El coloquio de los pájaros, de Peter Sís,
es una adaptación de un poema sufí escrito en el siglo XIII por Farid Udín
Attar, un autor que perfumaba sus versos. Las coordenadas místicas y
mitológicas del documento original remiten a uno de los títulos más célebres de
Borges, El libro de los seres imaginarios, donde el autor
argentino ofrece una sinopsis concisa y puntual de la trama. El Simurg es un
ave rey que vive en el Kaf, la montaña o cordillera circular que rodea la
tierra. Las otras aves, para ir en su búsqueda, deberán atravesar siete valles,
lideradas por una misteriosa y simpática abubilla. Cada valle representa una
escala en el viaje místico, una especie de verdad metafísica hacia la
iluminación interior: la Búsqueda, el Amor, el Conocimiento, el Desapego, la
Unidad, el Asombro y la Muerte. Finalmente, solo treinta pájaros alcanzarán la montaña y, al contemplar a Simurg, descubrirán que ellos son el rey,
y Simurg son ellos.
Este juego de espejos es la excusa perfecta de Sís
para contarnos una conmovedora travesía sobre la libertad. Visualmente, el
libro es un delicia. Nos adentramos en un mapa simbólico lleno de verdades
profundas expresadas de forma sencilla. Los planos cenitales brindan
sensaciones de vértigo y pureza. La composición asemeja un pergamino antiguo,
misteriosamente hallado en algún palacio borgiano. Se integran a la perfección
los diálogos breves, de estilo filosófico, y el lirismo de la sabiduría
milenaria. Si, como dice Harold Bloom, toda obra literaria debe reunir poder
cognitivo, esplendor estético y sabiduría, El coloquio puede entrar al
canon sin dificultades. En su ascenso a la montaña, los pájaros se vuelven
héroes circulares: nos recuerdan al Sísifo de Camus y al monomito de Joseph
Campbell.
Las lecturas hermenéuticas del libro son diversas y trascienden
los contextos de su interpretación. Más allá de eso, nos encontramos ante un
ejemplar valioso que transmite su energía sensorialmente. Peter Sís, quien
recibió en 2012 el Premio Hans Christian Andersen al mejor ilustrador, nos
entrega una odisea vibrante, que lo mismo deslumbrará la imaginación de los
niños y dejará pensativos a los adultos, o viceversa. En esto no hay que ser
dogmáticos.