23.7.18

luis miguel_la levedad y el peso


La serie transmitida por Netflix
a la luz de una reseña noctámbula.
 
1. Es la una de la madrugada y estás en la puerta de tu casa, sentado en el interior del automóvil de tu mejor amiga. Ríen porque hace diez años que no bromeaban juntos, y terminan hablando de Luis Miguel. La primera temporada de la serie biográfica que se transmite por Netflix [producida por Gato Grande + Metro-Goldwyn-Mayer Studios] finalizó el 15 de Julio. Fueron trece capítulos insoportablemente adictivos y tú, que descreías del entretenimiento ligero, la miraste con entusiasmo. Ahora te preguntas porqué, sentado en el automóvil de tu amiga, mientras ambos ríen. Y ninguno lo sabe. O, más bien, es enigmático que ambos hayan sido intoxicados de esa forma por un cantante pop al que en su época ni siquiera escuchaban. La nostalgia destruye el espíritu crítico. Ese argumento parece haber sido aprovechado recientemente por Nintendo y su larga lista de videojuegos que abusan del consumidor sentimental. Pero hay otro motivo cuya vertiente psicológica, igual de irrefutable, se relaciona con el peso y la levedad. Cuando los adultos viven un momento de reconciliación con el pasado se vuelven indulgentes. Sus lagrimales eyectan melodramas. Son arqueólogos de la contradicción. Lo cual implica viajar en el tiempo, con Luis Miguel incluido.

2. El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia, escribe Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Qué coincidencia. La mejor obra del autor checoslovaco se publica por primera vez en 1984 [traducida al español en 1985], durante la década en la que Luis Miguel se volvería un ídolo masivo. Y es precisamente esa etapa de éxito hiperbólico en un México que se encaminaba hacia su peor crisis durante la década de 1990 lo que no cuadra. La levedad en medio de un clima social fragmentado y jodido. En tanto la estética kitsch de Luis Miguel se hacía más popular, una crisis económica espantosa, producida por el error de Diciembre de 1994, iba extendiendo sus tentáculos. La música del Sol de México es, precisamente, una forma de evasión idílica, un placebo artificioso, un ciempiés de lugares comunes. «Por supuesto, el sentimiento que despierta el kitsch no puede basarse en una situación inhabitual, sino en imágenes básicas que deben grabarse en la memoria de la gente: la hija ingrata, el padre abandonado, los niños que corren por el césped, la patria traicionada, el recuerdo del primer amor», dice Kundera. Y remata: La amistad de todos los hombres del mundo sólo podrá edificarse sobre el kitsch.





3. Sin ese acuerdo tácito, el kitsch sería imposible. En resumen, la vida es buena, bella y simple como un manual para dummies. Lo que dijera Houellebecq sobre Jacques Prévert resuena en la estética kitsch con una sonora ventosidad: su visión del mundo es anodina, superficial y falsa. Y el mundo contemporáneo ha fortalecido esa visión. Digamos que, a falta de certezas, verdades absolutas, razón y ética, el entretenimiento de las masas ha creado una industria de ficciones colectivas y fuegos artificiales que trascienden la niebla para elevarse por encima del suelo, ante la mirada partícipe de su público. Comulgamos con el simulacro. Protagonizada por Diego Boneta, la primera temporada de Luis Miguel se levanta sobre los restos de un país bajo los mismos criterios de la telenovelas: maniqueísmo grosero, simplificación psicológica y abuso de arquetipos dramáticos. Es un opio sumamente disfrutable con un guión eficiente. Nos conmueve porque recurre a los trucos que un escritor promedio ya conoce. Abusa de nuestras emociones básicas. Encuentra en el relato de la fama muchas golosinas apetitosas: traición, soledad, intriga, dinero, sexo, drogas. Para decirlo rápido: apela directamente al cerebro primitivo. ¡Coño, Micky!

4. Spoiler alert: Vete de aquí.

5. A las dos de la madrugada, enciendes el televisor. Repasas los momentos clave de Luis Miguel, la serie. La estupenda interpretación de Óscar Jaenada como Luis Rey justifica el ejército de memes en redes sociales. Porque ha resultado sintomática. La generación de nuestros padres fue educada con canciones de adrenalina ociosa, himnos apasionados a la mujer que se entrega de modo incondicional. Baladas para perder la cabeza y arrojarse a los instintos. Loas de auténtica y grotesca sensiblería. Padres golpeadores, alcohólicos, drogadictos, mujeriegos, machistas, crecieron con esas canciones. Embarazaron a sus mujeres bajo los efectos del kitsch. Engendraron a sus hijos—uno tras otro—para luego justificar acciones absurdas o violentas en nombre del amor. Y ese amor, esa ridícula membrana de falsa felicidad, esos exabruptos de cursilería platónica, Luisito Rey los encarna con una pasmosa y verosímil desvergüenza. A las dos de la madrugada verlo morir merece un cigarro. Pero ya no fumas. El lirismo absoluto es el lirismo de los últimos instantes, ha escrito Cioran. Luis Miguel como símbolo de una época que nunca fue dorada. Como el portavoz romántico de una educación sentimental fallida. Es justo lo que nos merecemos. Escribirás una reseña.


Luis Miguel, la serie
Humberto Hinojosa + Natalia Beristáin
Disponible en Netflix