septiembre 11, 2013

La vida es sueño. Entrevista con Alfonso Durán Vázquez




LA VIDA ES SUEÑO
Entrevista con Alfonso Durán Vázquez
Por Christian Núñez
   
    
La siguiente entrevista fue producto de varios encuentros y más de 10 horas de grabación —al margen de las conversaciones previas y las que tuvieron lugar off the record. El pintor Alfonso Durán Vázquez (Mérida, Yucatán, 1930) me recibió en su casa para hablarme de viajes, en más de un sentido: ha viajado por el mundo de la fantasía desde sus primeros años; ha viajado por Europa y los principales museos de sus capitales culturales; ha viajado por la soledad y el conservadurismo que las tierras yucatecas brindan a los espíritus sensibles; y ha viajado dentro de sí mismo. Sus relatos son interpretaciones de una realidad alucinante, plagada de rostros invisibles, híbridos zoológicos, rocas marinas, madonas de Perugino y sueños caprichosos. El telón se levanta en el Teatro de lo Imaginario que Don Alfonso tiene en su cabeza.

Sean ustedes bienvenidos.

Nodriza
No tengo temas ni los he tenido. Puedo agarrar temas, digamos, de una manera muy personal. Por ejemplo, sabes que soy pintor de madonas. No me gusta hacer relaciones psicológicas exclusivamente, pero si quieren hacer psicología ortodoxa, fui un niño que casi muere de hambre, porque mi madre no tuvo leche. Siempre crecí con la impresión de que incluso lo que a los animales se les daba gratuitamente, aun en sus formas más primitivas, a mi me fue negado. E ignoro porqué razón no quise aceptar el pecho de ninguna nodriza.

Me moría de hambre, berreaba, me puse en los huesos, y los pediatras les decían cosas primitivas a mis padres: «Pónganle las ropas de su madre a la nodriza.» No sé cuántos días me pasé así. Era un bebé extraño. Toda mi infancia me la pasé calificado de extraño, de niño no común y corriente. Después me acostumbré a eso. Me alimentaban con agüitas y tecitos y cositas así. El doctor se alarmó y dijo: «Si este niño no toma leche de pecho, va a morir de desnutrición. Está ya en las últimas.»

Un día, papá en aquel entonces tenía potencialidad económica y trajo a todas las nodrizas posibles de Mérida, de todos los pueblos, de raza blanca, de raza indígena, a pesar que eran racistas, pero ya no importaba con tal de salvar a su hijo. Y una mujer de Hunucmá vino y me ofreció el pecho, y yo lo tomé. Se me hizo hermosísimo, me conmueve hasta ahora.

Estética maya
No quiero hacer romanticismo ahora que están prostituyendo lo maya, desacralizando los centros ceremoniales como objeto de publicidad, pero éste es un pueblo que amo entrañablemente en las raíces. Tengo raíces profundamente locales —folklóricas jamás.

El arte maya es una estética. Sus grecas, sus trazos, su decoración, su arquitectura, sus murales no pueden ser juzgados desde puntos de vista externos, con una métrica externa. Me impresionó siempre la belleza de los glifos, de los altorrelieves. Tuve la fortuna de encontrar una fotografía que está inconclusa, deslavada, erosionada, que es una deidad de la lluvia derramando lágrimas. Me sentía atraído por esta fantasía. Y la leche que me salvó la vida fue la de una mujer maya. No me preocupa si esto se infiltró en mi sangre española e hizo cortocircuito. Me burlo de estas tonterías. Yo me siento orgulloso de tener estas dos sangres y, por mi bisabuelo, sangre italiana. Soy un cóctel.

Hermana
Nací en un familión donde todos eran adultos. Yo fui el primogénito. Según el patrón latinoamericano, mi hermana mayor murió de una enfermedad gastrointestinal, como morían casi todos los niños en Yucatán, del Trópico, en el primer año de vida. Y según la idealización de los que mueren (siempre he llevado este fantasma a cuestas), de niño me asustaba. Me la describían de tal manera, me la hacían tan presente, que a veces me daba miedo esta hermana que nunca conocí. Me decían que era parecida a la bisabuela: niña de cabellos de lino, muy delgados, rubia, de ojos azules. Finísima. La perdieron. Nazco yo: morenito, flacucho, de nariz como de bisabuelo. Entonces me agarraron y me encerraron en una casona. Nunca aprendí a montar bicicleta, nunca aprendí nada de lo que hacen los otros niños, nunca quiso mi padre construirme una piscina por mínima que fuese, por miedo que me ahogase. Lo único que me permitía era ir a Progreso en temporada. Allá viene otra parte muy importante de mi formación:

El mundo submarino
Con un snorkel me pasaba yo, ya que fui un poco mayor (hasta que me faltaba el aliento y olvidaba que tenía que respirar) investigando los misterios del fondo marino y el dramatismo de las mareas rojas. Me iba por la playa viendo a todos estos seres maravillosos que llegaban para morir: peces sapos con ojos fluorescentes, mantarrayas, cacerolitas, toda la fauna marina. Entonces mi abuela dijo: «Llévate un pañuelo para que puedas ir playando sin que te asquee.» Estas caras, formas y seres fantásticos fueron un descubrimiento para mí. Además, exploraba con un lente de aumento la vida de los insectos, hay millones aquí en Yucatán. Me fascinaba, me horrorizaba, de repente me daba miedo, pero ésta fue mi primera educación fantástica. Y me interesaban más que mis tías, que mi propia familia, los aburridos adultos convencionales.


Híbridos
Hacía pasar a mis personajes por una serie de aventuras. Mis soldados tenían nombre, y yo cogía cajas de cartón, las llenaba de periódico, les echaba alcohol, les prendía fuego y hacía pasar a los soldados por ahí. Empecé a fantasear desde muy temprana edad para no morirme. Y me rodeé de mis grandes amigos, los animales. Tenía perro, patos, pericos, peces, loro y todos los animalitos que podían caer en mis manos. Los llevaba al patio y también capturaba a los grillos más bonitos con una cartera llena de pasto. Muy rojos, muy verdes, muy grises —les ponía un poco de pasto y los metía en mi cartera. Creía que podían vivir conmigo.

Hasta la fecha, como podrás ver, sigo haciendo híbridos zoológicos en mi obra.
  
El Extraño
Los críticos me han dicho que soy pintor marino. Siempre tengo texturas marinas en mi obra. No hay montañas pero sí filamentos y algas. En la secundaria, mi fantasía ya estaba plenamente formada. Antes, me pusieron El Extraño por mis actitudes. En la primaria les hacía preguntas inocentes a los niños: «¿Qué harías tú —cuando pasábamos por la iglesia de San Cristóbal, por donde vivía— si en este momento vieras un ser más grande que la torre de la iglesia, detrás, que extendiera una mano hacia nosotros?» Me dejaron solo. Mis compañeros decían: «Alfonso está loco, completamente.»

Colección Marujita
Era yo un hambriento, toda mi infancia, toda mi adolescencia, toda mi vida aquí fue de hambre. Las únicas obras de pintura que conocía, eran las de las cajas de cerillos de La Central. Solamente por eso sabía que existía la pintura. Una vez, en la papelería La Literaria —que fue también una bocanada de aire fresco— empecé a comprar libros de cuentos de una colección que se llamaba Marujita. Sus dibujos eran a línea, perfectamente hechos. Después supe que eran de ilustradores catalanes e ingleses, muy buenos dibujantes. Y allá recibí mis primeras lecciones de amor por el detalle, de perfección en las proporciones, del valor de la línea. En fin, yo no lo sabía pero estaba absorbiendo esto.

Un día —más grande, iba ya en la secundaria— descubrí un libro, Tratado de la Pintura, y el autor era Leonardo Da Vinci. Fui corriendo y de rodillas le pedí a mi padre que me lo comprara. Era muy caro, valía 6 pesos. No quiso comprármelo nunca. Después lo compré yo, de adulto, para exorcizar esa carencia. Y leí con desencanto que no decía nada. Me hubiese quedado en las nubes. Pero así fue naciendo mi vocación, fueron años de batalla con toda la familia. Hasta caí enfermo. Le dije a mi padre: «No quiero estudiar nada.» Él se puso rígido y me dijo: «Pues no te vas México. No te doy permiso.» Y el último año de preparatoria, a pesar de que estaba entre los primeros lugares en la clase, no tenía las calificaciones de 5 asignaturas. Me hicieron saber que estaba matando a mi padre, a mi madre, que el médico había dicho que se podían volver locos. Me dediqué a no hacer nada, más que vida contemplativa. Me iba a Paseo de Montejo a ver cómo las hormigas acarreaban hojas, y a leer revistas y los cuentos de la Colección Marujita.

Únicamente por un tío que me apoyó, el Dr. Basteris, que habló un día con mi padre, me pude ir a estudiar al DF. «Este muchacho tiene una caída de defensas, tiene una astenia física y psíquica, está anémico, se te va a morir. Ya me dijo que no lo dejas ir a hacerse pintor. Tú decides, tú eres el padre, pero siempre he pensado que una persona tiene más probabilidades de conseguir el éxito haciendo lo que quiere, que si lo obligas a hacer algo contra su voluntad. Y Alfonso, así como lo ves —delgadito, tímido, flacucho, escondido por los rincones—, tiene el carácter suficiente para negarse a lo que tú le impongas. Si no lo dejas ir a México, vas a perderlo. De urgencia necesita unas transfusiones.» Me estaba suicidando, quemando por dentro. Como el Grenouille de El Perfume.
  
DF
Pasaron 11 años durísimos hasta que hice mi primera exposición individual en 1960 (después de mi debut un año antes, en el Salón Nacional de Pintura del Palacio de Bellas Artes). Una época muy ruda. Tuve que trabajar en lo que fuera. Mi padre se arruinó y no solamente no me enviaba lo suficiente para sostenerme en la capital, sino que me mandó a mi hermano menor, que todavía estaba estudiando la preparatoria. Fui reuniendo obra, tenía exagerada autocrítica y destruía todo lo que no me gustaba. No quise entrar a Bellas Artes porque estaba terriblemente politizado. Fue muy dura la formación de esos 11 años, pero al final hice mi primera exposición en las galerías Diana, en la ciudad de México, la de los surrealistas como Varo y Carrington, Alice Rahon, íntimos amigos de Gunther Gerszo. Con Leonora hice grandes migas. Con Remedios, no.


Leonora Carrington
Nos conocimos en el consultorio de un psicoanalista. Leonora siempre estuvo loca, yo siempre he estado loco y nos conocimos en un grupo de psicoanálisis,  con gentes muy heterogéneas, donde había un político, una poetisa, un escritor y una psicóloga teórica de la que nos burlábamos con sadismo. Instantáneamente conectamos Leonora y yo. Bajábamos a tomar un café después de las sesiones terribles, de las que saltaban chispas. Como siempre comulgábamos, torturábamos a la pobre psicóloga. Nos decía: «Ustedes parece que están peleados con la humanidad.» «Después de una guerra, mija, ¿qué esperas? ¿Que yo esté de monja en el Sahara?», le contestaba Leonora. Una vez yo comenté: «Estoy a punto de enloquecer, como en cualquier ciudad de los Estados Unidos, hacer la inauguración en México y salir a matar gente.» Leonora me dijo: «Yo te ayudo.»

Chiki Weisz, su marido, una vez me preguntó: «¿Cómo estás, Alfonso? Te veo con el ceño fruncido.» «Sí —le dije—, estoy muy molesto por esto, por esto, por esto.» Me preguntó: «¿Cuántos años tienes?» » «Treinta y tantos.» «¿Y pintas como pintas? ¿Sabes qué te está pasando? Estás entrando a una etapa en la que te has dado cuenta que el 95% de las cosas de este mundo son mentira.» Y después lo constaté, desgraciadamente.

Surrealismo
No creo en la fantasía, en el ser surrealista o ser pintor fantástico por convicción intelectual. El surrealista tiene un filtro diferente. Lo tenían los más conocidos: Magritte, Dalí, Delvaux, Max Ernst. Cuando los conocí se me hicieron tan familiares. Antonio Souza me lo dijo: «¿Sabes qué, Alfonso? Naciste años atrasado. Si hubieras sido un poco mayor, pertenecerías a este grupo.» Y no: lo confirmé después.

André François Petit
Mira, aquí tengo un recibo por haber entregado 7 cuadros a la galería de André François Petit, la galería tradicional del surrealismo en París. Nos entrevistamos y me dijo: «Me gusta lo que hace, pero tengo un plan que proponerle. Si usted se queda en París 2 años, y me trae todo lo que haga, yo le lanzo en Europa. Su estilo es muy diferente, muy personal. No sé de qué nacionalidad es usted, pero noto cosas de herencia muy antigua.» «Soy mexicano y nací en Yucatán. Ésa es la razón», le respondí. «Está usted aprobado si se puede quedar dos años en París trayéndome todo lo que haga.» Yo acababa de comprar mi pasaje para salir al mes siguiente de Francia, y le dije: «No puedo. No puedo sostenerme económicamente. Se me acabaron mis traveler checks, se me acabaron las becas, tengo que regresar a México.» «Ce dommage —comentó—, su lugar está aquí, se lo digo abiertamente, pero hay un océano entre nosotros.» Prácticamente, no tuve la potencialidad económica de quedarme en París esos dos años. De lo contrario, no estuviéramos hablando aquí.

Perugino
Ya te conté de mi obsesión por la madona del Perugino, ese tríptico que está en la National Gallery. Por poco me muero cuando la vi en persona. Involuntariamente juego con ella: le pongo huevos en toda la cara, o seres marinos, o la distorsiono, la hago bella, la afeo, la hago derritiéndose. Pero siempre es mi gran amor ideal. Nunca me casé, viví tres veces en pareja (eso para los chismosos), pero era un pésimo compañero. No se me da. Mi compañera, mi obsesión, desde los trece años, es la pintura. Esto llenó mi mundo. Mi apetencia de figura femenina —incluso hice a un lado el aspecto material— me la llenaron las Venus de Cranach, las madonas flamencas. Es una cosa muy rara. Una cosa rara más que no me importa.

Un amigo me decía, jugando conmigo: «Esas miradas que les pones a tus madonas, no sé de dónde demonios las sacas. No eran así. Copias a veces textualmente, como la de Perugino, pero todas tus madonas están drogadas. Son viciosas de esta época.»


Insight
Me senté un día en un café, después de comprar material atravesando el Sena, y me senté hasta la esquina. Estuve viendo un puente. «Es el puente que pintó Pissarro, en primavera, en invierno, ¡ése es!» Empecé a tomar vino, empezó a nevar, y pude ver ese mismo día los dos cuadros que pintó Pissarro. La gama de grises, de colores, el paso de día soleado, como cualquier día tropical, al invierno crudo, cerrado, los grises, azules, violetas de la latitud, el cielo plomizo y los blancos de la nieve —eso no se aprende en ninguna academia. Me quedé al día siguiente, no me podía levantar. Incluso lo utilicé; y una de las señoras del comité de acogida a los becarios, que pagaban las becas, me decía: «Usted siempre pone lo mismo. Visita al Louvre, visita a las galerías de Saint-German-Du-Prés.» «Madame, soy pintor, eso es lo que hago», le dije. «Pero no; trabaje, usted no pinta.» «Muy poco. Experimento. Vine a aprender, no vine a enseñar.» De esa manera estudiaba. Ése fue mi aprendizaje: Europa.

Posgrado
Digamos que Europa fue el posgrado. Veía cómo pintaba van Dyke y de dónde nació el pardo Van Dyke, cuando empezaba dando veladuras muy livianas, e iba engrosando, engrosando, engrosando. Como Rembrandt mismo, hasta llegar a las pastas gruesas. Y Van Dyke, a su modelaje. Además eran unos mentirosos. La Condesa Doria de Van Dyke tiene cerca de trece módulos de altura, ¿y sabes cuál es el héroe del cuadro? Su vestido. La cara es una cosita así.  Y el vestido está trabajado en abstracto. Te vas dando cuenta que son inútiles las discusiones: que la pintura abstracta, que la figurativa, que si es surrealista. Toda la pintura es abstracta.

Allá aprendes también el regodeo y —vamos a decirlo groseramente— los órganos que debes tener para estarlos poniendo en cada pincelada. Ves la pasión que pone un Velázquez en sus pastas, ya que observas el encaje de cerca y son puros grumos. No importa la tendencia ni la escuela. Lo importante es ponerte a trabajar y dejarse de especulaciones intelectuales y cosas que no corresponden, para ver si algún día Natura te favorece y puedes llegar a pintar con esta concentración monacal.

Por eso no creo en los que dicen: «Yo viví 200 años en París.» «¿Y qué hizo usted? ¿Después de haber vivido 200 años hace esto? Suicídese en la primera ceiba que encuentre.» Soy un gran errático, soy loco, impulsivo, visceral, pasional, gran amigo, enamorado de la amistad, enamorado del amor, pero en pintura no me pueden tomar el pelo.

Pintar
Para mí pintar es un acto íntimo, siempre lo ha sido. Me siento mal si hay una presencia que pueda ver lo que estoy haciendo. De primera intención me encierro —antes fumaba un cigarro, me hacía tonto, me rascaba la nariz—, escojo mis pinceles, a veces me duermo 10-15 minutos porque no quiero pintar, no quiero enfrentarme al lienzo en blanco (que es el terror equivalente a la página en blanco de los escritores). Después hay un periodo en que el cuadro te absorbe y dejas de tener conciencia del teléfono, del ruido del tráfico, de las voces de los vecinos, y ya estás pintando. Ese estado puede durar horas hasta la madrugada o unos minutos nada más. No creo en el pintor que se levanta a las 9 de la mañana, luego almuerza a las 12 del día, y se sienta a las 4. ¿Para qué? Si esto no es calculable.

Cerrar el círculo
Vine a Yucatán porque siento que es la vuelta. Vine a cerrar el círculo aquí donde no fui amamantado, ahora que me autoamamanté con pintura, música, literatura, el paisaje nevado. Vine a exigir la leche que me fue negada y a producir la parte más importante de mi obra. Si a mis coterráneos no les importa, paciencia. Allí están mis herederos, y ellos sabrán qué hacer. A lo mejor sucede que después de muerto el pintor llegan las grandes loas. Recuerdo que cuando quisieron hacer una retrospectiva en París a Edvard Munch, en vida, para pedirle perdón de que su obra había sido negada por enfermiza, inmoral, sucia, patológica, les dijo él: «No quiero nada.»

Finalmente me siento aceptado y querido por mucha gente: niños, viejos, ancianos, jóvenes. Me siento realizado humanamente, pero tuve épocas terribles. Y si me quitas la pintura, me derrumbo, a nivel del subsuelo, porque la encontré después de mucho sufrimiento y esfuerzo. Pude aferrarme con amor a eso que deseaba amar profundamente, y lo logré.

Epílogo: nota crítica de Eunice Odio
Alfonso Durán Vázquez nació en Yucatán, lugar habitado por el mar. Así es natural que su pintura tenga la particularidad de ser marina o, más precisamente, submarina, aun cuando no se lo proponga. Niño nacido frente al mar; niño que jugó con el mar; que en el mar se metió hasta el espíritu y vive añorando esa parte extraña, temible y maravillosa de la Tierra.

Este pintor, a diferencia de sus compañeros, por lo general no compone sus cuadros con figuras realistas. Influido magníficamente por El Bosco no ha permitido que éste lo arrolle y de las enseñanzas que le ha impartido el gran favorito de Felipe II de España, saca una sabiduría que lo conduce por su propia ruta.

Dueño, como la mayoría de los suprarrealistas, de un oficio que podemos calificar de magistral, se ayuda eficazmente de esa maestría para rodear a sus seres de luminosidades fantásticas, espectrales, que contribuyen, grandemente, a exaltar la imaginación del espectador.

Los sujetos y las atmósferas que crea este pintor, dan la impresión de ser y estar en otros mundos (digamos en otros planetas) y no en la periferia increíble que rodea a los habitantes de la Tierra. Su imaginación desbocada es, entre otras cosas, la demostración patente de cuán poca tiene tanto individuo.

Obras Completas (1996)


Alfonso Durán Vázquez (Mérida, Yucatán, 1930). Pintor y maestro de pintura. A partir de 1949, radica once años en la ciudad de México, donde inicia su formación autodidacta y expone por primera vez en el Salón Nacional de Pintura, en el Palacio de Bellas Artes (1960). En 1964-65 realiza viajes de estudio a Holanda, Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Italia y España. En 1968-69 viaja de nuevo a Francia y Suiza, y en 1980-1981 a Norteamérica.

Becado en dos ocasiones por el Gobierno Francés (1964 y 1968). Desde 1968, sus datos biográficos aparecen  en el archivo de la Biblioteca Real de la Ciudad de Londres, Inglaterra. Inclusión en el Diccionario de Biografías Internacionales (Londres, Inglaterra 1968-1970). Invitado a figurar en los International Arts Directories de Londres, Berlín, Roma y Nueva York (1972, 1973, 1974) y en el Who is Who in Art and Antiques de Cambridge, Inglaterra (1974). Diploma al Mérito Who is Who in Arts and Antiques de 1973. Nominado para miembro de la Academia de Letras, Artes y Ciencias Tomasso Campanella de Roma (1974).

Ha representado a México en más de 60 exposiciones individuales y colectivas en Francia, Estados Unidos, Canadá, Líbano y Perú, entre otros. Actualmente radica en Mérida, Yucatán. 
 
Todas las imágenes: Cortesía Alfonso Durán Vázquez.

 Títulos:
1) Madona de la Luna, óleo sobre tela, S/F
  2)  El canto de las medusas, óleo sobre tela, S/F
3) Yocasta y la Esfinge, collage, reproducciones alteradas y óleo, S/F
4) Madona con predela, óleo sobre tela, S/F
5) El ángel de Michael, pastel sobre papel fabriano, S/F

  Publicado originalmente en Origama [15.04.2012]



agosto 31, 2013

bajo el agua_entrevista con césar rangel


Los opuestos se unen.

La primera vez que vi en el DF a César Rangel (México, 1977) pude morir ahogado con una pera. Cruzábamos la calle hacia la estación del metro Bellas Artes. Nos despedimos diez minutos después. A fines de 2011, presentó en el MACAY la muestra Cuentahílos, exhibición por la cual nos contactamos. Y en Octubre de 2012, Animal de otra certeza en la Galería Alfredo Ginocchio. Esa tarde llovió. Un fin de semana me invitó a conocer una presa ubicada cerca del rancho de un amigo suyo. Cruzó de un extremo a otro en el agua y de regreso a su casa habló de la natación. Su obra actual es una serpiente que se muerde la cola. Remite a la conexión entre el micro y el macrocosmos. César menciona el Tao Te King de Lao Tse y El ritual de la serpiente de Aby Warburg, dos lecturas que aceleran la comprensión de sus ideas. El minimalismo, la higiene visual y el análisis de un concepto desde varios ángulos arrojan una muestra multidisciplinaria: dibujo, fotografía, escultura y video. En esta entrevista, César aporta claves sobre la obra y su contexto, reflexiona sobre su significado. Después nos iremos a comer un elote. 


UNA JORNADA CASI MONÁSTICA
El conjunto de trabajos que aquí hay es el resultado de ya cuatro años de asumir una actividad como la natación—un acto acostumbrado, cotidiano—desde un punto de vista no competitivo sino más bien contemplativo y de libre asociación con otros elementos de mi vida que conforman un todo. Un todo poético que se traduce en imágenes.

Empecé trabajar con el tema del nado en el 2010, con una solución muy distinta en cuanto a dibujo, y desde 2011 y durante el 2012 lo he hecho a partir de la fotografía. Hice unos experimentos de foto subacuática y sucedió algo peculiar: lo que salía en la foto no era realmente lo que sucedía cuando estábamos haciendo la sesión. Vi en las imágenes el potencial de llevarlas al dibujo y observar qué cambio había del hecho real al hecho fotográfico y luego al hecho dibujístico. Eso también estaba asociado a un ritmo de nado que me gusta practicar, que es un nado lento, elongando mucho el cuerpo. Consumir la menor cantidad de energía y desplazar lo más posible para poder entrar en una especie de meditación.

Ese ritmo de nado lo llevé también al dibujo, un ritmo muy pausado, de sentarse varias horas a dibujar, prácticamente dedicarse solo a eso y a comer y a dormir. Una jornada casi monástica. Levantarme, desayunar, irme a la alberca, regresar, ponerme a dibujar, comer, ponerme a dibujar otra vez—durante aproximadamente tres meses. Y lo que resultó de esa dinámica, de esa disciplina, fue esto.


SOLO
Voy a nadar de martes a domingo. Media hora, no más, porque mi intención no es entrenar, no es fortalecerme para competencia sino simplemente desplazarme en el agua. Desde que salgo hacia allá, tengo una alegría muy particular de origen orgánico-cerebral. Lo disfruto mucho, es como jugar con el cohete nuevo con tus amigos. Cuando regresaba de la escuela y le pedía chance a mi mamá para salir a jugar, era un goce tremendo y es lo que siento cuando voy a la alberca, me encuentro con amigos y nos ponemos a platicar y después cada quien toma su carril. La natación es completamente individual, hay carriles y cada quien está en el suyo, y en lo suyo. Hay un ensimismamiento total, pero cuando salgo de la alberca y sigo viendo a los otros nadadores, comprendo que cada quien está en su camino, consigo mismo, aunque en algún momento coincidimos. Eso lo llevo a la vida fuera de la alberca. Cada quien está en camino pero siempre hay momentos para conectarnos. Uno está solo, llega solo y se va solo.


VACÍO
El vacío tiene conceptos detrás, aunque no muy claros. Empezó como algo meramente formal sin tener bien consciente dónde estaba el fondo. Cuando empecé a asociarlo con lecturas y la experiencia del nado, particularmente con la lectura de El ritual de la serpiente, de Aby Warburg y el Tao Te King, a posteriori empecé a dotar ese vacío ya de otro sentido. La necesidad de un vacío para que haya algo. Primero es el vacío y después algo, no puede ser de otra forma según el Tao. El vacío es algo para ser llenado. La misma obra te impide que llegues a un vacío absoluto, porque te va dando sugerencias. Todo ese imaginario poético se alimenta de referencias literarias, del acto de nadar, del acto de modelar también, del dibujo y la fotografía.  


UN VUELO EN EL AGUA
Las correspondencias observadas entre el dibujo, la foto impresa, el plotter y la escultura es que finalmente todo es un fluir o un fluido, y es ese fluido que va generando el cuerpo al nadar, esa apertura del agua y la estela que va dejando el nadador. O sea entre el nadador hay una apertura y una estela, una bifurcación como lengua de serpiente al nadar. Ese todo, esa imagen y la alberca en sí, ese conjunto, creo que es—tratando de hacerlo consciente—el fundamento de la exposición. Hay una relación entre esa metáfora y la correspondencia de todas las técnicas. Por eso están las piezas que parecen viboritas y hay una intención hacia la serpiente. Pero antes hay una intención de modelar con la palma y los dedos y la plastilina un acto natatorio, una ondulación corporal en el agua, y una ingravidez, y una posibilidad alterna de vuelo. De desplegar las plantas y poderse desplazar de manera horizontal casi ingrávida.

Un vuelo en el agua.





GINOCCHIO
La exhibición de la Galería Alfredo Ginocchio se llama Animal de otra certeza [Oct-Nov 2012, México DF], porque al entrar en el agua ya las certidumbres que uno tiene en tierra cambian. Es otra forma de desplazamiento, de supervivencia. Allí empecé a verme con otros potenciales más allá de lo que sucede fuera del agua. Van surgiendo otros mitos, otra poética y uno se va inventando otras cosas.

Creo que en la exposición pasada [Alberca, Galería Alfredo Ginocchio, 2011], si bien era incipiente lo que ahora estoy aprendiendo, me concentré sobre todo en lo técnico, en lo formal, en aprender a dibujar como si fuera una foto, aprender cómo se puede untar el grafito directo sobre la tela. Fue aprendizaje técnico y oficio. Una vez desarrollados, pude ir a otros lugares, porque ya no fue tanto lo de oficio lo que me preocupaba o lo que me ocupaba, sino ver qué hacer ya con ese oficio. 


ESCULTURA
Además de las serpientes moldeadas en plastilina, hice una serie de naves-pájaro en el 2005 a partir de un viaje al mar, donde empecé a fascinarme por las lanchas de los pescadores y su forma. Ahora con esta historia del nado y del acto reflexivo-meditativo, regresé a esas esculturas porque también tenían elementos relacionados con el movimiento acuático, este deslizamiento que remite a un vuelo de pájaro y también el vacío que hay adentro de la nave o de la escultura. Ese vacío es la apnea que hace el nadador, el aire que entra en sus pulmones y hace que se desplace en una flecha hasta donde el aire se lo permite.  
                                                                                                            
Básicamente hay una relación directa entre el acto y lo que se construye a propósito del acto o lo que ya estaba construido y después el nuevo sentido. Esta escultura es de hace mucho tiempo. Lo único que hice fue quitarle el brillo, porque antes eran muy pulidas, y en lugar de presentarlas como unas embarcaciones, las presenté volteadas con otra connotación. Y eso me interesa también, cómo cada cosa va cambiando su significado a partir de lo que voy viviendo y aprendiendo.


PÁJARO-SERPIENTE
La obra tiene que ver con el hecho de ser terrestre y la posibilidad de entrar a otro medio y ser ingrávido. Ser como un pájaro y una serpiente. Hay cuatro estilos básicos de natación—braza, crol, espalda y mariposa—, pero hay una forma a la que le llamo el nado del pájaro-serpiente, que es ir ondulando el cuerpo y casi en el fondo de la alberca jalar, hacer una flecha, después hacer una brazada de pecho, una patada de pecho y salir, y luego otra vez ondular el cuerpo. Es ir haciéndolo como una serpiente y, al momento de salir, mover los brazos en un aleteo. Eso me remite a dos animales totémicos de la cultura prehispánica mexicana. Los aztecas y los mayas, con sus dioses Quetzalcoátl y Kukulcán. No lo hice con esa intención, fue una correspondencia, una libre asociación, un accidente afortunado. No lo pretendí desde un principio, surgió más bien a partir de leer El ritual de la serpiente. De asociar la levedad con el vuelo en el agua y la ondulación del cuerpo con la serpiente.


TAO
El Tao no se puede decir, ni se puede expresar, ni se puede ver en su completud porque eso ya no es Tao. ¿Y cómo accedes al Tao? Eso es lo que no sé [risas]. Éste es un intento de acceder a él, ya que si bien no se puede expresar, a uno le queda la libertad de intentarlo, y en ese intento ver qué sucede. Aunque me digan que no se puede, bueno, no está de más hacer el intento. A lo mejor no llego y es muy seguro que no llegue a expresar el Tao, pero se llega a otras cosas que valen la pena.

Estoy tomando un diplomado de estética moderna. El Tao Te King ya lo había tomado antes y no recuerdo particularmente porqué, pero recuerdo haber comprado un ejemplar en el metro Tasqueña. Lo leí y empecé a interesarme por el tema del vacío. Por ejemplo, el agua tiene la forma del cántaro, pero es el vacío del cántaro lo que le da sentido y utilidad. Todas estas cosas que yo no había pensado antes, al momento de leerlas me interesaron. Y ahora en el diplomado me encuentro otra vez con el texto pero con todo el background. Así, lo ya vivido y el Tao derivaron en la obra reciente.


FESTER
Algo que me interesa mucho de mi trabajo es que no tenga una lectura única, que no sea unívoco, que tenga un montón de posibilidades distintas. Eso siempre sucede, aunque tú des una intención unívoca a una obra, siempre alguien va a leer… pero aquí sí tengo la intención de que mi trabajo esté lleno de posibilidades.

El acto creativo es bastante orgánico, y una vez que ya existe la obra me gusta pensar sobre ella pero no tomármela muy en serio. No tengo la menor idea de lo que haré después. No hay nada coagulado realmente, todo es como un cuerpo en blanco, dúctil, en constante cambio. No hay forma de petrificar o de solidificar eternamente algo. Uno dice: yo ya tomé una decisión, yo definitivamente ESTO, y pueden pasar veinte minutos y ya estás pensando algo completamente diferente. Aquí el tiempo no importa, lo que importa es que siempre que tomas una decisión definitiva, no es cierto [risas].

Somos leves, muy dúctiles y maleables. Uno es parte de un proceso pero la vida se sigue manifestando. Como cuando haces una banqueta y de repente se empieza a agrietar y sale el pasto. No importa que eches concreto con Fester, impermeabilizante y lo que sea. En las bardas de piedra de repente nacen cactáceas y rompen la piedra, y toman sus nutrientes de la piedra y el agua que entra en la piedra, de la humedad que hay adentro. Por eso no me preocupa tanto la obra futura. Lo que tenga que manifestarse, a través de mí o de lo que sea, se va a manifestar.


SILENCIO
Cuando nado hay un casi silencio o una música silente, lo que se oye es el BRUPPP. Las brazadas no las oigo, no oigo la patada, pero sí oigo cuando respiro y suelto. Ese sonido contribuye a que el acto natatorio sea una meditación. Ya ves que la meditación, en distintas formas de fe, siempre es algo o se suscita con algo repetitivo, frecuentemente un sonido, una respiración o un movimiento insistente. Eso es lo que encuentro en las burbujas al momento de nadar. Hay silencio porque cuando me hundo y grito o hablo, hay un sonido superado por el silencio, un sonido apagado. Ese es el silencio que me interesa de lo que sucede bajo el agua. Y nunca sé realmente a qué punto voy a llegar.



Todas las imágenes: Cortesía César Rangel.

1) Sin título 1, grafito/tela, 52 x 100cm, 2012
  2)  Sin título 2, grafito/tela, 52 x 120cm, 2012
3) Sin título 3, grafito/tela, 60 x 120 cm, 2012
4) Sin título 4, grafito/tela, 50 x 120 cm, 2012
5) Díptico pájaro-serpiente, fotografía, 2012


  Publicado originalmente en Origama [15.01.2013]


SIMPATÍA POR EL FRAGMENTO

Hay en los libros de filosofía una tendencia del comportamiento humano conocida como ética del naufragio, que por lo general se ejemplifica con la obra del rumano E.M. Cioran—un filósofo que recorrió Fancia en bicicleta y nunca trabajó, de ideas más bien pesimistas y fragmentarias. Autor de aforismos que daban siempre la impresión de ser epitafios, los títulos de sus obras fungían como lápidas y su propia mirada parecía la de un enterrador. Era también un excelente ensayista que manejaba conceptos completamente marginales, casi como si empezara desde la tangente para irse todavía más lejos a seguir meditando para alcanzar el grado cero místico. Pero el vacío sigue siendo un motivo de inspiración que aporta formas de pensamiento complejas. El cero incluye todos los números adentro. Los pies de página consiguen que imaginemos los libros insinuados en el tomo mayor.


La ética del naufragio deriva en una estética de lo insignificante significativo, del gesto nunca antes tomado en cuenta que justo ahora se levanta con proporciones, profundidades y peñascos prodigiosos. Es la mirada de la oveja negra fuera del rebaño. Pero—cabe aclarar—la belleza crepuscular no lo es por falta de sol o de luz. El día está allí, los vacacionistas pueden salir a broncearse, nadie se los prohíbe. Pero qué aburrido es repetir viejos patrones. Cuando los grandes sistemas desaparecen, solo quedan los pequeños derrumbes, los monólogos interiores, darle la vuelta al libro y reparar en sus elementos tipográficos, los créditos de la portada, las acotaciones, la fibra del papel. Se trata de una decisión más bien amarga. Los náufragos describen una situación incómoda provocada por el cuestionamiento de la racionalidad occidental y el derrumbe de las ideas. El sol entonces ya no alumbra.


El segundo caso ad hoc para esta reseña es el de la bolsa que baila con el viento en la película Belleza Americana. Ricky Fitts, después de enseñarle a su novia los platos nazis que colecciona su padre, le muestra su video favorito de la cosa más bella del mundo. Esa escena, esa coreografía, ese momento perfecto, es triste. Y, además, apunta hacia un cambio de dirección, de lo macroscópico a lo microscópico. El accidente cobra mayor relevancia que las piezas canónicamente perfectas. El concepto de lo débil—y lo débil del concepto—se imponen. «Video's a poor excuse, I know, but it helps me remember. I need to remember. Sometimes there is so much... beauty... in the world. I feel like I can't take it, and my heart is just going to cave in», dice Ricky. Allí vemos otro indicio: el arte reflexiona sobre sus medios y fines, sobre el sentido de lo que está representando, reconoce su relativa pequeñez. Como cuando Sansón recupera su fuerza poco antes de echar abajo el templo de los filisteos.


Cuentahílos de César Rangel en la sala 8 bis del MACAY es una apología de los gestos mínimos. El artista reconoce su deuda con El juicio final de Miguel Ángel para detenerse en una escena aparentemente menor del fresco, en la que se observa a un hombre jalonado de sus extremidades hacia las regiones superiores e inferiores, simultáneamente. La obra parte de esa tensión y plantea un ejercicio multidisciplinario que consta de un documento, dibujos, pinturas, una fotografía y dos esculturas. Esa decisión de ir hacia los márgenes evitando las palabras mayores merece atención. Rangel ya no pretende estar demostrando nada, no se adhiere a una tendencia convenientemente polémica o de moda, sale más bien por la puerta de atrás a mirar el baile de la bolsa, el espectáculo que los otros asistentes a la fiesta descuidaron. Y centra su atención en los «seres réprobos» del Juicio Final, como Cioran o Ricky Fitts o el hombre varado entre el cielo y el infierno.


Esta exposición sugiere nuevas relaciones entre significante y significado. El trazo del lápiz en un esbozo arroja una serie de «nadadores» abstractos similares a los náufragos de la filosofía: del océano monocromático en azul al desierto metafísico en blanco y negro. «La vida sosteniéndose a sí misma a través de mecanismos asombrosos, tiernos e implacables», dice un autor que teje asociaciones libres a propósito de los pormenores, exalta los pequeños indicios y deshila el estambre de modo consecuente con su propia lógica. La obra es el proceso de la obra, sus altibajos, su sintaxis, sus giros concéntricos. Cuentahílos es el aguijón de las abejas en el dedo que apunta hacia Dios en la otra pieza de Miguel Ángel, La Creación. Revela una búsqueda de la belleza que está fuera del centro. Como decir Amén en un hospital psiquiátrico.

Christian Núñez Invierno 2011








agosto 16, 2013

viaje místico minimalista


 
Para alcanzar la paz interior.
 
Me enviaron por mensajería un Super Nintendo con diez videojuegos, los tres primeros cartuchos de Mega Man X, el Super Castlevania IV + el Dracula X, Demon’s Crest, Donkey Kong Country, Gradius III y Axelay entre otros, así como una almohada roja, una novela de John Kennedy Toole: La conjura de los necios y tres bolsas de charritos, una botana de harina hecha en Yucatán que se adereza de preferencia con chiles jalapeños, desgraciadamente el Super Nintendo, tras varias pruebas para hacerlo funcionar, resultó una máquina sentimental obsoleta, y llegué a la conclusión de que debía madurar, de modo que lo vendí para comprarme un PlayStation 3, aunque yo más bien creciera con los juegos de 8 y 16-bit, entré en contacto rápidamente con un dealer vía internet que me vendió Journey, un título desarrollado por Thatgamecompany, cuyo personaje, sin una sola instrucción, viaja por el desierto con la única consigna de llegar a lo alto de una montaña, mientras aprende a través de diferentes secuencias herméticas cuál es el significado de su viaje, de la fuerza luminosa que lo guía y de los misteriosos personajes que lo instruyen en su recorrido, la banda sonora, a cargo de Austin Wintory, recibió varios premios, y la canción final —I Was Born For This, a cargo de Lisbeth Scott— se compone de frases tomadas de obras clásicas, desde La Eneida de Virgilio hasta los haikús de Bashō y alguna línea suelta de Juana de Arco, me la pasé jugándolo cada noche al regresar del trabajo, me aislé cada noche al regresar del trabajo, hasta la madrugada, con el volumen de la televisión apenas audible, lo terminé en un par de horas, diciéndome que Journey debería durar más, en realidad el viaje se reduce a unas cuantas escenas de inspiración arquitectónica minimalista, con arenas de tono rosáceo, crepúsculos en ciudades arcaicas, tormentas de nieve, cielos temblorosos, puentes enormes, alfombras de hilo dorado y púrpura, dragones amenazadores, cascadas etéreas y lo que suele llamarse inmersión emocional, un mood especialmente artístico, además que la dinámica es 100% intuitiva, con la opción de jugar en línea y conocer a otro personaje como tú en su propia búsqueda, con quien no hay manera de comunicarse más que a través de suaves tintineos, un poco para no sentirnos a la deriva y alcanzar a cuatro manos la paz interior.


Journey Collector’s Edition
Thatgamecompany
2012
 
 
Publicado originalmente en Origama [15.04.2013]