junio 26, 2012

más allá de la desesperanza


La salvación será inesperada o no será.  

1. La filosofía me ha enseñado a desconfiar, me ha dejado cicatrices mentales. Si algo es cierto, duda. Si la verdad existe, niégala. Si lo que estoy escribiendo tiene sentido, arroja una piedra contra el monitor. Los amantes de la sabiduría juegan a ser perfectos, a tener la razón de su lado, a mofarse del vulgo. En parte, lo reconozco, la filosofía y la vida son opuestas. En parte, lo reconozco, pensar y vivir son actividades no sólo diferentes sino contradictorias una de la otra. Se llega hasta el último razonamiento sobre la realidad, y la realidad se burla de nosotros. Confiamos en el silogismo, y el silogismo nos encarcela. Aprendemos un método para entender los hechos, y la gente, afuera, vive sin método, se divierte antifilosóficamente. Pensar, pensar en serio, aísla. Motivo por el cual los filósofos son los grandes solitarios, como si la reflexión se castigara, no con la muerte, sino con algo peor: la soledad. Te mueres, filósofo, y tus palabras pasan a la historia, tu cuerpo al cementerio, y las personas, afuera, viven antifilosóficamente. Te mueres, filósofo, y tu amor a los libros, tu amor a la ciencia, tu filantropía se reduce a un montón de huesos y cenizas, a una tumba del tamaño de tu cuerpo, inútil, estrecha, vulgar como tu cuerpo. Y lo inútil que hay en ti cobra vida. Los opuestos se unen: las cenizas, los gusanos y las letras. ¡Viva la filosofía!

2. Lo que importa es vivir. Así de simple. Nada de filosofía, si la filosofía no se aplica a lo real. ¿Quién desea el saber por el saber, a sabiendas que nunca sabrá nada? No es un juego de palabras. La filosofía tiene un límite, dictado por el sentido común, por la simple opinión. Vivir, lo que importa es vivir. No se necesita la filosofía más que para negarla, después de haberla recorrido, de haber puesto en ella nuestra fe, cándidamente. Después de tantas lecturas, lo que importa es desaprender, irse por otro camino, renunciar. Sólo al final de la desesperación se alcanza el verdadero conocimiento. Logramos calma sólo después de que lo aprendido se vuelve insignificante. La felicidad, como fin, era más fácil de lograr. No hacían falta libros. La gente puede ser feliz a cien metros de la filosofía y de las bibliotecas, de las universidades y los posgrados. Muera la filosofía.

3. Necesitaba este libro para recordar que la filosofía no cambia la vida, salvo cuando se la deja de tomar en serio. El amor la soledad, de André Comte-Sponville, reúne tres entrevistas realizadas al filósofo francés en los años 90, que se publicaron en la ya desaparecida Paroles d’ Aube, y fueron editadas nuevamente diez años más tarde por Albin Michel, en Paris, y traducidas al español por Paidós. Magnífico ejemplar, que me sigue deslumbrando tras la primera leída, la segunda o la enésima. El lenguaje sencillo y la erudición sin vanidad conquistan al lector, sea o no filósofo. Porque Comte-Sponville desmitifica el valor absoluto de esta disciplina: «El sabio es quien ya no tiene necesidad de filosofar: sus libros, si ha escrito alguno, lo cual es más bien raro, son como balsas abandonadas en la orilla… Eso es lo que muchos no aceptan y se pasan la vida reparando y retocando su pequeña balsa, con la esperanza de perfeccionarla, cosa que consiguen con frecuencia. Pero, ¿para qué, si no atraviesan el río, o si –una vez franqueado supuestamente el río– llevan durante toda su vida ese lastre? ¿A cuántos les ha llegado la hora de la muerte agotados bajo el peso de su sistema? ¡Más vale la ligereza de la vida: la liviandad de la sabiduría!»

Comte-Sponville habla de la experiencia de ciertos momentos cargados de «una sencillez maravillosa y plena», en los que tiene lugar «la abolición del discurso, del pensamiento, de lo “mental”: es lo que yo llamo el silencio, que es como un vacío interior, por así decirlo, pero a cuyo lado son nuestros discursos los que suenan a hueco. (…) El silencio y la eternidad van siempre juntos: nada que decir, nada que esperar, puesto que todo está ahí.»

La cita me recuerda al filme Las estaciones de la vida (Kim Ki-duk, 2003), en la que un monje se cubre con papel los ojos y la boca (con la leyenda silencio) y le prende fuego a su balsa. En varias ocasiones a lo largo de la primera entrevista del libro (titulada precisamente Más allá de la desesperanza), Comte-Sponville alude a Buda, aunque no insinúa acercamientos religiosos ni, mucho menos, el recurso del fuego. Habla de la soledad, de cómo la soledad es diferente al aislamiento y la considera «un nombre distinto para el esfuerzo de existir». Y amplía esta afirmación: «Así pues, la soledad no es el rechazo del otro, por el contrario, aceptar al otro es aceptarlo como otro (¡y no como un apéndice, un instrumento o un objeto de sí mismo!), y en este sentido, el amor, en su esencia, es soledad. (…) El amor no es lo contrario de la soledad: es la soledad compartida, habitada, iluminada –y a veces ensombrecida– por la soledad del otro. El amor es soledad, siempre, y no porque toda soledad sea amorosa, faltaría más, sino porque todo amor es solitario. Nadie puede amar en nuestro lugar, ni en nosotros, ni como si fuera nosotros. Ese desierto, en torno de sí mismo o del objeto amado, es el amor mismo.»

El intelectual francés hábilmente moldea la faz negativa de algunas nociones, entre ellas la de desesperanza, tan llevada y traída por el existencialismo, y aunque no ofrece la panacea universal reflexiona con sensatez. Ni enaltece lo sórdido ni se burla de lo humanamente posible. Incluso propone:

«Solamente diré esto: ¡que no tenemos dicha alguna, bien al contrario, más que en esos momentos de gracia en que no esperamos nada, que nuestra dicha es proporcional a la desesperanza que somos capaces de soportar! Sí: porque la dicha sigue siendo nuestro objetivo, por supuesto, y eso quiere decir que no llegaremos a alcanzarla si no es con la condición de renunciar a ella. Ya lo decía yo en mis comienzos, me refiero a la introducción del Mythe d’ Icare: la salvación será inesperada o no será. Porque la vida es siempre decepcionante y porque no puede librarse uno de la decepción si no es librándose primero de la esperanza. Porque nuestros sueños nos separan de la dicha en el movimiento mismo por el que tienden hacia ella. Porque nuestros deseos están muy lejos de ser satisfechos o, cuando lo son, muy lejos de satisfacernos. Porque, de hecho, sólo un Dios podría salvarnos, pero no hay Dios, ni hay salvación. Porque se muere. Porque se sufre. Porque se siente miedo por los hijos. Porque no se sabe amar sin temer… Ésa es la gran lección de Buda: toda vida es dolor, y si podemos liberarnos de él, como él mismo señala, sólo es a condición de renunciar a nuestras esperanzas.»

4. ¿Y entonces? La filosofía, como dije antes, me ha enseñado a desconfiar. Entregado a ciertas búsquedas, leí los poderosos tratados de sus discípulos para orientarme. Pensé que adquiriría con ellos las respuestas y no era más que palabrería, vanas palabras, libros con ideas y conceptos incapaces de sustituir la experiencia vital. Y luego me cruzo con algo tan sencillo que siento un golpe bajo a mi orgullo. «Si el mundo y la vida parecen absurdos es porque no responden a nuestras esperanza. El absurdo desaparece para quien ha dejado de esperar: no queda más que lo real, la absoluta y simplicísima positividad de lo real.»

Comte-Sponville agita el entendimiento como si sus ideas nos despertaran de un sueño dogmático. Libre de teorías, libre de erudiciones presuntuosas, revela nuestros errores como si platicáramos con él sentados en una mesa. El amor la soledad brinda una gran lección: «Se trata de aprender a desprenderse o, como decía Spinoza, de hacerte “menos dependiente” de la esperanza y del temor… Naturalmente, esto jamás se termina por completo, por lo que nadie es sabio en toda la extensión de la palabra. Pero la sabiduría está ya en el camino que conduce a ella. En una palabra, se trata de vivir, en lugar de esperar vivir.» Y concluye: «¿Qué es la filosofía? Es aprender a vivir y, si es posible, ¡antes de que sea demasiado tarde!»

¿Y por qué no intentarlo?

El amor la soledad
André Comte-Sponville
Paidós, 2001


junio 16, 2012

Yo, Pierre Rivière...



Un caso de parricidio.  


En 1973, Gallimard publicó un dossier constituido por varios documentos en torno a un caso de parricidio ocurrido en la Francia del siglo XIX. Un grupo de investigadores del Collège de France encabezado por el filósofo Michel Foucault se interesó en la crónica de un campesino que asesinó a sangre fría a tres de sus familiares, llamado Pierre Revière.

Los estudiosos recuperaron la Memoria de Rivière y los demás documentos (informes, cartas, artículos periodísticos, interrogatorios al inculpado, la sentencia, las audiencias, los certificados médicos), con lo cual se recrea fielmente el contexto del asesinato. «Creo que si decidimos publicar estos documentos, todos los documentos, fue para determinar de algún modo (…) el hilo de esos discursos, como armas, como instrumentos de ataque y de defensa frente a unas relaciones de poder y de saber», señala Foucault. Pero hay una razón que se impone a las otras, que el filósofo hace notar: «Seamos sinceros. Quizá no ha sido esto lo que nos ha demorado más de un año sobre estos documentos, sino simplemente la belleza de la Memoria de Rivière. Todo surgió de nuestro estupor.» 

Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano… es un dossier que expone a través de diferentes textos los mecanismos de represión y el impacto que ejerce la autoridad sobre el individuo. El conocimiento, en este caso, es un arma empleada por el aparato legal y médico contra Riviére para calificarlo de alienado mental. El análisis de las opiniones sobre el parricida, que estaba en su sano juicio al cometer el crimen, es una buena manera de abordar el contenido del libro. El lector crítico inevitablemente comprenderá las razones de Rivière, y notará que la justicia puede convertirse en algo muy virulento bajo ciertas condiciones.

El 3 de junio de 1835, Pierre Rivière, de veinte años, luego de matar con una hoz a Anne Victoire Brion, Jules Rivière y Victorie Rivière (madre, hermanito y hermana, respectivamente), sale tranquilo hacia los bosques de Aunay. La madre tenía siete meses de embarazo. Enseguida, la policía ordena su captura. Un mes después, el 2 de julio, Rivière es detenido en el camino de Langannerie. El fiscal del rey de Vire lo describe como alguien «solitario, huraño y cruel [que] se refugiaba en su soledad y reía solo.»

La estrategia que usó en un principio el parricida fue la del mandato divino. Rivière había recibido cierta instrucción religiosa en el pasado y tomó del Deuteronomio y los Números el pasaje en el que Dios le ordena a Moisés degollar a los adoradores del becerro de oro. En la audiencia de Caen, el fiscal general señala que el acusado: «Siempre manifestó interés en aprovecharse de todas las ocasiones que se le ofrecieron de leer obras de todo tipo y su gusto por la lectura le llevó a consagrar noches enteras al estudio.»

Riviére escribe su Memoria en un lenguaje sencillísimo. Sus explicaciones son razonables, aunque adolece de un evidente delirio de grandeza juvenil. “Creía que sería un gran honor para mí tener ideas opuestas a las de todos mis jueces, pelearme con el mundo entero, me creía Bonaparte en 1815. Me decía asimismo: este hombre hizo morir a millares de personas para satisfacer vanos caprichos, luego no es justo que deje vivir a una mujer que impide la tranquilidad y la felicidad de mi padre. Pensé que había llegado la ocasión de subir, que con mi muerte me cubriría de gloria y que en los tiempos futuros mis ideas cuajarían y se harían apologías de mi persona.”

Al ser declarado alienado mental por decisión unánime, Rivière es condenado a muerte. La sentencia, gracias a la intervención del ministro de Justicia, es conmutada a la de cadena perpetua, pero Rivière se suicida cuatro años después. En síntesis, el caso evidencia los mecanismos de poder empleados por la autoridad para decidir quién está loco y quién no. Pierre Riviére fue para su época lo que hoy entra en la categoría de freak o marginado social, con el riesgo de ser satanizado a la menor provocación por apartarse de la norma.  



Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano…
Un caso de parricidio del siglo XIX presentado por Michel Foucault
Tusquets Editores, 2010 


junio 12, 2012

josé emilio pacheco_una defensa del anonimato



Carta a George B. Moore para negarle una entrevista

No sé por qué escribimos, querido George,
y a veces me pregunto por qué más tarde
publicamos lo escrito.
Es decir, lanzamos
una botella al mar que está repleto
de basura y botellas con mensajes.
Nunca sabremos
a quién ni adónde la arrojarán las mareas.
Lo más probable
es que sucumba en la tempestad y el abismo,
en la arena del fondo que es la muerte.

Y sin embargo
no es inútil esta mueca de náufrago.
Porque un domingo
me llama usted de Estes Park, Colorado.
Me dice que ha leído lo que está en la botella
(a través de los mares: nuestras dos lenguas)
y quiere hacerme una entrevista.
¿Cómo explicarle que jamás he dado una entrevista,
que mi ambición es ser leído y no “célebre”,
que importa el texto y no el autor del texto,
que descreo del circo literario ?

Luego recibo un telegrama inmenso
(cuánto se habrá gastado usted, querido amigo, al enviarlo).
No puedo contestarle ni dejarlo en silencio.
Y se me ocurren estos versos. No es un poema.
No aspira al privilegio de la poesía (no es voluntaria).
Y voy a usar, como lo hacían los antiguos,
el verso como instrumento de todo aquello
(relato, carta, tratado, drama, historia, manual agrícola)
que hoy decimos en prosa.

Para empezar a no responderle diré:
no tengo nada que añadir a lo que está en mis poemas,
no me interesa comentarlos, no me preocupa
(si tengo alguno) mi lugar en la “historia”.
Escribo y eso es todo. Escribo: doy la mitad del poema.
Poesía no es signos negros en la página blanca.
Llamo poesía a ese lugar del encuentro
con la experiencia ajena. El lector, la lectora,
harán (o no) el poema que tan sólo he esbozado.

No leemos a otros: nos leemos en ellos.
Me parece un milagro
que alguien que desconozco pueda verse en mi espejo.
Si hay un mérito en esto –dijo Pessoa–
corresponde a los versos, no al autor de los versos.

Si de casualidad es un gran poeta
dejará tres o cuatro poemas válidos,
rodeados de fracasos y borradores.
Sus opiniones personales
son de verdad muy poco interesantes.

Extraño mundo el nuestro: cada vez
le interesan más los poetas,
la poesía cada vez menos.
El poeta dejó de ser la voz de la tribu,
aquel que habla por quienes no hablan.
Se ha vuelto nada más otro entertainer.
Sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,
sus alianzas y pleitos con los demás payasos del circo,
o el trapecista o el domador de elefantes,
tienen asegurado el amplio público
a quien ya no hace falta leer poemas.

Sigo pensando
que es otra cosa la poesía:
una forma de amor que sólo existe en silencio,
en un pacto secreto de dos personas,
de dos desconocidos casi siempre.
Acaso leyó usted que Juan Ramón Jiménez
pensó hace medio siglo en editar una revista poética
que iba a llamarse Anonimato.
Anonimato publicaría poemas, no firmas;
estaría hecha de textos y no de autores.
Y yo quisiera como el poeta español
que la poesía fuese anónima ya que es colectiva
(a eso tienden mis versos y mis versiones).
Posiblemente usted me dará la razón.
Usted que me ha leído y no me conoce.
No nos veremos nunca pero somos amigos.

Si le gustaron mis versos
¿qué más da que sean míos / de otros / de nadie?
En realidad los poemas que leyó son de usted:
Usted, su autor, que los inventa al leerlos

Fotografía: Rogelio Cuéllar
  

junio 08, 2012

el fuego interior


La carretera, de Cormac McCarthy,
describe la travesía de un padre y su hijo por una Norteamérica postapocalíptica.

Con La carretera, Cormac McCarthy (Providence, Rhode Island, 1933) obtuvo el premio Pulitzer en el 2007. Una pieza literaria confirma su calidad con este galardón, pero en el caso de La carretera hay algo que escapa al prestigio de un reconocimiento. Una nota cualitativa, una virtud adicional. La historia es austera, narrada desde una perspectiva omnisciente que en ocasiones brinca a la primera persona. Los escuetos diálogos ni siquiera tienen guiones. Es como si el lenguaje, después del holocausto nuclear que sugiere el texto, hubiera sufrido un deterioro gravísimo. Las corroídas palabras vuelan hacia un mar de cenizas, como los dos personajes que llevan fuego al sur. Mediante un uso restringido del idioma, McCarthy le imprime expresividad a su parábola. Una expresividad fúnebre, mortecina.

El relato no está capitulado, se divide en fragmentos-esquirlas y, nuevamente, como se ha visto en la prosa contemporánea, se acude a nombres genéricos para designar a los protagonistas, un padre y su hijo (a los que simplemente se les llama el hombre y el chico) que recorren Norteamérica con un carrito de supermercado. La esposa los ha dejado solos. El padre, en algunas ocasiones, la recuerda. El niño hace preguntas acerca de la escasez de comida, los hombres que se alimentan de carne humana, la gente muerta en el asfalto, y, a pesar de tantas desgracias, todavía conserva su candor.

Para reforzar este ambiente de no man’s land, McCarthy describe escenarios donde la ceniza, la lluvia, la nieve y las casas destruidas y saqueadas oscurecen cualquier sentimiento de empatía. «Dios no existe y nosotros somos sus profetas», dice un vagabundo que los protagonistas recogen, a petición del chico, para alimentarlo. La confianza, reducida a escombros, le impide al vagabundo identificarse con su verdadero nombre. «Las cosas mejorarán cuando todo mundo haya desaparecido», afirma. «Cuando todos hayamos desaparecido entonces al menos no quedará nadie aquí salvo la muerte y sus días también estarán contados. En medio de la carretera sin nada que hacer y nadie a quién hacérselo. Dirá la muerte: ¿A dónde se han ido todos? Y así es como será. ¿Qué hay de malo?»

En su versión apocalíptica del mundo, el escritor estadounidense no formula sentencias filosóficas. La carretera habla sobre una situación límite y crea una parábola del fuego interior recurriendo a la acción. Dentro del paraíso perdido, la moral se reduce a dos personas que tratan de sobrevivir a cualquier precio, de cualquier manera, bajo cualquier circunstancia, con harapos y una tela cubriéndoles la nariz. Sísifo, trasladado al clima de una catástrofe nuclear, no querría experimentar lo que el hombre y el chico viven cada jornada empujando su carrito, intuyendo que mañana se acabará la comida, los antropófagos los matarán, el camino transitado será inútil y más negro aún. McCarthy, de pocas palabras, únicamente afirma que las cosas pueden ser insoportables si el fuego desaparece. Esta certeza, dentro de los lectores, gana un Pulitzer de otra categoría.

«Miró los escalones de madera hasta que bajaban. Agachó la cabeza y luego encendió el mechero y paseó la llama por la oscuridad como una ofrenda. Frío y humedad. Un hedor infame. El chico se le agarró a la chaqueta. Se veía parte de una pared de piedra. Suelo de arcilla. Un colchón viejo con manchas oscuras. Se agachó y bajó otro escalón con el encendedor al frente. Acurrucados junto a la pared del fondo había hombres y mujeres desnudos, todos tratando de ocultarse, protegiéndose el rostro con las manos. En el colchón yacía un hombre al que le faltaban las dos piernas hasta la cadera, los muñones quemados y ennegrecidos. El olor era insoportable.
Cielo santo, susurró.
Entonces uno a uno volvieron la cabeza y parpadearon a la miserable luz. Ayúdenos, dijeron en voz baja. Por favor, ayúdenos.
Dios, dijo él. Oh, Dios.
Agarró al chico. Date prisa, le dijo. Date prisa.
Se le había caído el encendedor. No había tiempo para buscarlo. Empujó al chico escaleras arriba. Ayúdenos, decían ellos.
Deprisa.
Una cara barbuda apareció al pie de la escalera. Por favor, dijo en voz alta. Por favor.
Deprisa. Rápido, por el amor de Dios.
De un fuerte empujón sacó al chico por la trampilla. Salió el también y luego asió la puerta y la cerró dejándola caer de golpe y se volvió para levantar al chico del suelo donde había quedado despatarrado pero el chico estaba ya de pie ejecutando su pequeña danza de terror. Quieres hacer el favor de darte prisa, dijo entre dientes. Pero el chico no dejaba de señalar algo que había fuera de la ventana y cuando miró hacia allí se quedó paralizado. Cuatro barbudos y dos mujeres venían hacia la casa atravesando el campo. Agarró al chico de la mano. Dios mío, dijo. Corre. Corre.»



La carretera
Cormac McCarthy
Mondadori, 2007


junio 04, 2012

sobre los círculos perfectos

 

 

Analizamos la trayectoria
 de una banda imprescindible.

Bajo el mando del guitarrista Billy Howerdel, la agrupación californiana A Perfect Circle definió su propuesta sonora en el circuito del rock alternativo gracias a tres placas lanzadas por Virgin Records en el primer lustro de siglo XXI: Mer de noms, Thirteenth Step y Emotive. Pese a sus desconcertantes cambios de alineación y reacomodos, APC configuró una trilogía aceptable, de la cual haré una reseña no necesariamente circular.

En el primer álbum, Maynard James Keenan (vocalista tanto de esta banda como de Tool) se orientó hacia temas como la muerte, las relaciones interpersonales, el cristianismo, el sentimiento de fragilidad y las rupturas amorosas. Mer de noms (2000) fue un debut exquisito gracias a sus atmósferas trágicas, la lucidez creativa de sus integrantes y la sospecha de que estábamos ante un monstruo. Judith, video dirigido por David Fincher, captó la virulencia del grupo durante sus inicios. Esta rola cuestiona la fe religiosa de Judith Marie Keenan –madre de Maynard– en un Dios que la ha confinado a una silla de ruedas a causa de un aneurisma cerebral.

El grupo compone canciones agresivas como hachazos: The Hollow y Magdalena plantean la desesperación del amante que ha perdido su amor propio y desciende para conseguir sexo, cama y misericordia. Orestes es un trasunto de la tragedia griega en términos de redención y purificación emocional. 3 Libras (con video de Paul Hunter) cuenta el desenlace de una relación amorosa con símbolos que remiten a los barcos de la niñez y al útero materno. La instrumental Renhölder demanda un retorno a la calma primigenia.

Con Maynard James Keenan en la voz, el círculo se abre para tragar a Billy Howerdel (guitarras, voces secundarias, bajo, programación, teclados, piano, producción y mezclas); Josh Freese (batería, percusión); Paz Lenchantin (violín, arreglos de cuerdas, voces secundarias, bajo en Sleeping Beauty), Troy Van Leeuwen (guitarra principal en Sleeping Beauty y Thinking of You); Tim Alexander (batería en The Hollow) y Alan Moulder en la producción.

Una serie de transformaciones llegan después de la primera embestida. Para el segundo álbum, notamos ausencias. Paz Lenchantin abandona el grupo y hace parada en Zwan (nuevo proyecto de Billy Corgan tras la disolución de The Smashing Pumpkins) y Troy Van Leeuwen se marcha a Queens Of The Stone Age (y graba con ellos el estupendamente bueno Songs for the Deaf). Entran Jeordie White (alias Twiggy Ramirez, exmiembro de Marilyn Manson), y James Iha (antiguo guitarrista de los pumpkins).

Si comparamos el Thirteenth Step (2003) con su predecesor, observaremos detalles significativos: no trataron de repetir viejas fórmulas, aunque hubo una notable influencia del Lateralus de Tool, sobre todo en rolas como The Package y en la creación de atmósferas etéreas y “suaves” (Vanishing, Stranger, The Nursed Who Loved Me, Lullaby). La emotividad de Maynard & Howerdel desciende en espiral –como en Nine Inch Nails– a tal grado que el furor, la angustia, la melancolía y el deseo de recibir cariño son expresados con despecho (The Noose, Weak And Powerless, Blue, Gravity). La banda se renueva y acumula dramatismo, se procuran pasajes instrumentales, matices vocales y contrapuntos rítmicos. El video de Weak And Powerless demuestra la salud musical del conjunto. Producen Howerdel y James Keenan.

Si la mano que traza el círculo fallara en algún punto, debido a una probable artritis, éste sería el momento. Emotive (2004), alegato furibundo contra la guerra de Irak iniciada por el gobierno de George Bush, falla desde sus intenciones políticas que nada tienen que ver con la estética de la banda. ¿De dónde sale esa conciencia civil, y qué aportó al edificio? Nada y nada, en ese orden. Nuevos cambios, además: Paz Lenchantin regresa (pianos, cuerdas) y se integra Danny Lohner (bajo, guitarra, teclados, programación, voces, mezclas, instrumentación, productor e ingeniero). Pero el álbum no despega por múltiples factores. Salvo el perturbado cover de Imagine, de John Lennon, el resto parece el soundtrack caprichoso de un noticiero televisivo. Gran parte del repertorio viene de antiguas rolas que se vinculan temáticamente al asunto de la paz mundial, la hermandad entre naciones y los besos mutuos. Únicamente Passive y Counting Sheep to the Rhythm of the War Drum fungen como novedades, y esto es un decir, ya que la primera viene de Tapeworm, un proyecto inconcluso que involucraba a James Keenan, y la segunda es un refrito de Pet, del disco anterior.

A las dos semanas de la salida del Emotive, se editó un DVD + CD con los videos de la banda y remezclas de sus canciones anteriores, titulado aMOTION, plus que no salva la medianía del alegato antibelicista. El tercer círculo no cierra, ni con People Are People (original de Depeche Mode) ni con nada. La música no remueve sentimientos agudos, la linealidad es apabullante.

La tercera grabación en estudio cerró el contrato de APC con la trasnacional EMI. Después del 10,000 days (2006) de Tool, Maynard grabó un proyecto en solitario, Puscifer, y grabó con varios músicos invitados el CD "V" Is for Vagina (2007). Al año llegó el "V" Is for Viagra: The remixes (2008). Y en el 2011, tras varios singles y remixes, Conditions of My Parole. Billy Howerdel desarrolló un proyecto, Ashes Divide, y lanzó el CD Keep Telling Myself It's Alright en el 2008.

Entre los discos-homenaje, se salva uno, The String Quartet Tribute to A Perfect Circle (2004). El otro, A Tribute To A Perfect Circle (2004) flota como un recuerdo desagradable, difícil de borrar, no muy redondo, por cierto.