o menos controlador. En algunos casos, la enfermedad mental puede ser una forma de resistencia/reacción al poder y, en el caso de los artistas, de rechazo a la sociedad disciplinaria. En este sentido, resulta apropiado lo que comenta la psiquiatra española Laura Martín López-Andrade, fundadora del movimiento Revolución Delirante: Si bien la psiquiatría nace para delimitar ese lugar que existe entre lo normal y lo anormal, la locura es un modo de estar en el mundo. Los profesionales de la salud mental no sabemos nada. Es el saber de la locura el que debe guiar el nuestro. Con Foucault, justamente, la locura empieza a recuperar su autoestima.





las pinturas negras de goya

 

Un testamento de caprichos y disparates.

Cuando las mires, presta atención. La gama cromática se reduce a ocres, grises, negros y tonos terrosos. Es la sustancia del final de una vida. Un ciclo que está cerrándose. Lo que también confiere cierto aire macabro, silencioso, espectral a las catorce piezas. Un balance póstumo, para decirlo amablemente. Las realizó en la Quinta del Sordo, a orillas del río Manzanares. Francisco de Goya compra esta propiedad en 1819 y la abandona en 1823, cuando se traslada a Burdeos, donde fallecerá en 1828. La situación física, mental y espiritual que atraviesa—ya no es joven, está a unos años de su jubilación, su espíritu crítico se acentúa y lo envuelve como una cebolla morada—le obligan a depurar su catálogo, ya de por sí oscuro. Con lo más fúnebre de su imaginación ha realizado estos murales. Las pinturas negras. El subconsciente en su más pura expresión diabólica. Provincia de caprichos y disparates. Un teaser del expresionismo que vendrá.  Bestiario de augurios.

Por supuesto, dichas alegorías no son un paseo por el bosque. Te confrontan como espectador, te provocan, se ríen de tu inocencia. Pero quién sería inocente para una España que ya ha visto demasiada sangre. Una sociedad dividida entre progresistas y moderados: monstruo bicéfalo. Con prejuicios y costumbres en caída libre. Brujería, prostitución, inquisidores, miseria y descontento social. Son las musas del pintor, los ecos detrás de las paredes, su materia prima. Aunque se cree que Goya intervino los paisajes bucólicos que decoraban las muros de la finca, y se cuestiona si estos fueron también de su autoría, sin duda fue determinante su deterioro físico para que decidiera transformarlos. A sus setenta y pico años, sobrellevaba un cuadro de tifus. Es curioso cómo la desintegración orgánica pone las condiciones justas para ciertas obras maestras. Piensa en Van Gogh, Artaud, Panero, Rothko. Los enfermos y los dementes. 

El tifus no era el único mal que acorralaba al pintor en su etapa crepuscular. Entre 1792 y 1793 ya había presentado síntomas de intoxicación, posiblemente a causa del plomo contenido en sus pinturas. A raíz de ello le quedó una sordera desastrosa. Otras interpretaciones arrojan diagnósticos más siniestros. Esquizofrenia, sífilis, envenenamiento por mercurio. ¿Qué vería Goya cuando se dispuso a crear su exhibición de atrocidades? ¿El horror, la ferocidad o el triunfo de la muerte? ¿Los desesperados conflictos bélicos? ¿Su propia condición senil? Dimelo tú. La quinta pasa a manos del barón d’Erlanger y en 1874, por encargo del nuevo dueño, Salvador Martínez Cubells procede al arranque de los óleos y su posterior traslado en lienzo al Museo del Prado. Los restos de Francisco de Goya descansan, salvo la cabeza, en Madrid. Y de esa historia no existe ninguna explicación. Simplemente un día, al exhumar los restos, había desaparecido.