Brama, de David Miklos (San Antonio, Texas, 1970), propone un
erotismo trazado con monólogos y flashbacks. A raíz de la muerte de la madre de
los protagonistas, Béla y András, el conflicto por la repartición de los bienes
detona un impasse: ambos hermanos quieren quedarse con la casa y no se
moverán de ahí hasta conseguirlo. Unidos por las cenizas y el rencor, pelean
también por los orificios de Milena, la esposa de Béla, y Marina, antigua
compañera de exploraciones infantiles de András. Los roles se definen desde las
primeras páginas; Béla será el más bestial de todos, el que arrebata las cosas,
el abusivo hermano mayor que manosea a las amigas del menor y hace comentarios
obscenos. Es, obviamente, abogado. András, eyaculador precoz, motivado por el
desquite y los recuerdos, buscará vengarse cogiéndose a su cuñada y luego a
Marina. Pero es débil y continúa siendo precoz; lleva siempre las de perder, a
simple vista.
Hasta aquí, Brama
se dirige hacia un punto de máxima tensión en el que esperamos el encuentro
salvaje de los hermanos; un encuentro a muerte, una embestida. Uno lee y se va
entusiasmando con los pasajes que alternan momentos de calma y pequeñas
insinuaciones de tragedia. Hay sexo —menos explícito y variado de lo esperado,
pero bastante ponedor— y secuencias que revelan detalles de la vida
familiar y de cómo Béla hacía preguntas incómodas a Moira, la madre, sobre la
ausencia de vello púbico en su sexo. Nos vamos a enterar, llegando a la sexta
parte, del principio de todo: ella vendía enciclopedias y así conoció a Tibor,
un hombre mayor/su primer cliente/futuro esposo, que la sedujo comprándole las
colecciones completas del catálogo. Durante once días permanecieron encerrados
en la biblioteca, leyendo, fornicando, felices. Son mamá y papá. Como suele ocurrir
en las tragedias, el fin está en el comienzo: la brutalidad de Tibor se
perpetúa en los genes de Béla. Ahora los hermanos van a concluir la historia.
La novela de
Miklos provoca excitación inmediata y, no obstante, con altibajos, porque las
intervenciones de varios personajes y las rupturas espacio-temporales, a pesar
de que crean una sensación de montaje cinematográfico, terminan por diluir las
erecciones. El recurso de contar desde múltiples ángulos la trama complica su
ritmo, lo vuelve irregular. Brama: un largo faje que pudo volverse una
enorme, monumental cópula. Una hermosa cogida siempre a un paso de ocurrir, venida
a menos. Los personajes se la pasan relatándonos en el vacío, beckettianamente,
la historia por la cual han sido apilados unos contra otros y la cohesión
falsea. En la variedad se pierde síntesis. Comentario al margen, las mujeres
terminan siendo hermosas criaturas listas para perforarse. Bellos y funcionales
objetos como cajas de leche con popote. Siempre a la diestra del padre, llámese
Tibor, Béla o András, las tres damas cumplen un solo fin: abrirse de piernas a
los egos masculinos. Un duro papel que escritoras indecentes como Elfriede
Jelinek cuestionarían.
Al final,
poco antes de resolverse el conflicto, Brama hace tabula rasa con
personajes, situaciones, monólogos y en un anticlimático cierre termina con
dejarnos en las manos un poco de blanca maldad, pura y transparente. Sin dobles
lecturas.
–Christian Núñez