14.10.16

expresionismo alemán_ideas radicales


A principios del siglo XX, el expresionismo alemán revirtió los valores de belleza clásica en una Europa de clima bélico y nihilista. Revisamos sus conceptos.

Nos ahogamos en ciertas imágenes. Nos aturde su claridad anticipadora. Fungen como presagios. La intuición pura de un instante proyecta la escena de un destino atroz. En ella, puede verse cautivo un siglo completo. El 3 de enero de 1889, Nietzsche abraza un caballo y abandona la cordura. Y no solo él. Freud publica La interpretación de los sueños en noviembre de 1899 y el subconsciente promueve una guerra mundial. Hacia 1893, cuando Edvard Munch pinta El grito a modo de exorcismo, la escena artística europea ya ha dejado atrás el canon de belleza clásico. No pasará mucho tiempo para que los integrantes del expresionismo alemán reciban el calificativo de artistas degenerados.

¿Pero en qué consiste esa degeneración? ¿Dónde se origina su actitud crítica contra el status quo? El irracionalismo nietzscheano es un poderoso detonante. Pero no debemos creer que todo inicia con el eterno retorno. Hay ideas previas, un esfuerzo a veces cínico de representar los túneles de la razón, de manifestar simpatía por el mito fáustico y los claroscuros góticos del alma. Y esto va más allá del rechazo al naturalismo y la oposición al modelo positivista de la realidad. El expresionismo formula una ética: si la realidad es deprimente, si abrazamos el caballo de la catástrofe, si nuestro espíritu bélico ha llegado demasiado lejos, entonces nuestro arte será monstruoso. Es una cuestión de principios.

En este sentido, la rebelión del expresionismo radica en combinar lo subjetivo y lo grotesco, que ahora hacen su entrada en escena con las montañas de cadáveres y ríos de putrefacción. Si antes de la Gran Guerra hubo un rechazo al realismo, y después una reformulación estética en la Nueva Objetividad, esto obedece a un mismo fenómeno: la representación de los infiernos debía cambiar, porque el hombre era también monstruoso por dentro. El nazismo, al mirarse en el espejo, descubriría una dualidad terrorífica. Sobre la naturaleza de estos monstruos—físicos y morales—, el cine de la época nos brinda lecciones maestras. Los hombres son autómatas que se destruyen a sí mismos. Y Nosferatu sonríe.

En las imágenes actuales para representar el mundo, parece haber un déjà vu matemático. El pronóstico del tiempo sigue siendo nublado y lluvioso, con posibilidades de tormenta inminente. La vigencia de artistas como Otto Dix no solo es precisa como un bisturí, sino angustiante y certera. Nuestros caligaris mediáticos controlan metrópolis donde la locura y la violencia intercambian mensajes instantáneos. Lo claustrofóbico se impone a gran escala. Las cruzadas terroristas engendran desastres globales. Un sueño que persiguió a Dix durante años era el de encontrarse perdido, bajo tierra, cavando túneles de forma infinita. Ciertas parábolas son, desde su génesis, una advertencia para la humanidad.

Publicado originalmente en FAHRENHEITº Urban n12 [13.10.2016]