25.10.16

el amor según haneke


Los actos valen más que las palabras.

Drama seco, Amor (2012) desarrolla el tema de la muerte con un tratamiento similar al de anteriores filmes como La pianista (2001), El tiempo del lobo (2003) o La cinta blanca (2009), con la que Michael Haneke obtuvo su primera Palma de Oro en el Festival de Cannes. Amour gana la segunda, de forma consecutiva, además de los premios a mejor actriz, mejor actor y mejor director. Su narrativa es ágil y humorística antes del accidente de Anne (Emanuelle Riva), cuyo esposo, Georges (Jean-Louis Trintignant), es el primero en darse cuenta de que sufrirá un infarto. Anne sale del hospital con medio cuerpo paralizado y, a partir de ese momento, la disección fría del Haneke habitual cobra fuerza. El matrimonio decide enfrentarse a las circunstancias eludiendo al máximo la autocompasión, y ante la promesa de Georges de no volver a llevarla a la clínica por ningún motivo, Anne se va deteriorando a una velocidad regular y trágica. La hija, Eva (Isabelle Huppert), desesperada y al mismo tiempo impasible, tratará de hacer algo, inútilmente. Hasta ahí lo anecdótico.

Haneke hace elipsis. Abre con una secuencia típica de su filmografía (los bomberos entran a la casa de los ancianos y descubren el cuerpo de Anne sobre la cama) y después se vale de un rewind. La síntesis mueve el barco. Los elementos de tensión suceden en la cotidianidad y fracturan el aparente bienestar de los octogenarios. La mayor parte de los hechos transcurre en el interior de su departamento y, nuevamente, el factor musical está presente. Schubert y su Improptu, las Bagatelles de Beethoven. El descenso a la desgracia. La crítica a la burguesía. Pero ahora, con una peculiaridad: por primera vez el director inserta diálogos y los protagonistas comunican gestos y situaciones de inmensa ternura. Lo cual inteligentemente hace más dolorosa la espera. Sin embargo la lealtad con la que Georges cumple la voluntad de su esposa es inquebrantable; ni siquiera Eva logra pasar por encima. Nadie saldrá de la casa después del infarto. Y en tanto llega el fin, lo que antes causaba risa, con los gritos de Anne se transforma en algo espeluznante. El sufrimiento, la soledad, incluso la aparición de una paloma.

El libro de Corintios dice que «el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta», pero en Amor los actos valen más que las palabras. Georges le cuenta a su mujer cómo, durante el funeral de un amigo, alguien lleva una grabadora y reproduce Yesterday de los Beatles, inesperadamente, ante la risa de los deudos. Diálogos como ése van apuntalando el miedo del marido y, de forma programática, el verdadero propósito de la historia se hace presente. Eva sufre porque su madre está irreconocible, Georges despide a una enfermera, sella con cinta el marco de las puertas y, debajo de la membrana de aparente suavidad, Haneke provoca que nos falte el oxígeno. El círculo se cierra con una lógica referencia a El séptimo continente (1989) y, al abandonar la sala, queda claro que para desestabilizar a los espectadores no hacen falta monstruos. Basta uno o dos golpes emocionales bien aplicados y, después, eliminar el clímax. Hacer como si no pasara nada. Eso obliga a pensar, a darle vueltas a las cosas, produce un efecto a largo plazo indeleble, como la simple espera de unos resultados médicos.


Lo que hacemos por otra persona es más importante que lo que sentimos por ella. Michael Haneke

Amor, Michael Haneke. Golem, 2012.