Temporada de frikis
En el Centro Histórico de la ciudad de México se encuentra un bazar dedicado al “entretenimiento y los videojuegos”, la Frikiplaza: un centro gravitacional para los freaks, los geeks, los otakus y otros raros.
Casi todos los viernes voy a la Frikiplaza después del trabajo. En el metro Polanco veo a la señora del local Kodak. Quiero pasar a saludarla pero sigo mi camino. Sin archivos de imagen no sé de qué hablaríamos. Podría preguntarle si arregló sus problemas con la empleada del turno matutino. Ella le llama cariñosamente la envidiosa. Voy a hundirme en la multitud. Me aplastarán. Seguro que me aplastarán mientras intento subirme al vagón. Los olores. Transbordo a la línea azul hasta Bellas Artes. Me pasa por la cabeza que los frikis necesitan gasolina mental. Recuerdo al dealer de videojuegos a quien le di un par de libros. No los ha leído seguro. Como estudia psicología pensé que le interesarían. En fin. Es un gamer hecho y derecho. Mercenario y coolhunter. Le compré varios títulos de PS3. Tiene un PSVita que es la hostia. El otro día me mostró el Mega Man Maverick Hunter X en una estación de la línea azul y tuve un flashback. Recordé mis días en Mérida y al cuate que me rentaba el Mega Man X original por tres pesos diarios. Y que su papá se suicidó arrojándose a un autobús de transporte urbano. Y que su hermano se suicidó también. Y que a él lo acusaron de pederestia y era boy scout. Tuvo que huir a Campeche. La Frikiplaza despierta mis intereses sociológicos. O tal vez no. Quizá sólo se trata de un lugar consagrado al entretenimiento de los raritos. Pero hasta qué punto es sólo eso. Por otro lado, al dealer de las pelis de terror lo vaporizaron. Así que no podré llevarme nada de material. Salgo solemnemente encabronado. A veces en las tiendas de pelis que están más adelante se consiguen cosas. El otro día compré Shadows (2007, Milcho Manchevski). Hay puestos especializados en pornografía. En mi última mudanza, le mandé cerca de 60 DVD’s a un cuate de Mérida por unos libros suyos que se me perdieron. Realmente no los extravié. Se los quedó mi ex novia. Le envié a mi amigo por Estafeta lolitas rusas, pornostars francesas, actrices húngaras de Private. Sólo para él. Hace un tiempo su novia vino al DF y me devolvió tres títulos. Uno de Thomas Bernhard, otro de Simona Vinci y uno más de Houellebecq sobre Lovecraft. El terror es quedarse solo. Sin películas de terror. Sin pornografía. Sin dealer.
Lestat gestiona una tienda de videojuegos llamada Vaca games. Dice que en honor a su novia y que no le pregunte porqué. Esta noche jugaré Castlevania Lords of Shadow. Compré una botella de vino tinto. Y cervezas. Voy a ver Cold fish (2010, Sion Sono). Trata sobre un pobre diablo a cargo de un acuario cuya hija adolescente intenta robar en el acuario de un hombre con más dinero que él. Un extorsionador. Que además tiene una esposa guapa. Y es muy gracioso. Con su mujer tima a los clientes. Les vende peces vulgares como si fueran especies exóticas. Si reclaman son asesinados. Hay descuartizamientos. El extorsionador involucra en sus fraudes al pobre diablo y a su familia. En medio del asunto brota la crítica social. Luego voy a ver The Life And Death of a Porno Gang (2009, Mladen Djordjevic). Ésta es mucho más guarra. Marko, un director de cine recién salido de la universidad, reúne a sus amigos frikis para irse de gira con un espectáculo de cabaret porno. Viajan en una camioneta grafiteada. Les va más o menos. En eso aparece un tipo que le ofrece dinero para filmar videos snuff. Las cosas suben de tono. El grupo se desmoraliza. Suicidios. Les pasa lo que a los idiotas de Lars von Trier pero de modo más impuro. Se acabaron las chelas. Lestat anda conectado en Facebook. Me pregunta si no me interesa un flamante 3DS. Que acaba de jugar Luigi’s Mansion y hace tiempo que no disfrutaba con algo tan sencillo. Pero Lestat, si todavía no termino Castlevania. Estoy en la escena del Señor Oscuro Licántropo. Me duermo encima de la computadora. Despierto de madrugada. Voy al baño, regreso. Lestat sigue ahí. Me pregunta si no me interesa Batman Arkham City. Casi nuevo, dice. Apago el monitor. Sueño que viajo en automóvil con mi familia por una zona industrial. El cielo está negrísimo. Alzo los ojos y justo encima de nosotros cruza una enorme nave nodriza rectangular. A su paso deja el cielo manchado de púrpura. Se aleja en dirección a una nube llena de relámpagos. Y yo sé que cuando la nave llegue ahí, nos moriremos. Lo sé.
Varios meses después me escapo del trabajo para ir a la Frikiplatz. Compro seis películas en el local 55. Podría decirse que el dealer se alegra de verme. Ya no más terror, le digo. La última vez me llevé Sinister (2012, Scott Derrickson), Blood Trails (2006, Robert Krause), Seul contre Tous e Irreversible (1998 + 2002, Gaspar Noé) y la serie completa de Evangelion Director’s Cut con los OVAS adicionales. Recomiéndame algo de drama. Me ofrece una pequeña joya: Shoujyo, an adolescent (2001, Eiji Okuda). De regreso a la oficina, todos desaparecieron. Huyo. En la esquina de mis rumbos, junto a la panadería venden tamales. Me llevo cuatro, uno de cada sabor. Además me preparé unos sándwiches en la mañana que no pude comer. Hago un circuito de comida, cervezas y excentricidades asiáticas. Apago la luz. Shoujyo está basada en una novela homónima de Mikihiko Renjo. Un policía con un tatuaje en la espalda (Tomokawa) se enamora de una teenager de 15 años (Yoko). Ella vive en casa del abuelo con su hermano retrasado mental. La situación se complica, da varios giros. Parece un relato vinculado a La casa de las bellas durmientes de Kawabata por su tratamiento del erotismo y la mirada contemplativa. Otra memorable recomendación es Mother (2009, Bong Joon-ho), cuyo opening te deja flotando en líquido amniótico. Una señora vive en un pueblo con su hijo único (Do-joon), también deficiente mental. Un buen día lo involucran en el homicidio de una adolescente y la madre se empeña en descubrir al verdadero asesino. La trama se va oscureciendo. El suspenso y la tristeza bailan danzón. A la mitad del thriller, Lestat intenta convencerme de cambiar mi PS3 por su PSVita. Le digo que lo voy a pensar. Él responde que es muy triste acumular videojuegos y venderlos 20 años después, cuando ya no valen nada. Lo mejor es disfrutarlos, deshacerse de ellos y a la verga. De todas formas no tengo televisor. Me acabo de mudar y aún no he comprado uno. Lestat reflexiona. Cree que no servirá de nada darme el PSVita si les dedicaré más tiempo a mis viejas. ¿Cuáles viejas? Realmente no lo sé. Y, la verdad, no me importa.
Sergio, el dealer de las pelis de terror, me ha contado una historia truculenta. Una mezcla de El callejón de los milagros y Lolita con destellos de Pulp Fiction. Ahora que hemos roto el hielo es fácil notar que no sólo se trata de terror puro y duro. En el fondo, tanto él como Lestat hablan entre líneas. Aun así cuando una película no es buena o un videojuego incluye una banda sonora machacona opto por la Solución Esquivel, que consiste en bajar el volumen del reproductor de video y oír cualquier disco de Juan García Esquivel. Hice la prueba con The Beast (2011, Hwang Yu-Sik) y funcionó. Antes ordenaba un tracklist de Arvo Pärt pero éste aplica más con terror galáctico tipo Prometeo (2012, Ridley Scott). Otro aspecto a considerar es que el terror no se reduce a un género sino que implica un estado mental. Una vez me desdoblé en una escritora danesa llamada Kathia Christensen. No ha publicado demasiado. Escribió un ensayo que se llama Anatomía del horror. Luego la maté y le robé sus ideas. Allí explica: «Un contexto, una víctima, una situación insoportable y el enfrentamiento con algo desconocido son las 4 condiciones básicas de las cuales el horror emerge. Todo ocurre como un desmantelamiento. Tarde o temprano, el individuo se sustrae al curso de la acción para penetrar en un nivel más profundo y nebuloso. Visto así, el horror es el error. Expulsa lo que no posee las condiciones suficientes para estar en el mundo. Lo deforme, lo extraño, lo freak.» Además puede haber un horror sin sangre, monstruos ni SFX. Las cintas de Michael Haneke ponen sobre la mesa un horror sociológico, igual que las novelas de J. G. Ballard. Una vez conseguí con el dealer de los libros inconseguibles una novela de este autor, Locura desenfrenada (Running wild, 1988). En una exclusiva zona residencial en Pangbourne, una mañana todos los adultos amanecen muertos y los hijos aparentemente han sido secuestrados. El Dr. Richard Greville, que trabaja en Scotland Yard, investiga el caso. Una serie de evidencias lo llevan a sustituir la hipótesis del secuestro por una más lúcida: los adolescentes se organizaron para matar a sus padres.
Tras varias pistas, el Dr. Greville concluye que los jóvenes vivían en una atmósfera de absoluto control de sus actos, bajo la consigna de una felicidad obligatoria, organizada por sus progenitores. Hasta que llegan al punto de hartarse y planear la masacre de Pangbourne. A la larga, y en un gesto anticipatorio a nuestros tiempos, los chicos se vuelven terroristas. «Uno no siente simpatía hacia Manson y los demás, puesto que para ellos existía una alternativa, pero para los muchachos de Pangbourne no la había. Incapaces de expresar sus propias emociones o de responder ante las emociones de las personas que los rodeaban y sofocados bajo un manto de elogios e incentivos, estaban atrapados para siempre dentro de un universo perfecto. En una sociedad totalmente cuerda, la locura constituye la única libertad», escribe Ballard. Lestat, que estudia psicología en la UAM, está considerando seriamente dedicarse al trabajo en prisiones, con asesinos y delincuentes peligrosos. No lo veo tan descabellado. Quizá de todo esto haya una moraleja. Una serie de intuiciones acerca de la Frikiplaza y lo que allí habita. A propósito de nada: una de mis ex novias intentó suicidarse con ácido muriático. De regreso a Mérida, platicaremos. Sinceramente preferiría seguir yendo a la Frikiplaza. Incluso convertirla en una especie de madre putativa, de reina Alien simbólica y freudiana. Pero, una vez más, debo enfrentarme con mis demonios.–Christian Núñez
Imágenes:1) Neon Genesis Evangelion (1995, Gainax)2) Shoujyo, an adolescent (2001, Eiji Okuda)3) Sinister (2012, Scott Derrickson)4) Irreversible (2002, Gaspar Noé)5) Running Wild (1988, J.G. Ballard)
Publicado originalmente en La Semana de Frente [26.06.2013]