25.7.13

Un razonable absoluto



La poesía traduce la emoción pura de un instante.

Michel Houellebecq existe. Se levanta de su cama empotrada en el vacío, fuma un cigarro sin lavarse los dientes y la aparición en el espejo de un semblante en caída libre lo contextualiza. Le queda poco, realmente, por hacer. Se ha repetido demasiado. En verso y prosa. De modo que uno de estos días podrá decirse: «Ustedes no me necesitan.» Tal vez frente al espejo. Sin perder la cabeza. Houellebecq se arroja a la calle como un dado sin Dios. Se angustia filosóficamente a la vieja usanza cartesiana, con el alma y el cuerpo firmando un divorcio. Por mayoría generalizada, el cuerpo se impone: los genitales, la pasión y la desdicha. A diferencia de Sartre, la siguiente star literaria no discrimina el erotismo ni sus posibilidades redentoras. Fallidas por supuesto, al fin y al cabo. Y, como Sartre, pone el dedo en la llaga, siempre dentro de los límites de las mucosas y las vísceras, explorando la enfermedad, el suicidio, la frustración estandarizada. Ninguna emoción cambiará el curso de las cosas: se las puede suprimir, exaltar, hacer objeto de burla. La miseria pone el contraste.

El horror en la obra de Houellebecq se produce por este desfase: deseamos demasiado y nos aburrimos pronto. En El mundo como supermercado, explica: «La publicidad instaura un superyó duro y terrorífico, mucho más implacable que cualquier otro imperativo antes inventado, que se pega a la piel del individuo y le repite sin parar: “Tienes que desear. Tienes que ser deseable. Tienes que participar en la competición, en la lucha, en la vida del mundo. Si te detienes, dejas de existir. Si te quedas atrás, estás muerto.” (…) La publicidad fracasa, las depresiones se multiplican, el desarraigo se acentúa; sin embargo, la publicidad sigue construyendo las infraestructuras de recepción de sus mensajes. Sigue perfeccionando medios de desplazamiento para seres que no tienen ningún sitio adonde ir porque no están cómodos en ninguna parte; sigue desarrollando medios de comunicación para seres que ya no tienen nada que decir; sigue facilitando las posibilidades de interacción entre seres que ya no tienen ganas de entablar relación con nadie.» 

Producto de esta desigualdad básica, científica, sus poemas intentan resolver aporías existenciales. Funcionan como variaciones que oscilan entre la angustia y el humor negro. ¿Es posible, pese a todo, sentir nostalgia, un vago anhelo de equilibrio? De eso se trata, precisamente. En febrero de 1995, el escritor francés declaraba en una entrevista para Art Press: «La poesía es el medio más natural de traducir la intuición pura de un instante», y ha organizado su obra literaria como una galaxia fenomenológica que intenta responder a preguntas metafísicas persistentes. El último fragmento de su Poesía publicada recientemente por Anagrama es ya una reflexión templada, sin la furia de los primeros disparos: «Lo repito, hay momentos perfectos. No es solamente la desaparición de la vulgaridad del mundo; no es sólo el silencioso equilibrio inherente a los gestos tan simples del amor, el cuidado  y el baño de un niño. Es la idea de que este equilibrio podría ser duradero, de que nada, de un modo razonable, se opone a que dure. Es la idea de que ha nacido un nuevo organismo, de gestos armoniosos y limitados; un nuevo organismo en el cual podemos, desde ahora, vivir.»  

También en esto Houellebecq sigue siendo original. Conserva en su discurso el interés de aquello en lo que no cree. Como Bataille, Sade o Voltaire: un razonable absoluto. Es lo más cercano a un final feliz.



Poesía. Michel Houellebecq. Edición bilingüe
Traducción de Altair Díez y Abel H. Pozuelo
Anagrama, 2012
  

Publicado originalmente en Diario La Tempestad [03.12.2012]