3.5.17

las pinturas negras de goya

 

Un testamento de caprichos y disparates.

Cuando las mires, presta atención. La gama cromática se reduce a ocres, grises, negros y tonos terrosos. Es la sustancia del final de una vida. Un ciclo que está cerrándose. Lo que también confiere cierto aire macabro, silencioso, espectral a las catorce piezas. Un balance póstumo, para decirlo amablemente. Las realizó en la Quinta del Sordo, a orillas del río Manzanares. Francisco de Goya compra esta propiedad en 1819 y la abandona en 1823, cuando se traslada a Burdeos, donde fallecerá en 1828. La situación física, mental y espiritual que atraviesa—ya no es joven, está a unos años de su jubilación, su espíritu crítico se acentúa y lo envuelve como una cebolla morada—le obligan a depurar su catálogo, ya de por sí oscuro. Con lo más fúnebre de su imaginación ha realizado estos murales. Las pinturas negras. El subconsciente en su más pura expresión diabólica. Provincia de caprichos y disparates. Un teaser del expresionismo que vendrá.  

Por supuesto, dichas alegorías no son un paseo por el bosque. Te confrontan como espectador, te provocan, se ríen de tu inocencia. Pero quién sería inocente para una España que ya ha visto demasiada sangre. Una sociedad dividida entre progresistas y moderados: monstruo bicéfalo. Con prejuicios y costumbres en caída libre. Brujería, prostitución, inquisidores, miseria y descontento social. Son las musas del pintor, los ecos detrás de las paredes, su materia prima. Aunque se cree que Goya intervino los paisajes bucólicos que decoraban las muros de la finca, y se cuestiona si estos fueron también de su autoría, sin duda fue determinante su deterioro físico para que decidiera transformarlos. A sus setenta y pico años, sobrellevaba un cuadro de tifus. Es curioso cómo la desintegración orgánica pone las condiciones justas para ciertas obras maestras. Piensa en Van Gogh, Artaud, Panero, Rothko. Los enfermos y los dementes. 

El tifus no era el único mal que acorralaba al pintor. Entre 1792 y 1793 ya había presentado síntomas de intoxicación, posiblemente a causa del plomo contenido en sus pinturas. A raíz de ello le quedó una sordera desastrosa. Otras interpretaciones arrojan diagnósticos más siniestros. Esquizofrenia, sífilis, envenenamiento por mercurio. ¿Qué vería Goya cuando se dispuso crear su exhibición de atrocidades? ¿El horror, la ferocidad o el triunfo de la muerte? ¿Los desesperados conflictos bélicos? ¿Su propia condición senil? Dimelo tú. La quinta pasa a manos del barón d’Erlanger y en 1874, por encargo del nuevo dueño, Salvador Martínez Cubells procede al arranque de los óleos y su posterior traslado en lienzo al Museo del Prado. Los restos de Francisco de Goya descansan, salvo la cabeza, en Madrid. Y de esa historia no existe ninguna explicación. Simplemente un día, al exhumar los restos, ya no estaba.