30.4.18

besos húmedos

Un paréntesis entre dos universos,
rodeado de mar, luz y tinieblas.

1. Las primeras secuencias de Evolution (2015), de la directora francesa Lucile Hadžihalilović, capturan fulgores océanicos. La inmersión a las profundidades revela horrores propios de la infancia. Un chico nada en su elemento natural entre matices de azul, verde y amarillo. Al sumergirse, encuentra una estrella marina roja en el estómago de un cadáver. Otro niño, muerto desde hace tiempo, a juzgar por su descomposición orgánica. Las escenas posteriores nos involucran en una microsociedad regida por mujeres jóvenes y varones preadolescentes, rodeados de atención y cuidados médicos. Nicolas, quien desconfía de su propia madre, observará con extrañeza los hábitos nocturnos de las féminas a la luz de la luna. ¿Qué clase de tributos le rinden al mar? ¿Cómo explicar el suministro de gotas negras que recibe diariamente? ¿Por qué le han dicho que atraviesa un proceso de transformación? El relato no aporta demasiados diálogos. Más bien se construye a partir de imágenes puras, momentos silenciosos donde hace falta intuir el horror. El magnetismo de la infancia capturada en unos cuantos incidentes—el entierro de un animal marino, una pelea entre chicos, el descubrimiento de la desnudez adulta, una herida abierta—se torna inexplicablemente ambiguo.

2. ¿Existe la pureza infantil? ¿Un estado de gracia absoluto antes de ahogarnos en el mundo de los mayores? ¿Es la realidad el castigo por salir de la niñez, el período de autoencierro por excelencia? Evolution evita responder cualquier interrogatorio, y hábilmente esquiva las interpretaciones psicoanalíticas o lovecraftianas. Como Innocence (2004), filme con el que guarda notable simetría, asume un lenguaje simbólico formado por elementos casi abstractos, anclados en un imaginario insinuante. Hadžihalilović rechaza los códigos manoseados por las convenciones de cualquier género. Visualmente, las metáforas seducen al espectador. Lo enamoran para luego hundirlo y revelarle abismos. El protagonista de la historia dibuja sus hallazgos en un cuadernillo, a la par que adquiere conocimientos sobre el mundo, la realidad, la fantasía y lo imaginario. Esos dibujos, incipientes modelos de verdad, perfectibles como ejercicio estético, lo vinculan a una enfermera. Entre mujeres sobreprotectoras y acuáticas, el niño evoluciona de un estado mítico al enfrentamiento con dos formas de la otredad: el amor y la muerte. Los peligros se manifiestan como un sistema de vigilancia y control cuyos fines terminan por provocar estremecimiento. Madurar duele.
 



3. Si nos acercamos a Evolution inocentemente, la disfrutaremos como lo que es: un paréntesis entre dos universos, rodeado de mar, luz y tinieblas. El paisaje de Lanzarote, donde se rodó la película, le manda un mensaje telegráfico a las pinturas de Dalí, a los niños de Buenas noches, mamá y, por supuesto, a los personajes de Guillermo del Toro. Sobra decir que Hadžihalilović rema a contracorriente. El suyo es un cine intimista/sensorial, que carece de comentarios críticos respecto a un referente externo. La propia cineasta lo ha expresado. Sirva lo anterior como advertencia para no sobreinterpretar lo que vemos, sino más bien asistir a una gala onírica. El sueño—la pesadilla—es su propia interpretación.


Evolution, 2015
Lucile Hadžihalilović
Potemkine Films