A la luz del psicoanálisis, ¿qué símbolos ocultan las historias de nuestra infancia?
Este no es
un cuento infantil, pero como si lo fuera. En la novela Una niña está perdida en el siglo XX, el escritor portugués Gonçalo Tavares plantea una situación límite, de esas que tanto le
gustaban a Sartre y Camus. Marius y Hanna (un hombre que huye de su pasado y una
niña con trisomía 21) llegan a un hotel a oscuras. La única luz que distinguen es
la que ilumina habitaciones con nombres de los campos de exterminio. Cuando por
fin encuentran la suya, respiran aliviados: han llegado a Auschwitz. Tavares
sugiere que no siempre es malo temerle a la oscuridad, porque puede aparecer
una luz peor que ella.
Entre 1938 y 1939, Bruno Bettelheim, autor del
libro Psicoanálisis de los cuentos de
hadas, también pasó por dos campos de exterminio, los de Dachau y
Buchenwald. Tras ser liberado, se exilió a Estados Unidos y obtuvo la
nacionalidad norteamericana en 1944. Se dedicó a investigar sobre el espectro autista,
fundó y dirigió la Escuela Ortogénica de Chicago y desarrolló una serie de
interpretaciones en torno al contenido simbólico de los cuentos infantiles. En
1990, el psicoanalista se suicidó.
Los cuentos de hadas externalizan los procesos
internos del menor al ser representados en una historia. Son una forma de
teatro guiñol que nos permite observar nuestros conflictos. “Esta es la razón
por la que en la medicina tradicional hindú se ofrecía un cuento, que diera
forma a un problema, a la persona psíquicamente desorientada, para que meditara
sobre él. Se esperaba así que, con la contemplación de la historia, la persona
trastornada llegara a vislumbrar tanto la naturaleza del conflicto que vivía y
por el que estaba sufriendo, como la sensibilidad de su resolución”, explica
Bettelheim. Harold Bloom sostiene algo similar: que cada quien se ilumina a sí
mismo con la elección de sus lecturas.