¿Pero en qué consiste esa degeneración? ¿Dónde se
origina su actitud crítica contra el status quo? El irracionalismo
nietzscheano es un poderoso detonante. Pero no debemos creer que todo inicia
con el eterno retorno. Hay ideas previas, un esfuerzo a veces cínico de
representar los túneles de la razón, de manifestar simpatía por el mito
fáustico y los claroscuros góticos del alma. Y esto va más allá del rechazo al
naturalismo y la oposición al modelo positivista de la realidad. El
expresionismo formula una ética: si la realidad es deprimente, si abrazamos el
caballo de la catástrofe, si nuestro espíritu bélico ha llegado demasiado
lejos, entonces nuestro arte será monstruoso. Es una cuestión de principios.
En este sentido, la rebelión del expresionismo
radica en combinar lo subjetivo y lo grotesco, que ahora hacen su
entrada en escena con las montañas de cadáveres y ríos de putrefacción. Si
antes de la Gran Guerra hubo un rechazo al realismo, y después una reformulación
estética en la Nueva Objetividad, esto obedece a un mismo fenómeno: la
representación de los infiernos debía cambiar, porque el hombre era también
monstruoso por dentro. El nazismo, al mirarse en el espejo,
descubriría una dualidad terrorífica. Sobre la naturaleza de estos
monstruos—físicos y morales—, el cine de la época nos brinda lecciones
maestras. Los hombres son autómatas que se destruyen a sí mismos. Y Nosferatu
sonríe.
En las imágenes actuales para representar el
mundo, parece haber un déjà vu matemático. El
pronóstico del tiempo sigue siendo nublado y lluvioso, con posibilidades de
tormenta inminente. La vigencia de artistas como Otto Dix no solo es precisa
como un bisturí, sino angustiante y certera. Nuestros caligaris mediáticos controlan
metrópolis donde la locura y la violencia intercambian mensajes instantáneos.
Lo claustrofóbico se impone a gran escala. Las cruzadas terroristas engendran
desastres globales. Un sueño que persiguió a Dix durante años era el de
encontrarse perdido, bajo tierra, cavando túneles de forma infinita. Ciertas
parábolas son, desde su génesis, una advertencia para la humanidad.