Adrenalina al ritmo de Bella ciao.
La habitación era bastante fría. Trozos de pizza en el suelo, calcetines sucios y caos generalizado hacían evidente que se trataba de una zona rústica. Mi hermano, medio broma medio en serio, dijo: Ya vi el primer capitulo, si quieres vemos el segundo juntos. Fingí disgusto. Nos habíamos inventado el ritual de ver La casa de papel de principio a fin, como la primera temporada. ¿A qué se debía semejante traición? Las rebanadas de pizza volaron en diez minutos, y me actualicé rápidamente. Mi madre y el segundo de mis hermanos se unieron. En tres días fuimos testigos del ascenso y la caída del Profesor. Sus canciones fueron nuestro drama. Como Ziggy Stardust, pero a la española.Al principio, verás una síntesis precipitada de acontecimientos para hilar pasado, presente y futuro. Si bien Álex Pina sabe cómo eslabonar los ejes de su historia, los diálogos y muchas escenas resultan predecibles. Es un poco lo que dice Holden Caulfied en El guardián entre el centeno: cuando eres un escritor corriente y normal, tus libros pueden ser estupendos porque no tienes la obligación de gustarle al gran público. Luego te prostituyes. Te vuelves guionista de Hollywood. O de Netflix. Si la historia no hiciera tantas concesiones, si evitara los clichés en pro de cierta exploración psicológica—lo intenta, pero divaga—, este atraco habría ganado intensidad. Porque carisma ya lo tiene.
La tercera entrega de La casa cumple su cometido: entretener al voyeur promedio. La resistencia enarbolada por el Profesor [Álvaro Morte], el regreso post mortem de Berlín [Pedro Alonso], así como los arranques impulsivos de Tokio [Úrsula Corberó], la risa estúpida que Denver emite a la menor excusa [Jaime Lorente] y la ingenuidad de Río [Anibal Cortés] son factores de peso. Además, tanto el insufrible Palermo [Rodrigo de la Serna] como la brutal Alicia Sierra [Najwa Nimri] estimulan el sistema límbico. Provocan emociones rabiosas. Y ya con la garganta seca, cuando el nuevo atraco se sale de control, el drama sube de tono, mejora y explota. K-BOOM al ritmo de Bella ciao.Esperamos una cuarta parte que sea capaz de volarnos la cabeza. Y de paso, tenga menos errores de producción. Si la fama ha sido el talón de Aquiles de la serie, podría morir con la frente en alto si logra un final que no solo entretenga sino atraviese el pecho del espectador heroicamente. Por cierto: André Breton acuñó el anagrama Avida Dollars para señalar el interés de Salvador Dalí por el dinero. Con La casa de papel, que homenajea en espíritu al pintor surrealista, pasó algo fenomenal. Netflix la catapultó al éxito, le inyectó billetes con adrenalina, y ahora ni siquiera un himno antifascista puede atenuar su volumen de ganancias. Paradojas del capitalismo tardío. El mainstream es underground.